lunes, 11 de febrero de 2013

BIBLIA y REALIDAD  TEMAS BÍBLICOS

BIBLIA y REALIDAD  TEMAS BÍBLICOS
PRIMERA LECTURA

En el encuentro personal con Dios recibe el profeta su mandato: mediar con su palabra entre el Dios santo y el pueblo pecador. Isaías recuerda su encuentro inefable en el templo y trata de entenderlo y de explicarlo sirviéndose de la circunstancia y del carácter del lugar. Su respuesta al Dios que le purifica y que le envía es la total disponibilidad. Su misión es llevar la palabra que purifique, como a él, al pueblo impuro.




Lectura del Profeta Isaías 6,1-2a. 3-8.

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.

Y vi serafines en pie junto a él.

Y se gritaban uno a otro diciendo:

-¡Santo, santo, santo, el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria!

Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.

Yo dije:

-¡Ay de mí, estoy perdido!

Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos.

Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:

-Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.

Entonces escuché la voz del Señor, que decía:

-¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?

Contesté:

-Aquí estoy, mándame.COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURAIs 06, 01-02a. 03-08
1.
* Contexto histórico. -La muerte de Azarías (=Ozías) de Judá, el rey leproso, acaece el año 739 a. de C. Fue un largo reinado, más de cuarenta años, de prosperidad y seguridad. Con su muerte asistimos a la decadencia y ocaso de los reinos del N. y del S. La gran amenaza viene de Asiria: Tiglat-Pileser sube al trono de Asiria el año 745, conquista Damasco (732) y se proclama rey de Babilonia (729). El peligro es inminente: Salmanasar V, sucesor de Tiglat-Pileser, se apodera de Samaria (722), y Senaquerib invadirá Judá el año 701 a. de C.
* Texto. Isaías es un excelente poeta que nos narra, con palabras muy precisas y de enorme contenido, su experiencia religiosa del primer encuentro con el Señor. Resulta muy difícil exponer en breves líneas el sentido profundo del texto.
-Vs. 1-4: visión. Acaece el año 739, año de la muerte de Ozías. El autor se halla, o al menos es transportado mediante la visión, al templo terrestre donde se halla el altar del incienso (vs. 1.9; Ex. 30, 1 ss.; I Rey. 6, 17). Isaías no nos describe la visión, sino que de forma muy escueta nos dice: "vi al Señor".
Aquella rica experiencia interna debe expresarla con unos símbolos, los bíblicos, para que puedan entenderla sus oyentes y lectores. Así el humo (=nube; cfr. Ex. 13, 21; 40, 34; I Rey. 8,10 ss.; Ex. 10, 4) que llena el templo (v. 4) es un símbolo que expresa la presencia de Dios, sentado sobre un trono en actitud de rey (v. 1; I Rey. 22, 19). Que el Señor aparezca envuelto en un manto es imagen bíblica (Sal. 104, 1 ss.), pero el profeta sólo ve su orla o parte inferior. Así, de forma velada, el autor nos dice que la parte superior ocupa el templo celeste (por eso usa los adjetivos "alto y excelso" aplicados al trono). Según Jn. 12, 41, esta orla es la gloria del Señor, término que, al igual que nube, nos indica manifestación de Dios.
La corte de este Rey está formada por serafines (su nombre indica relación con el fuego). Son seres alados que cubren su rostro y desnudez en señal de reverencia: como servidores, están de pie y con dos alas se ciernen para indicar prontitud a hacer lo ordenado por el Señor. En su canto (v. 3) tres veces se repite el término "santo", práctica muy corriente en hebreo (cfr. Jr. 7,4;22,29; Ez. 21,32) para indicar de forma superlativa que Dios es santo y sólo santo (cfr. Is. 1,4;5,16.19.24; 10,17.20; 12,6; 29,19...). Y a la vez se ansía que la gloria (=manifestación de la Majestad divina) invada toda la tierra. El gran coro produce una especie de terremoto en el templo.
-Vs. 5-8: reacción y purificación. Ante la santidad divina la reacción del profeta es reconocerse hombre de labios impuros, al igual que su pueblo; en esta condición no puede participar en el coro de serafines, no puede ejercer la labor de anunciar. Además, el miedo le invade porque sus ojos han visto al Señor y en consecuencia debe morir (Ex. 3, 20). Un serafín coge del altar sagrado un ascua y purifica los labios: desde entonces Isaías es apto para la misión de la palabra porque por este rito se le ha perdonado su pecado y su culpa. Y libre de obstáculos se ofrece, con prontitud, a la misión (v. 8).
* Reflexiones. -¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" (v.8). Todo el relato de vocación profética está orientado hacia el ministerio de la palabra, palabra que nos haga ver cómo la gloria o manifestación divina invade toda la tierra. La tarea no es nada fácil. Los hombres somos seres ciegos que ni siquiera palpamos esa presencia divina en nuestro mundo; más aún, con nuestro actuar hacemos que esa presencia resulte aún menos visible, menos comprensible. Nuestros odios, injusticias, desmanes, afán de poder bélico..., han convertido a nuestro planeta en un "iceberg" agrietado que se desliza por rumbos peligrosos. El profeta sale a nuestro encuentro, pero ¿con qué credenciales? Con su palabra. ¡Credencial insignificante! Por eso, la palabra profética será siempre arma de doble filo: salvación para el que crea y piedra de precipicio para el que endurezca su corazón. Por eso Isaías recibe esta misión; "...que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda..." (vs. 9-10).
-A pesar de la dificultad de la misión profética, Isaías se muestra pronto a la llamada: "...aquí estoy, mándame". Buen ejemplo para imitar, pero no para imponer. También Jeremías y Moisés, con sus objeciones y reticencias, fueron grandes profetas, heraldos de la palabra profética.
A. GIL MODREGO
DABAR 1989, 12
SALMO RESPONSORIALSal 137,1-2a, 2bc-3. 4-5. 7c-8
R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.
Daré gracias a tu nombre
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
Extiendes tu brazo y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
SEGUNDA LECTURA
El Evangelio es, sencillamente, una noticia referente a la vida humana: desde que Cristo ha sido el primero en salir del sepulcro, la muerte ha dejado de ser el mayor enemigo de los seres humanos. El cristianismo es un mensaje de vida y optimismo.




