martes, 8 de marzo de 2011
Del oficio de lectura, 9 de Marzo, Santa Francisca Romana, religiosa
La paciencia y caridad de santa Francisca
De la vida la santa, escrita por Maria Magdalena Anguillaria, superiora de las Oblatas de Tor de`Specchi, (Caps. 6-7: Acta Sanctorum Martii 2, *188-*189)
Dios probó la paciencia de Francisca no sólo en su fortuna, sino también en su mismo cuerpo, haciéndola experimentar largas y graves enfermedades, como se ha dicho antes y se dirá luego. Sin embargo, no se pudo observar en ella ningún acto de impaciencia, ni mostró el menor signo de desagrado por la torpeza con que a veces la atendían.
Francisca manifestó su entereza en la muerte prematura de sus hijos, a los que amaba tiernamente; siempre aceptó con serenidad la voluntad de Dios, dando gracias por todo lo que le acontecía. Con la misma paciencia soportaba a los que la criticaban, calumniaban y hablaban mal de su forma de vivir. Nunca se advirtió en ella ni el más leve indicio de aversión respecto de aquellas personas que hablaban mal de ella y de sus asuntos; al contrario, devolviendo bien por mal, rogaba a Dios continuamente por dichas personas.
Y ya que Dios no la había elegido para que se preocupara exclusivamente de su santificación, sino para que emplease los dones que él le había concedido para la salud espiritual y corporal del prójimo, la había dotado de tal bondad que, a quien le acontecía ponerse en contacto con ella, se sentía inmediatamente cautivado por su amor y su estima, y se hacía dócil a todas sus indicaciones. Es que, por el poder de Dios, sus palabras poseían tal eficacia que con una breve exhortación consolaba a los afligidos y desconsolados, tranquilizaba a los desasosegados, calmaba a los iracundos, reconciliaba a los enemigos, extinguía odios y rencores inveterados, en una palabra, moderaba las pasiones de los hombres y las orientaba hacia su recto fin.
Por esto todo el mundo recurría a Francisca como a un asilo seguro, y todos encontraban consuelo, aunque reprendía severamente a los pecadores y censuraba sin timidez a los que habían ofendido o eran ingratos a Dios.
Francisca, entre las diversas enfermedades mortales y pestes que abundaban en Roma, despreciando todo peligro de contagio, ejercitaba su misericordia con todos los desgraciados y todos los que necesitaban ayuda de los demás. Fácilmente los encontraba; en primer lugar les incitaba a la expiación uniendo sus padecimientos a los de Cristo, después les atendía con todo cuidado, exhortándoles amorosamente a que aceptasen gustosos todas las incomodidades como venidas de la mano de Dios, y a que las soportasen por el amor de aquel que había sufrido tanto por ellos.
Francisca no se contentaba con atender a los enfermos que podía recoger en su casa, sino que los buscaba en sus chozas y hospitales públicos. Allí calmaba su sed, arreglaba sus camas y curaba sus úlceras con tanto mayor cuidado cuanto más fétidas o repugnantes eran.
Acostumbraba también a ir al hospital de Camposanto y allí distribuía entre los más necesitados alimentos y delicados manjares. Cuando volvía a casa, llevaba consigo los harapos y los paños sucios y los lavaba cuidadosamente y planchaba con esmero, colocándolos entre aromas, como si fueran a servir para su mismo Señor.
Durante treinta años desempeñó Francisca este servicio a los enfermos, es decir, mientras vivió en casa de su marido, y también durante este tiempo realizaba frecuentes visitas a los hospitales de Santa María, de Santa Cecilia en el Trastévere, del Espíritu Santo y de Camposanto. Y, como durante este tiempo en el que abundaban las enfermedades contagiosas, era muy difícil encontrar no sólo médicos que curasen los cuerpos, sino también sacerdotes que se preocupasen de lo necesario para el alma, ella misma los buscaba y los llevaba a los enfermos que ya estaban preparados para recibir la penitencia y la eucaristía. Para poder actuar con más libertad, ella misma retribuía de su propio peculio a aquellos sacerdotes que atendían en los hospitales a los enfermos que ella les indicaba.
Oración
Oh Dios, que nos diste en santa Francisca Romana modelo singular de vida matrimonial y monástica, concédenos vivir en tu servicio con tal perseverancia, que podamos descubrirte y seguirte en todas las circunstancias de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.
