La Palabra consuela e interpela
Muchas veces nos hemos encontrado
aturdidos por tanto ruido y por tantas palabras que salen a borbotones de
nuestra boca y parece que uno no se realiza si no habla. Tan importante como
hablar es saber escuchar. Las tertulias de los medios de comunicación son la
viva expresión de lo poco que se escucha y lo mucho que se pisa, a toda costa,
al adversario. Pero lo peor de todo es cuando quien habla se cree tan poseedor
de la verdad que no tiene ni idea de lo que está diciendo. El dicho popular de
«cuando no tengas ideas comienza a inventar palabras», es muy significativo. La
falta de respeto y al mismo tiempo la gran ignorancia filosófica y de modo
especial la lógica que va acompañada del sentido común parece que se nos han ido
de vacaciones.
Con motivo de la Cuaresma y la Pascua
cinco obispos escribíamos una carta pastoral y en ella decíamos que hoy ser
testigos del evangelio es algo muy serio. El testigo no es un simple vendedor de
ideas. Ni siquiera sin más un hombre convencido de lo que afirma, pero no
implicado en ello. Un testigo es aquel que ha vivido un acontecimiento
absolutamente central en su existencia. Este acontecimiento le ha marcado, ha
cambiado el curso de su existencia, hasta el punto de que no puede en adelante
sino transmitirlo con su palabra y con su vida. La Palabra y el Espíritu crean
testigos así. Pascal decía: «Creo en testigos que se dejan degollar».
Esta vocación común de todo creyente,
reconocida, acogida y vivida, es capital para el presente y el futuro de nuestra
Iglesia. En unos tiempos en los que incluso muchos cristianos han perdido todo
contacto habitual con la Palabra de Dios y nos encontramos con generaciones a
quienes la Palabra y la fe les parece algo extraño o incluso algo mitológico, no
podemos olvidar, sin embargo, que son muchos los creyentes que sinceramente
siembran en todos los ambientes y tratan de llevar con su testimonio la
fragancia de la Palabra incluso a aquellos que no quieren escucharla. No deben
olvidar estos cristianos que, por su condición bautismal, son enviados por
Jesucristo y por la Iglesia a impregnar todos los ambientes aún los más hostiles
y contrarios.
Reconocemos la dificultad de
manifestar la fe en determinados ámbitos. Pero la Palabra de Dios tiene una
fuerza especial que consuela e interpela al mismo tiempo. En todo ser humano hay
un ansia de infinito, es más, desea inconscientemente ser pertenencia de Dios.
El mensaje bíblico puede abrir puertas y romper barreras. «Sólo aquel cristiano
que tenga bien centrado el evangelio en su corazón, un evangelio que se ha
convertido en contemplación y en oración, logrará mantenerlo en su boca como un
tesoro del que hablar y lo tendrá en sus manos como algo ineludible que tiene
que entregar» (P. Chávez, salesiano). La Palabra que se escucha bien por dentro
se anuncia mejor por fuera.
Catequistas y profesores de Religión
Al finalizar el curso no puedo por
menos que agradecer a los catequistas y profesores de religión su labor
educativa y su trabajo durante este año. Comprendo que muchas veces os habrá
venido el deseo de “tirar la toalla” pues la labor formativa y catequística no
es fácil. No obstante ahí seguís y con el servicio bien cumplido. Sabéis muy
bien que hoy enseñar religión y formar en la experiencia de la fe supone además
de mucho esfuerzo una gran dosis de testimonio de la fe. Por ello os doy las
gracias en nombre de toda la comunidad cristiana: de la Iglesia que camina en
Navarra. Recuerdo lo que decía un venerable jesuita, el P. Morales: “La vida
cristiana alumbrada en el bautismo muere sin la oración, como el árbol al que se
le corta la raíz. No florece pujante si no va acompañada siempre de la
mortificación amorosa, pues regalo y oración no se compadecen y es disparate
creer que Dios admite a su amistad estrecha a gente regalada y sin trabajos”. Y
él mismo decía muchas veces que la fidelidad al bautismo es imposible sin la
oración continua que incendie y avive el fuego del amor a Jesucristo.
Este es el secreto del auténtico
catequista, profesor, sacerdote, religioso…. Si no encontramos en la vida
interior el fundamento sólido para la acción apostólica y evangelizadora nos
podemos convertir en unos grandes organizadores de diversión. La creatividad,
como testigos de la fe en Jesucristo, supone una experiencia de íntima amistad y
comunión con Cristo y con la Iglesia. Recuerdo los diálogos que tuve con el
Cardenal Van Thuan, un hombre con una gran experiencia de fe, una fe madurada
por haber padecido durante trece años el horrible castigo de la cárcel. Élme
decía que hay una imagen que describe a la Iglesia como si fuera la luna: de
noche brilla, no con la luz propia, sino con la luz reflejada: la del sol, que
es Cristo. La oración, especialmente en su cima y en su fuente, que es la
Eucaristía, pero también en su preparación y dilatación, que es la oración
personal, es el lugar en el que nos dejamos inundar por la luz del sol, Cristo,
para ser capaces de vivir la comunión con la Iglesia y de anunciar el Evangelio
a todos.
Lo más importante en la experiencia
del catequista y del profesor de religión es el testimonio de la fe, que siempre
va anunciada con el gozo de la esperanza. Pero al mismo tiempo, como la luz
ilumina el camino en medio de la oscuridad, así las orientaciones del Catecismo
y de la enseñanza de la Iglesia han de ser la guía que nos va mostrando la ruta
a seguir en el encuentro con el Maestro que es Camino, Verdad y Vida. Por eso
invito a todos los agentes de pastoral a fin de que sigamos anunciando con
ilusión y alegría a Cristo y a la voz de Cristo que es la Iglesia. La sociedad
está hambrienta de la verdad y demanda heraldos del Evangelio, la única luz que
brilla en medio de las tinieblas culturales y sociales.
El Amor no es amado
Cuando uno se consagra al Corazón de
Cristo, se une a Él por el amor, y entonces goza con lo que Él goza, y también
sufre con lo que Él sufre. El amor, pues, lleva necesariamente a la reparación,
lleva a compensar las ofensas al Amor. Refiere Santa Margarita María que cuando
Jesús le mostró su Corazón rodeado de una corona de espinas significando las
punzadas producidas por nuestros pecados y una cruz en su parte superior, me
explicó las maravillas de su puro amor, y hasta qué exceso había llegado su amor
para con los hombres, de quienes no recibía sino ingratitudes.
Para poder reparar es necesario estar
unido por el amor. Por eso Juan Pablo II decía en Paray-le-Monial, lugar de las
revelaciones a Santa Margarita: “La Reparación es que los pecadores vuelvan al
Señor tocados por su amor y vivan en adelante con más amor en compensación por
su pecado”. Desde ese momento se participa también en su dolor, por eso un santo
Domingo de Guzmán y un san Francisco de Asís lloraban noches enteras repitiendo:
"¡El amor no es amado!".
El espíritu de reparación y los actos
de reparación son desde luego muy diversos en la vida del fiel cristiano. En
primer lugar conlleva el evitar todo lo que desagrada al Corazón de Jesús.
Consiste en desear sinceramente no ofenderle jamás, y para ello es necesaria la
gracia del sacramento de la Penitencia. También consiste en unir nuestros
sufrimientos a los del Corazón de Jesús, para acompañarle y consolarle aceptando
las penas con paciencia y con amor. Es lo que explica el Papa Benedicto XVI
cuando dice en: “Poder ofrecer las pequeñas dificultades cotidianas, que nos
aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un
sentido…incluir sus pequeñas dificultades en el gran compadecer de Cristo, que
así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita
el género humano” ( Encíclica, Spe Salvi, 40).
Refiere al respecto la Madre Teresa de
Calcuta casos preciosos: “Un muchacho pobre, en Kalighat, que sufría
horriblemente, en los últimos momentos de su vida dijo que le daba pena morir
porque acababa de aprender a sufrir por amor a Dios… Cuando veo sufrir a mi
gente me siento impotente y me resulta difícil decirles que Dios los ama, pero
siempre vinculo esto con el símbolo de la presencia de Jesús en la cruz que los
ha besado. Recuerdo haber dicho esto a una mujer que, rodeada por sus hijos aún
pequeños, se moría de cáncer. Yo no sabía si sufría más por tener que dejar a
sus hijos o por la agonía de su cuerpo, y le dije: Jesús en la cruz se le ha
acercado tanto que comparte su pasión con usted y la quiere besar. Al oír esto
juntó las manos y dijo: Madre, dígale a Jesús que no deje de besarme. Había
entendido esto muy bien”.
Y también es reparación ofrecer con
tal espíritu penitencias, limosnas, oraciones, y sobre todo la Santa Misa y la
Comunión; y también lo es el trabajar por disminuir las ofensas inferidas a este
Corazón, dándolo a conocer, trayéndole nuevos amigos. Consuelo para el Señor ha
de ser que esta reparación la realice el mundo entero. Como decía Juan Pablo II:
“Junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el sentido
verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida
auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a
unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y ésta es la
verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas
acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada
civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo”. Se entiende así pues
que, de manera muy especial, el consagrarse con sinceridad al Corazón de Cristo
es verdaderamente expresión de reparación.
La oración eleva el corazón a Dios y une a la
humanidad
El próximo día 7 de junio, fiesta de
la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada "Pro Orantibus". Una Jornada que
quiere poner en el primer plano de la conciencia de todos los fieles la
presencia y la misión de los religiosos y religiosas de vida contemplativa en la
Iglesia. Su vocación y su misión merecen el aprecio y el apoyo de todos los que
pertenecemos a la Iglesia. Ellos, desde su forma de vida orante, escondida y
silenciosa, se sitúan, de la manera más eficaz, en la fuente misma de la
actividad evangelizadora de toda la Iglesia.
El Concilio Vaticano II afirma con
claridad: "Los institutos que se ordenan a la contemplación, de suerte que sus
miembros viven entregados solo a Dios en soledad y silencio, en asidua y
generosa penitencia, mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo Mistico
de Cristo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función (Ro
12,4), por mucho que urja la necesidad del apostolado activo" (P.C.
7)
La jornada de este año tiene por lema
una frase del apóstol S. Pablo: "El Espíritu de Cristo clama en nosotros: ¡Abba,
Padre!" (Gal 4,6). Dios ha hablado desde el principio de muchas maneras; y en la
plenitud de los tiempos nos ha hablado por su Hijo, Palabra hecha carne (cf. Hb
1, 1-2). Por eso, el corazón humano siente nostalgia y sed de Dios, y el corazón
cristiano, bautizado en la Palabra y el espíritu, se siente hijo de Dios y, unas
veces en la noche de la fe y otras en la ternura del amor, pero siempre
en
la esperanza y unidos a Jesucristo,
ora con confianza y se atreve a decir: " i Abba!, ¡Padre!".
Por eso, nuestros hermanos y hermanas
contemplativos, con el testimonio de su vida nos reflejan, como en un espejo,
nuestra propia identidad y nuestra misión en la vida; ellos son los guías
expertos y adelantados de la vocación cristiana de cada uno de nosotros, e
incluso, de la vocación y del destino último de todo ser humano: hijo de Dios y
pertenencia suya. A ellos les debemos este gran servicio vocacional y
evangelizador.
La "Jornada Pro Orantibus" es la gran
oportunidad para que todo el pueblo cristiano crezca en sensibilidad y aprecio
por las comunidades contemplativas. Lo más importante: orar por aquellos que
tanto oran por nosotros.
Una manera de esta solidaridad
espiritual de las comunidades contemplativas con los gozos y preocupaciones de
la vida de nuestra diócesis es, sin duda, el hecho de que la mayoría de las
comunidades contemplativas de nuestra diócesis se han unido a la adoración
permanente de la Eucaristía que tiene lugar en la capilla de San Ignacio de
Pamplona, y en sus respectivos monasterios han fijado un tiempo especial de
oración ante el Santísimo Sacramento con esta intención explícita de estar
unidas a esta iniciativa de adoración permanente del Señor.
Los contemplativos de nuestra diócesis
están con nosotros y nosotros, sacerdotes y fieles, queremos estar con ellos
siempre y especialmente en esta Jornada.
Las Renovemos nuestra devoción al Corazón de Cristo
Ante la proximidad del mes de junio,
que está tradicionalmente dedicado al Corazón de Cristo, y como preparación al
acto de Consagración que el próximo 21 de junio haremos los Obispos españoles,
quiero ofreceros algunas reflexiones y comienzo haciendo mías las palabras que
el año pasado nos dirigía a todos el Papa Benedicto XVI:
«Os invito a cada uno de vosotros a
renovar en el mes de junio su propia devoción al Corazón de Cristo… símbolo de
la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos
y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la "buena
noticia" del amor, resumiendo en sí el misterio de la encarnación y de la
Redención… Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la
condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar
y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el
Corazón humano de Jesús, el Nazareno».