El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 15,1-11.
Hermanos:
[Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado nuestra adhesión a la fe.
Porque] lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
[Porque soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.]
Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA1 Co 15, 01-11
1.
Este texto es central en el anuncio paulino en particular y cristiano en general. La ocasión de exponer su tema central es que -parece- en Corinto existía un grupo que negaba la resurrección de los cristianos. No la de Cristo, pero sí la de los hombres. Las razones quizá no eran por puro materialismo, sino por lo contrario: creerse ya resucitados por el bautismo.
Pero eso es menos importante. Pablo quiere hacerles ver que es imposible que se confiese, se crea en la Resurrección del Señor y no creer también en la propia. Inicialmente recuerda el Evangelio predicado por él, que ciertamente tenía como punto central la proclamación de la Resurrección de Cristo. Naturalmente, al decir que este Evangelio salva, si se permanece en él. Pablo no piensa en una aceptación meramente intelectual, sino que comprenda toda la vida (vs. 1-2), la cabeza, el corazón y las manos. Recuerda luego (vs. 3-6) una confesión tradicional. Probablemente es fórmula no suya, sino de la tradición. Con lo cual nos remontamos todavía más cerca de los acontecimientos pascuales.
Da también la primera lista, cronológicamente hablando, de los testigos de la Resurrección. Testigos oficiales por así decir que proclaman cómo el Crucificado vive actualmente y ellos mismos lo han experimentado.
También se menciona a sí mismo (vs. 8-11) sin solución de continuidad. Es un testimonio directo de su propia experiencia del Señor Jesús glorioso y resucitado. Hace algunas observaciones interesantes sobre sí mismo, en las que reconoce la gracia recibida y su propia respuesta a esa gracia.
Lo principal es el testimonio de la Resurrección de Cristo. No se insiste mucho en ella porque el anuncio inicial ya era el punto más importante. Pero se nos recuerda. Tenemos en estos versículos el texto más antiguo que habla de ese suceso central para nuestra fe.
Pablo saca a continuación la conclusión apuntada más arriba: si Cristo ha resucitado, también nosotros. Pero esto no forma parte de la lectura de hoy.
F. PASTOR
DABAR 1989, 12
EVANGELIO
Para ser pescadores de hombres hay que dejar los sistemas técnicos de pesca y estar dispuestos a abandonarlo todo. La pesca evangélica de seres humanos sólo se puede realizar en un contexto de absoluta generosidad y desinterés.
Cristiano es el que conoce vivencialmente lo que transmite. En la Eucaristía nosotros profundizamos en el mensaje cristiano, que es el anuncio de la muerte y resurrección de Cristo. Ante la pesca milagrosa de tanta gracia, nosotros tenemos que responder con actitud consciente de fe personal.
COMENTARIOS AL EVANGELIOLc 05, 01-11
Texto. Entre el texto del domingo pasado y el de hoy Lucas nos presenta a un Jesús buscado insistentemente por la gente. De esta situación parte precisamente el texto. El marco no es ya la sinagoga, sino el lago Genesaret. La gente escucha la Palabra de Dios.
La expresión es típica de Lucas y define la propia enseñanza de Jesús, aunque no se especifica su contenido. El autor espera probablemente que no perdamos de vista la enseñanza de los domingos anteriores en la sinagoga de Nazaret.
En este contexto genérico resuena explícita la Palabra de Dios a través de Jesús. Sacad la barca lago adentro y echad vuestras redes para la pesca. Pedro replica constatando lo descabellado, absurdo incluso, de la propuesta de Jesús. La pesca tiene sus horas propicias, fuera de las cuales es inútil intentarlo. Pero, puesto que tú lo dices, echaré las redes. Es decir, la Palabra de Jesús adquiere para Pedro rango de valor superior a la lógica de la situación. Pedro acoge, hace suya esa Palabra. Se fia más de ella que de la lógica de la situación. Los dos versículos siguientes, 6-7, reflejan el resultado de la acogida de la Palabra de Jesús. Un resultado imprevisible, impensable incluso, desde la lógica de la situación previa. La escena recuerda la de María e Isabel y las palabras de ésta: ¡Dichosa tú, que has creído que se cumpliría lo que te había dicho el Señor! (Lc. 1,45).
La escena final tipifica la reacción de Pedro en términos que recuerdan lo escuchado en la primera lectura de Isaías. Es la reacción humana ante lo imprevisible-impensable desde la lógica de la situación previa. Asombro, pasmo, temor, autocuestionamiento de la propia persona que se experimenta a sí misma como indigna, poca cosa. Señor, apártate de mí, que soy un pecador. Pero la Palabra de Jesús disipa temores e introduce al que se ha fiado de ella en una novedad de vida. Una vez más la escena nos lleva a Isabel y María en Lc. 1,26-56 y a las palabras, en este caso, de María: Desde ahora, todos me llamarán feliz, pues ha hecho maravillas conmigo Aquél que es todopoderoso (Lc. 1, 48-49).
Resumiendo: En su línea de profundizar en la instrucción cristiana, Lucas ha elaborado un relato cuyo tema central es la Palabra de Dios o, que para él es lo mismo, la Palabra de Jesús.
Una Palabra desconcertante, absurda incluso, si se mide desde el pragmatismo y la lógica de las situaciones. Pero una Palabra de maravillosas consecuencias inéditas, si se acoge y acepta con confianza. A su vez, la vida del que se ha fiado de la Palabra de Jesús entra en una dinámica nueva. Nos hallamos ante un relato gráfico de invitación a aceptar la Palabra de Jesús.
Comentario. Lucas incide en una temática que ya había desarrollado ampliamente en /Lc/01/26-56, y que comentábamos con ocasión del cuarto domingo de adviento. Frente a la lógica de la situación, del pragmatismo y del realismo, nos invita a hacer nuestra la Palabra de Jesús.
Fiarse de esa Palabra hace posible que acontezca lo impensable o, lo que es lo mismo, la utopía, la cual jamás será posible desde la lógica del pragmatismo. Fiarse de la Palabra de Jesús introduce además a la persona que lo hace en una dinámica nueva para sí mismo y para los demás. A sí mismo lo limpia de jactancias más o menos inconfesadas, por lo general más bien inconfesadas o no conscientes. Para los demás es una referencia de ilusión y de esperanza.
A. BENITO
DABAR 1989, 12