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. LA ORDEN
. DE JUAN CIUDAD A SAN JUAN DE DIOS .
Juan Ciudad Duarte, un hombre nacido en el año 1495 en el pueblo portugués de Montemor o Novo, obispado de Évora, Portugal, murió en Granada, España, en el año 1550, a la edad de 55 años, siendo considerado uno de los tesoros de la ciudad. Para todos era conocido como "el santo". El apellido de Dios le vino impuesto por un Obispo conocedor de su obra a favor de los pobres y enfermos. No cabe mayor honor que apellidarse de Dios y nada refleja mejor el modo de hacer de este hombre.
Un itinerario de servicio
A la edad de ocho años, aparece en el pueblo toledano de Oropesa. En las biografías de Juan de Dios, se dan grandes lagunas y muchos interrogantes, algunos todavía no resueltos, en relación a su ascendencia, pueblo, familia y vida, hasta bien entrado en años. La tradición habla de que vino con un clérigo, que pasó por su casa, y es acogido en la de Francisco Cid Mayoral, donde vivió mucho tiempo, casi la friolera de 29 años, en dos ocasiones diferentes.
"Siendo mancebo de veintidós años le dio voluntad de irse a la guerra", luchando en la compañía del Conde de Oropesa, al servicio del emperador Carlos V, que fue en socorro de la plaza de Fuenterrabía, que había sido atacada por el rey Francisco I de Francia. La experiencia no puede ser más desastrosa, porque estuvo a punto de ser ahorcado. Regresa de nuevo a Oropesa, hasta que es solicitado para defender Viena en un momento de amenaza por parte de los turcos.
Después de estas experiencias guerreras, vuelve al oficio de pastor y leñador para ganarse el sustento; albañil en la construcción de las murallas de Ceuta y, finalmente, inicia en Gibraltar el oficio de librero, que ejerce en Granada de forma estable en un puesto de la calle Elvira hasta su conversión.
Granada será tu cruz
En Granada, comienza la verdadera historia de Juan de Dios, cuando más asentado parecía encontrase y cuando, al parecer, había terminado su "andadura" española y europea. Juan había caminado tanto en busca de una cita, que por fin acontece el día 20 de enero del año 1539, fiesta de San Sebastián, en el Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. Ese día, un predicador de fama, San Juan de Avila, es el encargado del sermón. No sabemos qué munición usó el "maestro Avila", el caso es que el corazón de Juan de Dios quedó tocado. Sus palabras "se le fijaron en las entrañas" y "fueron a él eficaces", dice su biógrafo Castro. Juan parece haberse vuelto loco y grita, se revuelca clamando: "misericordia" y se produce un total despojo de sus pocos haberes, hasta de sus vestidos.
El pueblo se divide: unos dicen que era loco y otros que no era sino santo y que aquella obra era de Dios . Aquello era ni más ni menos que la cita con Dios.
No es un asunto fácil. Comienza en aquel momento una nueva aventura totalmente inédita en la vida de Juan. Después de la experiencia espectacular de su conversión, tiene que entrar en contacto con los pobres más marginados de siempre: los enfermos mentales. "Dos hombres honrados compadecidos tomaron de la mano a Juan y lo llevaron."¿Dónde? Al manicomio. Un ala del Hospital Real de Granada estaba ocupado por los locos. Allí, siente en sus propias carnes el duro tratamiento que se da a estos enfermos y se rebela al ver sufrir a sus hermanos. De esta experiencia, surge la conversión a los hombres, que desde entonces serán para Juan "hermanos". "Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo". El corazón herido, cogido por el amor desbordante de Dios, no le dejará en paz hasta el último momento en que muere de rodillas. En el año 1539, de acuerdo con San Juan de Avila, es huésped en Guadalupe, donde se prepara en las artes médicas. En 1540, inicia su primera obra, un pequeño hospital en la calle de Lucena. "Tanta gente acudía por la fama de Juan y por su mucha caridad, que los amigos le compraron una casa para hospital en la cuesta Gomérez".