Jesucristo, el Hijo de Dios, quiso
hacerse hombre y amar con corazón de hombre, en ese Corazón de Cristo está
resumido el Misterio del Amor de Dios, del que el hombre de hoy está tan
necesitado. Jesús hoy como hace dos mil años nos dice: «Venid a mí todos los
fatigados y agobiados, y yo os aliviaré… aprended de mi que soy manso y humilde
de corazón, y encontraréis vuestro descanso para vuestras almas: porque mi yugo
es suave y mi carga ligera». (Mt 11, 25 30). Él ha querido usar la imagen del
corazón para expresar lo mucho que nos quiere. Todavía hoy este es el símbolo
que se utiliza para expresar el amor, se sigue encontrando en árboles de nuestra
Navarra: grabados a navaja un corazón atravesado por una flecha y con dos
nombres. Jesucristo ha querido usar este mismo signo. Un corazón no grabado,
sino de carne; en un árbol, el de la Cruz y traspasado, no por una flecha sino
por una lanza. Y con un nombre, el tuyo, pues todos podemos decir con san Pablo:
«Me amó y se entregó por mi» (Gal 2,20). Con esto el Señor nos dice que nos
quiere y nos ama.
En los umbrales de los tiempos
modernos, a finales del S. XVII, cuando el amor al Señor se enfría o se hace
tibio, el Señor se aparece a Santa Margarita María de Alacoque, le muestra su
Corazón y le dice: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que
nada se ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor».
Éste es el deseo del Señor, que nos percatemos de lo que nos quiere; y muchas
veces no sucede así. En este sentido, Beata Madre Teresa de Calcuta decía en su
testamento espiritual:
«Jesús quiere que os diga aún
cuánto amor siente por cada uno de vosotros, más allá de todo lo que os podáis
imaginar. Me inquieta el que algunos de vosotros no hayáis aún encontrado a
Jesús cara a cara: vosotros y Jesús a solas. Ciertamente podemos pasar un tiempo
en la capilla, ¿pero percibirlo en vosotros –con los ojos del alma- con qué amor
él os mira? ¿En vosotros conocer verdaderamente al Jesús vivo, no desde los
libros, sino por haberle dado hospedaje en vuestro corazón? ¿Habéis entendido
sus palabras de amor? Pedid la gracia: él tiene el deseo ardiente de
ofrecérosla. ... Cómo podremos pasar nosotros un solo día sin escuchar decir a
Jesús “yo te amo”… ¡Es imposible! Nuestra alma necesita esto, igual que nuestro
cuerpo necesita respirar... El diablo intentará servirse de heridas de la vida,
incluso de vuestras propias faltas, para persuadiros de que no es posible que
Jesús os ame realmente. Atención: éste es un peligro para todos nosotros. Pero
lo más triste es que eso es completamente contrario a lo que Jesús quiere y
espera deciros. No solo que Él os ama, sino más: que Él os desea ardientemente.
Vosotros le faltáis cuando no os acercáis a Él. Tiene sed de vosotros. Os ama
permanentemente, incluso cuando vosotros no os sentís dignos de ello... Jesús os
ama. Creed simplemente que vosotros sois preciosos para Él. Poned vuestros
sufrimientos a sus pies y solamente abrid vuestro corazón para que Él os ame tal
cual sois. Y Él hará el resto». comuniones
Durante el mes de mayo se suele
celebrar, en todas las Parroquias, las primeras Comuniones a Jesús Sacramentado;
es un tiempo de gracia y de amor que Dios derrama en tantos niños que con
ilusión viven este acontecimiento. Me uno a todos en estos días y deseo que se
viva en familia, con la mayor disposición, acompañando al niño o la niña que se
va a acercar al Sacramento. Conviene tener presente que el domingo es el día más
indicado para celebrar este momento tan importante. Si se celebra este día es
porque la fiesta de los cristianos es el domingo, día que nos hace recordar y
vivir la Resurrección de Cristo y nos une a la familia que es la Iglesia;
además, hace posible que el sentido comunitario crezca entre todos los que, como
hermanos, celebramos este día de fiesta que es el domingo. Se ha de tener
presente que el domingo nos muestra la razón fundamental de nuestra experiencia
cristiana: la de ser miembros vivos del Señor que ha resucitado. Ningún día
tiene tanta significación para hacer la primera Comunión como este día. Por ello
ruego que se procure vivir el acontecimiento de la Comunión en el domingo y así
demos la oportunidad a los niños que lo vivan con ilusión y se comprometan a
participar en la Misa de los domingos en lo sucesivo.
Por otra parte conviene tener
presente que al ser un momento profundamente religioso y espiritual se ha de
procurar en todo lo posible que los niños no se distraigan y desorienten. Muchas
veces hay mayor preocupación por el banquete o por la atención a los invitados
que por el gran don de la primera Comunión donde Jesucristo se hace presente en
el Sacramento; si se deja muy en segundo lugar este gran acontecimiento, se
caería en un grave error y olvido pues todo quedaría en una superficial
ceremonia que no produciría los frutos propios de la celebración bien vivida. Lo
normal debe ser que todos se asocien, junto con el que va a comulgar la primera
vez, y que la preparación espiritual sea intensa y profunda: participando
previamente en el Sacramento de la Confesión para recibir en la Eucaristía al
Señor, que nos llena de su amor y de sus gracias.
Con gran alegría recuerdo el día
que comulgué por primera vez a Jesucristo presente realmente en el Sacramento de
la Eucaristía. Tanto los días previos como el mismo día de la Comunión me sentía
tan contento y tan feliz que no pude por menos que ofrecerme a Jesucristo en
cuerpo y alma, con todo mi ser. Tal vez fue la primera llamada que sentí de él
para elegir posteriormente la vocación sacerdotal. Recuerdo que mis padres y mi
familia participaron en todo y me sentí muy arropado por ellos. Siempre
recordaré la amistad que nació aquel día con el gran Amigo Jesucristo. Nunca me
ha fallado y siempre lo he tenido a mi lado: en los momentos fáciles y en los
momentos difíciles. Siempre me ha ayudado alegrando mi vida y nunca me ha
abandonado. Es el mejor Amigo y nunca me siento solo o abrumado. Felicito a
todos los niños y niñas junto con sus familias por estos días tan hermosos que
son los del las Primeras Comuniones.
La unidad de la Iglesia
Estamos gozosos por la celebración de
la Pascua sagrada, en la que Jesús «muere por el pueblo, para congregar en la
unidad a todos los hijos de Dios, que estaban dispersos» (Jn 11,51). La Santa
Iglesia es «una», y a Cristo esa unidad de su Esposa le ha costado sangre. La
Iglesia es una en la verdad: «una sola fe» (Ef 4,5); es una por la caridad: «la
muchedumbre de los que habían creído tenían un solo corazón y un alma sola» (Hch
4,32); y es una por la obediencia: «obedeced a vuestros Pastores y sed dóciles»
(Heb 13,17), pues «el Espíritu Santo les ha constituido obispos, para apacentar
la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su sangre» (Hch 20,28).
Verdad, caridad y obediencia mantienen
unida a la Iglesia «para constituir un solo cuerpo» de Cristo (1Cor 12,13). Por
el contrario, la herejía, contra la doctrina católica, el cisma, contra la
caridad eclesial, y la desobediencia, contra la disciplina de la Iglesia,
dividen, separan, desgarran la túnica inconsútil, hieren el cuerpo de Cristo,
que es la Iglesia. Por eso, en estos preciosos días de Pascua, en que se
reafirma en la sangre de Cristo la Nueva Alianza, renovemos la unidad de la
Iglesia, «solícitos de conservar la unidad del espíritu por el vínculo de la
paz» (Ef 4,3), «teniendo todos el mismo pensar, la misma caridad, el mismo
ánimo, el mismo sentir» (Flp 2,2).
Hay momentos en los cuales debemos
hacer un serio examen sobre ciertas posturas que confunden el sentir del Pueblo
de Dios. Son circunstancias que necesitan corregirse y este es el caso de
ciertas afirmaciones que propician más confusión que comunión, más disensión que
unión. La autoridad viene dada por Cristo a Pedro y a los Apóstoles que en
comunión van fortaleciendo al Pueblo de Dios. Por eso la Iglesia tiene una
identidad y seguridad cuando el mismo Jesucristo confía a Pedro y a los
Apóstoles, ahora a su sucesor el Papa Benedicto XVI y al Colegio Episcopal, la
edificación de la misma. Quien permanentemente ponga en tela de juicio la
esencia propia de la Iglesia cae en un error que confunde, divide y entorpece el
crecimiento de la misma.
Como Obispo de esta Diócesis de
Pamplona-Tudela ruego a todos que recemos insistentemente por la unidad que
Jesucristo dirigió al Padre: “Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en
Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has
enviado” (Jn 17, 21). No nos dejemos llevar por las afirmaciones ambiguas y
confusas de aquellos que no tienen autoridad pues su postura desvía con el
tiempo de la auténtica unidad. Vivamos unidos al Papa y a los Obispos que son
garantes de la unidad que Cristo ha prometido.
Pamplona, 10 de mayo de
2009
Cristo Resucitado transforma la vida
Estamos en el tiempo pascual y
acabamos de celebrar la Semana Santa en la que hemos recordado los
acontecimientos de la vida de Jesucristo que son únicos e irrepetibles. La
experiencia cristiana no es un modo de vivir a expensas de ideas más o menos
ordenadas que pueden llegar a mover el sentimiento. La experiencia cristiana es
un encuentro profundo con la Persona de Jesucristo que ha padecido, ha muerto y
ha resucitado. Si esto no se creyera caeríamos en una fe fraudulenta sería un
fracaso y una mera forma de embadurnar la vida sin ninguna base. Tampoco la fe
es una invención de unas personas o de una comunidad. La experiencia cristiana
es un auténtico encuentro con la Persona de Cristo que hace posible que podamos
ser testigos de lo que hemos visto y oído.
De ahí que la vida en Cristo que se
nos hace palpable y visible en la Resurrección no es una teoría, ni una
imaginación, sino una realidad histórica revelada por Cristo mediante su paso
(pascua) que ha abierto una nueva vía entre la tierra y el cielo. «No es un mito
ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un
acontecimiento único e irrepetible» (Benedicto XVI). Los testigos de este
acontecimiento los encontramos en Pedro, en Juan, en la Magdalena, en los
discípulos de Emaús, en los apóstoles en el Cenáculo. Las apariciones de
Jesucristo fueron reales y palpables como nos muestra cuando dice a Tomás que
meta sus dedos en sus llagas y su mano en su costado. Jesucristo elogia al que
crea sin ver y tanto es así que llama bienaventurado al que sin ver ha
creído.
Ante la falsa experiencia de fe que
muchas veces se puede presentar y que viene provocada por falsos
sentimentalismos, donde a Jesucristo se le considera una imagen abstracta e
incluso como si fuera alguien inventado por la comunidad, se debe reaccionar
manifestando que la fe no se puede manipular ni por los tiempos ni por las
culturas y menos por las ideologías imperantes en el tiempo o en los ámbitos de
la sociedad. La fe es un encuentro gozoso con la Persona y vida de Jesucristo
que se ha desplegado en el tiempo a través de su Palabra y los Sacramentos.
Jesucristo bien que nos afirmó que siempre estaría con nosotros hasta el final
de los tiempos. ¡Ahí tenemos la grandeza de creer, esperar y amar! Que este
tiempo pascual vivamos unidos en el encuentro con el Resucitado así como lo
hicieron los discípulos y apóstoles. Que esta alegría llene nuestras vidas de
amor y paz
Sostenimiento económico de la
Iglesia.
Queridos diocesanos:
En estos días que
estamos haciendo la declaración de la renta quiero, ante todo, dar las gracias
por vuestra colaboración al incluir en vuestro documento la cruz (+)
tanto en la casilla de la Iglesia como en la de fines sociales. La Iglesia
es muy generosa y ya no sólo desde el punto de vista de su labor evangelizadora
en lo que se refiere a ser buenos ciudadanos aportando valores fundamentales que
ayudan a la convivencia y a la fraternidad universal sino como expresión de
ayuda, por caridad, hacia los más desfavorecidos de la sociedad.
Basta pensar en Cáritas o en otras
Instituciones de la Iglesia y deduciremos enseguida que la labor de las mismas
sirven para consolar, alentar y ayudar a muchos que están bajo el peso de la
pobreza, pero si pensamos en el bien educacional sucede lo mismo y nadie podrá
olvidar la labor que realiza la Iglesia en lo que se refiere al sentido ético y
moral de la vida.
Más allá de nuestras fronteras se
encuentran los misioneros y ellos ¿no aportan humanidad a raudales con su
testimonio, entrega y servicio a los más pobres? La razón de su entrega no tiene
otro motivo que el amor a Jesucristo, a su Iglesia y a toda la humanidad;
actualmente de Navarra hay 1.350 misioneros distribuidos por todo el mundo. ¿No
han dado nuestras familias lo mejor de ellas misma para que ellos sean la
expresión más noble de nuestra tierra?
La aportación de los españoles, al
poner la cruz (+), no es más que un signo de agradecimiento por todo lo
que hace la Iglesia en sus distintas realidades. Y ya sabéis que al señalar las
casillas no debéis pagar más sino que es simplemente una deducción de un tanto
por ciento (0,7 %) que se saca de todo el conjunto para ayudar a la Iglesia en
sus necesidades y a sus obras de tipo social.
Os aliento y animo para que no haya
ninguna declaración de la renta sin poner la cruz (+) y en las casillas
correspondientes. Con mi agradecimiento y presentes en mi oración.
