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lunes, 21 de febrero de 2011

tengo sed de Ti – Mensajes de la Reina de la Paz en Medjugorje

tengo sed de Ti – Mensajes de la Reina de la Paz en Medjugorje
Meditación de ayer de Hablar con Dios
Séptimo Domingo
ciclo a

TRATAR BIEN A TODOS

— Debemos vivir la caridad en toda ocasión y circunstancia. Comprensión para quienes están en el error, pero firmeza ante la verdad y el bien.

— Caridad con quienes no nos aprecian, con quienes calumnian y difaman, con quienes se sienten enemigos..., con todos. Oración por ellos.

— La caridad nos lleva a vivir la amistad con un hondo sentido cristiano.

I. Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo... al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos... Son palabras de Jesús en el Evangelio de la Misa1, que nos invitan a vivir la caridad más allá de los criterios de los hombres. Ciertamente, en el trato con los demás no podemos ser ingenuos y hemos de vivir la justicia –también para exigir los propios derechos– y la prudencia, pero no debe parecernos excesiva cualquier renuncia o sacrificio en bien de otros. Así nos asemejamos a Cristo que, con su muerte en la Cruz, nos dio un ejemplo de amor por encima de toda medida humana.

Nada tiene el hombre tan divino –tan de Cristo– como la mansedumbre y la paciencia para hacer el bien2. «Busquemos aquellas virtudes –nos aconseja San Juan Crisóstomo– que, junto con nuestra salvación, aprovechan principalmente al prójimo... En lo terreno, nadie vive para sí mismo; el artesano, el soldado, el labrador, el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo. Con mayor razón en lo espiritual, porque este es el vivir verdadero. El que solo vive para sí y desprecia a los demás es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje»3.

Las múltiples llamadas del Señor –y especialmente su mandamiento nuevo4– para vivir en todo momento la caridad han de estimularnos a seguirle de cerca con hechos concretos, buscando la ocasión de ser útiles, de proporcionar alegrías a quienes están a nuestro lado, sabiendo que nunca adelantaremos lo suficiente en esta virtud. En la mayoría de los casos se concretará solo en pequeños detalles, en algo tan simple como una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto amable... Todo esto es grande a los ojos de Dios, y nos acerca mucho a Él. Al mismo tiempo, consideramos hoy en nuestra oración todos esos aspectos en los que, si no estamos vigilantes, sería fácil faltar a la caridad: juicios precipitados, crítica negativa, falta de consideración con las personas por ir demasiado ocupados en algún asunto propio, olvidos... No es norma del cristiano el ojo por ojo y diente por diente, sino la de hacer continuamente el bien aunque, en ocasiones, no obtengamos aquí en la tierra ningún provecho humano. Siempre se habrá enriquecido nuestro corazón.

La caridad nos lleva a comprender, a disculpar, a convivir con todos, de modo que «quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa deben ser también objeto de nuestro respeto y de nuestro aprecio (...).

«Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa»5. «Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna; al error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto; si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar»6, y esa es la mayor muestra de amor y de caridad.

II. El precepto de la caridad no se extiende solo a quienes nos quieren y nos tratan bien, sino a todos, sin excepción. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian.

También, si alguna vez nos sucede, debemos vivir la caridad con quienes nos hacen mal, con los que nos difaman y quitan la honra, con quienes buscan positivamente perjudicarnos. El Señor nos dio ejemplo en la Cruz7, y el mismo camino del Maestro siguieron sus discípulos8. Él nos enseñó a no tener enemigos personales –como han atestiguado con heroísmo los santos de todas las épocas– y a considerar el pecado como el único mal verdadero. La caridad adquirirá diversas manifestaciones que no están reñidas con la prudencia y la defensa justa, con la proclamación de la verdad ante la difamación, y con la firmeza en defensa del bien y de los legítimos intereses propios o del prójimo, y de los derechos de la Iglesia. Pero el cristiano ha de tener siempre un corazón grande para respetar a todos, incluso a los que se manifiestan como enemigos, «no porque son hermanos –señala San Agustín–, sino para que lo sean; para andar siempre con amor fraterno hacia el que ya es hermano y hacia el que se manifiesta como enemigo, para que venga a ser hermano»9.

