lunes, 20 de mayo de 2013

El día del Señor - Plaza de San Pedro en El Vaticano, El día del Señor - RTVE.es A la Carta

El día del Señor - Plaza de San Pedro en El Vaticano, El día del Señor - RTVE.es A la CartaEVANGELIO

El perdón de los pecados -y, por lo tanto, la lucha contra él- no lo podrán realizar los ministros del Señor sin dejarse antes invadir por el Espíritu Santo. Hay que evitar, en la administración de los sacramentos, toda apariencia de magia, y hay que acudir más al Espíritu Santo en una actitud humilde y constante de oración.


Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-23.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

59 HOMILÍAS PARA PENTECOSTÉS
(1-15)
 
1. Con la fiesta de Pentecostés llega a su término y a su culminación la solemne celebración, por la Iglesia, de la cincuentena pascual. Después de haber celebrado a lo largo de estos 50 días la victoria de Jesús sobre la muerte, su manifestación a los discípulos y su exaltación a la derecha del Padre, hoy la contemplación y la alabanza de la Iglesia destaca la presencia del Espíritu de Dios y la entrega por el Resucitado de su Espíritu a los suyos para hacerles participar de su misma vida y constituir con ellos el nuevo Pueblo de Dios.
-La aspiración que Dios ha puesto en el hombre tiene hoy su cumplimiento Hay en la creación entera, que "abriga la esperanza de compartir libre de toda corrupción la espléndida libertad de los hijos de Dios" (Rm/08/20-21), y hay sobre todo en el hombre, en quien culmina la historia de la creación, la aspiración, no siempre consciente y asumida, a una perfección y una plenitud que nada del mundo es capaz de satisfacer. De esa aspiración se hacen eco voces de la historia religiosa de la humanidad como la de la oración de Moisés: "Ojalá quiera Dios que toda la gente del pueblo sea profeta y que el Señor ponga su Espíritu sobre ellos" o la contenida en la expresión del profeta: "Ojalá desgarrases el cielo y bajases". La revelación de Dios a lo largo del AT venía alimentando esa esperanza del hombre con su promesa de un día en el que Dios será Dios de su pueblo y enviará su Espíritu sobre todos los hombres.
Hoy, podemos decir que en la celebración de la Pascua, se ha cumplido todo eso. El Espíritu que había descendido sobre Jesús en el bautismo y le había llenado de su gozo al conocer la revelación del misterio de Dios a los sencillos, ha manifestado su poder resucitándole de los muertos y concediéndole tener parte en la vida y la gloria de Dios. Y como la Pascua del Señor es el comienzo de una humanidad nueva, el Resucitado otorga su Espíritu a los suyos para renovarlos interiormente, incorporarlos a su nueva humanidad, instaurar con ellos el nuevo Pueblo de Dios y enviarlos como fermento al mundo para su total renovación.
-El Espíritu edifica la Iglesia
Por eso son tan extraordinarios los frutos del Espíritu. Él reúne a la Iglesia dotando de nueva vida a aquellos que por la fe y el bautismo se han incorporado a JC. Él transforma el interior de los creyentes dándonos la posibilidad de decir: "Jesús es el Señor" y de invocar a Dios como Abbá, Padre, poniendo en nuestros labios una oración que el espíritu humano no sería capaz de suscitar. Él profundiza la capacidad de nuestras mentes concediéndonos penetrar en el misterio de Dios y gozar de la experiencia de su gracia. Él cambia la vida de los discípulos de Jesús haciéndonos transformar la vida según el mundo y dándonos fuerza para vivir en el amor mutuo, el gozo, la paz, la magnanimidad, la paciencia, la fidelidad. El Espíritu del Señor invocado por nuestras comunidades cuando celebramos la Eucaristía desciende sobre los dones para que sean el cuerpo y la sangre del Señor resucitado y desciende sobre la misma comunidad para convertirla en ofrenda agradable a Dios y congregarla en la unidad y en la paz.
-El Espíritu envía al mundo y habla a través de la historia
Pero el Espíritu ha sido dado a la Iglesia como prenda de su entrega al mundo. Por eso los hombres dispersos en muchas lenguas comienzan en el relato de Pentecostés a escuchar las maravillas de Dios que los apóstoles les predican en su humilde dialecto. Por eso también el Espíritu envía a los cristianos al mundo para que sean testigos de JC, anuncien la buena nueva de la salvación de Dios e instauren en medio de su historia y a través de los acontecimientos que la van haciendo el Reino de Dios. Y por eso también el Espíritu aletea incluso sobre un mundo que la Iglesia tiene por alejado del plan de Dios y a través de sus descubrimientos, en sus logros, y hasta de sus fracasos, interpela a los creyentes y los conduce hacia su renovación.
Verdaderamente el Espíritu es el don supremo del Dios Altísimo que nos ha otorgado el Señor muerto en la cruz y resucitado. Al recibir el Espíritu, ya no recibimos tan sólo los dones del Espíritu: recibimos a Dios mismo convertido en el don por excelencia, permitiéndonos vivir con su propia vida, concediéndonos participar de su propia naturaleza y haciéndonos herederos de su gloria.
Por eso la Iglesia nos propone para esta celebración en la que culminan las fiestas pascuales y como una oración que debe prolongarse cada día: "Ven, ES, llena los corazones de tus fieles". "Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra". Amén.
JUAN MARTIN VELASCO
MISA DOMINICAL 1989, 10

 
2. El Espíritu del Señor llena el mundo
LECTURAS DEL DÍA
1ª. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11 : "Todos los discípulos estaban reunidos el día de Pentecostés...Un ruido del cielo, como de viento recio, resonó en toda la casa... Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas de fuego... Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas.."
2ª. Primera Carta a los Corintios 12, 3-7. 12-13: "Nadie puede decir "Jesús es el Señor" si no es bajo la acción del Espíritu santo. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es uno... En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común..."
3ª. Evangelio según San Juan 20, 19-23: "Al anochecer de aquel día..., estaban los discípulos en una casa... Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros... Como el Padre me envió así os envío yo.. Recibid el Espíritu Santo..."
CLAVES PARA LA LECTURA
1. En el Domingo de Pentecostés, la primera lectura nos habla de la venida del Espíritu Santo. Entre los judíos la fiesta de Pentecostés se celebraba cincuenta días después de la Pascua, y en ella se conmemoraba la "fiesta de la cosecha y de la renovación de la Alianza"(Ex 23, 16).
La descripción que nos hacen los Hechos de los apóstoles de la venida del Espíritu Santo se sirve de imágenes escatológicas (viento, fuego) que ya empleaba el Antiguo Testamento para describir la improvisa irrupción de Dios. En esa descripción que hacen los Hechos se presenta la inauguración de una Alianza nueva, y se promulga la ley del Espíritu.
Pentecostés viene a ser una segunda creación.
2. La segunda lectura centra nuestra atención en la múltiple acción del Espíritu Santo que se expande en carismas, ministerios y servicios.
Para san Pablo los auténticos carismas son un signo de la presencia del Espíritu.
La variedad de ministerios y de carismas y la unidad de la Iglesia con considerados por él como frutos de la acción del Espíritu Santo.
La Iglesia está animada por un extraordinario dinamismo. Todos los carismas son dados por Dios para común utilidad. Y todos los redimidos, aunque sean muchos, no forman más que "un solo cuerpo".
3. En la tercera lectura se describe una de las apariciones de Jesús. En ella transmite a los discípulos el gozo y la paz , la misión que él había recibido del Padre y el don del Espíritu Santo. Y este don del Espíritu está en relación con el poder de perdonar los pecados. De ese modo el sacramento de la penitencia aparece como fruto del triunfo de Cristo resucitado sobre el pecado y el mal.
COMENTARIO TEOLÓGICO.
1. Con la exaltación de Cristo por medio de la Resurrección, la era de Jesucristo se convierte en la era del Espíritu Santo. El Resucitado obra en su Comunidad de creyentes por la fuerza y la eficacia del Espíritu.
La acción del Espíritu (Hch 2, 1-11) manifiesta al mundo la legitimación de la misión recibida por parte de Cristo. El Espíritu Santo hace que la tímida comunidad cristiana salga al público y continúe su misión.
2. La paz que Jesús da a los discípulos (Jn 20, 19-23) es más que un saludo. Como Jesús fue enviado por el Padre, así también Cristo envía a sus apóstoles: recibid el Espíritu Santo.
Con Pentecostés comienza la Iglesia. El Señor sopló sobre los discípulos, como Dios sopló en la creación del hombre (Gén 2, 7), y les comunicó el don de vida que Dios había comunicado al hombre.
Pentecostés constituye el origen de una nueva humanidad, de una nueva creación.
3. El don del Espíritu Santo es comunicado contra el pecado. El poder de perdonar los pecados debía provenir de Cristo. El envío de los apóstoles al mundo es prolongación del envío que el Padre hizo de su Hijo (Jn 17, 18).
Los apóstoles, con la venida del Espíritu Santo, están habilitados para llevar adelante la obra que Cristo inició en su vida terrena (Jn 17, 11).
4. Los carismas , en los que abundaba la Iglesia primitiva (como lo vemos por la Iglesia de Corinto, 1Cor 12), presentaban sus peligros, como el de confundir la fe con los signos externos. De ahí que san Pablo nos ofrezca los criterios a seguir para distinguir los verdaderos carismas de los falsos.
Primer criterio de discernimiento o distinción del auténtico carisma es su contribución a reforzar la fe en Cristo.
Segundo criterio, la colaboración de los diversos carismas al único designio de Dios (1Cor 12, 4-6). Siendo Dios la única fuente de carismas , entre estos no puede haber oposición.
Tercer criterio, su servicio al bien común y a la unidad del cuerpo (1Cor 12, 7ss). Todos los carismas tienen que dar vitalidad al cuerpo místico que es la Iglesia.
REFLEXIÓN FINAL
Aquí podríamos considerar cómo todos los cristianos, con los diversos carismas, deberíamos trabajar aunados, bajo la acción del Espíritu, para difundir e introducir la fe en los diversos sectores de la sociedad moderna, con buen ánimo, sin cobardía alguna.
Somos miembros de un solo cuerpo que es la Iglesia de Cristo, y nuestra única causa es la causa de Cristo.
Divididos, mal entendidos, o tristes en el ministerio, somos antisigno de la unidad de fe y espíritu que profesamos. Unidos, seremos ejemplo de comunión, fraternidad, solicitud mutua, sin que ningún cristiano (sacerdote, religioso o seglar) pueda sustraerse al envío y misión que nos ha sido confiada como a discípulos de Jesús.
Fray José Salguero, op
Convento de Ntra. Sra. de Las Caldas
Orden de Predicadores