LAS SIETE PALABRAS
Sermón en la Catedral de Pamplona,
Viernes Santo, 21 de marzo de 2008
INTRODUCCIÓN
1.- Nos damos cita en el calvario, en
este mediodía del Viernes Santo, para recoger las últimas palabras de Jesús en
la Cruz.
Las siete Palabras de Jesús en la Cruz
nos introducen en el drama de Dios crucificado por el mundo y por los hombres.
2..- Estas palabras las pronunció
Jesús entre las doce del mediodía y las tres de la tarde, mientras las últimas
gotas de su Sangre caían sobre el charco que se había formado bajo la Cruz.
En estas palabras se encuentra la
verdad de cada vida.
Estas Palabras iluminan el corazón de
todo hombre. Y fueron recogidas por su Madre y por los discípulos presentes en
el calvario, precisamente por esto.
Son los siete pilares en los que se
apoya toda la vida de un cristiano.
3.- Jesús pronunció estas palabras,
más bien, las gritó, cuando estaba suspendido entre el Cielo y la tierra.
Abandonado de Dios y abandonado de los hombres.
Y Jesús las dijo, porque en todos los
rincones del mundo, en todos los días de los siglos que vendrían, habría dolores
que esperaban estas palabras. Habría gentes con ganas de vivir, que las
necesitaban. Cuando Jesús pronunció estas Palabras, entrecortadas, y espaciadas
durante su lenta agonía, se estaba realizando la salvación del mundo. Nosotros
empezábamos a vivir como hombres nuevos precisamente allí.
4.- Y si hemos venido a escuchar y
recoger las últimas palabras de Jesús en la Cruz, también es cierto que estamos
aquí, en este mediodía del Viernes Santo, porque en la Cruz se revela todo el
amor que Dios nos tiene. La Cruz forma parte de la historia del amor de Dios en
nuestra vida.
Y estamos aquí porque todos hemos
puesto nuestras manos en El. Su Muerte es cosa de todos.
Y estamos aquí, porque todos nosotros
estábamos en aquellas palabras y en aquella oración de Jesús. En la muerte de
Jesús estamos en juego cada uno de nosotros.
"¡Cristo murió por mí!", gritaba San
Pablo. Y con la misma razón lo podemos gritar nosotros.
Sin este sacrificio de Jesús en la
Cruz, nosotros no seríamos hijos de Dios y la historia del hombre sería
completamente distinta.
5.- Cuando uno escucha las palabras de
Jesús en la Cruz y cuando se le ve ofrecer su vida por nosotros, comprende uno
que ha encontrado a quien merecía la pena. Ahora sí sabemos a quién podemos
pertenecer y seguir.
Después de haber visto morir a Jesús
por nosotros, nos damos cuenta que El no puede ser simplemente una parte de
nuestra vida; no puede ser una cosa más; ni tampoco un añadido. El debe ser
nuestra verdadera herencia. Lo mejor que tenemos.
Para uno que cree, Jesús lo es
todo.
PRIMERA PALABRA
"PADRE, PERDÓNALES, PORQUE NO
SABEN LO QUE HACEN" (Luc.23,34)
1.- Según la narración del Evangelista
Lucas, ésta es la primera Palabra pronunciada por Jesús en la Cruz.
Jesús en la Cruz se ve envuelto en un
mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el
camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados
con El, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: "Si eres hijo de Dios,
baja de la Cruz y creeremos en ti" (Mt .27,42). “Ha puesto su confianza en Dios,
que Él lo libre ahora” (Mt.27,43).
La humanidad entera, representada por
los personajes allí presentes, se ensaña contra El. "Me dejareis sólo", había
dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra.
Se le negó incluso el consuelo de
morir con un poco de dignidad.
2.- Y Jesús, que no había hablado
hasta entonces, que no había dejado salir de sus labios ni una sola queja, se
vuelve ahora hacia su interior para hablar con Su Padre. "'Padre, perdónales,
porque no saben lo que hacen".
En aquel ambiente de burlas y
desprecios, resonó la palabra "perdón". El "perdón" fue su única respuesta.
3.- Jesús no sólo perdona, sino que
pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte.
Para Judas, que lo ha vendido. Para
Pedro que lo ha negado. Para los que han gritado que lo crucifiquen, a El, que
es la dulzura y la paz. Para los que allí se están mofando.
Y no sólo pide el perdón para ellos,
sino también para todos nosotros. Para todos los que con nuestros pecados somos
el origen de su condena y crucifixión. “Padre, perdónales, porque no saben...”
Jesús sumergió en su oración todas
nuestras traiciones. Pide perdón, porque el amor todo lo excusa, todo lo
soporta... (1 Cor. 13).
4.- Se dirigió a su Padre Dios, porque
Dios es un Dios de misericordia. Dios no es un Dios amenazador ni vengativo. Es
un Dios misericordioso. Es un Dios que espera siempre la vuelta del hijo que
marchó. Es un Dios a quien, por muy lejos que uno se haya marchado, siempre se
puede volver.
5.- No hacía otra cosa que poner en
práctica lo que tantas veces había dicho: "Amad a vuestros enemigos... Orad por
los que os persiguen" (Mt. 5,44). "Haced el bien a los que os odien" {Luc.
6,27).
En el alma limpia de Jesús no había
entrado nunca, ni el resentimiento ni la venganza.
La noche anterior se había arrodillado
ante sus discípulos, como un siervo ante sus amos, y les había lavado los pies.
Y luego dijo que hiciéramos nosotros lo mismo, porque si lo hacíamos, seríamos
felices.
6.- Ser cristiano es un compromiso
que exige una forma de vivir.
A todo el que sigue a Jesús, se le
piden opciones claras y serias. Y hoy más que nunca.
Una de esas opciones es hacer que el
amor sea la base de nuestra vida. Que cuanto hagamos, sea expresión de amor
fraterno. Un cristiano debe tener claras dos cosas: que debe poner a Dios en el
primer lugar de su vida, y que debe amar siempre.
Ser en nuestro pequeño mundo, allí
donde la voluntad de Dios nos ha puesto a cada uno, en nuestra familia, en el
trabajo, en la parroquia, y con aquellos prójimos concretos que están a nuestro
lado, ser allí la realización concreta de este mandamiento que Jesús llamó
"suyo".
Amar siempre. Amar los primeros. Amar
a todos.
No traslucimos el mundo nuevo, ni la
vida nueva que Jesús ha traído, si no amamos. Quien no ama, está aún en la
prehistoria del cristianismo. No ha entrado en el mundo de la redención.
¡Tenemos que vivir! No podemos ser
cristianos de rutina ni vacíos.
Hemos de ser portadores de Jesús,
allí donde nos hagamos presentes. Y lo hacemos, si amamos.
Y los padres deben saber que la
relación que deben establecer en casa, es una relación de amor
mutuo.
Y la Parroquia debe ser también, como
una familia; una comunidad de amor, donde nos ayudamos a crecer en santidad.
Y la comunidad religiosa debe ser un
lugar donde sus miembros están unidos, por causa de Cristo y del Evangelio, de
forma que por el amor mutuo Jesús esté en medio de ellos.
Y la Iglesia Diocesana y el
presbiterio sacerdotal debemos vivir una unidad gozosa, que sea fruto de la
caridad vivida, porque es la condición puesta por Jesús para que este mundo
crea. Los cristianos no llevamos ninguna indumentaria, ningún hábito especial
para ser reconocidos.
La vocación de un cristiano es la
vocación a ser Jesús. Y esta vocación se realiza por el amor concreto y
constante. Y amar muchas veces es perdonar. Perdonar, como Jesús. Perdonar y
olvidar. Porque, a veces decimos: "Perdono, pero no olvido". Y eso no es ni amar
ni perdonar.
SEGUNDA PALABRA
"TE LO ASEGURO: HOY ESTARÁS
CONMIGO EN EL PARAÍSO" (Luc.23, 43)
1.- Sobre la colina del Calvario había
otras dos cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados
dos malhechores. (Luc. 23,32).
La sangre de los tres formaban un
mismo charco, pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la
misma, sin embargo, cada uno moría por una causa distinta.
2.- Uno de los malhechores blasfemaba
diciendo: “¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!"
(Luc. 23,39).
Había oído a quienes insultaban a
Jesús. Había podido leer incluso el título que habían escrito sobre la Cruz:
"Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Era un hombre desesperado, que gritaba de
rabia contra todo.
3.- Pero el otro malhechor se sintió
impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era
de este mundo.
Le había visto lleno de mansedumbre.
Era distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído
pedir perdón para los que le ofendían.
Y le hace esta súplica, sencilla, pero
llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino". Se acordó de
improviso que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían
pan a la puerta de los señores.
¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros
a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!...
Y Jesús, que no había hablado cuando
el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: "Te lo aseguro.
Hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Jesús no le promete nada terreno.
Le promete el Paraíso para aquel mismo
día. El mismo Paraíso que ofrece a todo hombre que cree en El.
4.- Pero el verdadero regalo que Jesús
le hacía a aquel hombre, no era solamente el Paraíso. Jesús le ofreció el regalo
de sí mismo.
a) Lo más grande que puede poseer un
hombre, una mujer, es compartir su existencia con Jesucristo. Hemos sido
creados para vivir en comunión con él.
El regalo más grande que Dios nos ha
hecho es a su Hijo Jesús. El regalo más grande que recibamos en este mundo, no
serán ni herencias, ni haciendas, ni suertes en juegos de azar. El regalo más
grande nos le ha hecho Dios al darnos a Jesucristo.
El secreto de la vida de un cristiano
es Cristo.
b) Jesús es el único que puede darnos
lo que necesitamos. Lo que necesitamos para dar sentido a nuestra vida.
Jesús es el que trae a cada hombre la
salvación de Dios. El nos da al Espíritu Santo. Jesús es el único que llena
nuestras ansias de infinito.
Por eso, es un error construir la vida
sin Jesús. Es un error pretender ser adolescente sin Jesús. Ser joven, o ser
hombre o mujer maduros sin Jesús
c) Jesús es el único camino que tiene
el hombre. El único camino para ir a Dios. "Quien quiera lograr la salvación,
deberá tomar ese camino”, decía el Papa en el mensaje que dirigió a los jóvenes
convocándoles en Santiago de Compostela. Jesús es el camino que tenemos que
hacer en la vida. Jesús es la verdadera riqueza de un hombre.
d) Y Jesús llama a la puerta de cada
uno para poder entrar. Jesús nos pide entrar en nuestra vida.
Y somos libres para aceptar o no. Para
decir que sí o no. Para ser felices o no.
Pero hemos de saber que todo está en
Él. Que fuera de Él, no hay camino en la vida. Fuera de Él está la
noche.
5.- Por eso, San Agustín, cuando
conoció todo lo que era Jesús, dijo: "¡Oh Cristo, qué tarde te conocí!”.
TERCERA PALABRA
“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO".
“AHÍ TIENES A TU MADRE", (Jn.I9, 26)
1.- Junto a la Cruz estaba también
María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo
de alivio, pero también de dolor. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado
por Ella. Ella que, por otra parte, era el primer fruto de la
Redención.
Pero, a la vez, esta presencia de
María tuvo que producirle un enorme dolor, al ver el Hijo los sufrimientos que
su muerte en la cruz estaban produciendo en el interior de su Madre. Aquellos
sufrimientos le hicieron a Ella Corredentora, compañera en la
redención.
2.- Era la presencia de una mujer, ya
viuda desde hacía años, según lo hace pensar todo. Y que iba a perder a su
Hijo.
Jesús y María vivieron en la Cruz el
mismo drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de
la muerte. Después de largos períodos de separación, por razones de trabajo, de
enfermedad, por labores misioneras en la Iglesia, o por azares de la vida, se
encuentran de nuevo en la muerte de uno de ellos.
Al ver Jesús a su Madre, presente
allí, junto a la Cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos que habían
vivido juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén. Sobre sus rodillas había
aprendido el shema, la primera oración con que un niño judío invocaba a Dios.
Agarrado de su mano, había ido muchas veces a la Pascua de Jerusalén... Habían
hablado tantas veces en aquellos años de Nazaret, que el uno conocía todas las
intimidades del otro.
En el corazón de la Madre se habían
guardado también cosas que Ella no había llegado a comprender del todo. Treinta
y tres años antes había subido un día de febrero al Templo, con su Hijo entre
los brazos, para ofrecérselo al Señor.
Y fue precisamente aquel día, cuando
de labios de un anciano sacerdote oyó aquellas palabras: “A ti, mujer, un día,
una espada te atravesará el alma". Los años habían pasado pronto y nada había
sucedido hasta entonces.
En la Cruz se estaba cumpliendo
aquella lejana profecía de una espada en su alma.
3.- Pero la presencia de María junto a
la Cruz no es simplemente la de una Madre junto a un Hijo que muere. Esta
presencia va a tener un significado mucho más grande.
Jesús en la Cruz le va a confiar a
María una nueva maternidad. Dios la eligió desde siempre para ser Madre de
Jesús, pero también para ser Madre de los hombres. La primera maternidad la
empezó a vivir en Nazaret y en Belén, en la Encarnación y en el Nacimiento. Esta
nueva maternidad se inicia ahora, en el Calvario.