La fama de Juan es grande en Granada. Acoge a todos los pobres inválidos que encuentra, a los niños huérfanos y abandonados; visita y rehabilita a muchas mujeres prostitutas, y todo sin renta fija, salvo la limosna en la cual es verdadero maestro. "¿quién se hace bien a sí mismo dando a los pobres de Cristo?", era su reclamo. El corazón encendido de Juan, contrasta con el fuego del Hospital Real en llamas el día 3 de julio de 1549. Allí, acude como toda la ciudad, pero no para lamentarse, sino para remangarse, entrar y sacar los enfermos, saliendo sano y salvo. Desde ese momento, Juan adquiere la categoría de santo y su fama llega a todos los que pudieran tener alguna duda de su pasado en la zona de los enfermos mentales. En el mes de enero de 1550, tratando de salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente.
La herencia de Juan
En el lecho de muerte a Juan le queda la herencia que entrega al arzobispo y a su sucesor Antón Martín: Libro de las deudas y los enfermos asistidos. Así se continúa la obra de Juan de Dios hasta nuestros días.
Juan muere el día 8 de marzo de 1550. Su entierro es una auténtica manifestación de duelo y simpatía hacia su persona y su obra. La Iglesia recibe a Juan y su herencia como valioso tesoro. Es beatificado el día 21 de septiembre de 1630; canonizado el día 15 de julio de 1691 y declarado Patrón de los Enfermos y de sus Asociaciones en 1930. Es también Patrón de la Enfermería y de los Bomberos.
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. DE JUAN CIUDAD A SAN JUAN DE DIOS .
Juan Ciudad Duarte, un hombre nacido en el año 1495 en el pueblo portugués de Montemor o Novo, obispado de Évora, Portugal, murió en Granada, España, en el año 1550, a la edad de 55 años, siendo considerado uno de los tesoros de la ciudad. Para todos era conocido como "el santo". El apellido de Dios le vino impuesto por un Obispo conocedor de su obra a favor de los pobres y enfermos. No cabe mayor honor que apellidarse de Dios y nada refleja mejor el modo de hacer de este hombre.
Un itinerario de servicio
A la edad de ocho años, aparece en el pueblo toledano de Oropesa. En las biografías de Juan de Dios, se dan grandes lagunas y muchos interrogantes, algunos todavía no resueltos, en relación a su ascendencia, pueblo, familia y vida, hasta bien entrado en años. La tradición habla de que vino con un clérigo, que pasó por su casa, y es acogido en la de Francisco Cid Mayoral, donde vivió mucho tiempo, casi la friolera de 29 años, en dos ocasiones diferentes.
"Siendo mancebo de veintidós años le dio voluntad de irse a la guerra", luchando en la compañía del Conde de Oropesa, al servicio del emperador Carlos V, que fue en socorro de la plaza de Fuenterrabía, que había sido atacada por el rey Francisco I de Francia. La experiencia no puede ser más desastrosa, porque estuvo a punto de ser ahorcado. Regresa de nuevo a Oropesa, hasta que es solicitado para defender Viena en un momento de amenaza por parte de los turcos.
Después de estas experiencias guerreras, vuelve al oficio de pastor y leñador para ganarse el sustento; albañil en la construcción de las murallas de Ceuta y, finalmente, inicia en Gibraltar el oficio de librero, que ejerce en Granada de forma estable en un puesto de la calle Elvira hasta su conversión.
Granada será tu cruz
En Granada, comienza la verdadera historia de Juan de Dios, cuando más asentado parecía encontrase y cuando, al parecer, había terminado su "andadura" española y europea. Juan había caminado tanto en busca de una cita, que por fin acontece el día 20 de enero del año 1539, fiesta de San Sebastián, en el Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. Ese día, un predicador de fama, San Juan de Avila, es el encargado del sermón. No sabemos qué munición usó el "maestro Avila", el caso es que el corazón de Juan de Dios quedó tocado. Sus palabras "se le fijaron en las entrañas" y "fueron a él eficaces", dice su biógrafo Castro. Juan parece haberse vuelto loco y grita, se revuelca clamando: "misericordia" y se produce un total despojo de sus pocos haberes, hasta de sus vestidos.
El pueblo se divide: unos dicen que era loco y otros que no era sino santo y que aquella obra era de Dios . Aquello era ni más ni menos que la cita con Dios.