 
3. Una primitiva tradición lo llama "pintor entre los evangelistas". Porque presenta un misterio profundo -no con palabras- sino de manera intuitiva en cuadros impresionantes. Gran Director de cine.
Una cosa tan misteriosa, que no está al alcance de los sentidos, como es la venida del Espíritu Santo, la describe acompañada de unos fenómenos sensibles realmente necesarios para que podamos hacernos una idea de aquel acontecimiento.
Lucas relaciona el Pentecostés cristiano con el Pentecostés judío, en el interior del cual los apóstoles, definitivamente convertidos a la fe en el Resucitado, comienzan a proclamarla. Juan lo relaciona con el día de Pascua para mostrar que la realidad comienza aquel día. Son dos perspectivas de la misma realidad (Hch/02/01-11 y Jn/20/19-23).
SENTIDO DE LA FIESTA DE PENTECOSTÉS: PAS/PENT
-El Espíritu Santo no es otra cosa que se añada a la Pascua. Es el gran DON de la Pascua. Es el Señor de la Pascua, Cristo Resucitado, quien nos lo envía el mismo día de la resurrección porque es el Espíritu quien nos permite aceptar a Jesús como Señor. Celebrar Pentecostés es actualizar la Pascua. Hacerla realidad en nuestra vida.
CINCUENTA DÍAS.
-Si todos los santo tienen octava. Pentecostés tiene ¡SIETE! Hoy celebramos como coronación la fiesta de Pentecostés, que significa, precisamente, el día quincuagésimo. El evangelio nos presenta a Jesús en medio de los discípulos, diciéndoles: "Recibid el Espíritu Santo". Hoy nos detenemos a contemplar y agradecer.
1º. La creación cósmica (Gn/01/02). La tierra era caos y confusión y oscuridad y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas: el Espíritu de Dios aleteando por encima de las aguas primordiales.
2º. La creación humana. Dios sopla su Espíritu sobre la figura inerte de Adán para darle vida (Gn/02/07): "Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente".
3º. La creación de Jesús. (Lc/01/35): "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra".
4º. El E.S. es el comienzo de la misión de Jesús y de la misión de la Iglesia. Fuerza de Dios para cumplirla. Prisa en los caminos. Voz en las plazas. Coraje ante los tribunales. El Espíritu que descendió sobre Jesús al comienzo de su vida pública, cuando inaugura su misión salvadora en el mundo mediante su bautismo por Juan, desciende también sobre los discípulos cuando comienzan en el mundo su misión de testigos del Resucitado. El gesto de Jesús, que exhala su aliento sobre los discípulos, recuerda el del Creador que lo exhala sobre el rostro de Adán. También ahora comienza una nueva creación y una nueva vida. Ahora es el principio y en el principio era la Palabra y el Espíritu.
5º. La creación de la Iglesia. La Iglesia es creación del ES. Los discípulos encerrados por miedo a los judíos son como la arcilla del suelo. Los discípulos que reciben el E.S. son ya la Iglesia viva. Han recibido el aliento-soplo-Espíritu de Jesús y crea en ella -la Iglesia- entrañas de madre que comience a parir hijos de Dios. El E.S. concede a la Iglesia el poder de bautizar -que no es simplemente perdonar los pecados- sino regalar a los hombres una nueva naturaleza creada en Cristo por la fuerza del E.S. Un nuevo principio vital que permitirá al hombre lo que humanamente es siempre imposible: amar la voluntad de Dios. Esa voluntad de Dios que se le presentaba al hombre desde fuera como Ley estará dentro de él identificada con su voluntad humana y la obedecerá espontáneamente (Jr/31/33 Ez/36/25-28 Sal/118/97: "Cuánto amo tu voluntad; todo el día la estoy meditando").
En Pentecostés sucedió lo contrario de lo que se dice de Babel, donde los hombres que intentaron escalar el cielo terminaron sin entenderse los unos con los otros, y es que los hombres sólo pueden entenderse entre sí cuando cada uno se abre dócilmente a la sorprendente gracia de Dios y no cuando luchan como titanes para alzarse sobre las nubes. Si en Babel se dispersó la humanidad, la acogida del Espíritu significa el principio de una nueva y definitiva reunión. Cuando lo recibamos de verdad, cuando todos tengamos un mismo Espíritu, nos entenderemos, aunque hablemos diferentes idiomas. Y surgirá la nueva creación. Porque el problema está en la división de los espíritus, en las mentalidades opuestas y en el enfrentamiento de los intereses. ........................................................................
4. VIDA EN EL ESPÍRITU: ES/SIMBOLOS:
Hoy, fiesta de Pentecostés, podríamos comenzar tomando conciencia de que el Espíritu Santo es el gran tesoro que Jesús nos transmite. Somos los cristianos los que hemos desprestigiado la llamada "vida espiritual", entendiéndola en oposición, o al menos en yuxtaposición, a la "vida histórica". Sería una persona "espiritual" aquélla que dedicara tiempo a "ocupaciones espirituales": oración, lectura espiritual, sacramentos, devociones. Con ello hemos llegado en muchas ocasiones a un dualismo pernicioso. O vivimos esquizofrénicamente dos vidas separadas, la vida espiritual y la vida material. O incluso puede llegar a darse personas de una "vida espiritual" aparentemente correcta, y cuya vida ordinaria no se parece en nada a la de Jesús y es compatible con la injusticia y el desinterés por la transformación del mundo.
Si el Espíritu Santo es el don preciado que reciben los hombres, no puede ser recluido en un sector o tiempo de su vida. Sería más correcto decir que se trata de vivir en el espíritu la única historia que existe y cada uno de los momentos de ella. Que haya tiempos de especial densidad en esa conciencia del Espíritu, es lógico. Pero lo que no podemos es recluirle en un sector sacral y apartarle de la marcha de la vida de los hombres y de la historia.
Porque no bastan los proyectos mejor intencionados para crear una humanidad nueva. Sólo el don del Espíritu, que se extiende universalmente, puede transformar interiormente hombres y estructuras. Quien conoce bien la historia no es ingenuo. Muchas veces a los libertadores siguen los dictadores.
De ahí los símbolos con que en la Escritura viene caracterizada la acción del Espíritu: Viento impetuoso. Sopla cuando quiere y donde quiere. No se puede poner cauces al viento para controlarlo. No se sabe de dónde viene ni a dónde va. Aparece, no sabemos por qué ignotos caminos, donde menos y cuando menos lo podíamos esperar, y se cuela incluso por las más pequeñas rendijas. y arrastra impetuosamente allí donde la ley resulta casi siempre ineficaz.
Fuego. Derrite para transformar. No rompe ni fragmenta, no fuerza. Moldea desde dentro, forja una nueva personalidad penetrando todo nuestro ser.
Lenguas. Todos oyen hablar de Cristo en su propia lengua. El Evangelio de Jesús no está ligado a una cultura, a una situación, a un idioma. Llega hasta donde el hombre se encuentra. Un único Jesús es oído en pluralidad de culturas y situaciones.
Mosto. Algunos los creían borrachos. Quizá quiere señalarse una exultación que asemeja a la ebriedad. Quizá también que los hombres movidos por el Espíritu muchas veces parecen ajenos al sentido común. No entra su actuación en el esquema que rige nuestra sociedad, tienen una evangélica insensatez. Si la sociedad los puede entender y calcular según sus habituales pautas, si no resultan escándalo y aguijón, si la vida en el espíritu no extraña como algo anormal en un mundo injusto, si la acomodación es perfecta, quizá es señal de alerta.
COMUNIDAD NUEVA EN EL ESPÍRITU
El don del Espíritu alumbra la comunidad. La Iglesia no es como una organización para administrar el testamento de Jesús. Es verdad que tiene un elemento institucional, es decir, fundacional, lo que ha recibido de Jesús y es irrenunciable: el anuncio de la Buena Nueva, la cercanía a los pobres, la catequesis, la transmisión apostólica, los sacramentos, todos estos elementos son originales e imprescindibles porque tienen su origen en el mismo Jesús. Pero la Iglesia tiene otro elemento pneumatológico, la presencia del espíritu que la recrea permanentemente. El Espíritu tiene primacía sobre cualquier otro principio jurídico de organización. ¿Por qué? Hoy se nos dan al menos dos pistas. "Nadie puede decir Jesús es el Señor -confesión que constituye a la comunidad cristiana- si no es bajo la acción del Espíritu" (1/Co/12/03). El Espíritu posibilita la confesión de fe en Jesús y hace comprender cuanto aconteció con El: su enseñanza, sus signos, su vida, su muerte y su resurrección.
Además, concede diversos dones para bien de toda la comunidad, que en nada rompen la unidad de la misma confesión. La Iglesia necesita diversidad de servicios y funciones, como el cuerpo exige muchos miembros que forman un mismo organismo vital. Quizá podamos recordar a ·Bloch-E., pensador secular, que no hace sino traducir esta misma idea cuando escribe que en ninguna comunidad sana pueden faltar cuatro carismas fundamentales:C/CARISMAS:
-Carisma del profeta. Quien rompe el enclaustramiento del presente, penetra en la tierra hasta sus raíces, hasta los orígenes, y desde ahí empuja hacia el futuro.
-Carisma del cantor. No sólo es necesario el empuje hacia adelante desde los orígenes, sino quien sea capaz de contar y cantar aquello que todos creemos.
-Carisma del médico. Todo grupo humano tiene heridas que curar y relaciones que sanar. Pero cuando la comunidad es más perfecta, las grietas son más finas y sutiles, por ello más peligrosas. A estas heridas, a veces imperceptibles e inconfesables, ha de llegar el médico.
-Carisma del que rige, coordina, gobierna. Es necesario que el grupo que nace desde dentro cuente con el don de ser coordinado y gobernado con autoridad. La autoridad ha de ejercerse en el espíritu, es un auténtico carisma, para que no sea "como la de los señores de este mundo, que oprimen".
-MISIÓN DE PAZ Y DISCERNIMIENTO
Pero no hay don del Espíritu, que crea el hombre nuevo y la nueva comunidad, sin envío, sin misión. "Como el Padre me ha enviado así también os envío yo" (/Jn/20/21). Este envío se hace en un contexto en que se desea y comunica la paz. La paz que se concede a la comunidad cristiana es un don precioso que debemos transmitir y comunicar a todos los hombres. El hombre y la comunidad en el Espíritu están reconciliados consigo mismo y por eso se les envía fundamentalmente en una misión de paz.
Nada hay en estos momentos que necesite tanto el mundo como la paz. La Iglesia necesita plantearse de qué manera puede contribuir mejor a la paz por la que cada hombre se reconcilia consigo mismo y con Dios, y los hombres, las familias, los sectores sociales, los pueblos se reconcilian entre si.
Pero la paz para un mundo en crisis ha de significar también capacidad de discernimiento; la paz que proviene del Espíritu de Jesús no puede cubrir o justificar el mal o la injusticia: es ofrecimiento de perdón sin límites allí donde se reconoce el mal; pero puede ser también retención de ese perdón en tanto que alguien se obstine en el pecado sin reconocerlo. Por eso un servicio importante que los cristianos pueden hacer al mundo de hoy es el discernimiento: desenmascarar los egoísmos, estructuras, mecanismos, pautas, modelos, por los que los hombres no pueden vivir en paz. El Espíritu nunca construye la paz sino sobre la verdad y sobre la justicia. Paz y capacidad de discernimiento son dos gracias que hoy pedimos del Espíritu para toda la humanidad y que comprometen nuestra vida.
JM ALEMANY
DABAR 1987, 32