Esta manera de actuar, que supone una honda vida de oración, nos distingue claramente de los paganos y de quienes de hecho no quieren vivir como discípulos de Cristo. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen también lo mismo los paganos? La fe cristiana pide no solo un comportamiento humano recto, sino virtudes heroicas, que se ponen de manifiesto en el vivir ordinario.

También, con la ayuda de la gracia, viviremos la caridad con quienes no se comportan como hijos de Dios, con los que le ofenden, porque «ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor, pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios»10. Todos siguen siendo hijos de Dios y capaces de convertirse y alcanzar la gloria eterna. La caridad nos impulsará a la oración, a la ejemplaridad, al apostolado, a la corrección fraterna, confiando en que todo hombre es capaz de rectificar sus errores. Si alguna vez son particularmente dolorosas las ofensas, las injurias, las calumnias, pediremos ayuda a Nuestra Señora, a la que, en muchas ocasiones, hemos contemplado al pie de la Cruz, sintiendo muy de cerca aquellas infamias contra su Hijo: y gran parte de aquellas injurias, no lo olvidemos, eran nuestras. Nos dolerán más por la ofensa a Dios que significan, y por el daño que pueden causar a otras personas, y nos moverán a desagraviar al Señor y a reparar en lo que esté en nuestras manos.

III. El corazón del cristiano ha de ser grande. Evidentemente, su caridad debe ser ordenada y, en consecuencia, ha de comenzar a vivirla con los más próximos, con aquellas personas que, por voluntad de Dios, están a su alrededor; sin embargo, nuestro aprecio y afecto nunca puede ser excluyente o limitarse a ámbitos reducidos. No quiere el Señor un apostolado de tan cortos horizontes.

La unión con Dios que procuramos hacer fructificar con su gracia en nuestra conducta nos debe llevar a tener presente la dimensión entrañablemente humana del apostolado. La actitud del cristiano, su convivencia con todos, debe parecerse a un generoso caudal de cariño sobrenatural y cordialidad humana, procurando superar la tendencia al egoísmo, a quedarse en sus cosas.

En nuestra oración personal pedimos al Señor que nos ensanche el corazón; que nos ayude a ofrecer sinceramente a más personas nuestra amistad; que nos impulse a hacer apostolado con cada uno, aunque no seamos correspondidos, aunque sea necesario a menudo enterrar nuestro propio yo, ceder en el propio punto de vista o en un gusto personal. La amistad leal incluye un esfuerzo positivo –que mantendremos en el trato asiduo con Jesucristo– «por comprender las convicciones de nuestros amigos, aunque no lleguemos a compartirlas, ni a aceptarlas»11 porque no puedan conciliarse con nuestras convicciones de cristianos.

El Señor no deja de perdonar nuestras ofensas siempre que volvemos a Él movidos por su gracia; tiene paciencia infinita con nuestras mezquindades y errores; por eso, nos pide –así nos lo ha enseñado en el Padrenuestro de modo expreso– que tengamos paciencia ante situaciones y circunstancias que dificultan acercarse a Dios a personas, conocidos o amigos, que encontramos a nuestro paso. La falta de formación y la ignorancia de la doctrina, los defectos patentes, incluso una aparente indiferencia, no han de apartarnos de esas personas, sino que han de ser para nosotros llamadas positivas, apremiantes, luces que señalan una mayor necesidad de ayuda espiritual en quienes los padecen: han de ser estímulo para intensificar nuestro interés por ellos, por cada uno. Nunca motivo para alejarnos.

Formulemos un propósito concreto que nos acerque a los parientes, amigos y conocidos que más lo necesitan, y pidamos gracias a la Santísima Virgen para llevarlo a cabo.