4.- Jesús dirigiéndose a María, y
señalando a Juan dijo: "Mujer, ahí tienes a tu Hijo". Estas palabras no son
simplemente un acto de ternura y de cariño de un Hijo para con su Madre que se
queda sola.
Aquel Viernes Santo en la Cruz, Jesús
nos dio a su Madre. El Viernes Santo, en la Cruz, nació la Iglesia, los nuevos
hijos de Dios. Y a María la hizo Madre de la Iglesia y de todos los
hombres.
María tiene una maternidad verdadera
sobre nosotros. Es Madre que engendra, que cuida, que intercede, que comunica
gracias.
Es una maternidad en el orden de la
gracia; para nuestra salvación y santificación. Pero es una maternidad que se
alimenta de afecto, de cariño, de confianza, lo mismo que la maternidad humana.
Y el hecho de que sea madre de todos,
no quita que sea de cada uno.
Y es una maternidad que, aunque a
veces no merezcamos, siempre la necesitamos. Y si es fácil querer a María, es
precisamente porque es Madre.
CUARTA PALABRA
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME
HAS ABANDONADO" (Mt.27,46)
1.- Son casi las tres de la tarde en
el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un
poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor.
2.- Y en este momento, incorporándose,
como puede, grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
No había gritado en el huerto de los
Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado
en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas.
Ni siquiera lo había hecho en el
momento en que le clavaron a la Cruz.
Jesús grita ahora.
3.- Jesús, el Hijo único, aquel a
quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: “Mi Hijo único" , "Mi
Predilecto", "Mi amado", Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre.
¿Qué misterio es éste? ¿Cuál es el
misterio de Jesús Abandonado, que dirigiéndose a su Padre, no le llama "Padre”,
como siempre lo había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que
por qué le había abandonado?.
¿Por que Jesús se siente abandonado de
su Padre??
4.- Me gustaría poder ayudarte a
conocer un poco, y, sobre todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la
vez inmensamente grande, que Jesús vive en este momento.
Este momento de la Pasión de Jesús, en
que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda
la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de
su padre.
Y si la Pasión de Jesús, el Hijo
bendito del Padre, es el misterio que no tiene nombre, que no hay palabras para
describirlo, no lo es simplemente por los azotes, ni por la sangre derramada, ni
por la agonía o por la asfixia, sino porque nos hace entrar en el misterio de
Dios.
Y en este abandono de Jesús,
descubrimos el inmenso amor que Jesús tuvo por los hombres y hasta dónde fue
capaz de llegar por amor a su Padre. Porque todo lo vivió por haberse ofrecido a
devolver a su Padre los hijos que había perdido y por obediencia a
Él.
5.- Jesús, en este momento de su
muerte, se está presentando ante su Padre cargado con los pecados de los
hombres.
El no era pecado. Era el Hijo bendito
y santo de Dios. Pero se había ofrecido a cargar sobre sí todos los pecados de
los hombres. Todos. También los nuestros. Los tuyos. Los míos. Todos. Y ahora,
en este momento, se presenta ante su Padre como si fuera un pecador. Se presenta
desconocido, como el malvado de la Tierra, como el peor de la
creación.
Para que pudiesen perdonarse nuestros
pecados, Él cargo sobre sí, como si fueran suyos, con los nuestros. Y así se
presenta ahora ante su Padre.
Dice San Pablo que para librarnos de
la maldición, Dios hizo maldición a su Hijo (2 Cor. 5,21).
6.-Jesús vivió en aquel momento la
soledad y el abandono de Dios que se produce en un hombre, cuando se encuentra
alejado de Dios por el pecado. Lejos de Dios se experimenta el vacío más grande.
Si el pecado es la separación de
Dios, Jesús debía probar lo que produce en un alma esa separación de Dios.
Y este fue su más grande drama y
dolor. Por esta separación de Dios, su Padre, es por lo que El había tenido
miedo a la Pasión y había llegado a decir: “Triste está mi alma hasta la
muerte”.
Por eso , hay que acercarse con cariño
y gratitud a esta soledad de Jesús. Porque para que se perdonasen nuestros
pecados, El aceptó incluso vivir el total abandono en aquella relación
especialísima, íntima, que Él tenía con su Padre.
QUINTA PALABRA
“TENGO SED"
(Jn.19,28)
1.- Uno de los más terribles tormentos
de los crucificados era la sed.
La deshidratación que sufrían, debida
a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos,
no había bebido desde la tarde anterior.
No es extraño que tuviera sed; lo
extraño es que lo dijera.
2.- La sed que experimentó Jesús en la
Cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan
elemental como es el agua. Y pidió, "por favor", un poco de agua, como hace
cualquier enfermo o moribundo.
Jesús se hacía así solidario con
todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de
agua. Y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace
recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir.
3.- Pero no podemos olvidar el detalle
que señala el Evangelista San Juan: Jesús dijo: "Tengo sed". “Para que se
cumpliera la Escritura", dice San Juan (Jn.19,28).
Jesús habló en esta quinta Palabra de
"su sed". Aquella sed que vivía El como Redentor.
Jesús, en aquel momento de la Cruz,
cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida distinta
del agua o del vinagre que le dieron.
Poco más de dos años antes, Jesús se
había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaría, a la que había
pedido de beber."Dame de beber". Pero el agua que le pedía no era la del pozo.
Era la conversión de aquella mujer.
Ahora, casi tres años después, San
Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que Jesús tiene otra clase de
sed. Es como aquella sed de Samaría.
"La sed del cuerpo, con ser grande
-decía Santa Catalina de Siena- es limitada. La sed espiritual es infinita”.
Jesús tenía sed de que todos
recibieran la vida abundante que El había merecido. De que no se hiciera inútil
la redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De
que viviéramos una profunda relación con El. Porque todo está aquí: en la
relación que tenemos con Dios.
Sed de que el fuego que traía, el
Espíritu Santo, llenase a todos.
Sed de hogares cristianos, donde los
esposos se quieran de verdad, y sean verdaderos compañeros que se ayudan a
vivir la santidad.
Sed de jóvenes que junto a El sean
más jóvenes.
Sed de jóvenes que no sean del montón.
Que estén dispuestos a ir contracorriente. Jóvenes que sean, como dijo el Papa
a los jóvenes europeos, “jóvenes de oración y de coraje".
4.- Nosotros, los cristianos,
necesitamos tener sed de una vida espiritual intensa. En este mundo de hoy
sólo se puede ser cristiano, si se tiene una profunda vida espiritual. Si se
está bien alimentado interiormente, enraizado en Dios.
5.- Cuando biológicamente hay un medio
ambiente contrario, duro, difícil, con un mínimo de vitalidad no se puede
sobrevivir.
Cuando vienen las epidemias, las
gripes, con una salud deficiente, con una baja alimentación, no se puede
sobrevivir.
Lo mismo ocurre en el espíritu. Cuando
el ambiente es difícil, como el de ahora. Cuando el ambiente es pagano,
increyente, con mínimos vitales, con mínimos espirituales, no se puede
sobrevivir
Hay que estar más llenos que nunca
por dentro. Hay que tener sed de gracia, de Eucaristía, de oración. Sed de
tratar y de escuchar a Dios.
Hemos de valorar más que nunca estos
dones.
Jesús dijo: “Dichosos los que tienen
sed, porque serán saciados”.
SEXTA Y SÉPTIMA
PALABRA
“TODO ESTÁ CUMPLIDO” (Jn. 19,
30)
"PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI
ESPÍRITU (Luc. 23,46)
1.- Estas fueron las últimas palabras
pronunciadas por Jesús en la Cruz.
Estas palabras no son las de un hombre
acabado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el
grito triunfante del vencedor.
Estas palabras manifiestan la
conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al
mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres.
Jesús ha cumplido todo lo que debía
hacer.
2.- Vino a la tierra para cumplir la
voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el fondo.
Le habían dicho lo que tenía que
hacer. Y lo hizo. Le dijo su Padre que anunciara a los hombres la pobreza, y
nació en Belén, pobre. Le dijo que anunciara el trabajo y vivió treinta años
trabajando en Nazaret.
Le dijo que anunciara el Reino de
Dios y dedicó los tres últimos años de su vida a descubrirnos el milagro de ese
Reino, que es el corazón de Dios.
3.- La muerte de Jesús fue una muerte
joven; pero no fue una muerte, ni una vida malograda. Sólo tiene una muerte
malograda, quien muere inmaduro. Aquel a quien la muerte le sorprende con la
vida vacía. Porque en la vida sólo vale, sólo queda aquello que se ha construido
sobre Dios.
4.- Y ahora Jesús se abandona en las
manos de su Padre. "Padre, en tus manos pongo mi Espíritu".
Las manos de Dios son manos
paternales. Las manos de Dios son manos de salvación y no de condenación.
Dios es un Padre.
Antes de Cristo, sabíamos que Dios era
el Creador del mundo. Sabíamos que era Infinito y todopoderoso, pero no
sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba. Hasta
qué punto Dios es PADRE. El Padre más Padre que existe.
Y Jesús sabe que va a descansar al
corazón de ese Padre.
Y el que había temido al pecado, y
había gritado: "¿Por qué me has abandonado?", no tiene miedo en absoluto a la
muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su Padre.
5.- Durante tres años se lanzó por los
caminos y por las sinagogas, por las ciudades y por las montañas, para gritar y
proclamar que Aquel, a quien en la historia de Israel se le llamaba "El",
"Elohim", “El Eterno", "El sin nombre", sin dejar de ser aquello, era Su Padre.
Y también, nuestro Padre.
6.- Y el hecho de que tenga seis mil
millones de hijos en el mundo, eso no impide que a cada uno de nosotros nos mime
y nos cuide como a un hijo único.
Y, salvadas todas las distancias,
también nosotros podemos decir, lo mismo que Jesús: "Dios es mi Padre", "los
designios de mi Padre", "la voluntad de mi Padre".
7.-Y si es cierto que es un Padre
Todopoderoso, también es cierto que lo es todo cariñoso. Y en las mismas manos
que sostiene el mundo, en esas mismas manos lleva escrito nuestro nombre, mi
nombre.
Y, a veces, cuando la gente dice: "Yo
estoy solo en el mundo", "a mi nadie me quiere", El, el padre del Cielo,
responde: "No. Eso no es cierto. Yo siempre estoy contigo".
8.- Hay que vivir con la alegre
noticia de que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a veces sus
caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que El sabe mejor que
nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar
y querer por Dios.
En las manos de ese Padre que Jesús
conocía y amaba tan entrañablemente, es donde El puso su espíritu.
CONCLUSIÓN:
Jesús ha muerto. Nuestro hermano Jesús
ha muerto. Pero, gracias a esa muerte, nosotros hemos sido salvados. Gracias,
Señor Jesucristo.
+
Francisco Pérez González,
Arzobispo de Pamplona-Tudela
y Director de OMP
en España
Semana Santa de la conversión, solidaridad
y vida
La Semana
Santa ha supuesto en la vida
de la Iglesia y de la sociedad un momento de profunda reflexión para encarar la
propia vida con unos parámetros muy diferentes a los que solemos estar
habituados. Es la semana de mayor motivación vital pues en ella rememoramos y
revivimos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo al que contemplamos
como el Dios-Hombre que ha entregado su propia vida para llevarnos a los brazos
de su amor generoso y misericordioso. La soledad más dramática que puede sufrir
el ser humano es el pecado. De ahí que la cercanía de Dios supera la suerte a la
que el hombre estaba abocado y es la superación del mismo por la gracia
resurgiendo de la muerte a la vida.
La
Semana Santa nos indica la razón de ser de nuestra vida. No tendría sentido la
vida si no la miramos desde la conversión del corazón que desplaza al egoísmo
por el amor. Y esta semana nos recuerda que sólo desde el amor de Cristo, que ha
realizado la salvación al género humano, se puedan enderezar los pasos cambiados
que ha provocado el pecado en el ser humano. ¡Cuántas gracias hemos de dar a
Jesucristo por la generosa entrega a favor de nosotros! Siempre que medito y
contemplo el gran misterio del amor de Dios mi interior suspira por conseguir un
día la perfecta caridad que sólo Cristo me puede otorgar.
La
Semana Santa nos lleva por el camino de la solidaridad puesto que si Jesucristo
se hizo amor por nosotros esto nos lleva a saber vivir la fraternidad universal
con todo el género humano. Las circunstancias actuales nos impulsan a una mayor
solidaridad con los que pasan necesidad en estos momentos de crisis material y
moral. No se dan las circunstancias propicias para lanzar cohetes y pensar que
todo es auténtico; son muchas las fuerzas que, vestidas de ideologías
fantásticas, quieren narcotizarnos en el bienestar material y ausentarnos de la
salud moral. Las consecuencias han sido y seguirán siendo nefastas con estos
planteamientos. El ser humano está llamado a metas más altas y sólo desde Cristo
se puede vislumbrar el auténtico sentido de la vida. La solidaridad universal
hará cambiar el mundo y llevará por caminos de mayor humanización.