 
5. 
"Ni siquiera hemos oído que exista el Espíritu Santo" (Hch/19/02).
Esta respuesta dicha con toda sencillez por un grupo de cristianos primitivos cuando se les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo, me da la sensación de que podría ser, hoy, la respuesta de multitud de cristianos no tan primitivos.
Efectivamente. Después de veinte siglos se ha dicho, y creo que con razón, que el Espíritu Santo es el gran desconocido en la Iglesia. Algunos (traduciendo de oído el latín en aquellos gloriosos tiempos en los que el "populo bárbaro" no entendía nada de lo que se rezaba en la Iglesia) lo denominaban "Espíritu y Santo"... Y, sin embargo, el Espíritu Santo es el gran artífice de la gran obra de Cristo que no es otra que la Iglesia entendida como comunidad de los hombres que, a través de los tiempos, habrían de vivir al estilo de Cristo.
Las tres lecturas de hoy son sumamente expresivas al respecto. En ellas se pone de manifiesto que el Espíritu Santo significa el paso de la obscuridad a la luz, del miedo al valor, del encierro al testimonio público, del aislamiento al principio de la comunidad viva y operante. El Espíritu Santo es la unidad en la diversidad, es el don de lenguas, la posibilidad de llegar a todos con un mensaje que cada uno entiende como dirigido exclusivamente para él "en su propio idioma"; el Espíritu Santo es la profundización en el mensaje de Jesús, el momento justo en el que los apóstoles y los discípulos que lo reciben empiezan a conocer de verdad a Jesús, a interpretar sus palabras, a penetrar en su íntimo modo de ser, a ver el mundo con los ojos de Cristo y a diseñar con toda nitidez lo que debe ser la vida de un cristiano.
Aquellos primeros hombres que recibieron el Espíritu Santo cambiaron radicalmente. Un impulso nuevo había vigorizado sus convicciones y había fortalecido sus decisiones. Desde ese momento ya nada podrá frenar su iniciativa cristiana, del mismo modo que nada ni nadie había podido frenar la de aquel Maestro con el que habían convivido sin conocerlo del todo y sin poder captar (lo cual no nos extraña) la grandeza de su mensaje.
El mundo comenzó a ver, primero despectivamente y luego asombrado, la existencia de unos hombres aparentemente insignificantes, que no tenían poder ni influencia, ni dinero, ni armas; unos hombres que se limitaban a creer en lo que decían y, sobre todo, a amar a todos los hombres y a predicar en el nombre de un Señor que había muerto para que todos tuvieran vida.
Aquellos hombres no callaron ante la persecución, ni ante el halago, ni ante el dolor ni ante el martirio. No eran muchos pero la fuerza de su "espíritu" o más bien de su Espíritu era irresistible, Y de la misma manera que habían superado las dificultades del momento, superaron el tiempo y el espacio.
Aquellas primeras comunidades cristianas, en las que el Espíritu Santo vivía palpablemente, fueron incontenibles.
Cierto que en el transcurso de la Historia y en muchas ocasiones la fuerza del Espíritu ha quedado ahogado por el Código, por la forma, por la institución. La comunidad cristiana ha vivido en la tierra y de su estilo ha adquirido mucho y a veces demasiado, tan demasiado que, en ocasiones, parece como si el Espíritu hubiera desaparecido y sólo existiera una sociedad que dice buscar unos fines y utiliza unos medios que nada tienen de adecuados para conseguir aquéllos.
Pero no es menos cierto que siempre, y aún en los momentos más dolorosos de la Historia de la Iglesia, el Espíritu ha aleteado, ha estado presente avivando la fe, despertando la esperanza, vigorizando el amor, llevando a cabo su hermosa obra. Aquí y allá han surgido hombres de talla gigantesca que se han dedicado a recordar, en todo lugar y momento, que el Reino de Dios es algo que está ya entre los hombres y se realiza diariamente cada vez que un cristiano se atreve a adentrarse por los caminos del Evangelio; cada vez que un cristiano se atreve a vivir considerando a los hombres como hermanos, y cada vez que un grupo de cristianos se reúne en nombre de Cristo para intentar que la actividad de Dios penetre en la humanidad y la transforme.
Nosotros que, por la misericordia de Dios sabemos que existe el Espíritu Santo, tenemos la absoluta obligación de intentar que no pase de largo en nuestra vida sino de instarle a que se detenga y nos envuelva en su ruido, y nos empuje a confesar a Dios ante los hombres de la única forma que los hombres admiten esta confesión: viviendo como Dios, nuestro Dios, quiere que vivamos. En una palabra, viviendo como Cristo lo hizo.
Hoy es un día de gozo, un día en que podemos confirmarnos en la fe, un día de oración confiada y tranquila, de petición insistente para que el Espíritu no pase de largo sino que descienda real y verdaderamente, "renovando la faz de la tierra", porque renueve la faz de cada cristiano que sobre la misma vive.
DABAR 1983, 30

 
* La confusión de lenguas: Si el hombre es, como se ha dicho, un animal racional, es decir, está dotado de razón o de palabra (logos), el deterioro de la palabra será la deshumanización del hombre y de la convivencia humana. Por tanto, debiera preocuparnos sobremanera el uso y el abuso que hacemos de la palabra. Ahora bien, en nuestros días la situación no es muy halagüeña: se abusa de la palabra en la publicidad y en la propaganda, lo que lleva a su devaluación y desprecio; disminuye de forma alarmante la competencia lingüística en las nuevas generaciones, y, por si fuera poco, donde entran en contacto en un mismo territorio dos o más lenguas (sin ir más lejos, en el País Vasco o en Cataluña) se dan señales de incomprensión y violencia. Pero si los hombres ya no se entienden hablando, ¿cómo pueden entenderse? y si no se entienden los unos a los otros, ¿cómo pueden vivir juntos? La Biblia nos dice que la confusión de lenguas, el caos que se produce cuando cada cual habla desde su punto de vista y utilizando su propio lenguaje, sin importarle nada de nadie, y sin respeto alguno a los que hablan o piensan de modo distinto, lleva a la división y a la dispersión de los pueblos.
Los cristianos, en esta situación, tenemos si cabe mayores dificultades, pues somos portadores de un mensaje que debemos anunciar a todo el mundo y, con frecuencia, advertimos que nadie nos entiende o que no conseguimos hacernos entender. ¿Será que tampoco nosotros escuchamos a los demás?, ¿o acaso hablamos de memoria, sin espíritu, y como quien no cree lo que está diciendo?, ¿será que hacemos "propaganda de la fe" sin tener fe?
* Pentecostés: El misterio que celebramos hoy, la venida del Espíritu Santo en lenguas de fuego sobre la cabeza de los apóstoles, es la réplica de Dios a la confusión de las lenguas, a la torre de Babel.
De una parte, el Espíritu que desciende es la fuerza de Dios que hace hablar a los mudos. Los discípulos de Jesús estaban callados como muertos, encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos.
Pero vino sobre ellos el Espíritu Santo y les concedió la capacidad de hablar y el valor para confesar en público que Jesús es el Señor. Porque "nadie puede decir que Jesús es el Señor a no ser por el Espíritu Santo".
De otra parte, el Espíritu es el que abre los oídos para escuchar el evangelio. Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, romanos, árabes, cretenses... escucharon en su propia lengua el mismo evangelio. El acontecimiento maravilloso de Pentecostés irrumpe en un mundo fraccionado en lenguas y culturas, y, sin suprimir las diferencias, sienta las bases para una fraternidad universal. La iglesia, comunidad de todos los creyentes, es obra del Espíritu Santo. La iglesia universal, católica, es el consenso y la confesión, la comunidad, constituida por el Espíritu al descender sobre los apóstoles.
* Una nueva vida y un nuevo lenguaje: Pentecostés es a la pascua lo que la confirmación al bautismo. Los que se han sumergido en la muerte de Cristo para participar de su resurrección, los que han sido bautizados en su muerte, han sido también confirmados por el Espíritu en la nueva vida. Del Espíritu reciben también la fuerza para proclamar lo que viven.
Un modo nuevo de hablar no tiene sentido si no es expresión de una vida nueva. Si la palabra da expresión a la vida, ésta es el contenido de la palabra. De ahí que el problema que padecemos los cristianos, el problema de comunicación, es en principio un problema de vida, de auténtica fe, de una fe con obras. Porque una fe sin obras está muerta y no tiene nada que decir al mundo.
Si hemos sido bautizados por rutina y vivimos el cristianismo como una costumbre, el evangelio no llegará a los hombres y no podrán entender lo que les anunciamos. Y entonces añadiremos confusión a la confusión de lenguas que padece nuestra sociedad. La evangelización será un poco más de propaganda, un poco más de ruido. No contribuiremos en absoluto a la convivencia y al entendimiento entre todos los hombres de la tierra.
EUCARISTÍA 1982, 26

