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domingo, 20 de febrero de 2011

4.AMOR.

Sólo la fuerza del amor es capaz de tranformar el mundo. Esta es una verdad en la que los cristianos creemos firmemente; pero, por alguna extraña razón, nos cuesta ponerla en práctica.

El día que seamos capaces de convertirnos sinceramente al Dios amor, daremos testimonio ante todos los hombres de que ni las armas de los militares, ni la violencia de los fuertes, ni el comadreo de los políticos, ni el dinero de los opulentos, van a dar respuesta a sus interrogantes e inquietudes.

Es cierto que del amor hablamos todos: todos estamos de acuerdo en señalar su conveniencia y su necesidad; todos lo alabamos, lo imploramos, lo pedimos y, al menos de boca, lo ofrecemos. Pero lo que nuestro mundo necesita es que lo practiquemos, que lo vivamos.

Dios es amor y nos llama al amor; si queremos ser discípulos suyos no tenemos otra alternativa: amar a Dios y amar al prójimo.

DABAR 1987/16

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El amor cristiano es desbordante y no puede medirse por el rasero de la estricta justicia. En este texto Jesús no pretende dar normas concretas, sino poner ejemplos concretos para que se entienda esta gran verdad universal: el amor cristiano, si es verdadero, será siempre sorprendente y difícilmente encasillable.

La sabiduría del Evangelio hace descubrir al cristiano que hasta quien le persigue es hermano suyo. Dios acepta nuestra Eucaristía si es signo de nuestro amor a todos. Solamente así seremos la comunidad de los hijos de Dios, que no se venga, y perdona porque es santo.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,38-48.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

-Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo:

-Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo:

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

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Homilías - Predicación - Orden de Predicadores

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Hablar con Dios (hablarcondios) on Twitter

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Meditación diaria de Hablar con Dios, Francisco Fernández Carvajal

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domingo, 13 de febrero de 2011

"No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darle plenitud"

Vivimos un momento histórico de vacío de valores. El sociólogo francés Giles Lipovestky le llama la “era del vacío”. Pero no solo es vacío lo que existe sino también “desorden establecido a nivel planetario”, solidario con la injusticia y la muerte, que ha dejado en la cuneta de la vida a millones de personas y amenaza con dejar aún más víctimas.

Pero tanto los seguidores de Jesús, como toda persona creyente o no creyente que vive en este mundo, tiene una referencia de valores en las palabras y obras de Jesús de Nazaret para llenar ese vacío y tratar de poner fin a ese desorden. Los cristianos tenemos que tener coraje para presentar en nuestra sociedad los valores de Jesús en toda su riqueza. Y con otros colectivos creyentes o no creyentes ir poniendo los cimientos y los pilares de un mundo nuevo.

La lectura continuada en estos primeros domingos del año del Evangelio de San Mateo (Caps. 5,6 y 7: el “sermón de la montaña”) es una ocasión de oro para que la comunidad pueda profundizar en los valores de Jesús, vivirlos personal y comunitariamente y compartirlos en su entorno para ayudar a construir lo que el Obispo Casaldáliga ha definido como la “altermundialidad”, esa nueva sociedad u otro mundo posible donde resplandezcan la libertad, la igualdad, la apertura al otro, el amor solidario y la austeridad solidaria. Esa nueva sociedad en la que se realicen plenamente los Derechos Humanos.

Fr. Manuel Sordo O.P.
Casa del Stmo. Cristo de la Victoria (Vigo)

Homilías - Predicación - Orden de Predicadores

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TV Lourdes - Le direct avec la vie de Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

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Sexto Domingo
ciclo A

FIRMES EN LA FE

— El depósito de la fe. Un tesoro que recibe cada generación de manos de la Iglesia, quien lo guarda fielmente con la asistencia del Espíritu Santo y lo expone con autoridad.

— Evitar todo lo que atenta a la virtud de la fe.

— Prudencia en las lecturas.

I. Nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa1 que Él no viene a destruir la Antigua Ley, sino a darle su plenitud; restaura, perfecciona y eleva a un orden más alto los preceptos del Antiguo Testamento. La doctrina de Jesús tiene un valor perenne para los hombres de todos los tiempos y es «fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta»2. Es un tesoro que cada generación recibe de manos de la Iglesia, quien lo guarda fielmente con la asistencia del Espíritu Santo y lo expone con autoridad. «Al adherirnos a la fe que la Iglesia nos propone, nos ponemos en comunicación directa con los Apóstoles (...); y mediante ellos, con Jesucristo, nuestro primer y único Maestro; acudimos a su escuela, anulamos la distancia de los siglos que nos separan de ellos»3. Gracias a este Magisterio vivo, podemos decir –en cierto modo– que el mundo entero ha recibido su doctrina y se ha convertido en Galilea: toda la tierra es Jericó y Cafarnaún, la humanidad está a la orilla del lago de Genesaret4.

La guarda fiel de las verdades de la fe es requisito para la salvación de los hombres. ¿Qué otra verdad puede salvar si no es la verdad de Cristo? ¿Qué «nueva verdad» puede tener interés –aunque fuera la del más sabio de los hombres– si se aleja de la enseñanza del Maestro? ¿Quién se atreverá a interpretar a su gusto, cambiar o acomodar la Palabra divina? Por eso, el Señor nos advierte hoy: el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el reino de los Cielos.

San Pablo exhortaba de esta manera a Timoteo: Guarda el depósito a ti confiado, evitando las vanidades impías y las contradicciones de la falsa ciencia que algunos profesan, extraviándose de la fe5. Con esta expresión –depósito– la Iglesia sigue designando al conjunto de verdades que recibió del mismo Cristo y que ha de conservar hasta el final de los tiempos.

La verdad de la fe «no cambia con el tiempo, no se desgasta a través de la historia; podrá admitir, y aun exigir, una vitalidad pedagógica y pastoral propia del lenguaje, y describir así una línea de desarrollo, con tal que, según la conocidísima sentencia tradicional de San Vicente de Lérins (...): quod ubique, quod semper, quod ab omnibus: “lo que en todas partes, lo que siempre, lo que por todos” se ha creído, eso debe mantenerse como formando parte del depósito de la fe (...). Esta fijeza dogmática defiende el patrimonio auténtico de la religión católica. El Credo no cambia, no envejece, no se deshace»6. Es la columna firme en la que no podemos ceder, ni siquiera en lo pequeño, aunque por temperamento estemos inclinados a transigir: «Te molesta herir, crear divisiones, demostrar intolerancias..., y vas transigiendo en posturas y puntos –¡no son graves, me aseguras!–, que traen consecuencias nefastas para tantos.

»Perdona mi sinceridad: con ese modo de actuar, caes en la intolerancia –que tanto te molesta– más necia y perjudicial: la de impedir que la verdad sea proclamada»7. Y anunciar la verdad es frecuentemente el mayor bien que podemos hacer a quienes nos rodean.

II. El cristiano, liberado de toda tiranía del pecado, se siente impulsado por la Nueva Ley de Cristo a comportarse ante su Padre Dios como un hijo suyo. Las normas morales no son entonces meras señales indicadoras de los límites de lo permitido o prohibido, sino manifestaciones del camino que conduce a Dios; manifestaciones de amor.

Debemos conocer bien este conjunto de verdades y de preceptos que constituyen el depósito de la fe, pues es el tesoro que el Señor, a través de la Iglesia, nos entrega para que podamos alcanzar la salvación. Esta riqueza de verdades se protege especialmente con la piedad (oración y sacramentos), con una seria formación doctrinal, adecuada a las personas, y también ejercitando la prudencia en las lecturas.

Todo el mundo considera razonable, por ejemplo, en una cátedra de física o de biología, que se recomienden determinados textos, se desaconseje el estudio de otros y se declare inútil y aun perjudicial la lectura de una publicación concreta para quien de verdad está interesado en adquirir una seria formación científica. En cambio, no faltan quienes se asombran de que la Iglesia reafirme su doctrina sobre la necesidad de evitar aquellas lecturas que sean dañinas para la fe o la moral, y ejerza su derecho y su deber de examinar, juzgar y, en casos extremos, reprobar los libros contrarios a la verdad religiosa8. La raíz de ese asombro infundado podría encontrarse en una cierta deformación del sentido de la verdad, que admitiría un magisterio solo en el campo científico, mientras que considera que en el ámbito de las verdades religiosas solo cabe dar opiniones más o menos fundadas.