La Semana Santa es un canto a la vida y es el mismo Cristo quien muestra con su
entrega que la vida es donación, entrega, respeto y sacrificio. La vida que es
desde los comienzos de la existencia un lugar sagrado necesita defensores y por
ello la vida cristiana que se asocia a Jesucristo que es Camino, Verdad y Vida
no puede por menos que proclamar por doquier que nadie mancille el rostro e
imagen de Dios que se refleja en el ser humano. Cristo con su amor y entrega
generosa, por salvar al ser humano, nos grita que cada uno de los hombres y
mujeres son hijos de Dios. Ha venido para salvarnos del pecado y para dignificar
la vida humana. La vida es un don y es un reflejo vivo del amor de Dios. Cristo,
desde la Cruz, ha mostrado que el amor es más fuerte que la muerte y desde ella
ha asumido nuestras miserias para concedernos la gracia de poder pertenecer a su
misma VIDA.
Ruego al Señor que nos ayude a una mayor conversión, a una mirada más solidaria
y fraterna con los que sufren y a una defensa de la vida humana desde los
inicios hasta el final. Que esta Semana Santa nos ayude a vivir con mayor
ilusión y esperanza la experiencia de cristianos. Que Jesús Resucitado nos
fortalezca en el camino de nuestra fe. ¡Feliz Semana Santa y feliz Pascua de
Resurrección!
La alegría de
encontrar la paz con Dios
Queridos
diocesanos:
La Cuaresma
se encamina ya hacia su recta final: la gozosa celebración de la Pascua. El
primer domingo de Cuaresma, el Señor nos llamaba a la conversión: “Convertíos y
creed la Buena Noticia”. Yo también lo hice en la carta que os dirigí en aquél
momento. Ahora ha llegado la hora de que esa conversión se plasme en la
celebración gozosa del sacramento la penitencia, que la lleva a
término.
Por ello,
pido a todos los sacerdotes que en este domingo hablen a los fieles en la
homilía de las maravillas que Dios obra en este sacramento, suscitando en ellos
el deseo de recibirlo. Para ello, os brindo estos puntos:
La palabra
de Dios a lo largo de esta Cuaresma nos está ayudando a descubrir la realidad de
nuestros pecados y la respuesta de gracia y de perdón que Dios nos ofrece en su
Hijo. Así nos lo acaban de recordar hace un instante las lecturas que hemos
escuchado. Las infidelidades de Israel llevaron al pueblo al destierro, pero la
misericordia de Dios les abrió de nuevo las puertas del retorno. En el
evangelio, Jesús dialogaba con Nicodemo que como él somos cada uno de nosotros,
y Cristo hoy también nos dice que renunciemos a la oscuridad de nuestros pecados
para recibir la luz de Dios, pues su Hijo vino al mundo no para juzgarlo, sino
para que se salve por medio de él. San Pablo, el gran maestro de la fe, cuyo Año
jubilar celebramos, nos ha resumido así el amor de Dios: “Estando nosotros
muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo”.
Pues bien,
todo este torrente de gracia y de vida, la Iglesia lo recoge en las palabras de
la absolución con las que se finaliza en el sacramento de la penitencia “Dios,
Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la
resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los
pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo
te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo”.
No hay nada
más consolador para el ser humano que el poder escuchar estas palabras de la
boca del sacerdote que perdona en nombre de Cristo y de la Iglesia. El penitente
con este gesto queda absuelto y su vida se ve embellecida por la
gracia.
Os invito,
si no lo habéis hecho ya, a acercaros a recibir en estos próximos días
personalmente el perdón de Jesucristo y de su Iglesia en el sacramento de la
confesión. Os hará un inmenso bien y así llegaréis a la Pascua limpios de toda
culpa, para poder celebrarla en verdad. Jesús nos acaba de decir que “el que
realiza la verdad se acerca a la luz”. Al acercarnos con humildad al
confesionario, para expresar en confesión nuestro arrepentimiento, nuestro dolor
de los pecados y nuestro propósito de la enmienda, recibiremos la luz de la
misericordia de Dios, infinitamente mayor que todas nuestras culpas. Todo ello
se traducirá en una renovación real de nuestras vidas.
Antes de
celebrar el sacramento, la Iglesia nos invita a realizar un examen de
conciencia. En todas las iglesias de la diócesis encontraréis un sencillo
tríptico que os ayudará a hacer bien este examen, repasando, en cada
mandamiento, aquéllos puntos en los que hemos fallado en el amor a Dios y al
prójimo. También ahí se encuentra la explicación necesaria para hacer una buena
confesión. Si tenéis alguna duda, el propio confesor os ayudará a
aclararla.
Durante
estos días los sacerdotes estarán más disponibles para escuchar vuestras
confesiones. No olvidéis que en ellos es Cristo y su Iglesia quien os perdona.
Así lo quiso el Señor, para que reviviéramos en este sacramento el gozo del
ciego que ve, del leproso que queda limpio, del paralítico que por fin puede
caminar, del muerto que resucita. ¡Feliz Pascua de Resurrección a
todos!
Apóstol por
gracia
En este año
dedicado a la persona y figura de San Pablo y, lucrándonos de la gracia jubilar,
tenemos presente a las vocaciones sacerdotales. De modo especial, recordamos a
quienes, en el Seminario, viven con este espíritu de alegría y gozo la
“llamada de Dios”. El Papa Benedicto XVI ha hablado de que para lograr
presbíteros según el Corazón de Cristo, se ha de poner la confianza en la acción
del Espíritu Santo, más que en estrategias y cálculos humanos, y pedir con gran
fe al Señor, “dueño de la mies”, que envíe numerosas y santas vocaciones
al sacerdocio, uniendo siempre esta súplica el afecto y la cercanía a quienes
están en el Seminario con vistas a las sagradas órdenes.
La formación
de los seminaristas exige por parte de los formadores y profesores una
profundización en la labor que van a ejercer. Se han de afrontar los retos de
hoy y de la sociedad contemporánea con unas miras muy especiales y para ello se
requiere un discernimiento, en los candidatos al sacerdocio, preciso y muy en
sintonía con el sentir de la Iglesia, sin fisuras y sin ambigüedades. Se ha de
tener un gran amor a Dios y por ello se deben formar “hombres de oración”
con una gran pasión por aprender y formarse en la enseñanza de la Iglesia.
Como
sacerdotes han de ser los portadores no de sus modos de pensar sino del modo de
pensar, sentir y actuar de la Iglesia, en comunión con el Papa y sus Obispos.
“Que el proceso formativo ayude a hacer de ellos sacerdotes ejemplares. Hoy
más que nunca, es preciso que los seminaristas, con recta intención y al margen
de cualquier otro interés, aspiren al sacerdocio movidos únicamente por la
voluntad de ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo que, en
comunión con sus Obispos, lo hagan presente con su ministerio y su testimonio de
vida” (Benedicto XVI).
San Pablo
fue apóstol por pura gracia de Dios. En el encuentro con Cristo fue desbancado
de sus criterios demoledores y recortados; comenzó una nueva vida pues
descubrió, camino de Damasco, que el amor impera sobre el odio. La labor
pastoral de San Pablo consistió en darse a los demás e implantar comunidades
vivas en comunión con Pedro y los demás apóstoles. De ahí que sea muy importante
la formación de los futuros sacerdotes tanto desde el punto de vista humano,
espiritual, intelectual y pastoral; y que junto con sus formadores y profesores
se distingan “por su capacitación académica, su espíritu sacerdotal y su
fidelidad a la Iglesia” (Benedicto XVI) para que así se forme bien al Pueblo
de Dios que espera pastores celosos y entregados para la nueva
evangelización.
Como fieles
cristianos y católicos hemos de ayudar al Seminario con nuestras oraciones y con
nuestras ayudas materiales: para que se formen bien aquellos que van a ser los
presbíteros que presidan en el futuro las comunidades parroquiales de nuestra
Diócesis. Espero que en todos los navarros se siga mostrando ese amor por el
Seminario y agradezco los gestos de cariño, aliento, oración y colaboración
económica que siempre ha dignificado a nuestra tierra con tantas vocaciones
sacerdotales, religiosas y misioneras. Ruego a la Virgen María que ayude a
nuestros seminaristas y a aquellos jóvenes que tengan en su interior la llamada
de Cristo para que sean valientes y den un paso hacia delante.
Carta para las Javieradas
2009
Queridos
diocesanos:
Tenemos la
gran suerte de poder celebrar este año las Javieradas al unísono con el año
dedicado al apóstol San Pablo. En sí se parecen mucho aunque vivieron en tiempos
distintos. Sus caracteres y su generosidad son muestra de la disposición que
tenían a la hora de seguir a Cristo y hablar de Cristo. También son testimonio
de un amor incondicional a Jesucristo y de ahí que pudieran realizar tantos
viajes, cada uno desde el ámbito territorial que les correspondía. Los
discípulos de Jesucristo no tienen miedo de entregar su vida aunque sea a costa
del sufrimiento y del martirio, basta que su fe sea la única luz que alumbre a
todos los que se encuentren por el camino. San Pablo decía: “He viajado por mar,
con peligros, hambre, sed, preocupación por las comunidades… y ¿quién nos
apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o
el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada?... Pero en todas estas
cosas vencemos con creces gracias a aquel que nos amó”.
La única
preocupación de San Pablo y de San Francisco Javier fue la de hacer conocer a
Jesucristo. Por eso hablaban, escribían, viajaban y aún en medio de su cansancio
seguían un lema en común: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!”. No era algo
pesado sino su forma de vida, su estilo de entrega y su fuerza para el
apostolado. No tenían tiempo de dedicarse a sí mismos sino un deber que les
incumbía para que el Reino de Cristo se viviese en todas las comunidades y en
toda la sociedad. En una carta que escribe San Francisco Javier a San Ignacio le
dice que “cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos ni rezar el
Oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces
comencé a conocer por qué de los tales es el Reino de los Cielos”.
Se dejaron
seducir por Jesucristo y no tenían miedo pues su plena confianza estaba en él.
¡Cuánto nos han de estimular a vivir hoy nuestra fe el testimonio de estos dos
santos! Nos hallamos ateridos muchas veces por las circunstancias que nos rodean
y no somos libres. Ellos nos ayudan a mirar de otra forma y nos invitan a ser
libres si amamos a Cristo y si nos lanzamos a anunciar el Evangelio con gestos,
palabras y testimonio. No fueron cobardes a la hora de llevar la Palabra de Dios
pues sabían que la humanidad estaba sedienta de este mensaje.
Aprovechemos
estas Javieradas para vivir con mayor intensidad la Nueva Evangelización y
hagamos de nuestra vida, al estilo de estos dos santos, un canto de alabanza a
Dios y una ofrenda de mayor servicio para todos. ¡Felices Javieradas
2009!.
+ Francisco Pérez
González,
Arzobispo de
Pamplona y Obispo de Tudela
Director Nacional de
Obras Misionales Pontificias
Combatir el hambre, proyecto de todos
Todos conocemos la gran labor que realiza la institución de “Manos Unidas” en la Iglesia y en toda la sociedad; su finalidad es la de erradicar el hambre en el mundo y llevar no sólo el pan material sino también la propuesta de la justicia ante las diversas situaciones que no cooperan a favor de la dignidad de la persona. De ahí que este año se tenga como lema: “Combatir el hambre, proyecto de todos”. El hambre de tantos millones de personas que, por no tener posibilidades de comer, mueren en la soledad más absoluta. El hambre de tantos millones de personas a las que, por la abundancia de unos pocos, no se les da cabida en la mesa para que puedan reparar sus fuerzas. Estamos preocupados porque hay crisis económica a nivel mundial y todo propiciado por una exagerada avaricia que al final “rompe el saco”, pero no estamos preocupados por aquellos que la sufren mucho más porque no tienen recursos necesarios para subsistir.
La organización eclesial de “Manos Unidas” lleva décadas trabajando para concienciar a la sociedad del grave problema que la misma sociedad tiene y por ello lucha incansablemente en esta labor de mentalizar a la gente para que miremos de frente y pensemos que muchos seres humanos mueren de hambre. Han conseguido mucho durante este tiempo y hemos de apoyar tales iniciativas como la de sustentar proyectos de promoción humana desde el punto de vista sanitario, alimenticio y educativo.
Recuerdo aún la experiencia misionera que tuve en África, hace pocos años, visitando a misioneros. No había lugar por donde pasara que no se recordara la generosidad y solidaridad de “Manos Unidas”. Pude comprobar su labor a través de la promoción en muchos lugares: la tabulación de animales, las plantaciones de maíz, las cosechas de verduras, las escuelas educativas para niños, las pequeñas empresas… Todo me reconfortaba y me ayudaba a mirar el futuro con esperanza. La caridad que proclama el Evangelio se hace viva y servicio a los más pobres.
La finalidad de “Manos Unidas” es la de hacer realidad la propuesta de Jesucristo: “Tuve hambre y me disteis de comer”. Invito a todos los diocesanos a que ayudemos generosamente las iniciativas y proyectos que la institución nos propone para que las manos tendidas de los pobres no se sientan defraudadas porque aquellos que tenemos más pasamos de largo ante ellos.