 
7.
* Comunicación del Espíritu: Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, que es la plenitud de la Pascua y su confirmación.
En la resurrección de Jesús se manifiesta la nueva vida, Jesús resucita de entre los muertos y pasa a ser el adelantado de esa nueva vida, su fuente y su principio, su fundamento y su raíz.
Los que creen en él y le siguen, los que se incorporan a su persona y a su causa, a su destino, participan de su muerte y de su resurrección. Es como un nuevo nacimiento, como una regeneración, como volver a vivir desde otro principio. El bautismo es el símbolo sacramental de nuestra incorporación a Cristo. Pero la nueva vida que nos viene del Señor resucitado sólo puede mantenerse y crecer si participamos también del Espíritu de Cristo, del Espíritu Santo que descendió sobre su cabeza en las aguas del Jordán y que, una vez ascendido a los cielos, haría llover en lenguas de fuego sobre sus apóstoles. Pentecostés es la profundización de la Pascua, la interiorización del misterio de Cristo en el corazón de sus discípulos, la confirmación del bautismo.
Los que estaban muertos de miedo, se llenan de vida y de coraje al recibir el Espíritu Santo. Los que se habían encerrado por miedo a los judíos, salen a la calle y dan señales de vida, predican en las plazas y desde las azoteas, anuncian el evangelio a las multitudes y les dicen que no es el vino lo que les hace hablar sino el Espíritu. Este mismo Espíritu que abre la boca de los testigos es el que abre los oídos a los creyentes, vengan de donde vengan y cualquiera que sea su lengua. Porque es el Espíritu que restablece la comunicación con Dios y, por tanto, también la comunicación entre los hombres. Pentecostés es la réplica de la torre de Babel.
* Espíritu de comunión: La iglesia es ante todo el cuerpo de Cristo y no la corporación de los cristianos. Por eso lo que da unidad a la iglesia es el Espíritu Santo, o el Espíritu de Cristo, que ha sido derramado en nuestros corazones, y no el derecho canónico. Cuando la unidad se entiende desde la ley se trata más bien de una unidad impuesta y, en consecuencia, de una uniformidad. Pero si la entendemos y la vivimos desde el Espíritu que habita en nosotros, que habita en cada uno de los creyentes -pues nadie está desposeído en la iglesia del don del Espíritu-, entonces la unidad no está reñida ni mucho menos con la diversidad y lejos de ser una imposición es la expresión de la libertad de los hijos de Dios. En efecto, hay pluralidad de dones, de servicios, de funciones y "en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común". Hay pluralidad de miembros, pero todos están animados por un mismo Espíritu.
Por otra parte, el Espíritu acaba con las diferencias que nos separan y nos enfrentan a unos contra otros, creando entre todos una fraternidad y una solidaridad, una comunión de vida. Sumergidos en un mismo Espíritu, entusiasmados, emborrachados con un mismo Espíritu, no puede haber entre nosotros diferencias entre judíos y griegos, esclavos y libres. La unidad que crea el Espíritu es inseparable de la igualdad y de la fraternidad entre todos, porque todos somos hermanos y uno solo es el Señor, Jesucristo.
* "Como el Padre me ha enviado...": La Iglesia de Jesús no es una comunidad cerrada sobre sí misma y alejada del mundo. Porque es iglesia para el mundo. Si Jesús reúne a sus discípulos es para enviarlos al mundo, para que continúen en el mundo su misión: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Y por eso mismo, para que puedan cumplir la misión que les encomienda, les comunica su Espíritu: "Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo". Su gesto nos recuerda lo que leemos en el Génesis, cuando Dios "insufló su aliento" en el rostro de Adán y "resultó el hombre un ser viviente". A partir de Cristo y en virtud del Espíritu de Cristo comienza una nueva creación, una nueva vida. La iglesia es el símbolo y el instrumento al servicio de esta nueva vida, que es vida para el mundo.
La eucaristía termina siempre con la misión al mundo: "Podéis ir en paz". Lo cual no quiere decir que todo haya terminado y que podemos estar tranquilos, sino más bien que todo comienza o ha de comenzar de nuevo. Quiere decir también que nuestra misión al mundo es una misión de paz, de reconciliación, de esperanza. Los cristianos son mensajeros de una buena noticia, y las buenas noticias se ofrecen y no se imponen nunca a los demás. Por eso no podemos ir al mundo en son de guerra. No somos soldados de Cristo, somos sus testigos.
EUCARISTÍA 1981, 27

 
8. 
* Pentecostés o la plenitud de la pascua: Los judíos llamaban "pentecostés" a los cincuenta días que prolongaban las fiestas pascuales y sobre todo al último de ellos. En este último día de pentecostés descendió el Espíritu sobre los Apóstoles; en este día comenzó la misión de la iglesia. Por eso la solemnidad de pentecostés, que celebramos hoy, es para los cristianos la prolongación y el exceso, la culminación y el colmo de la pascua de resurrección. De la misma manera que el sacramento de la confirmación es la confirmación del bautismo, así pentecostés confirma la gracia de la resurrección de Jesús en la fe y en el testimonio público de la iglesia.
* La comunicación del Espíritu y en el Espíritu: El Espíritu es el don y la fuerza de Dios que responde al sacrificio de Jesús. Este don, esta gracia, se manifiesta en primer lugar como "don de lenguas", porque es el don para cumplir el mandato y la misión que reciben los discípulos de Jesús, los que han escuchado el evangelio y ahora han de anunciarlo a todos los pueblos. El mismo Espíritu que hace hablar a los Apóstoles y les saca del miedo y del cenáculo a la vida pública es el que reúne a los hombres de todos sus caminos y les capacita para escuchar en su propia lengua las maravillas de Dios. Ya es posible la comunicación, el entendimiento y la comunidad: partos, medos, elamitas, árabes y cretenses..., hombres de todos los rincones de la diáspora escuchan un mismo evangelio. La dispersión de Babilonia y la confusión de la torre de Babel, cuando los hombres intentaron escalar el cielo, han sido superadas en este venturoso día, en el que se abrieron los cielos y descendió el Espíritu para renovar la tierra. Si el endiosamiento del hombre lleva a la discordia y a la dispersión, la condescendencia de Dios conduce a la unidad y al entendimiento.
* La obra del Espíritu es la comunidad de Jesús: El verdadero artífice de la iglesia es el Espíritu. Bajo su acción reconocemos que Jesús es el Señor y estamos unidos en una misma fe, si es que todos hemos sido sumergidos (bautizados) en un mismo Espíritu y hemos bebido de él para formar un mismo cuerpo. I/ASAMBLEA:Pero este Espíritu que nos une es también el que nos diversifica, dando a cada cual su propia gracia para que pueda cumplir su papel en la iglesia y contribuir al bien común. La unidad del Espíritu no es, por lo tanto, uniformidad y aburrimiento. Ni debe confundirse con la unidad de todos bajo la autoridad de unos pocos que dicen tener el Espíritu, ya que nadie puede tenerlo en exclusiva ni tenerlo en absoluto. Más bien es el Espíritu el que tiene y dirige a todos los fieles y les lleva donde quiere. La iglesia, lejos de ser un auditorio en el que uno habla y los demás escuchan, debe ser una asamblea en la que todos pueden hablar después de escuchar el evangelio.
* Una iglesia pluralista en una sociedad pluralista: La iglesia no puede evangelizar al mundo si no dialoga con el mundo, si no está convencida de que el Espíritu, que sopla donde quiere, puede muy bien hablar de nuevo al pueblo de Dios por boca de Balaam. Pero una iglesia monolítica y sin fisuras, sin preguntas abiertas, es una iglesia con los oídos cerrados, incapaz de escuchar y de dialogar con otros si no admite en sí misma el diálogo. Por eso ha de ser pluralista. No sólo porque en ella haya pluralidad de dones, servicios y funciones, sino también porque debe recoger en su unidad católica la diversidad de voces y tradiciones atestiguadas ya en el Nuevo Testamento. El pluralismo teológico del Nuevo Testamento avala y exige el pluralismo de la iglesia.
I/PLURALISMO:No obstante, el pluralismo tiene sus límites en la ortodoxia y en la ortopraxis de la iglesia. Porque uno es nuestro credo: "Jesús es el Señor", y uno el mandamiento que hemos recibido: "Amaos los unos a los otros". Con esta fe y desde esta fe, los cristianos entran en diálogo con las ideologías, las disciernen, lo prueban todo para quedarse con lo que es bueno; desde esta fe y con esta fe contradicen y repudian toda clase de absolutismo, porque sólo Jesús es el Señor. Y, teniendo en cuenta el mandamiento de Jesús, deben estar dispuestos a construir entre los hombres la fraternidad universal sin acepción de razas, culturas y personas.
EUCARISTÍA 1977, 26