Al avivar en nuestra oración la fidelidad al depósito de la revelación, recordamos al mismo tiempo que incluso la ley natural, que el Señor ha escrito en nuestros corazones, nos impulsa desde dentro a valorar los dones del Cielo y, en consecuencia, «obliga a evitar en lo posible todo lo que atenta contra la virtud de la fe»9, como nos pide, por ejemplo, que conservemos la vida física; por ello, «poner voluntariamente en peligro la fe con lecturas perniciosas sin un motivo que lo justifique, sería un pecado aunque en la actualidad no se incurra en pena eclesiástica alguna»10.

Tras una larga experiencia en convivir y estudiar autores paganos o desconocedores de la fe, recomendaba San Basilio: «Debéis, pues, seguir al detalle el ejemplo de las abejas. Porque estas no se paran en cualquier flor ni se esfuerzan por llevarse todo de las flores en las que posan su vuelo, sino que una vez que han tomado lo conveniente para su intento, lo demás lo dejan en paz.

»También nosotros, si somos prudentes, extrayendo de estos autores lo que nos convenga y más se parezca a la verdad, dejaremos lo restante. Y de la misma manera que al coger la flor del rosal esquivamos las espinas, así al pretender sacar el mayor fruto posible de tales escritos, tendremos cuidado con lo que pueda perjudicar los intereses del alma»11.

La prudencia en las lecturas es manifestación de fidelidad a las enseñanzas de Jesucristo; la fe es nuestro mayor tesoro, y por nada del mundo nos podemos exponer a perderlo o a deteriorarlo. Nada vale la pena en comparación de la fe. Debemos velar por nosotros mismos y por todos, pero de modo particular por aquellos que de alguna manera el Señor nos ha encomendado: hijos, alumnos, hermanos, amigos...

III. Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor; dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón12, dice el Salmo responsorial, avivando nuestra disposición de seguir fielmente a Jesucristo.

Entre las ocasiones particularmente delicadas que pueden poner en peligro la integridad de la fe, la Iglesia ha señalado siempre la lectura de libros que atentan directa o indirectamente contra las verdades religiosas y contra las buenas costumbres, pues la historia atestigua con evidencia que, aun con todas las condiciones de piedad y de doctrina, no es raro que el cristiano se deje seducir por la parte o apariencia de verdad que hay siempre en todos los errores13.

Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes (...). Enséñame a cumplir tu voluntad, le decimos nosotros a Jesús con palabras del Salmo responsorial14. Y Él, a través de una conciencia formada, nos moverá a ser humildes, a realizar una prudente selección y a buscar un asesoramiento con garantías si hemos de estudiar cuestiones científicas, humanísticas, literarias, etc., en las que pueda inficcionarse nuestro pensamiento. Permaneciendo junto a Cristo, valorando mucho la fe, andaremos sin falsos complejos, con naturalidad, sin el afán superficial de «estar al día», como se han comportado siempre muchos intelectuales cristianos: catedráticos, profesores, investigadores, etc. Si somos humildes y prudentes, si tenemos «sentido común», no seremos «como los que toman el veneno mezclado con miel»15.

Fieles a la enseñanza del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, necesitamos una formación que nos permita apreciar cuanto de válido puede encontrarse en las diversas manifestaciones de la cultura –pues el cristiano debe estar siempre abierto a todo lo que es verdaderamente positivo–, a la vez que detectamos lo que sea contrario a una visión cristiana de la vida. Pidamos a la Santísima Virgen, Asiento de la Sabiduría, ese discernimiento en el estudio, en las lecturas y en todo el ámbito de las ideas y de la cultura. Pidámosle también que nos enseñe a valorar y a amar siempre más el tesoro de nuestra fe.

1 Mc 5, 17-37, — 2 Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, 7. — 3 Pablo VI, Alocución 1-III-1967. — 4 Cfr. P. Rodríguez, Fe y vida de fe, p. 113. — 5 1 Tim 6, 20-21. — 6 Pablo VI, Audiencia general 29-IX-1976. — 7 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 600. — 8 Cfr. Código de Derecho Canónico, cánones 822-832. — 9 J. Mausbach y G. Ermecke, Teología Moral Católica, EUNSA, Pamplona 1974, vol. II, p. 108. — 10 Cfr. ibídem. — 11 San Basilio, Cómo leer la literatura pagana, p. 43. — 12 Sal 118, 1-2. — 13 Cfr. Pío XI, Const. Apost. Deus scientiarum Dominus, 24-V-1931: AAS 23 (1931), pp. 245-246. — 14 Sal 118, 34. — 15 San Basilio, loc. cit.
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