No es un asunto fácil. Comienza en aquel momento una nueva aventura totalmente inédita en la vida de Juan. Después de la experiencia espectacular de su conversión, tiene que entrar en contacto con los pobres más marginados de siempre: los enfermos mentales. "Dos hombres honrados compadecidos tomaron de la mano a Juan y lo llevaron."¿Dónde? Al manicomio. Un ala del Hospital Real de Granada estaba ocupado por los locos. Allí, siente en sus propias carnes el duro tratamiento que se da a estos enfermos y se rebela al ver sufrir a sus hermanos. De esta experiencia, surge la conversión a los hombres, que desde entonces serán para Juan "hermanos". "Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo". El corazón herido, cogido por el amor desbordante de Dios, no le dejará en paz hasta el último momento en que muere de rodillas. En el año 1539, de acuerdo con San Juan de Avila, es huésped en Guadalupe, donde se prepara en las artes médicas. En 1540, inicia su primera obra, un pequeño hospital en la calle de Lucena. "Tanta gente acudía por la fama de Juan y por su mucha caridad, que los amigos le compraron una casa para hospital en la cuesta Gomérez".
La fama de Juan es grande en Granada. Acoge a todos los pobres inválidos que encuentra, a los niños huérfanos y abandonados; visita y rehabilita a muchas mujeres prostitutas, y todo sin renta fija, salvo la limosna en la cual es verdadero maestro. "¿quién se hace bien a sí mismo dando a los pobres de Cristo?", era su reclamo. El corazón encendido de Juan, contrasta con el fuego del Hospital Real en llamas el día 3 de julio de 1549. Allí, acude como toda la ciudad, pero no para lamentarse, sino para remangarse, entrar y sacar los enfermos, saliendo sano y salvo. Desde ese momento, Juan adquiere la categoría de santo y su fama llega a todos los que pudieran tener alguna duda de su pasado en la zona de los enfermos mentales. En el mes de enero de 1550, tratando de salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente.
La herencia de Juan
En el lecho de muerte a Juan le queda la herencia que entrega al arzobispo y a su sucesor Antón Martín: Libro de las deudas y los enfermos asistidos. Así se continúa la obra de Juan de Dios hasta nuestros días.
Juan muere el día 8 de marzo de 1550. Su entierro es una auténtica manifestación de duelo y simpatía hacia su persona y su obra. La Iglesia recibe a Juan y su herencia como valioso tesoro. Es beatificado el día 21 de septiembre de 1630; canonizado el día 15 de julio de 1691 y declarado Patrón de los Enfermos y de sus Asociaciones en 1930. Es también Patrón de la Enfermería y de los Bomberos.
lunes, 7 de marzo de 2011
Mons. François Xavier Nguyên Van Thuân En retiro anual con Juan Pablo II
Tras trece años en la cárcel, amo a Cristo por Sus «defectos»
Desde que en 1698 un antepasado suyo, ministro del rey y embajador en
China, recibió el bautismo, comenzó la persecución. El rey le quitó todas sus
posesiones y le expulsó. Desde entonces su familia sufre la persecución. En
1975, Pablo VI le nombró arzobispo de Ho Chi Minh (la antigua Saigón), pero
el gobierno comunista definió su nombramiento como un complot y tres meses
después le encarceló. Durante trece años estuvo encerrado en las cárceles
vietnamitas. Nueve de ellos, los pasó régimen de aislamiento. Una vez
liberado, fue obligado a abandonar Vietnam a donde no ha podido regresar, ni
siquiera para ver a su anciana madre. Ahora es presidente del Consejo Pontificio
para la Justicia y la Paz de la Santa Sede. A pesar de tantos sufrimientos,
o quizá más bien gracias a ellos, este arzobispo, François Xavier Nguyên
Van Thuân, es un gran testigo de la fe, de la esperanza y del perdón cristiano.
Testigo de esperanza
Desde este domingo, hasta el próximo sábado, monseñor Van Thuân predica
los ejercicios espirituales a Juan Pablo II y a sus colaboradores de la Curia
romana. Y, obviamente, el tema de las meditaciones será el de la esperanza.