 
9. ES/J:
ESPÍRITU SANTO: HACE QUE LA VIDA DE JESÚS NO SEA MERO RECUERDO.
La Pascua de Pentecostés, la Pascua de los frutos. ¿Recordáis aquellas palabras que decía Jesús antes de su muerte, aquellas palabras que hablaban de cosechas, de frutos? Decía Jesús: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, si se deshace bajo tierra, da mucho fruto" (/Jn/12/24).
Estamos ya en el mes de junio, con el sol, con el verano que está a la vuelta de la esquina. Con los campos que tienen ya el aspecto distinto, el aspecto del momento de la cosecha. Como para hacernos comprender mejor aquellas palabras de Jesús: el grano caído en tierra ha dado verdaderamente mucho fruto.
Esto es lo que celebramos hoy. Celebramos el fruto exuberante que ha producido ese grano enterrado y muerto. Jesús es este grano, esta semilla que aceptó deshacerse, desaparecer bajo tierra, vivir la incertidumbre de la muerte, llegar a ser, en definitiva, un pobre condenado a muerte abandonado de todos. El que había convertido su vida en una obra constante de amor.
Pero, verdaderamente, aquella semilla enterrada ha dado fruto, "el grano de trigo al morir dio mil frutos". Es la Pascua. Lo que hemos celebrado en estos cincuenta días. Jesús vive y vive para siempre. Y vive en cada uno de nosotros, y vive en esta comunidad que cree en él, y vive en todos los hombres, en cada fruto nuevo de amor que cualquier hombre haga florecer en este mundo, y en cada nuevo progreso solidario que los hombres seamos capaces de levantar. Nosotros somos este fruto. Jesús vive, la semilla ha dado fruto. Vive en los creyentes, en la Iglesia, para que sigamos siendo testigos de la buena noticia.
Vive en los sacramentos que nos reúnen, en el sacramento del agua del bautismo que nos renueva, en el sacramento del pan y el vino de la Eucaristía que nos alimenta. Y vive en la humanidad entera y en toda la creación para conducirla hacia su Reino.
-El Espíritu pone en nosotros la vida de Jesús.
Pero esta vida de Jesús en nosotros, en la Iglesia, en la humanidad, no es sólo como un recuerdo que tenemos, como el recuerdo de un gran personaje para seguir sus ejemplos. No es sólo eso, es mucho más. Esta vida de Jesús se ha metido dentro de nosotros y nos ha cambiado.
Eso es lo que hoy recordamos de un modo especial. El fruto que ha dado la muerte de Jesús, su Pascua, es como un fuego que arde en nosotros, como un viento impetuoso que nos remueve. Esta es la Pascua de Pentecostés, el fruto abierto de la Pascua de JC: que él vive para siempre, y que la vida nueva que él inició ha llegado hasta nosotros, porque llevamos su mismo Espíritu. Como una llamada a ir siempre adelante, a no detenernos, a no temer, a mantener firme la decisión de seguirle, a trabajar por ese mundo nuevo y distinto que él nos anunció. Lo hemos oído en la primera lectura: en cuanto recibieron el Espíritu, los apóstoles salieron a la calle. Y en el evangelio Jesús nos lo ha dicho muy claro: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Porque eso es el Espíritu: es el que nos convierte en continuadores de la tarea que el Padre encomendó a Jesús.
Y eso se concreta en nuestra manera de ver las cosas. Porque en la Iglesia del momento actual, quizá hemos perdido el impulso de puesta al día y de renovación que Juan XXIII y el Concilio nos contagiaron, y tenemos una tendencia a encerrarnos en lo que vamos haciendo en lugar de preguntarnos qué debemos hacer para seguir siendo testigos de la Buena Noticia de Jesús. Y al mismo tiempo, también en nuestra sociedad parece que desaparezcan los deseos de solidaridad en el progreso y en la mejora de las condiciones de vida, y que la gente piense que lo mejor es que cada uno se asegure lo que tiene y los demás que se arreglen, que el miedo lo domine todo e incluso en algunos sectores se empiecen a sentir deseos de seguridad a cualquier precio (y para algunos, aunque sea el precio de la paz de los cementerios).
Y todo eso, desde luego, esa manera de ver las cosas, me parece que no es digna de quienes llevamos dentro el Espíritu de Jesús, el Espíritu de la vida nueva. El Espíritu que fue un viento recio, un fuego que sacó a los apóstoles a la calle. El Espíritu que hizo nacer a la Iglesia, que es el signo y el testimonio del futuro, de la esperanza, del gozo que debe empezar aquí y no terminar nunca.
Hermanos. Que el Espíritu de Jesucristo nos renueve. Que en esta Iglesia y en este mundo más bien tristes en los que vivimos, nos convierta en testimonio de esperanza. Y que la Eucaristía que vamos a celebrar nos una, una vez más, con Jesucristo muerto y resucitado que nos alimenta y acompaña. Para que el grano de trigo dé todo su fruto.
J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981, 12

 
* El Espíritu al principio de todo
¿Cómo debía ser el inicio de todo? El inicio del universo, de las estrellas, de las constelaciones, de las incontables galaxias que parecen no tener límite. Y nuestro planeta, la tierra, que nace como un magma incandescente que puede adoptar todas las formas. ¿Cómo debía ser el inicio de todo? La primera página de la Biblia, aquel magnífico poema con el que iniciábamos las lecturas de la gran noche, las lecturas de la Noche de Pascua, quería describir aquel momento, y encontraba palabras justas, vivas: "La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas" (/Gn/01/02).
"El aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas". De aquí proviene todo, de aquí provenimos también nosotros. Del aliento de Dios que se cernía sobre la nada, de la fuerza de Dios, del Espíritu de Dios que es origen de todo.
Desde el inicio, el Espíritu de Dios ha fecundado el universo y ha hecho nacer la vida. Ha empujado el largo camino que va desde la nada a nuestra historia humana. El, el Espíritu, es la presencia viva de Dios conduciendo toda la realidad: la naturaleza, las plantas y los animales, y al final de todo, los hombres y mujeres de esta tierra, que tenemos en nuestras manos todas las posibilidades para que avance este gran tesoro de vida que nos ha sido confiado.
* El último día de la Pascua, el día del Espíritu Hoy celebramos el último día de la Pascua. Hoy llegan a su término los cincuenta días en honor de Jesucristo resucitado, los cincuenta días de la alegría por la vida nueva de nuestro Señor crucificado.
Y este final de la Pascua, este último día, es el día del Espíritu. El Espíritu de Dios que se cernía sobre la nada y hacía nacer la vida lo celebramos hoy en su plenitud. Porque de la nada de aquel inicio, de aquella primera vida débil que nació, de aquella primera pareja de hombre y mujer que inauguraron también débilmente nuestra historia, ahora ha surgido algo incomparablemente grande, algo definitivamente grande.
En medio de esta historia del mundo y de los hombres, como culminación de todo, ha aparecido un hombre que ha vivido de la manera que sólo Dios puede vivir: haciendo que la vida entera sea toda ella amor, vaciándose totalmente de sí mismo por amor. Eso sólo es capaz de hacerlo Dios, sólo puede hacerlo la fuerza del Espíritu de Dios. Y Jesús, este hombre que ha aparecido en medio de nuestra historia, ha vivido de esta manera única, y nosotros le reconocemos como Hijo de Dios, plenamente lleno del Espíritu de Dios. Y celebramos que de su vida entregada por amor haya surgido vida por siempre, vida definitiva.
* El Espíritu lleva a plenitud la obra de Jesús en nosotros Eso es la Pascua, ésta ha sido nuestra celebración de estos cincuenta días. Y hoy, en este último día, en este día en que culminamos nuestra fiesta, celebramos de una manera especial que toda esta obra del Espíritu continúa. Continúa en nosotros. El Espíritu que dio origen al mundo y a la historia humana, el Espíritu que transformó esta historia con Jesucristo muerto y resucitado, está en nosotros, nos es dado a cada uno de nosotros.
Lo hemos escuchado en la primera lectura. Aquellos apóstoles de Jesús, expectantes y un tanto atemorizados después de la resurrección de su maestro, reciben una fuerza que nada puede detener, una fuerza que los transforma. Y salen a la calle, y son capaces de entrar en contacto con todo el mundo. Son capaces de librarse de toda barrera de raza o cultura, para hacer llegar la llamada nueva y renovadora que viene de Jesús, la llamada del Evangelio, la esperanza y el amor del Evangelio.
Lo hemos escuchado también, luego, en la segunda lectura. Todos somos muy diferentes, tenemos maneras de hacer, cualidades, criterios, diferentes. Pero tenemos el mismo Espíritu, y somos llamados a hacer fructificar este Espíritu para que la obra de Jesús continúe.
Y en el evangelio, escuchamos todas estas cosas de labios del mismo Jesús. El, resucitado, daba la paz a los apóstoles, y les enviaba, y ponía en su interior el Espíritu que les hacía capaces de ser verdaderos discípulos, continuadores del camino que él había iniciado.
Pidamos hoy, al terminar este tiempo de Pascua, con todo nuestro corazón, que el Espíritu venga a nosotros, y nos llene de sus dones, para que vivamos siempre la vida nueva del Señor resucitado.
JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 8