Lectura del santo Evangelio según San Lucas 5,1-11.
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
-Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
-Maestro nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zedebeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
-No temas: desde ahora, serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
2.
Comentario. En su propósito de relatar relacionado de acuerdo a un orden, Lucas da hoy un paso adelante muy importante dentro del ordenamiento conceptual de su obra.
Comienza con la gente agolpándose alrededor de Jesús. Es el telón de fondo del que hablábamos hace dos domingos. Pero el domingo pasado veíamos que este telón de fondo está estropeado por la cerrazón y el exclusivismo. Lo lógico es, pues, sustituirlo por otro que ofrezca vistas y aires nuevos. Esta tarea de sustitución la emprende Lucas con el texto de hoy. Lo hace sirviéndose de los pescadores de dos barcas atracadas a la orilla del lago Genesaret. Pero antes, y aunque no sea más que de pasada, es obligado dejar constancia del exquisito arte descriptivo de Lucas en los versículos iniciales. ¡Cómo va enfocando la escena desde la retina de Jesús! ¡La figura erguida de Jesús a orillas del lago, sobresaliendo sobre la anónima muchedumbre! Son pinceladas, retazos, con una enorme capacidad de sugerencia y de evocación.
¿Cómo no admirar la espontaneidad y sencillez del abordaje de la barca de Pedro por Jesús? Pero volvamos a los pescadores. Ellos son el nuevo material para sustituir al viejo, cerrado y exclusivista. ¿Cómo deberá ser este nuevo material? ¿Qué características deberá tener? Sigamos leyendo el texto.
Jefe, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, en base a tu palabra, echaré las redes. Reconstruyamos la secuencia lógica subyacente: si en el tiempo propicio no hemos cogido nada, menos cogeremos en el tiempo no propicio. Pero Pedro sustituye la lógica por la palabra de Jesús, dándole a esta palabra el rango de valor supremo. Se fía de ella, la acoge y la hace suya. Pedro se sitúa pues, por encima de la lógica de lo posible-imposible, va más allá de ella. Esta lógica puede tener otros nombres: realismo, cálculo, prudencia, pragmatismo. Pedro se sitúa más allá de todos ellos, en la palabra de Jesús. Esta es la característica por antonomasia que según Lucas debe tener el nuevo telón de fondo. El resto es ya lo imprevisible, lo asombroso. Primero, la red reventando de peces. Segundo, el miedo. Tercero, los nuevos hombres. ¿Recuerdas, lector, las palabras de Isabel a María en Lc. 1,45? Dichosa tú por haber creído en el cumplimiento de lo que Dios te ha dicho. Esto mismo es lo que Lucas desarrolla en este relato. Sólo me resta formular un deseo como comentario final. ¡Ojalá nos fiemos, acojamos y hagamos nuestra la palabra de Jesús! El resto será lo imprevisible, lo asombroso. Pero, no temas. Serás un maravilloso ser nuevo.
A. BENITO
DABAR 1986, 14