El sentido del ayuno
Tal vez uno
de los momentos más importantes en la experiencia de la vida es la de saber
administrarla con
sentido armónico y en ocasiones esto supone sacrificarse de
cosas, de estilos de actuar, de modos de regir las propias costumbres y de
entrega generosa a los demás. La austeridad tiene sus raíces en la sobriedad y
en la privación de algo que nos ayuda a crecer tanto humana como
espiritualmente. Lo podemos comprobar en la misma sociedad cuando los caprichos
afloran, por ejemplo en un niño, y no se pone remedio para conducir su modo de
actuar inmediatamente su comportamiento de desboca como el potro que no tiene ni
ley ni norma. Tal vez sea uno de los comportamientos que hoy hay que cuidar para
orientar la vida con sentido maduro y de mayor seguridad.
La Iglesia
nos invita durante la Cuaresma a vivir el ayuno que según la Palabra de Dios y
la tradición cristiana sirve de gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que
induce a él. Jesucristo también ayunó y nos mostró con este gesto que la
experiencia humana necesita purificarse de muchas cosas que le pueden desviar de
la voluntad de Dios. El verdadero ayuno conduce al cumplimiento de la voluntad
de Dios y a dejarse impregnar por el designio que él tiene sobre cada uno de los
seres humanos.
¿Cómo
podemos ayunar durante esta Cuaresma? Si por amor a Dios nos sacrificamos de
cosas, es decir, nos privamos de caprichos tanto en el comer como en el vestir,
y lo que esta privación comporta económicamente después lo entregamos para
solidarizarnos con los pobres, estamos haciendo un verdadero ayuno. Podemos
discernir cómo van nuestras formas de actuar que suelen estar viciadas por la
comodidad, por la falta de responsabilidad en el trabajo, por la crítica
negativa, por palabras inútiles y superficiales… Si estamos dispuestos a cambiar
se realizará un verdadero ayuno. Observemos cómo regimos nuestras costumbres y
si van de acuerdo con el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia. Hay
comportamientos que necesariamente deben cambiar pues se desvían del verdadero
camino de la fe y son contrarios a la moral cristiana. Si con nobleza de corazón
salimos de estos errores, estamos haciendo un verdadero ayuno. Y no olvidemos
que el ayuno que agrada a Dios es la caridad: La entrega generosa a los demás.
El amor al hermano y la dedicación a los que están necesitados tienen un gran
valor. El ayuno tiene su inicio y su fin en el amor a Dios y al
hermano.
Ayunar por
ayunar no tiene sentido, sería deshumanizante e inhumano. El ayuno tiene sentido
cuando lo hacemos por amor y poniendo en el centro del mismo la gloria de Dios.
Si una buena madre de familia, si un buen misionero, si un buen empresario, si
un buen profesional… se sacrifica y realiza su vocación por amor está dando la
mayor gloria que se puede dar a Dios. El ayuno verdadero nos favorece en el
camino emprendido de la santidad; vivamos así durante esta Cuaresma y sentiremos
el gozo que produce la vida cristiana bien llevada.
+ Francisco Pérez
González,
Arzobispo de
Pamplona y Obispo de Tudel
Enlace al tríptico sobre el Sacramento de la
Penitencia 2009
Cuaresma de la
conversión
A las doce
del mediodía del domingo pasado estaba presente en la Plaza de San Pedro durante
el Ángelus cuando el Papa Benedicto XVI nos invitó a los cristianos a ser fieles
con nuestra forma de vivir. Nos exhortó a acercarnos “al don del Sacramento de
la penitencia para restituir la comunión con Dios puesto que el pecado causa la
muerte del alma”. Si e él acudimos conseguiremos la vida de gracia que el mismo
Sacramento nos da. Lo primero que hace el sabio y el justo es la de acusarse a
sí mismo de sus propias iniquidades, en segundo lugar ensalza a Dios y en tercer
lugar edifica al prójimo. Un programa interesante para hacerlo vida durante este
tiempo que nos ofrece el miércoles de ceniza que es la puerta abierta para la
Cuaresma. Durante esta Cuaresma invito a todos los diocesanos a acercarse y a
participar en este Sacramento para que nuestra adhesión a Cristo sea auténtica y
rogándole nos ayude a una mayor conversión. Podríamos denominar a este tiempo la
Cuaresma de la conversión.
La palabra
conversión viene de una palabra latina convertere: cambiar nuestro modo
de vivir por otro mejor. Para ello es necesario verter todas nuestras miserias
en el horno de la Misericordia divina que purifica nuestra vida y la embellece,
y este horno es el Sacramento de la Confesión o de la Penitencia que la Iglesia
lo ha de cuidar con mucho esmero y cariño. Juan Pablo II decía que “la
celebración de este Sacramento es siempre una acción de la Iglesia, que en él
proclama su fe y da gracias a Dios, que en Jesucristo nos ha liberado del
pecado. De ahí que se saque como consecuencia que, sea para la validez como para
la licitud del mismo Sacramento, el sacerdote y el penitente deben atenerse
fielmente a aquello que la Iglesia enseña y prescribe. Para la absolución
sacramental, en particular, las formulas que se han de usar son aquellas
prescritas en el ‘Ordo Paenitentiae’. Se han de excluir absolutamente
fórmulas diversas y distintas” (Mensaje a la Penitenciaria Apostólica, 31 marzo
2001; cfr. AAS93 (2001) págs. 522-527).
Por ello
ruego y exhorto encarecidamente a los párrocos, rectores de iglesias y a todos
los sacerdotes que, durante este tiempo de Cuaresma y durante el año, tengan
horarios precisos de confesionario y que la absolución solamente se haga en
confesión individual y personal: que se de el arrepentimiento, se manifiesten
los pecados formalmente y explícitamente al confesor, que exista un claro
propósito de la enmienda con el deseo firme de no volver a pecar, evitando el
pecado, y se cumpla la penitencia. El sacerdote actúa en nombre de Jesucristo y
en nombre de la Iglesia y así recibió la autoridad el día de su ordenación.
“Este es su deber hacia los fieles y los fieles tienen el derecho de recibir una
correcta administración del Sacramento de la penitencia” (Juan Pablo II, ibidem,
pág. 526).
En las
circunstancias que nos toca vivir, a causa de un debilitamiento de la fe, el
Sacramento del perdón es una buena terapia espiritual e integral que nos
fortalece, anima y nos hace más amigos Dios y más fraternos con la humanidad.
Durante todo el tiempo que Dios me ha regalado como sacerdote y ahora como
Obispo los momentos más gratificantes en mi ministerio han sido durante la
administración de este Sacramento: he visto nacer vocaciones, matrimonios que se
han unido, alejados que se han incorporado con alegría a la vida de la Iglesia,
corazones rotos que se han recompuesto, jóvenes y adultos que han encontrado
sentido a su vida… Es la pastoral más eficaz aunque sea la que menos se ve.
Dediquemos tiempo a nuestros fieles y veremos florecer cada día más la vitalidad
en la Iglesia. Os deseo una santa Cuaresma y que sea un tiempo más profundo para
que brille nuestra conversión. Así se lo ruego y se lo pido al Señor y a la
Virgen a fin de que nos hagan capaces de vivir la humildad en el Sacramento del
perdón.
+ Francisco Pérez
González,
Arzobispo de
Pamplona y Obispo de Tudela
Recesión espiritual y
moral?
Una de las
palabras que más se ha usado ante las circunstancias de crisis por la que
estamos pasando ha sido la palabra recesión. Y recesión es la disminución de la
actividad económica de un país o de todo el mundo, como lo es actualmente. Pero
hay algo que hemos de tener muy presente a la hora de de analizar el fondo de
todo lo que está sucediendo y es la falta de conciencia ética o moral de la
vida; si la corrupción existe, sea del color que sea, es por la falta de
responsabilidad o por la concepción de la vida misma donde lo único que prima es
la idolatría del egoísmo. Si analizamos los motivos por los que se rige el
quehacer diario, el trabajo, el servicio social donde cada uno se ejercita y
desarrolla podemos deducir que hay una pieza de este maravilloso puzzle que no
funciona: la razón por la que soy persona, una razón que está en lo más íntimo
de uno mismo.
En lo más
íntimo de la experiencia humana y de cada persona además de lo corpóreo y de lo
psicológico existe lo espiritual. La espiritualidad se encuentra también en
recesión; la actividad espiritual disminuye. El materialismo ha narcotizado lo
más íntimo del corazón que es la hermosura de alma. Cuidamos el cuerpo para que
el corazón, como víscera importante que es, funcione y lleve los ritmos
necesarios. Los anuncios publicitarios son ingentes. Cuidamos la parte
psicológica y sabemos que es necesario una armonía interior y un temple especial
para afrontar con madurez lo que nos acontece, cuando uno no encuentra las
claves fundamentales va al psicólogo. Todo esto está bien pero ¿cómo cuidamos el
espíritu? y aquí ya encontramos más dificultad; el espíritu también necesita una
cura especial. De él nace todo: nacen los buenos o malos deseos, las buenas o
malas acciones, las orientaciones justas o injustas a la hora de valorar la
vida. Aún más: quien cuida bien del mismo está invirtiendo lo mejor para el
futuro. Y el futuro es la eternidad para bien o para mal según haya sido nuestro
comportamiento. Como dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida te
examinarán del amor”.
Si lo
espiritual no se cultiva es normal que la ética o la moral se devalúen y se
desmoronen. Lo único que da libertad y auténtica felicidad es la armonía
interior que, como una melodía, trasciende y enamora. Es el momento y se ven
rayos de luz donde ya se van buscando espacios de reposo y de alivio interior.
Cuánto más se valore este modo de vivir más se irán manifestando los frutos que
del mismo espíritu han nacido. No nos dejemos aprisionar por la desidia y menos
por el relativismo de la experiencia. Si hay crisis no es solamente material
sino también espiritual. Para cambiar se necesita la conversión del corazón que
exige mayor interiorización, mayor relación con Dios y mayor desprendimiento
donde los demás importan. Lo espiritual y lo moral se conjugan. Si no hay un
diálogo permanente los fracasos serán seguros. ¿Y no es así en nuestros tiempos?
¡Apliquémonos el cuento!
+ Francisco Pérez
González,
Arzobispo de
Pamplona y Obispo de Tudela
Los niños de Asia te necesitan
Me alegra
que este año nos fijemos en Asia y la razón fundamental es porque este
Continente tiene la tierra bien abonada para que la semilla del Evangelio crezca
en el futuro con mucha fuerza. Aún recuerdo con mucho afecto las palabras que el
Papa Juan Pablo II nos dijo, en una ocasión, a un buen grupo de Obispos de todo
el mundo: “Asia es el Continente que debemos cuidar, en estos momentos, porque
la Palabra de Dios crecerá mucho en el corazón de los asiáticos. No debemos de
perder de vista a China. Ayudemos a China y trabajemos para ser solidarios con
ellos”. La gran pena de este gran Papa fue que no pudo ir a China por
dificultades de forma y de fondo del Gobierno chino. Murió con esta pena.
Por ello el
tema que hemos escogido este año me fascina y me ilusiona. Los niños asiáticos
son muchos millones y a ellos hemos de mirar con la fuerza de saber que el
futuro dependerá de lo que ahora se les enseñe. El Papa Juan Pablo II hablando
de Asia decía que es el continente más vasto de la tierra y está habitado por
cerca de dos tercios de la población mundial, mientras China e India juntas
constituyen casi la mitad de la población total del globo. Lo que más impresiona
del continente es la variedad de sus poblaciones herederas de antiguas culturas,
religiones y tradiciones. No podemos por menos de quedar asombrados por la
enorme cantidad de la población asiática y por el variado mosaico de sus
numerosas culturas, lenguas, creencias y tradiciones, que abarcan una parte
realmente notable de la historia y del patrimonio de la familia
humana.
Los pueblos
asiáticos se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos.
El amor al silencio y a la contemplación por ejemplo. Hubo un tiempo que desde
Europa se miraba a Asia como lugar de pacificación interior y muchos jóvenes
peregrinaban para encontrar la solución para ser felices en sus vidas. Estaban
cansados de la droga y del materialismo que se respiraba en sus propios
ambientes. El yoga y otras técnicas asiáticas se han impuesto como forma de
encuentro personal y realización de la personalidad. Hay terreno abonado para
que la semilla del Evangelio crezca en el alma de los asiáticos. Pensemos en
Corea donde la vida cristiana está creciendo a pasos de gigante. Son momentos de
gracia especial que Dios quiere manifestar a este continente tan rico en
tradiciones y culturas nobles.
Otros
valores como la sencillez, la armonía y el no apego muestra la profundidad de un
pueblo que quiere caminar asido a la fuerza que nace de un sentido humano
profundo. El espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal hace mirar
a Asia como un continente de futuro. Un pueblo que no se supera en la
contradicción y en el sufrimiento es un pueblo caduco. De ahí que la semilla
está ya depositada y crecerá y dará muchos frutos. Hay una gran sed de
conocimiento e investigación filosófica. Respetan la vida, la compasión por todo
ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los
ancianos y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado. De modo particular,
consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy
integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad.
Estas
reflexiones fueron propiciadas por el Sínodo que se hizo sobre Asia y que
después vino confirmado por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación apostólica
“Ecclesia in Asia”. Se observa que los mismos padres sinodales estaban mostrando
un rostro fidedigno de lo que es Asia. Eran conscientes de las grandes
dificultades que provoca la violencia o las guerras y sin negar estas tensiones
y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado una notable
capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de
los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Y en este marco tan rico
y tan divergente la Iglesia puede comunicar el Evangelio de modo tal que pueda
elevar y favorecer los valores más íntimos que existen en el alma
asiática.