1 Mt 5, 38-48. — 2 Cfr. San Gregorio Nacianceno, Oración 17, 9. — 3 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 77, 6. — 4 Cfr. Jn 13, 34-35; 15, 12. — 5 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 28. — 6 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 9. — 7 Cfr. Lc 23, 34. — 8 Cfr. Hech 7, 60. — 9 San Agustín, Comentario a la 1ª Epístola de San Juan, 4, 10, 7. — 10 ídem, Sobre la doctrina cristiana, 1, 27. — 11 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 746.

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

#1024842

#1024842
El sacerdote jesuita José Luis Caravias ofrece una reflexión sobre homosexualidad, sociedad e Iglesia
Infocatolicos Noviembre 11, 2010 Noticias
Homosexuales en búsqueda de Dios

En el Centro de Espiritualidad donde trabajo cada vez me vienen más personas “heridas”. Y entre ellas sobresalen los problemas de pareja y los de identidad sexual.

Que los homosexuales salgan de sus armarios y busquen ayuda espiritual acá es un fenómeno nuevo. Tengo varios casos que, saturados de desprecios, vienen angustiosamente buscando reconciliarse con Dios y consigo mismos.

Cuando encuentran ambiente de confianza, derraman con fruición sus sufrimientos. Cómo les atruenan terribles rayos que les queman toda esperanza. Personas “religiosas” son las que más les clavan el tridente chamuscante de la condena, dejándolos hundidos en viscosos complejos. Los hacen sentirse despreciados por Dios, sin remedio arrojados de la comunión eclesial.

Las marginaciones de la sociedad civil y laboral tampoco se quedan atrás. No son aceptados en cantidad de trabajos, ni en muchos ambientes sociales. Hasta en muchos casos la propia familia los machaca.

Y lo peor de todo es que ni ellos mismos saben lo que tendrían que hacer. A muchos, no les gustaría ser así. Pero lo son. Y algunos por más que realizan esfuerzos por corregirse, no lo consiguen… Me consta.

La luz de Jesús

Se trata de personas humanas despreciadas y marginadas en grado extremo. Y cuando se acercan pidiendo comprensión y ayuda siento derretirse dentro de mí la ternura de Jesús hacia los despreciados y marginados.

Los que se acercan afirman que necesitan de Dios, que quieren reconciliarse en serio con él y experimentar su comprensión y su ayuda. Esa actitud enternecía a Jesús durante su vida mortal. Y siento que de nuevo se enternece en mí. Por eso me esfuerzo en recibirlos con una comprensión parecida a la de Jesús.

La pesada carga de sentirse condenados sin remedio por la sociedad y por Dios se parece a la que sentían muchos enfermos en tiempo de Jesús. La actitud del Nazareno fue claramente de solidaridad extrema a contracorriente. El viene a ayudar a todo sufriente, no importa lo pecador que sea, sobre todo si se acerca a pedirle ayuda, más aun si son torturados en nombre de Dios.

Recordando la comparación de Jesús sobre prostitutas y fariseos, me atrevo a preguntarme si no será verdad también ahora que hay homosexuales más cerca de Dios que algunos clérigos. Dios lo sabe, y me da miedo, pero no puedo dejar de pensar en la atrevida comparación de Jesús.

La condena de San Pablo se refiere a las orgías que realizaba la gente poderosa del imperio romano. Ellos abusaban sexualmente de los esclavos y sus hijos como algo normal, admitido por aquella sociedad corrupta. La homosexualidad no estaba mal vista dentro de la aristocracia, siempre que el señor fuese la parte activa del encuentro, ya que de lo contrario se producía un grandísimo escándalo.

Pablo condena severamente estas prácticas degradantes. Su condena está envuelta en un fuerte contexto social. Y se refiere de forma especial a la pedofilia, muy frecuente entre la gente acomodada. Hay testimonios claros en los historiadores de la época.

San Pablo no habla de la homosexualidad tal como la entendemos hoy. No existía ni la palabra siquiera. Lo que él exige tajantemente es que ningún cristiano siga las prácticas corrientes entonces de abuso sexual a jóvenes y niños, ni las degradantes orgías sexuales de la época.