Uno de los caminos más seguros para descarriarse en exégesis es el de aislar un texto del contexto literario. Los capítulos 3-6 tienen todos ellos un denominador común: son catequesis programáticas. Dentro de este contexto, Lc. 5, 1-11 es una instrucción sobre las características del discípulo. Hay que advertir que, en Lucas, discípulo es sinónimo de cristiano. Más claro; discípulo no se identifica con obispo o sacerdote. Lc. 5, 1-11 responde a la siguiente pregunta: ¿cómo tiene que ser el discípulo? Evítese, pues, interpretar este texto como un relato de vocación, sea ésta genérica (vocación cristiana) o específica (vocación sacerdotal).
Una primera respuesta a la anterior pregunta es de carácter negativo. No se es discípulo por el solo hecho de acudir a Jesús.
Lucas distingue entre gente que se agolpa alrededor de Jesús y discípulo. De la gente que acude a Jesús ha hablado el autor en la precedente catequesis (4, 14-44). En 5, 1-3 vuelve Lucas a mencionarla, pero sólo como enmarcación literaria y como contrapunto a su catequesis sobre el discípulo.
Primera característica del discípulo (vs. 4-5). Fiarse de Jesús aun cuando las evidencias empíricas estén en contra. Un pescador profesional sabe que la petición de Jesús (que no es un profesional de la pesca) es descabellada porque va contra la evidencia de la experiencia. Lucas recalca intencionadamente esto para que resalte más el elemento central: pero, por tu palabra.
Esta característica no es nueva en lo que va de evangelio. Veíamos ya que la visita de María a su prima (Lc. 1, 39-45) estaba redactada bajo esta óptica. Y lo mismo que entonces, fiarse de la Palabra de Dios vale la pena (vs. 6-7; cfr. Lc. 1, 45: ¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumple.
Segunda característica (vs. 9-10a). Fiarse de Jesús es descubrir a alguien tan sensacional que el discípulo no se siente merecedor de su compañía. El descubrimiento de Jesús lleva al discípulo a someter a crítica su propia vida.
Tercera característica (vs. 10b-11). Fiarse de Jesús genera una nueva situación, un nuevo presente (desde ahora). Una situación libre de miedos y falsos temores, abierta a los demás. Ser discípulo de Jesús implica una función de cara a los otros. ¿Cuál es el contenido de esta función? Lucas no lo especifica aquí; lo aclarará más adelante cuando explique cuál es el programa del Reino (Lc. 6, 20-49).
DABAR 1977, 15