 
H-11. 
Pensar en el Espíritu Santo es decirle: "¡Ven!". Entonces, el Espíritu es invasor. Y es menester que nos invada, ya que la vida cristiana es una experiencia de vida invadida por el Espíritu. El no tiene rostro, pero todos sus nombres dicen que es invasión: fuego, agua, espíritu, respiración, viento.
Desde que viene, actúa. La biblia está llena de él, pero no habla de él: dice lo que hace. El está en todos los comienzos: es el Espíritu de lo que ha de nacer y el Espíritu del primer paso que cuesta. En pentecostés hizo que la iglesia despegase y tomara vuelo. Hay que decirle: "Ven", cuando se bloquea algo en nuestra vida personal o colectiva. Después de la fuerza de la partida, es la fuerza de la marcha hacia delante. La audacia de hablar, de insistir, de crear. Para ver todo esto tenemos los Hechos de los apóstoles (¡tendríamos que leerlos más!) y cualquier vida de un santo. Es el huésped interior, el espíritu de las profundidades que sin él quedarían sin explorar. El nos arranca de lo superficial, nos hace vivir en donde se unen las raíces y donde manan las fuentes.
Y nos impulsa hasta el fin: "Os guiará a la verdad completa" (Jn 16, 13). Puede hacer que se recorran enseguida itinerarios sorprendentes. El evangelio de hoy nos revela este poder de transformación inmediata y total. A unos hombres aterrorizados les dice Jesús: " Yo os envío". ¿Unos pobres hombres enviados a la conquista del mundo? Sí, pero Jesús añade: "Recibid el Espíritu".
Nos lo dio y nos lo sigue dando. Podemos recibir el Espíritu: esto depende de la fuerza de nuestro "¡Ven!".
¿Por qué pedimos tan poco el Espíritu? ¿Por miedo a unos mundos extraños de iluminación, de "carismas"? ¿O quizás por miedo a comprometernos? Si digo "¡Ven!", ¿hasta dónde me llevará? Quizás ante los tribunales. Lo dice el evangelio: "Cuando os entreguen a los tribunales, no os preocupéis por lo que vais a decir; será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por vuestro medio" (Mt 10, 19-20). Decir "¡Ven!" al Espíritu puede llevar muy lejos. Desde los primeros mártires hasta los perseguidos de la URSS y de América latina, ir hasta el fin es arriesgarse a la cárcel, a la tortura, a la muerte.
¿Y nosotros no? ¿Quién puede prever cuál será nuestro mañana? No hay dos evangelios ni dos Espíritus. La única verdadera devoción al Espíritu Santo es decirle "¡Ven!", no para una cita tranquila con él -no es ése su estilo-, sino para dar el paso de amor y de coraje que la vida nos pide.
ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984, pág. 226

 
H-12.
Nosotros nos hemos reunido aquí como los discípulos "el día de Pentecostés" o "al anochecer de aquel día, el primero de la semana". Y sentimos la presencia del Resucitado en medio de nosotros, que nos dice: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo (...) Recibid el Espíritu Santo" y el Espíritu llena toda la casa donde nos encontramos. Así celebramos y revivimos estos hechos que están en el origen de nuestra fe.
1. LOS CRISTIANOS SOMOS UNOS HOMBRES COMO LOS DEMÁS. No nos distinguimos por la lengua, el color de la piel, o por el grado de inteligencia; ni siquiera porque seamos mejores, más generosos que los demás compañeros nuestros. Tampoco porque pensamos todos del mismo modo o porque demos el voto al mismo partido. Somos gente diversa, como aquella multitud de la que hablaba la primera lectura: "hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia..." Iguales que nuestros vecinos, diversos entre nosotros, ¿en qué se nota, por tanto, que somos cristianos?
2. Digámoslo con palabras de la segunda lectura: NOSOTROS CONFESAMOS QUE "JESÚS ES EL SEÑOR". Podemos pensar de un modo o de otro en lo que se refiere a la política; podemos tener distintos modos de proceder. Pero, para nosotros, Jesús es la primera palabra y la última, el camino que conduce a la plenitud; sólo en él podemos confiar el fondo de nuestra persona y toda nuestra vida. Ni el partido que votamos ni el sindicato al que estamos afiliados son un absoluto. Tampoco lo son el dinero, el poder, la fuerza o el placer. Jesús -y sólo él- es el Señor.
3. HOY SER CRISTIANO RESULTA DIFÍCIL. CR/DIFICIL:No sirve para triunfar en la vida ni para hacer carrera. Hay quien nos mira con una sonrisa burlona: "¿aún crees?, ¿aún vas a misa?. Mucha gente se deja de "historias" y se desembaraza del Cristianismo como de un peso muerto, inservible y se esfuerza por sacarle todo el jugo a la vida sin ningún lastre de referencias religiosas. Esta situación nos resulta incómoda. Una doble tentación nos amenaza: encerrarnos en nosotros mismos y condenar a los demás ("ellos son malos; nosotros buenos"), o ir tirando sin mucho entusiasmo, con una buena dosis de desilusión.
4. Hermanos: "NADIE PUEDE DECIR 'JESÚS ES EL SEÑOR' SI NO ES BAJO LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO". La fe viene de lo alto, nace de lo alto: no es un fruto particular de nuestro corazón ni un producto del ambiente. El Espíritu -sólo él- nos conduce a jugarnos la vida entera a esta única carta que se llama Jesucristo. "TODOS NOSOTROS", siendo diferentes entre nosotros e iguales que los vecinos que nos rodean, "judíos y griegos, esclavos y libres", de este partido o de aquel, de este oficio o de aquel otro, HEMOS RECIBIDO EL MISMO ESPÍRITU que nos impulsa a confesar a Jesús como Señor. Como aquellos primeros discípulos, que Juan nos presenta llenos de miedo, al anochecer, con las puertas bien cerradas. Como aquellos, de quien el libro de los Hechos dice que "se llenaron todos del Espíritu Santo". El Espíritu es como un viento recio: lo llena todo, lo remueve todo.
¿No creéis que los cristianos de hoy necesitamos que este viento del Espíritu venga a dar gusto, plenitud, energía y gozo a nuestras vidas tristes y asustadizas? ¿Y no creéis que el Espíritu ESTA YA PRESENTE en la tierra, y que suscita en ella trabajos y esfuerzos, generosidades y esperanzas que están en la línea de Jesús, incluso en muchos hombres y muchas mujeres, muchos chicos y muchas chicas que no se llaman cristianos? Una mirada atenta nos hará descubrir por todas partes las pistas de la presencia del Espíritu en el mundo.
5. PENTECOSTÉS ES LA CULMINACIÓN DE LA PASCUA: "Como el Padre me ha envidado, así también os envío yo (...) Recibid el Espíritu Santo". A partir de ahora somos nosotros, los cristianos, quienes debemos ir por todo el mundo y proclamar las maravillas de Dios. Cada uno en su propia lengua, en su puesto de trabajo, en su calle, en su asociación, en su partido. De un Dios que nos ha creado; que nos ha amado, que nos ha enviado a Jesús de Nazaret; que lo ha resucitado glorioso y triunfante de entre los muertos y lo ha sentado a su derecha; que nos llama a todos a la vida plena.
6. Bautizados en un sólo Espíritu, confesamos que Jesús es el Señor y LO RECONOCEMOS CUANDO PARTE EL PAN CON NOSOTROS. Como en los inicios de la Iglesia. Y el mismo Espíritu Santo que nos reúne en la misma fe y en la celebración de la Eucaristía, nos dispersa a proclamar las maravillas de Dios en nuestras propias lenguas y en la diversidad de la vida de cada uno de nosotros para que todos las puedan entender.
J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1979, 12