Lo que ha
hecho y sigue haciendo la Iglesia está sustentado por la esperanza. El mismo
Juan Pablo II dijo que en Asia se está abriendo una “nueva primavera de vida
cristiana”. Hay incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas, catequistas
aumentan no sólo en número sino también en formación seria. No conviene olvidar
que hay comunidades cristianas que sufren intensas pruebas en la práctica de la
fe: China, Vietnam, Corea del norte… Pero, a pesar de esto, crecen los
cristianos y saben sacar bienes de las persecuciones y de los encarcelamientos.
Lo viven con tal intensidad y hondura que más allá de ser probados en la fe
confían intensamente en el amor a Jesucristo. Lo transmiten a los niños y
jóvenes que viven precariamente en lo material pero ricos en lo
espiritual.
La Iglesia
quiere ofrecer la vida nueva que ha encontrado en Jesucristo a todos los pueblos
de Asia, “que buscan la plenitud de la vida. Esta es la fe en Jesucristo que
inspira la actividad evangelizadora de la Iglesia en Asia, a menudo realizada en
circunstancias difíciles, e incluso peligrosas” (Juan Pablo II). No son otras
las razones que ofrece la Iglesia a los asiáticos sino la de conocer y reconocer
que Cristo libera y salva.
Me
impresiona cuando veo a los niños asiáticos y, sobre todo, cuando en la
diversidad coexisten y son tolerantes. Queda mucho por conseguir pero se está
abriendo un nuevo mundo que se irá realizando al unísono y aportando al resto de
la sociedad unos valores que en occidente se han difuminado en la oscura noche
cultural. Por tanto los necesitamos para que nos muestren esa sabiduría moral y
la intuición espiritual innata que es típica del alma asiática. Para ellos
también podemos ser don y regalo, más allá de la técnica avanzada, por el
intercambio de experiencias místicas de fe testificada en nuestros santos. Lo
que el materialismo ha propiciado en occidente no tiene nada que ver con las
experiencias de aquellos que han restaurado una sociedad con su ejemplo. Si nos
necesitamos mutuamente, auguro que en la Jornada de Infancia Misionera crezca el
deseo y la práctica de anunciar juntos que Jesucristo es quien puede cambiar los
corazones de todos y de esta manera su Reino de paz, amor y fraternidad será
visible.
+ Francisco Pérez
González,
Arzobispo de
Pamplona y Obispo de Tudela y
Director de Obras Misionales Pontificias en
España
La unidad es fuente de conversión
El domingo pasado comenzábamos la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos y el día 25 se concluye este tiempo de plegaria y ofertas espirituales para rogar a Dios que nos conceda cuánto antes la comunión total. Sabemos que no es fácil y que los condicionantes históricos pesan mucho. No obstante, a pesar de nuestras debilidades y dificultades, se ha de trabajar para que llegue este deseo de Jesucristo: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado” (Jn 17, 21). La conversión a Cristo, que es el signo visible de la unidad con el Padre en el Espíritu, pasa por la unidad entre nosotros como él nos pide. Aún más, él mismo nos advierte de que si no estamos unidos entre nosotros la fe se debilitará y muchos dejarán de creer. La fe por tanto exige, como en una tierra esponjosa, dejar que caiga la semilla del amor y de la unidad que producirá frutos de conversión. Creer en Cristo exige unidad entre todos y así el mundo volverá a la fe.
Nos lamentamos de que las situaciones sociales son difíciles y que incluso se ha perdido socialmente la fe. ¿No será que una de las causas de tal pérdida es la falta de unidad entre los cristianos? Ya nos advertía el Concilio Vaticano II que muchos permanecen en la nebulosidad del ateismo por la falta de testimonio de los creyentes. Cuando el gran poeta místico R. Tagore, de procedencia india, vino a Europa para conocer la experiencia de los cristianos puesto que el Evangelio le había fascinado se sintió defraudado al observar que los creyentes se adaptaban a la mentalidad del mundo y fallaban en su arrojo evangélico; no dio el paso a la conversión por la falta de testimonios auténticos. Esto nos debe interpelar permanentemente. En las primeras comunidades cristianas tanto el amor, la unidad y la fraternidad hacían milagros pues muchos paganos se convertían a la fe en Cristo y la razón que daban era: “Mirad cómo se aman”.
La conversión tiene como una de las fuentes a la unidad, que es la expresión del amor entre hermanos. La unidad no contradice la diversidad sino que la hermosea, así como un cuadro se hace bello si en él confluyen muchos colores armonizados. La riqueza de la unidad son los matices que en ella se expresan y que nunca la restan, al contrario, la hacen más auténtica. Ya es tradicional en la espiritualidad cristiana reflejar que en las cosas necesarias siempre ha de haber unidad, en las discutibles que cada uno se exprese libremente y que en todo momento exista la caridad. Estamos en unos tiempos donde se ha de procurar llevar este espíritu de unidad y no podemos caer en la tentación de vivir a expensas de ideologías que rompen tal comunión. La unidad auténtica es la forma mejor de predicar que Dios ama y nos ama.
¡Cuándo llegará esta unidad tan ansiada por Cristo! Roguemos durante este tiempo para que se haga palpable la unidad y pongamos, cada uno, nuestro “granito de arena” a fin de que sea cumplido el deseo de Cristo.
+ Francisco Pérez González,
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
Reino de amor y plenitud
Cuando los seres humanos buscamos un espacio mucho más agradable todos queremos sentirnos amados y perdonados. Es una exigencia que nace del corazón y de la verdadera relación humana. Nos hacemos muchas preguntas pero la que más veces pronunciamos es cuando decimos: ‘si todos nos lleváramos mejor, seríamos más felices y las cosas irían mejor’. A veces nos esclavizamos a nosotros mismos porque la capacidad de amar y perdonar no solo cuesta sino que la práctica de las mismas nos parecen muy difíciles de realizar. Es cierto que no es un camino fácil, pero es un camino posible. Todos conocemos personas que han sido ejemplo y las tenemos muy presentes en nuestro recuerdo. Pero si ahondamos un poco en su vida, éstos han sido hombres o mujeres de una fe profunda. Su vida ha sido reflejo del Reino en el que han creído y que Cristo mismo ha instaurado.
La experiencia nos demuestra que por nuestra propia voluntad no podemos realizar nada si no hay un motivo superior que lo sustenta y propicia. Quien ama a Cristo está instaurando un nuevo reino que es paz, amor y misericordia. Es el único que puede, como Rey del universo, hacernos llevar una vida distinta a la que provocan los ‘reinos egoístas’ de un mundo hastiado de sí mismo. La libertad, la fraternidad y la alegría son claves esenciales que si se viven demuestran la calidad de vida que existe en nuestra experiencia humana.
La libertad humana si está desvinculada de la verdad es una de las expresiones “del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión” (Benedicto XVI). La fraternidad si no tiene como base un amor oblativo y entregado como el de Cristo, se convierte en una filantropía interesada que frustra todo lo que aparentemente se había construido. Y la alegría cuando nace de una experiencia gozosa y bebe en las fuentes del amor y de la misericordia se convierte en un raudal de felicidad que nadie puede arrebatar.
Por eso la experiencia cristiana es una experiencia de un Reino que no tiene fronteras y que no acaba si no es en la eternidad. “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los demás la amistad con Él” (Benedicto XVI). En medio de las dificultades dramáticas en las que se encuentra la sociedad con la ‘noche cultural y social’ que padece “la Iglesia en su conjunto ha de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” (Benedicto XVI). Los cristianos tenemos la obligación de anunciar este Reino a todos y más cuando hay un gran vacío en las realidades humanas.
25 de noviembre de 2007
Mirando al futuro. Comentario Domingo XXXIII Tiempo
Ordinario
Hablar hoy del
final de la historia y del mundo parece algo anacrónico. No hay percepción de
tal evento puesto que las esperanzas humanas tienen puesta sólo la mirada en lo
tangible, en lo que se ve y en lo que el ser humano domina por sí mismo. La
ciencia se ha convertido en la única fuente interpretativa de la historia y de
las diversos recorridos que existen en la humanidad, el sentido de lo
trascendente se percibe como algo que ya no tiene carta de ciudadanía en la
actualidad. Por eso se llega a ridiculizar y hasta despreciar al que piense que
la vida tiene un 'fin de eternidad' y se sustentan las ideas de que la realidad
única que existe es aquella que muestran las filosofías replegadas en si mismas
y de que nada, comentan, hay más real que lo inmanente. Es como si el hombre se
hubiera hecho a sí mismo.
No obstante,
ante tales planteamientos, que se reducen a ver las cosas recortadas y
deformadas, parece que se está despertando una mayor búsqueda de lo misterioso y
lo oculto. La razón es muy sencilla, las exigencias de la interioridad se
asocian a una realidad superior que discurre por los caminos de plenitud. La
fuerza de la vida es mucho mayor que las cortapisas de la falsa razón. Está
implícito el deseo de eternidad y esto no se puede sofocar. Para no caer en el
error de tantas corrientes que exponen lo misterioso desde falsos presupuestos,
la fe nos lleva al equilibrio de lo que es y será el fin del género humano. La
victoria de Cristo ha hecho posible que la humanidad vaya por caminos de
alegría, puesto que la segunda venida de Cristo es una promesa de felicidad.
Me impresiona y
me alienta constatar en la vida de los santos que ellos tuvieron como motivación
fundamental este horizonte de vida. No eran extraños a la realidad de la
historia terrena, más bien se hacían cargo de ella con una entrega generosa y
sin límites y ahí tenemos sus inmensas obras benéficas y caritativas.
Construyeron pisando la tierra con los pies y con la mirada dirigida hacia lo
alto. No se desentendieron de la tierra porque la exigencia que les llevaba a
construir un mundo mejor era estímulo preparatorio de un mundo en plenitud,
asegurado por quien ha hecho posible, en su segunda venida, la realización
completa de todo.
Por eso urge
mentalizarnos todos para que las realidades visibles evoquen siempre las
realidades invisibles. Que no todo está realizado aquí sino que hay un final al
que todo tiende. Vivimos instalados en el hoy, en los trabajos diarios, con sus
emociones y sus cansancios, con la vida organizada e ilusionada, pero nos puede
suceder que nos olvidemos del final del camino. Al final, nos recuerda la
liturgia, se realizará la venida de Cristo que acogerá a todos y se harán nuevas
todas las cosas. Ésta es la razón fundamental de nuestra vida: pertenecer para
siempre y en plenitud a Dios. El Reino de Dios se inaugurará de una forma
definitiva cuando pasen esta tierra y este cielo para dar lugar a una tierra
nueva y a unos cielos nuevos en donde el día no tendrá fin.
16 de noviembre de 2007
DIOS AMA SIN REPROCHE NI
CONDENA
Es significativo contemplar a Jesús
cuando le indica a Zaqueo que baje de la higuera. Su pedagogía no es como la
nuestra pues cuando vemos a alguien, si tenemos una actitud negativa, o le
juzgamos o le reprochamos o le corregimos de forma inmisericorde o le
marginamos. La mirada de Dios es distinta porque es positiva y en su misma
mirada ayuda a crecer. Conoce nuestro interior y sabe lo que aún nos queda por
conseguir. Los datos del alma es muy difícil describirlos porque en lo íntimo
del ser humano hay grandes misterios. La fe es un don de Dios y una respuesta
gozosa por parte del hombre. Sólo Dios conoce nuestro interior. Lo cierto es
que, como decía Juan Pablo II: “En lo profundo de cada ser humano, todo hombre
o mujer desea poseer al todo de Cristo”.
Esto nos invita a ensanchar el
horizonte de nuestra visión y no porque debamos ser faltos de realismo sino más
bien porque la mirada del creyente debe asentarse sobre la experiencia de fe. El
amor de Dios no es abstracto o fuera de la realidad, todo lo contrario, si es
verdadero amor se concreta en la vida. El libro de la Sabiduría lo explica muy
bien. Dios ama a todas las cosas porque él mismo las ha creado por amor. Dios
ama la vida; ama su obra creadora porque en ella reside su propio espíritu. Si
Dios retira su amor, su espíritu, todo lo creado sucumbiría. Dios ama sin mas,
ama porque ama y ama por amar. Nunca reprocha y nunca condena porque es el
hombre quien se ve asediado por su propio reproche y por su propio desvarío al
no concederle a Dios presencia en su vida. Llevar una vida agradable a Dios es
la consecuencia del creyente auténtico.
Siguiendo la imitación a Cristo y
conociendo nuestras imperfecciones podemos tener la impresión de aquel que se
sentía angustiado y fluctuaba muchas veces entre el temor y la esperanza. Un
día, abatido por la tristeza, entró en una Iglesia y, postrándose al pie del
altar, oraba y discurría así en su corazón: “¡Si supiera con certeza que iba a
perseverar hasta el fin! Y al punto oyó esta respuesta: “¿Qué harías si lo
supieras? Haz ahora lo que quisieras hacer en tal caso, y estarás firmemente
seguro”. Y al instante se levantó consolado y fortalecido, se abandonó en Dios y
cesó aquella penosa incertidumbre” (Cfr. Kempis, Imitación de Cristo, pag.