4.
Lucas agrupa en este pasaje tres acontecimienos distintos, sacrificando un orden cronológico en aras de un orden pedagógico.
La predicación de Jesús, el milagro de la pesca y la decisión de abandonarlo todo para seguir al Maestro, marcan tres momentos psicológicos en el proceso de la vocación de los apóstoles. La "señal" o el milagro refuerza las palabras de Jesús y aumenta su credibilidad ante los que van a ser sus discípulos en adelante.
La invitación a internarse en alta mar conlleva el riesgo a afrontar los temporales tan frecuentes como inesperados en el lago de Tiberiades o de Genesaret. Toda la tradición exegética se ha recreado glosando este pasaje, interpretando la barca de Pedro como figura de la iglesia de Cristo. En este sentido resultan sugerentes las palabras de Jesús: "Rema mar adentro y echa las redes para pescar". El riesgo de la pesca de altura, en medio del temporal, viene compensado por la abundancia de la pesca. Así le ocurre a la iglesia cuando anuncia el evangelio donde están los conflictos, cuando lleva la palabra de Dios a los problemas concretos y no se queda en vaguedades y en abstracciones que no significan nada y no comprometen a nadie.
Pedro conocía bien su oficio, sabía que la noche y no el mediodía era el tiempo propicio para la pesca. Con todo se fia más de la palabra del Maestro que de su propia experiencia.
Dios se manifiesta en un prodigio inesperado. Ante este milagro Pedro, lo mismo que Isaías ante la revelación de Dios, se siente sobrecogido y descubre su propia indignidad. Lucas hace notar que los compañeros de Pedro participan de los mismos sentimientos de temor y de asombro ante el milagro. Pero las palabras de Jesús confortan a Pedro y le capacitan para la misión que ha de recibir. Pedro y sus compañeros, seguros en el que los envía, podrán aceptar responsablemente la vocación de ser en adelante "pescadores de hombres". Esto no debe entenderse en un sentido proselitista, de "echar el gancho" o de servirse de tretas para que la gente "pique". Echar las redes tiene aquí el sentido de sembrar o de anunciar generosamente la palabra de Dios, confiando en la virtud de esta palabra y en Dios que es el que da el incremento y la cosecha.
EUCARISTÍA 1986, 8