En Jesús no encontramos condenas explícitas, seguramente porque las prácticas homosexuales no eran comunes en ambientes populares. Pero el silencio ante Herodes cuando su juicio, seguramente fue una condena a sus hipócritas orgías…

No es justo realizar trasplantes culturales de aquella época a la actual, realizando una lectura fundamentalista de la Biblia. Sigue en pie la condena a todo abuso sexual. Pero hoy los problemas de homosexualidad en parte son distintos.

En ningún caso podemos apoyarnos en Jesús para despreciar a nadie. Menos aun en problemas arraigados desde la infancia. Nadie puede ser juzgado por sus tendencias, sino cuando las usa para hacerse daño a sí mismo o a los demás. El ser homosexual no puede ser considerado como pecado. Lo importante para ellos, y para todos, es cómo usamos nuestra sexualidad…

Hasta no hace mucho la homosexualidad era considerada en todos los casos como viciosa y culpable. Pero hoy la medicina moderna nos muestra que hay casos de homosexuales genéticos, o sea, desde el vientre de su madre; y la sicología nos enseña también que si un bebé alrededor de los seis primeros meses de vida no experimentó la cercanía cariñosa de un varón, tiene posibilidades de no desarrollar adecuadamente su identidad sexual. Y en estos dos casos la tendencia es irreversible y, por supuesto, sin culpabilidad por parte de ellos.

La mayoría, en cambio, de los homosexuales desarrollaron sus tendencias a partir de la preadolescencia a causa de diversos tipos de experiencias sexuales negativas. Y estos casos sí son reversibles por medio de un largo proceso de acompañamiento profesional…

Acompañamiento pastoral

Es delicado el acompañamiento espiritual a homosexuales, pues hay muy diversos tipos de ellos. Yo no soy sicólogo profesional, pero estoy muy en contacto con ellos. Y aconsejo que se hagan atender por ellos.

Acá me limito a contar algo de mis experiencias de acompañamiento espiritual, ya que la fe en Dios es un factor importante en muchos de ellos. Hablo sólo de personas que han venido a mí con ansias de reconciliarse consigo mismos y encontrar al Dios escondido en sus vidas. No teorizo ni me refiero a otros muchos casos posibles.

Lo primero que hago es escucharles con atención y respeto. Que se desahoguen con confianza, cosa que les es muy difícil realizar porque están magullados de tantos golpes recibidos. Este bálsamo inicial es imprescindible para poder iniciar un proceso de aceptación y si es posible de curación de sus dolorosas heridas.

No se pueden dar reglas generales. No se les puede tratar a todos por igual. Ni cualquier persona de buena voluntad está capacitada para ayudarles. Aunque todos les pueden escuchar con respeto. Pero es necesario prepararse para ser capaces de diagnosticar cada caso. Y para ello es muy importante la ayuda de especialistas…

Pienso que la mayoría de los que se acercan buscando ayuda espiritual son casos genéticos o cuajados en sus primeros meses de vida. Es cruel e inútil insistirles en que cambien esas sus tendencias que ya están cuajadas.

Una vez que se han desahogado y tomado confianza, lo primero es ayudarles a que acepten su forma de ser y de sentir. Que Dios los respeta y los quiere tal como son. Y que está dispuesto a ayudarles siempre que lo acepten…

Más difícil es la atención a los que han desarrollado tendencias homosexuales a partir de experiencias negativas en su preadolescencia, como las víctimas de los pedófilos, por ejemplo. Tengo poca experiencia en este tema. Pero los seguidores de Jesús estamos obligados a buscar humildemente cómo ayudarles…

Muchas personas preguntan por qué en la actualidad hay tantos homosexuales. Quizás hoy se manifiestan con más libertad. Pero creo que la gestación y primera crianza de niños sin la cercanía cariñosa de un papá favorece la no madurez afectiva-sexual de esas pequeñas víctimas. Se me ponen los pelos de punta cuando en un aula pregunto quiénes no viven en casa con papá y mamá juntos, y muchos de la clase levantan la mano…

El “queremos papá y mamá” no se debe limitar a impedir la posible adopción de bebés por parte de parejas homosexuales. Mucho más abundantes y dolorosos son los gritos de los hijos de padres abusivos o separados…

Una sana educación de la sexualidad se apoya en el cariño complementario de papá y mamá, biológicos o al menos afectivos. En el caso de madres solteras o separadas el rol del padre lo realizan a veces muy bien los abuelos o algunos otros familiares.

