viernes, 20 de agosto de 2010
jueves, 19 de agosto de 2010
El convidado que no tenía el vestido nupcial ciertamente escuchó la invitación, fue a las bodas con alegría, pero no tuvo en cuenta lo que exigía esta llamada. Al Señor no le podemos recibir de cualquier manera: distraídos, sin atención, sin saber bien lo que hacemos. Toda buena Comunión supone en primer lugar recibir al Señor en gracia. Nuestra Madre la Iglesia nos enseña y nos advierte que «nadie debe acercarse a la Sagrada Eucaristía con conciencia de pecado mortal, por muy contrito que le parezca estar, sin preceder la Confesión sacramental»8.
Tan alto don requiere además que nos preparemos lo mejor que podamos en el alma y en el cuerpo: la Confesión frecuente, aunque no existan faltas graves; fomentar los deseos de purificación; aumentar los actos de fe, de amor y humildad en el momento de recibir al Señor, etc.
«Amor con amor se paga... Amor, en primer lugar, al propio Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor»9. Comulgar con frecuencia nunca debe significar comulgar con tibieza. Y cae en la tibieza, el que no se prepara, quien no pone lo que está de su mano para evitar que el Señor lo encuentre distraído cuando venga a su corazón. Significaría una gran falta de delicadeza acercarse a la Comunión con la imaginación puesta en otras cosas. Tibieza es falta de amor, no ir con las debidas disposiciones a comulgar. Sabemos que nunca estaremos lo suficientemente dispuestos para recibir como se merece a Aquel que viene a nuestra alma, pues nuestra pobre morada no da para más; pero sí espera el Señor esos detalles que están a nuestro alcance. «Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún alto puesto, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos a nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma»10.
Tan alto don requiere además que nos preparemos lo mejor que podamos en el alma y en el cuerpo: la Confesión frecuente, aunque no existan faltas graves; fomentar los deseos de purificación; aumentar los actos de fe, de amor y humildad en el momento de recibir al Señor, etc.
«Amor con amor se paga... Amor, en primer lugar, al propio Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor»9. Comulgar con frecuencia nunca debe significar comulgar con tibieza. Y cae en la tibieza, el que no se prepara, quien no pone lo que está de su mano para evitar que el Señor lo encuentre distraído cuando venga a su corazón. Significaría una gran falta de delicadeza acercarse a la Comunión con la imaginación puesta en otras cosas. Tibieza es falta de amor, no ir con las debidas disposiciones a comulgar. Sabemos que nunca estaremos lo suficientemente dispuestos para recibir como se merece a Aquel que viene a nuestra alma, pues nuestra pobre morada no da para más; pero sí espera el Señor esos detalles que están a nuestro alcance. «Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún alto puesto, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos a nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma»10.
•“A todos los que encontréis…invitadlos a la boda”
En los designios de Dios, la llamada es universal, pero Dios, como buen Padre, va paso a paso, primero llamó al pueblo de Israel, el cual, terminó rechazando la llamada, la invitación al banquete, desoyó la voz de Dios, mató a sus mensajeros los profetas, por eso, el rey de la parábola, envía a sus criados que inviten a todos los que encuentren por el camino, todos somos invitados al Banquete del Reino, a participar de la vida divina. ésta llamada exige una respuesta, el vestido de fiesta, la convocación es gratuita, el vestido también, es el vestido de la gracia, necesario para tomar parte en el banquete, por eso el que va al banquete y no se abre al amor de Dios no es digno de entrar.
Dios nos invita, todos los días, a la mesa eucarística, pero exige el vestido de boda, la gracia, el amor a Dios y a los hermanos, que él mismo nos da, alimentémonos de su Cuerpo y de su Sangre.nos revestidos de la Caridad cristiana
Hna. Maria Pilar Garrúes El Cid
Misionera Dominica del Rosario
En los designios de Dios, la llamada es universal, pero Dios, como buen Padre, va paso a paso, primero llamó al pueblo de Israel, el cual, terminó rechazando la llamada, la invitación al banquete, desoyó la voz de Dios, mató a sus mensajeros los profetas, por eso, el rey de la parábola, envía a sus criados que inviten a todos los que encuentren por el camino, todos somos invitados al Banquete del Reino, a participar de la vida divina. ésta llamada exige una respuesta, el vestido de fiesta, la convocación es gratuita, el vestido también, es el vestido de la gracia, necesario para tomar parte en el banquete, por eso el que va al banquete y no se abre al amor de Dios no es digno de entrar.
Dios nos invita, todos los días, a la mesa eucarística, pero exige el vestido de boda, la gracia, el amor a Dios y a los hermanos, que él mismo nos da, alimentémonos de su Cuerpo y de su Sangre.nos revestidos de la Caridad cristiana
Hna. Maria Pilar Garrúes El Cid
Misionera Dominica del Rosario
miércoles, 18 de agosto de 2010
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