 
H-13. "...Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos". Jesús encuentra a los discípulos atrincherados en casa, atenazados por el miedo, replegados sobre sí mismos masticando la propia desilusión.
El que ha hecho saltar los barrotes de la prisión de la muerte, ahora debe hacer saltar la prisión en que están atrincherados, asustados, los que van a ser mensajeros de la buena noticia.
En su ánimo la fe tomará el puesto del miedo, la paz sustituirá a la turbación. Hombres aplastados bajo el peso de la tragedia, que ha caído sobre ellos en los últimos días, serán puesto en pie, "equipados" con el poder de triunfar la fuerza del pecado. Un pelotón de gente que se obstina en mirar en dirección del pasado será proyectado hacia el futuro.
"Paz a vosotros". Es necesario precisar, como dice B. Maggioni, que "la paz y la alegría se dan únicamente al hombre que ha roto el apego a sí mismo y, consiguientemente, ya no es de ninguna manera rescatable para el mundo: la paz y la alegría nacen en la libertad, en la verdad, en el don de sí".
"Les enseñó las manos y el costado". El detalle no sirve tanto para demostrar la realidad de la resurrección, cuanto para subrayar el vínculo que une al Jesús del Calvario con el Jesús de la Pascua. Juan une estrechamente al resucitado con el crucificado. ¡El crucificado es el que ha resucitado!.
Las cicatrices de la pasión sirven, más que como un elemento apto para establecer la identidad de Jesús, para poner en evidencia la continuidad entre pasión y resurrección. La resurrección supone la cruz, no la suprime. La resurrección no es una especie de "revancha" que permita olvidar la cruz, como al despertar se disipan las imágenes de una pesadilla. La pascua no anula la pasión. Al contrario, la eterniza, dándonos la certeza de que el amor manifestado en el Gólgota permanece siempre presente en medio de nosotros (J. Perron). Jesús muestra los signos del amor que le han conducido a la cruz, para asegurar que ese amor "llevado hasta el extremo" no decaerá nunca.
Hay que subrayar también la alusión al costado, exclusiva de Juan, quien en su evangelio da mucha importancia al golpe de lanza asestado por el soldado a Jesús ya muerto. El agua y la sangre salidos del costado abierto del condenado asumen un valor simbólico preciso: indican el don del Espíritu y de los sacramentos. Por eso, aquí "el resucitado no hace otra cosa que conferir a los discípulos lo que les había conseguido en el Calvario" (J. Perron).
"... Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu santo...". La segunda escena, como decíamos más arriba, se centra en la misión de los apóstoles. Y esta misión es una continuidad con la de Cristo, que ha "partido" del Padre. El Padre ha enviado a su propio Hijo al mundo. Y el Hijo, a su vez, envía a los discípulos para que completen el designio universal de salvación.
La misión de la Iglesia, prolongación de la de Cristo (y no simple analogía), es obra del Espíritu. Solamente es posible a través del poder del Espíritu. Pero al Espíritu aquí no se le ve únicamente como "fuerza" que hace posible y fecunda la misión.
Es significativo, a propósito de esto, el verbo "exhalar", que no aparece en ninguna otra parte del nuevo testamento.
En la biblia griega aparece en dos ocasiones.
La primera vez para indicar la creación de Adán (/Gn/02/07).
La segunda en la visión de los huesos descarnados y llamados a la vida (/Ez/37/09). La semejanza es muy iluminadora.
Sobre todo, pentecostés se realiza el sexto día del Génesis. El acto realizado por el resucitado es un acto de creación. Asistimos, la tarde de pascua, a una nueva creación. Nace el hombre nuevo, ya no revestido con las "túnicas de piel", signo del pecado, sino con el vestido de luz y de gloria, como el resucitado. El hombre vuelve a ser "a imagen y semejanza de Dios".
Y la visión de Ezequiel introduce un elemento complementario. Simboliza la restauración, la "resurrección" de Israel como pueblo. Ya no una comunidad de muertos, sino una comunidad de vivientes. He aquí entonces que este nuevo acto creador de pentecostés asume una dimensión particular. Ya no es un acto individual, como para la creación de Adán, sino que afecta a los discípulos en su conjunto.
CREACION/C: La creación tiene por objeto una comunidad reunida (pentecostés, en hebreo, significa literalmente "hacer asamblea", "reunirse"). ES/INDIVIDUALISMO: "La naturaleza humana ha recibido pues su nueva creación espiritual bajo forma de Iglesia" afirma con mucho acierto Matta-el-Meskïn, padre espiritual del monasterio de San Marcario en Egipto. Y añade: "No existe individualismo en la nueva creación. De la Iglesia recibimos la naturaleza de hombre nuevo".
Por eso pentecostés es considerado la fiesta de la Iglesia, el aniversario de su nacimiento.
Y consiguientemente pentecostés es también la fiesta de la vida según el Espíritu, para aquellos que viven insertos en Cristo. Finalmente, muchos comentaristas evidencian cómo el relato de Juan tiene un tono litúrgico. Se precisa "el día primero de la semana". Nueva creación. Inauguración de un tiempo nuevo. Es el primer día de la semana. Parece entreverse una alusión al domingo cristiano.
Alguien nos descubre un esquema de celebración: saludo ("paz a vosotros"), invocación del Espíritu, fórmula de absolución. Y la presencia de Cristo reclama la mesa de la Palabra del Pan.
Detalles aparte, queda el hecho de que la asamblea que celebra realiza la presencia del Señor como el día de pascua. "En cada celebración se renueva el acontecimiento pascual, Cristo resucitado viene trayendo a sus fieles los mismos dones que la tarde de la resurrección: la alegría de su presencia, la paz, el perdón de los pecados, el poder del Espíritu para continuar en el mundo su misión" (D. Mollat).
Pero esta comunidad no goza de los dones pascuales "estáticamente", cerrada en sí misma. Esas personas son inmediatamente desalojadas, obligadas a moverse, a salir. Los discípulos pasan del miedo a la alegría y a la paz. Y parece que no tenemos tiempo de consumir tranquilamente esa paz que se nos ha ofrecido hace un momento. Se diría que la paz es arrebatada enseguida. En efecto, inmediatamente son enviados a afrontar un mundo hostil, a combatir los poderes del mal.
En una palabra: "Os doy la paz" y "Os quito la paz". Pentecostés se convierte así en la fiesta de la Iglesia que sale del temor, de la timidez, del lamento estéril. Una Iglesia que nace del poder del Espíritu no puede ser marginada. Ni tiene derecho a quejarse de ser marginada, impedida en su actuar, y de que no "cuenta". El único "bloqueo", el único impedimento es su miedo. No son los enemigos quienes la pueden "marginar", o limitar su presencia. Sólo ella puede perder su propia colocación exacta: en el centro del mundo. También los apóstoles estaban en casa por miedo a los judíos. Pero en el momento en que reciben el Espíritu, en que han sido investidos de aquel "soplo", los papeles se han invertido. Los adversarios son quienes temen esa presencia fastidiosa.
Los apóstoles no han reivindicado, preliminarmente, el reconocimiento del derecho a actuar. Han obligado a los otros a levantar acta de su acción revolucionaria. El viaje de la Iglesia -como el de los discípulos- no puede ser más que un viaje del miedo a la fe, del temor al coraje. Si se realiza al revés, ese viaje revela que la Iglesia ha perdido las huellas del resucitado.
Cuando no se sigue el impulso, los ritmos del Espíritu, entonces es cuando nos atrincheramos en casa para hacer el censo de los enemigos.
ALESSANDRO PRONZATO
PAN-DOMINGO/B. Pág. 108 ss

 
H-14. -Recibid el Espíritu Santo. Yo os envío
La lectura evangélica de la celebración del día de Pentecostés nos traslada a la aparición de Jesús en Jerusalén, en medio de sus Apóstoles reunidos, estando las puertas cerradas, subraya el evangelista; Jesús enseña sus manos y su costado. ¿Hay que relacionar con esta acción el gesto de saludo que Jesús dirige a sus discípulos: "Paz a vosotros"? Es evidente que no se trata de un saludo cualquiera: por una parte, al mostrar Cristo sus llagas a sus discípulos, les tranquiliza en cuanto a su identidad; éste sería más bien el tema de Lucas. Para Juan, el saludo indicaría una vinculación con la Pasión y la Resurrección, que son fuentes de paz. Ahora que san Juan refiere con frecuencia: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo" guarda relación con otros pasajes en los que encontramos este paralelismo entre la actividad del Padre y la del Hijo, y entre la actividad del Hijo y sus discípulos (ver. p. ej.: Jn 6. 57; 10, 15: 15, 9; 17, 181. Sin embargo, para Juan esta estructura de la frase es mucho más que un simple paralelismo, más aún que la afirmación de la divinidad de Cristo que actúa con el Padre; en esta frase hay que ver la teología de la participación de todos los que creen en la vida misma del Padre con relación a su Hijo. La frase termina de una manera abrupta, sin complemento de lugar: "Os envío yo". Estas palabras dicen, mucho más que un lugar a donde ir, una misión que hay que cumplir. ¿Qué misión es ésta? Desde luego, la de perdonar los pecados, que les va a encargar a continuación. Pero como Cristo emplea un paralelismo entre las actividades de su Padre y él, y entre su propia actividad v sus discípulos -"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo"-, se tratará, en cuanto a los discípulos, de continuar lo que se le impuso a Jesús para la reconstrucción del mundo: "Realizar las obras del Padre". Como Jesús ha revelado y dado a conocer al Padre, así también deberán los discípulos dar a conocer la persona de Jesús. Con todo, se plantea un problema: Cristo confiere aquí el Espíritu; ¿cómo podemos considerar este acontecimiento en relación con Pentecostés?
-Se llenaron de Espíritu Santo
San Lucas nos relata en los Hechos la venida del Espíritu sobre todos los discípulos reunidos. Los Hechos emplean los términos clásicos del Antiguo Testamento, para describir esta venida del Espíritu del Señor. Hemos visto más arriba lo habitual que es este marco en la Escritura: una ráfaga de viento fuerte, una especie de fuego que se divide en lenguas que se posan sobre cada uno. Entonces refiere Lucas el fenómeno que se produce: cada cual oye a los discípulos hablar en la lengua que él habla, y ellos proclaman las maravillas de Dios.
Así pues, aquí sitúa Lucas el don del Espíritu. En el evangelio de este mismo día, Juan acaba de situarlo al anochecer del día de Pascua... ¿Existe oposición entre el relato de los Hechos y Juan? ¿Ha juntado este Pentecostés y Pascua? Según algunos exegetas, no quiso Juan distinguir ambos momentos, sino expresar el misterio Pascual como un todo. Juan habla, sin duda, del don del Espíritu por Cristo para la misión de los discípulos. Pero también Lucas en los Hechos (1, 2) anticipa Pentecostés cuando refiere la elección de los Apóstoles bajo la acción del Espíritu Santo (Hech 1, 2). Parece más exacto decir que todos estos hechos, en su conjunto, preparan la venida definitiva del Espíritu. Cuando se dice que la Iglesia nació el día de Pentecostés, se fuerza indudablemente la realidad de los acontecimientos. También nació la Iglesia del costado de Cristo, en el Calvario. Las sucesivas apariciones de Cristo, después de su resurrección, son también una manera de mostrar las etapas de formación de la Iglesia. La Iglesia nació del Calvario y de la resurrección de Cristo lo mismo que nace del Espíritu de Pentecostés. Todo el capítulo primero de los Hechos muestra esta formación progresiva, aun antes de que sea presentado Pentecostés con la efusión del Espíritu, en el capítulo segundo. Si san Lucas insiste más en los hechos históricos, san Juan se fija más en la unión íntima entre el Calvario, la resurrección y las apariciones, y el don del Espíritu para la formación de la Iglesia.
Para nosotros es importante ver cómo entiende la liturgia el texto que se proclama hoy en unión con la lectura del relato de Pentecostés, en la primera lectura y en la segunda, en la que san Pablo recuerda el bautismo en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo.
-Bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo Una vez mas, superando las dificultades exegéticas sin ignorarlas, la celebración litúrgica de la Palabra tiene su propia manera de presentar los textos escriturísticos para ayudar a vivirlos.
En la segunda lectura [71], nos presenta san Pablo sus experiencias del Espíritu en la Iglesia. La describe aludiendo a sus diversas manifestaciones, pero insistiendo en la unidad del Espíritu que así se manifiesta de distintas maneras. Se tiene la impresión de que san Pablo une la diversidad de estas manifestaciones con las diversas funciones necesarias para la vida de la Iglesia, pero aquí también, estas diversas actividades provienen de un mismo y único Espíritu. Lo importante y lo que a todos nos afecta, es que cada uno de nosotros tenemos que manifestar el Espíritu. Recibimos, en efecto, el don de manifestarlo, y esto con miras al bien de todos. Cuando en esta misma carta, de la que leemos hoy un pasaje, explica Pablo a los Corintios la diversidad de dones y servicios en la Iglesia, muestra cómo la riquísima unidad de ésta tiene como origen la diversidad de dones. Pluralismo de dones, pero con la mira puesta en la unidad y en la formación, cada vez más firme de un solo cuerpo. Por eso, para describir la diversidad que da origen a la unidad de la Iglesia, utiliza san Pablo la imagen del cuerpo humano. Un solo cuerpo de Cristo en un mismo Espíritu. Todos hemos saciado nuestra sed bebiendo de un solo Espíritu, y, por nuestro bautismo, formamos todos un solo cuerpo. El evangelio de Juan nos detiene precisamente en un momento en que Cristo confiere un carisma particular a los Apóstoles: el de perdonar los pecados e ir a predicar. Este es uno de los carismas que construyen la Iglesia. San Lucas, en los Hechos, menciona la venida del Espíritu: para él, esta venida afecta a la Iglesia que se dirige al mundo entero y que, al hablar las lenguas, une a todos los pueblos; es la reconstrucción del mundo destruido, la derrota del signo de Babel que no es ya otra cosa que un mero recuerdo. En adelante, será preciso que el cristiano pueda acordarse siempre de esta efusión del Espíritu sobre los Apóstoles, y que recuerde su propio bautismo para descubrir en los demás lo que el Espíritu quiere de ellos, según su don particular, para bien de la asamblea; es necesario también que el cristiano descubra su propio don particular para el servicio de todos. Este don de Pentecostés no es el punto de partida de una especie de triunfalismo de la Iglesia; al contrario, es para ella el punto de partida para tomar conciencia de lo que debe comunicar a cada uno de sus miembros, de los dones del Espíritu que está encargada de conservar, y de alentar para el bien de todos.
-El Espíritu hoy
La secuencia del día de Pentecostés canta en estilo grandioso, un poco anticuado quizá, la alegría de la Iglesia y todo lo que el mundo debe al Espíritu Santo. Porque la actividad del Espíritu no ha cesado. Pentecostés fue, sin duda, un momento cumbre en el que el Espíritu aseguró su liberalidad, pero, como subrayaba san León, el Espíritu había actuado ya antes de Pentecostés, no habiendo dejado de actuar desde entonces. El Vaticano II, en sus Constituciones y Decretos, no ha escatimado sus alusiones al Espíritu Santo, y sería un trabajo bonito hacer un estudio de la teología del Espíritu Santo en los documentos de este concilio.
Al parecer, los católicos de hoy limitan demasiado la actividad del Espíritu Santo, cuando investigan sobre el dogma o adoptan decisiones motivadas por las circunstancias presentes en que vive la Iglesia. Olvidan excesivamente la actividad constante del Espíritu en cada sacramento. Todo cristiano sigue viviendo influido por el Espíritu de su bautismo y de su confirmación; siempre es el Espíritu el que confirma nuestra fe y nuestra unidad cada vez que participamos en la eucaristía, y la epiclesis introducida en nuestras novísimas plegarias eucarísticas debe recordarnos la intervención del Espíritu no sólo en cuanto a la transformación del pan y del vino, sino también en lo referente a la solidez de nuestra fe y a nuestra unidad en la Iglesia. El Espíritu actúa asimismo en la ordenación sacerdotal, para conferir al que es llamado la potestad de actualizar los misterios de Cristo; el Espíritu está presente también en el sacramento del matrimonio, asegurando a los esposos la fuerza de la fidelidad, su unión recíproca a imitación de la unión de Cristo con su Iglesia. Así pues, en todo momento estamos "impregnados" del Espíritu. No hay una reunión de oración, no hay una liturgia de la Palabra en la que no actúe el Espíritu para posibilitarnos orar y dialogar con el Señor, presente entre nosotros por la fuerza del Espíritu que da vida al texto escriturístico proclamado. Es el Espíritu quien nos hace clamar: "¡Padre!".
ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981, pág. 247-252