Las autoridades religiosas del tiempo de Jesús lo persiguieron a muerte por haber ofrecido la misericordia de Dios a los ilegales: prostitutas, lisiados, “endemoniados”, leprosos…

Jesús, en cuanto excluido y condenado, tenía la capacidad de comprender y ayudar a los otros excluidos. ¿Qué nos pide hoy el Espíritu de Jesús frente a estos excluidos de nuestra sociedad? Esta pregunta muerde duro nuestras conciencias… No podemos juzgar a ninguno; menos, condenarlo.

Pienso que hoy Jesús nos repite con frecuencia a la gente religiosa que el que esté sin pecado que tire la primera piedra… Pero pide aun más: Al “doctor de la Ley” le dice ante el ejemplo del samaritano solidario: “Ve y haz tú lo mismo…” Hay que hacerse prójimo del malherido, acercarse a él, dedicarle tiempo y plata… En nuestro caso, con mucha humildad, pues las Iglesias hemos pasado de largo y condenado a muchos malheridos tirados por los caminos… Tenemos mucho de que pedir perdón, y mucho aun que aprender.

(Publicado en la Revista Acción, Octubre 2010)
…………………………………………………………………………………………………………………………………………
Sobre el autor:

José Luis Caravias, sacerdote jesuita, fue parte de la experiencia de las Ligas Agrarias Cristianas, movimiento en el cual estaban organizados campesinos y campesinas para hacer frente a los embates de la pobreza y de la dictadura estronista.

Actualmente dicta charlas relacionadas al matrimonio, noviazgo entre otros, en el Centro de Espiritualidad “Santos Mártires” en Limpio.

También conduce un programa en Radio Fe y Alegría.
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domingo, 20 de febrero de 2011

4.AMOR.

Sólo la fuerza del amor es capaz de tranformar el mundo. Esta es una verdad en la que los cristianos creemos firmemente; pero, por alguna extraña razón, nos cuesta ponerla en práctica.

El día que seamos capaces de convertirnos sinceramente al Dios amor, daremos testimonio ante todos los hombres de que ni las armas de los militares, ni la violencia de los fuertes, ni el comadreo de los políticos, ni el dinero de los opulentos, van a dar respuesta a sus interrogantes e inquietudes.

Es cierto que del amor hablamos todos: todos estamos de acuerdo en señalar su conveniencia y su necesidad; todos lo alabamos, lo imploramos, lo pedimos y, al menos de boca, lo ofrecemos. Pero lo que nuestro mundo necesita es que lo practiquemos, que lo vivamos.

Dios es amor y nos llama al amor; si queremos ser discípulos suyos no tenemos otra alternativa: amar a Dios y amar al prójimo.

DABAR 1987/16

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El amor cristiano es desbordante y no puede medirse por el rasero de la estricta justicia. En este texto Jesús no pretende dar normas concretas, sino poner ejemplos concretos para que se entienda esta gran verdad universal: el amor cristiano, si es verdadero, será siempre sorprendente y difícilmente encasillable.

La sabiduría del Evangelio hace descubrir al cristiano que hasta quien le persigue es hermano suyo. Dios acepta nuestra Eucaristía si es signo de nuestro amor a todos. Solamente así seremos la comunidad de los hijos de Dios, que no se venga, y perdona porque es santo.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,38-48.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

-Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo:

-Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo:

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

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Homilías - Predicación - Orden de Predicadores

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