«Esperanza en Dios», «Esperanza contra toda esperanza», «Aventura y
alegría de la esperanza», «Renovación y pueblo de la esperanza» son los
títulos de algunas de las meditaciones que ha preparado para el Papa. No es
casualidad que el libro que ha difundido en todo el mundo (traducido en once
idiomas) en el que narraba sus años de cárcel llevase precisamente por título
«El camino de la esperanza». Una esperanza que nunca ha desfallecido en
él, ni siquiera el 16 de agosto de 1975, cuando fue arrestado y transportado
en la noche a 450 kilómetros de Saigón, en la más absoluta de las soledades.
Su única compañía, el rosario. En esos momentos --explica Van Thuân--,
cuando todo parecía perdido, se abandonó en manos de la Providencia. A los
compañeros de prisión no católicos que le preguntaban cómo podía seguir
esperando, les respondía: «He abandonado todo para seguir a Jesús, porque
amo los defectos de Jesús». Los «defectos» de Jesús, de hecho, serán uno
de los argumentos que afrontará el predicador del Papa en estos ejercicios
espirituales. Estos son algunos de ellos.
Jesús no tiene memoria
«En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él
cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo --reconoce monseñor Van
Thuân-- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes
en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo
en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo
sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona
a todo el mundo».
Jesús no sabe matemática ni filosofía
«Jesús no sabe matemáticas --continúa diciendo Van Thuân al hablar de
los «defectos» de Jesús--. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía
cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a
las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».
Tras trece años en la cárcel, amo a Cristo por Sus «defectos»
Desde que en 1698 un antepasado suyo, ministro del rey y embajador en
China, recibió el bautismo, comenzó la persecución. El rey le quitó todas sus
posesiones y le expulsó. Desde entonces su familia sufre la persecución. En
1975, Pablo VI le nombró arzobispo de Ho Chi Minh (la antigua Saigón), pero
el gobierno comunista definió su nombramiento como un complot y tres meses
después le encarceló. Durante trece años estuvo encerrado en las cárceles
vietnamitas. Nueve de ellos, los pasó régimen de aislamiento. Una vez
liberado, fue obligado a abandonar Vietnam a donde no ha podido regresar, ni
siquiera para ver a su anciana madre. Ahora es presidente del Consejo Pontificio
para la Justicia y la Paz de la Santa Sede. A pesar de tantos sufrimientos,
o quizá más bien gracias a ellos, este arzobispo, François Xavier Nguyên
Van Thuân, es un gran testigo de la fe, de la esperanza y del perdón cristiano.
Testigo de esperanza
Desde este domingo, hasta el próximo sábado, monseñor Van Thuân predica
los ejercicios espirituales a Juan Pablo II y a sus colaboradores de la Curia
romana. Y, obviamente, el tema de las meditaciones será el de la esperanza.
«Esperanza en Dios», «Esperanza contra toda esperanza», «Aventura y
alegría de la esperanza», «Renovación y pueblo de la esperanza» son los
títulos de algunas de las meditaciones que ha preparado para el Papa. No es
casualidad que el libro que ha difundido en todo el mundo (traducido en once
idiomas) en el que narraba sus años de cárcel llevase precisamente por título
«El camino de la esperanza». Una esperanza que nunca ha desfallecido en
él, ni siquiera el 16 de agosto de 1975, cuando fue arrestado y transportado
en la noche a 450 kilómetros de Saigón, en la más absoluta de las soledades.
Su única compañía, el rosario. En esos momentos --explica Van Thuân--,
cuando todo parecía perdido, se abandonó en manos de la Providencia. A los
compañeros de prisión no católicos que le preguntaban cómo podía seguir
esperando, les respondía: «He abandonado todo para seguir a Jesús, porque
amo los defectos de Jesús». Los «defectos» de Jesús, de hecho, serán uno
de los argumentos que afrontará el predicador del Papa en estos ejercicios
espirituales. Estos son algunos de ellos.
Jesús no tiene memoria
«En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él
cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo --reconoce monseñor Van
Thuân-- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes
en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo
en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo
sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona
a todo el mundo».
Jesús no sabe matemática ni filosofía
«Jesús no sabe matemáticas --continúa diciendo Van Thuân al hablar de
los «defectos» de Jesús--. Lo demuestra la parábola del Buen Pastor. Tenía
cien ovejas, se pierde una de ellas y sin dudarlo se fue a buscarla dejando a
las 99 en el redil. Para Jesús, uno vale lo mismo que 99 o incluso más».
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