 
15. Constitución de la Antibabel, la Iglesia.
1. Al anochecer del día de la resurrección, cuando los discípulos estaban en una casa con las puertas atrancadas, Jesús entró, se puso en medio, y les dijo: "Paz a vosotros". "Como el Padre me ha enviado así os envío yo. A continuación sopló sobre ellos, y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo»". (Juan 20, 19). Los apóstoles, pues, ya recibieron el Espíritu Santo el día de la resurrección. Jesús los ha estado preparando para este día, y para enviarles a la misión de extender la creación del mundo nuevo, con hombres nuevos. Si el Génesis describe la creación de la vida en el primer hombre soplando en su nariz (Gén 2,7), ahora, que comprados por su sangre derramada, son creados los primeros hombres nuevos, libres ya de pecado, y reconstruida la imagen de su semejanza, que el hombre había roto, repite Jesús, autor de la neuva creación, el gesto del soplo, para hacer visible la realidad que está obrando en aquellos hombres elegidos para ser los propagadores de esa nueva vida en el mundo.
2. Durante los años de su formación, para que vencieran la tentación de desertar, les había advertido que "quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para anunciar el reino de los cielos" (Lc 9, 62).
3. Lo que Dios comienza no se interrumpe. Por eso Jesús, que ha sido enviado al mundo por el Padre para cumplir su voluntad de redimirlo, envía a sus discípulos al mundo, como continuadores de su obra apenas comenzada, de transformar y recrear la vida de los hombres. Dios quiere que todos los pueblos de todos los tiempos lleguen al conocimiento de la verdad dq que son amados por él.
4. Aparte de la narración del libro de los Hechos, que Lucas recrea con símbolos preexistentes en la tradición: el soplo creador de Dios, que se convierte en viento recio; las llamas del Sinaí, convertidas en lenguas, órganos de la predicación y del anuncio de la buena noticia; el poder de Dios manifestado en la general convocatoria "de judíos de todas las naciones de la tierra", que a la vez anuncian el universo al que tiene que llegar el evangelio, por eso se dice que proceden de más de doce regiones distintas: partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea, Capadocia, del Ponto, de Asia, de Frigia, de Panfilia, de Egipto, de Libia, de Roma, cretenses y árabes. Aparte, digo, de la narración elaborada, la llegada del Espíritu Santo fue un acontecimiento interior, que cada uno de los reunidos en la casa, experimentó. Fue una experiencia fuerte del Espíritu, que actuaba la presencia de Jesús, siempre presente cuando dos o más están reunidos en su nombre (Mt 18,29).
5. Sería un sentirse aligerados de sus cargas de deficiencias y pecados y rastros de pecados personales. Sería una disposición para la acogida y para la unión fraterna. Sería un deseo de comenzar ya a predicar el evangelio. Sería una caridad inmensa que nunca habían experimentado tanta. Sería un consumirse de amor por el Cristo, un ansia por la fracción del pan, una veneración de la Palabra y un hambre de escucharla y un empeño en dar a conocer lo que ellos estaban sintiendo y viviendo, y una disposición a vencer todas las dificultades y separaciones que les iba a exigir el ir a predicar a todo el mundo. Fue un manifestarse la alegría y el consuelo, con gran emoción. Fue una eclosión de fe, de amor y de esperanza.
6 ¿Y cómo salieron aquellos hombres, apocados y tímidos, al ser impulsados por el Espíritu Santo? Dios que siempre se ha valido de proyectos humildes, y de hechos pequeños para manifestar su grandeza, demuestra ahora sus maravillas para decirnos lo que pueden hacer su Espíritu en personas dóciles, aunque sean frágiles.
7 A quienes lo esperan todo de las fuerzas humanas, les parecerá una locura el plan de evangelizar el universo con una docena de pobres hombres. Jesús explicó las parábolas de la levadura en la masa, del grano de mostaza y del sembrador que siembra su semilla, pero ¿no sería una utopía pensar que estos pobres hombres incultos pudieran poner en pie al mundo entero? El Espíritu de Jesús ha transformado a aquellos hombres. Los ha cambiado: "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados".
8 La renovación de la faz de la tierra por el Espíritu comienza por el perdón de los pecados. Como para construir un edificio nuevo hay que comenzar por derribar los muros viejos y carcomidos y hay que echar por tierra las ruinas, así el mundo tiene que ser rehecho, recreado desde los cimientos, destruyendo previamente los pecados con el perdón de Dios. Quitado el pecado desaparece su dimensión de conflictividad interhumana y de pretensión de autosalvación que hubo en la construcción de la torre de Babel (Gen 11,1). "voy a bajar y a confundir su lengua". Es el símbolo de la conflictividad. Mientras hablen una sola lengua los hombres se endenderán, porque la lengua es principio de unión. El pecado introduce el conflicto con Dios y con los hombres entre sí. Eso es Babel.
9 El Espíritu en Pentecostés, hace que los que lo reciben, aunque hablan distintas lenguas, se entiendan en su alabanza a Dios y en la pa con los hermanos: "Congrega en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas" (Prefacio).
10 El Espíritu es el principio de la unidad de la iglesia, que, aunque tiene muchos miembros, la anima un solo espíritu. "Todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1Corintios 12,3). Él nos llena del conocimiento pleno de toda la verdad. Él es la fuerza que recrea, que doblega la soberbia de los hombres, que rompe la dureza del corazón, que fortalece su cobardía y les otorga lenguas como espadas, para que predicquen la salvación a toda la tierra. Del costado de Cristo muerto en la cruz manó sangre y agua, butismo y eucaristía, sacramentos de redención y de nueva creación por el Espíritu Santo. Por Él podemos comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo (Ef 3,18). 11 A los que tendemos a encerrarnos en nuestro propio mundo, el Espíritu rompe nuestra estrechez. Por él podemos llegar muy lejos. Por él nosotros, enanos, somos elevados hasta dios. Por él nuestra superficialidad se interioriza.
12 El 8 de diciembre de 1962, Juan XXIII, en la sesión solemne de clausura de la primera etapa del Concilio, decía que este sería "el nuevo Pentecostés", que hará que "florezca en la Iglesia su riqueza interior y su extensión a todos los campos de la actividad humana". Y Pablo VI: "El Espíritu está aquí, para iluminar y guiar nuestra obra en provecho de la iglesia y de la humanidad entera" (14 de septiembre de 1964). Que se cumpla hoy en nosotros, en esta celebración eucarística. ¡Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra!
J. MARTI BALLESTER

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