186).
Nos preocupamos por lo que sucederá
en nuestro devenir y sin embargo no nos preocupamos del presente que es lo único
que tenemos en nuestras manos. Es en este presente donde la fuerza de Dios actúa
y así nos permite cumplir “los buenos deseos y la tarea de la fe” (Tes 1,12).
No sabemos cuando vendrá el Señor pero la mejor espera es vivir el hoy que nos
toca, el momento que nos apremia, lo demás es secundario puesto que ya llegará.
Las grandes angustias existenciales vienen provocadas por la falta de aceptar el
momento presente como el don más grande que tenemos a nuestro alcance. Si el
pasado esclaviza y al futuro se teme crea tal insatisfacción que provoca la
incertidumbre angustiosa. Como Zaqueo comprobó y experimentó el amor del Señor y
esto fue lo que rehizo su vida y se convirtió, lo mismo hoy hemos de sentir
nosotros para que la alegría y la esperanza nos lleven a vibrar en nuestro
corazón. Dios nos ama, nada hemos de temer.
4 de noviembre
de 2007
+ Francisco
Pérez González,
Arzobispo de
Pamplona y Obispo de Tudela
¿Secuestrar a
Dios?
Ya se
acercan las fiestas de Navidad y me cuesta creer que el motivo fundamental de
las mismas, que es admirar y adorar al Hijo de Dios que nace en Belén, se
olvide. No es a las montañas nevadas o a los ciervos llevando un trineo ni a los
motivos más ecológicos a quienes festejamos. La fiesta es para un Niño-Dios que
nació hace más de 2000 años en Belén. Y me pregunto: ¿se quiere olvidar o
secuestrar a Dios? La alegría más grande que ha recibido la humanidad, en toda
su historia, ha sido la gran noticia de que en Belén nació el Hijo de Dios.
Nadie, ningún personaje superará este acontecimiento. El universo, la tierra y
todas las generaciones que puedan sucederse harán mención al punto central de la
Historia: que Dios se nos ha manifestado en el Niño de Belén.
Ni las
técnicas más avanzadas, ni las sociedades más progresistas, ni las ideologías
más saturadas de aparente razón podrán desplazar y menos olvidar este evento
único que convulsionó y sigue convulsionando al género humano. Pero cuando las
razones de vivir y actuar se centran en el ser humano como único principio y
fin, sucede que la experiencia de Dios permanece como algo fuera de él mismo,
todo lo más como algo que sucedió en el pasado pero sin incidencia en el
presente. Cuanto más intenta el hombre ponerse en el lugar de Dios, más cae en
la absurda tentación de buscar la forma de secuestrarle y de olvidarle.
Hay una
razón que motiva este modo de pensar y actuar: la desviación de la trayectoria a
la que está llamado el ser humano. Si tuerce su vida lo único que le lleva a una
falsa justificación es la de negar a Dios, marginar y olvidar su nombre. Si su
modo de proceder es totalmente diferente a los mandamientos de Dios no queda
otro modo de actuar que la humildad de aceptar la propia fragilidad o la
soberbia de sentirse molesto de que Dios exista. Pero por mucho que se quiera
secuestrar a Dios jamás se le podrá destruir porque todo depende de Él: "En Él
somos, nos movemos y existimos". Y si alguien lo intentara se sentiría
profundamente frustrado.
El
tiempo de Navidad es un gran regalo para todos, puesto que festejamos la
cercanía y el nacimiento de Dios. También entonces le quisieron secuestrar, pero
se perdieron en el intento: pasó por el trance de la pasión en la Cruz pero
venció con la Resurrección; pensaban que después ya no existiría más y su
promesa de "permanecer para siempre entre nosotros" se sigue haciendo viva y
eficaz. Así como nadie puede apagar el sol aunque se ponga una sombrilla delante
de sus ojos, lo mismo sucede con Dios: nada ni nadie podrá interponerse a esta
Luz, que brilla mucho más que el mismo sol.
16 de diciembre de 2007
Adviento, momento para revisar la vida cristiana
Me siento muy perplejo y hasta muy preocupado al constatar
que en el ambiente de nuestra sociedad se esté haciendo elogio y se aplauda con
normalidad a ciertas formas de vivir que están impregnadas del pecado. El
pecado, decía el Concilio Vaticano II, afea a nuestra sociedad. El ser humano
que está llamado a vivir la belleza, la armonía, la verdad y el puro amor, se ve
acosado por una forma de pensar y de actuar totalmente al margen de dicha
realidad. Los medios de comunicación, en su amplio espectro, no tienen ningún
rubor en presentar el pecado como si esto fuera la mayor expresión de la
libertad. Sin embargo, mal que pese a muchos, lo que se ensalza es el camino
más escabroso de la esclavitud ¿Cómo es posible que se haya caído en tal
mentira? Quien no esté a favor de la verdad, por mucho que quiera justificarse,
se ve envuelto en la mentira más engañosa que pueda existir
El pecado tiene su raíz en el egoísmo perverso y malvado
que se erige en ‘señor’ en el corazón humano. No admite las reglas de juego que
marca el Creador, se deja llevar por sus planes propios más que por los planes
de Dios señalados en los Mandamientos. La fealdad existencial y vital se ven
apoyadas por el pecado y estas son frutos del mismo. El pecado ni tiene color,
ni tiene razón, ni tiene luz… es la oscuridad más negra que obstruye toda
claridad. Se identifica con la muerte existencial que desplaza a todo signo de
vida. Dios que se paseaba por el Paraíso sin ningún obstáculo, se encuentra ante
la desobediencia del primer hombre y primera mujer y ha de despedirles del
hermoso jardín por no corresponder al designio de libertad y amor. ¡Que
vergüenza sienten los primeros padres!.
Estamos preparando la fiesta de Navidad con la ilusión
propia de recibir al único liberador del género humano: Jesucristo. Este
recuerdo nos pacifica, nos dignifica y nos lleva a la felicidad que fue perdida
a causa de nuestros pecados. De ahí que la fiesta que celebramos no tiene nada
que ver con las motivaciones materialistas o hedonistas que hacen de la Navidad
una pura caricatura. Es la fiesta de la vida y de la libertad, de la armonía y
de la paz, de la gracia y del amor. En Belén se manifiesta la victoria del amor
sobre el odio, la gracia sobre el pecado, la luz sobre las tinieblas. Es la
manifestación de Dios que sigue queriendo al género humano.
Cuando recibimos tantas felicitaciones, con motivo de las
fiestas de la Navidad, las formulaciones de nuestros deseos son tan ampulosas
que tal vez nos falta preguntarnos cómo nos movemos por la vida y si cuidamos
con esmero –ante todo- la belleza del alma que se deja modelar por el amor de
Dios (el Dios de la Vida). "¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su Señor!,
porque, al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus pecados, se
convierte en hospedaje de todos los vicios" ( San Macario). Estar en gracia de
Dios es tan importante o más que tener salud corporal; la salud del alma es más
necesaria puesto que en ella encontraremos la Vida que es felicidad completa.
Que esta Navidad nos ayude a ser más responsables ante el compromiso que nos
dejó el Niño Dios de Belén.
7 de diciembre de 2007
DIOS, AMIGO PARA
SIEMPRE
Hoy celebramos
el ‘día de todos los difuntos’ y llevamos, como expresión de cariño, flores a
las tumbas de nuestros difuntos en el Cementerio. No es puramente un recuerdo,
ni simplemente un acto nostálgico de memoria temporal o de alguien que pasó por
aquí y nada más.
La fe nos hace
ver que Dios nos ha creado por amor y al amor eterno nos llama. Las promesas de
Cristo son tan reales que se harán plenitud de eternidad y por ello se cumplirán
con total certeza. Los difuntos brillan en la Luz aun en medio de las tinieblas
de la muerte. La vida vence a la muerte y esta es nuestra mejor suerte. San
Agustín decía que ‘las flores se marchitan, las lágrimas se secan pero la
oración (que nos hace palpar ya la vida que no acaba) permanece’.
En este día
tengo presente -en la Eucaristía- a todos aquellos que han fallecido, a todos
los navarros que vivieron en esta tierra y ya participan de la eterna compañía
de Dios, amigo para siempre. El Cielo es una casa que construimos en la tierra y
habitamos en la eternidad. Vivamos este día con la mirada puesta hacia arriba,
donde los nuestros nos contemplan con amor y a ellos les mostramos nuestro
cariño.
2 noviembre de 2007
El amor y la misericordia son fruto de la santidad
1.- La experiencia de fe es como una luz que nos conduce en medio de la noche. Es la luz que nos lleva a vivir la santidad en medio de la noche oscura por la que pasa el ser humano. Es lo que ha ocurrido con la beatificación de estos que hoy recordamos y con ellos hay muchos más que dieron la vida en medio de las tormentas del odio y la guerra. En la guerra todos pierden y nadie gana pues el odio eclipsa al amor entre hermanos. Por ello siempre hemos de rogar a Dios que nos una en el amor y la fraternidad pues sólo desde aquí se puede construir una sociedad nueva. Sin la fe y el amor, los santos hubieran sido mediocres y tibios, pero la experiencia sobrenatural que ellos tenían les llevaba a ser signos vivos de la luz que es Cristo. En la Iglesia y diría también que en la sociedad los santos de hornacina, como los santos anónimos, han sido reflejo de una estela de luz que ellos llevaron con valentía y su luz sigue resplandeciendo a través de los siglos. Pensemos en San Saturnino, al que festejábamos últimamente en Pamplona y en todos los beatos.
La estela de su luz, de unos y de otros, sigue presente entre nosotros, porque se apoyaron sólo en Dios y aunque tuvieron que sufrir el martirio nada les importó tanto como ser fieles a su fe en Cristo. Celebramos en la Catedral de Pamplona el gozo de tener entre nosotros a estos beatos y con ellos a tantos que si no han sido beatificados formalmente han sabido gustar, con su vida, el amor a Dios y al prójimo perdonando. Ellos nos enseñan a vivir el ‘pacto de misericordia’ que Cristo mostró en la Cruz. Más allá de todo sólo el amor y la misericordia vencerán, porque Cristo nos lo ha mostrado y nos lo ha proporcionado como medio seguro de santidad. Fue el Papa Juan Pablo II quien nos recordaba con motivo del año jubilar, el año 2000, que el sentido del perdón es lo más noble que existe en la vida del cristiano, y ya no sólo por lo que supone personalmente, pues hemos de purificarnos de nuestros pecados a través del sacramento de la penitencia, sino “también para toda la Iglesia, que ha querido recordar las infidelidades con las cuales tantos hijos suyos, a los largo de la historia, han ensombrecido su rostro de Esposa de Cristo”. Los santos son ejemplo de saber pedir perdón para sí y para los demás. De ellos hemos de aprender desde la humildad a reconocer que somos frágiles y débiles.
2.- Hoy iniciamos el tiempo de Adviento, que es momento de mirar con esperanza este presente que nos toca vivir, sabiendo que lo que se realizará en el futuro será aquello que hemos construido en el hoy y ahora. La venida de Cristo es señal de esperanza gozosa. No ha venido a pasearse entre nosotros, como si de un ambulante se tratara, sino a darnos la certeza que la vida eterna es la vida que nos pertenece porque él la ha conquistado en nuestro favor. Construir un presente sin esperanza, es construir un futuro vacío. Es como secuestrar a Dios. Los intentos del materialismo y de la superficialidad crean un ambiente inconsistente, sin raíces y sin una fuerza que lo sostenga. El Papa Benedicto XVI acaba de publicar su segunda Encíclica que lleva por título ‘la esperanza que salva’. El Adviento nos ayudará para reflexionar, meditar y ahondar en este punto fundamental de la vida cristiana.
Los santos han dado brillo a su vida porque eran personas que ponían más esperanza en Dios que en las realidades terrenas y humanas; y si tenían que dar la vida no lo consideraban tan importante como el ser fieles a Dios. Sólo la luz de la fe les hacía ver todo lo que les rodeaba en su justa medida. Y cuando aceptaban el evangelio no lo miraban “como una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida... quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” ( Benedicto XVI, Spe salvi, nº 3).
3.- En esta Iglesia que es santa y pecadora, que se santifica y se purifica, pongamos la mirada en Cristo que es el único Salvador del género humano. Hagamos del Adviento un tiempo de purificación y de conversión para que al llegar la Navidad el Niño Dios pueda habitar en nosotros y entre nosotros. Hagamos de este Adviento un tiempo de paz para que perdonemos de corazón a quienes hayamos ofendido. Hagamos de este Adviento un momento de petición a Dios para que desaparezca cuanto antes la violencia y el terrorismo que tanto daño está provocando en nuestra sociedad y roguemos al Señor para que el corazón de los que lo propician se convierta. Hagamos de este Adviento un canto de alabanza permanente al que viene en el nombre del Señor. Que la Virgen María sea nuestra maestra y guía en este tiempo de Adviento y con ella todos los santos. Amén. Homilía Eucaristía en la Catedral de Pamplona
2 de diciembre de 2007, Domingo I de Adviento
Celebración de la beatificación de los mártires