5.
-"Rema mar adentro y echad las redes para pescar": La escena de la pesca milagrosa seguida de la llamada a Simón, tiene un gran parecido con la de Jn 21, 1-11, situada después de la resurrección. Parece que se trata de dos narraciones de un mismo hecho que habría que situar en el contexto postpascual: notemos cómo Pedro se dirige a Jesús llamándolo "Señor" y cómo el reconocimiento de su pecado tiene que ver con su negación durante la Pasión. Lucas ha situado el cuadro narativo al principio del ministerio público de Jesús, para ilustrar la llamada a Pedro, el primer testigo del resucitado.
JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 3

Se comprende mejor la importancia del episodio de la pesca milagrosa si se tiene en cuenta que el judío considera el agua, sobre todo el mar, como morada de Satanás y de las fuerzas contrarias a Dios. Hasta la venida del Salvador, nada podía hacerse -salvo un milagro del tipo del del mar Rojo- para salvar a quienes la mar enemiga engullía; pero desde que Él está aquí, se pueden pescar hombres en abundancia y sustraerlos a las garras del imperio del mal. Ese es, por otro lado, el sentido profundo de la bajada a los infiernos (inferi=aguas inferiores) en /1P/03/19, en donde Cristo desciende precisamente para salvar a quienes habían sucumbido bajo las aguas del diluvio. Ser pescadores de hombres es, pues, participar en esa empresa de salvamento de todos cuantos se han visto absorbidos por el mal; ya Jr 16, 15-16a preveía esa función.
San Lucas considera, pues, a la Iglesia como la institución encargada de salvar a la humanidad de la sumersión que la amenaza. Para garantizar la realización de esa misión hay hombres encargados de una misión apostólica particular dentro de esa Iglesia. Pero sólo a Cristo le deben las fuerzas con que cuentan para llevar a buen término su "pesca" y el ardor que ponen en conseguirlo.
El misionero será un pescador de hombres en la medida en que salve seres humanos mediante la administración del bautismo. El cristiano será pescador de hombres en la medida en que multiplique a su alrededor las conversiones e introduzca en la Iglesia a muchas almas. Este concepto individualista no corresponde quizá del todo con la manera de pensar de Lucas y ni siquiera con la mentalidad moderna. Bajo apariencias místicas, el relato de la pesca milagrosa parece tener otro alcance: la humanidad es presa de potencias que la absorben y la anegan; Cristo se reserva a Sí y a sus discípulos una misión liberadora que frene y contrarrestre ese deslizamiento hacia la catástrofe.
El caso es que la humanidad actual se mueve en la cuerda floja y bastaría muy poca cosa para que se hundiese a sí misma sin necesidad de otras fuerzas demoníacas que su propio egoísmo y su afán de poder. Ser pescador de hombres consiste, por tanto, hoy, en participar en todas las empresas que quieren evitarle al hombre esa perdición y colaborar, mediante una mayor igualdad, una paz más estable y una mayor posibilidad para los humildes de promoverse a sí mismos, a sacar a la humanidad del océano que la sumerge. Dejarla fuera de estos movimientos es condenar a la Iglesia a no revelar su identidad y su misión entre los hombres.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 183-184

7.
El evangelio de hoy es la expresión gráfica de lo que la solemnidad litúrgica obra. Estamos en torno al altar, lo mismo que los discípulos se congregaban en torno a Cristo, fatigados por inútiles trabajos: "Toda la noche hemos estado fatigándonos y nada hemos cogido". Podemos decir también nosotros: "Hemos trabajado toda la semana al servicio del Señor y ¿qué hemos conseguido? ¿Qué podemos presentar a Cristo? Mas, ahora está El entre nosotros; le tenemos presente en la palabra del Evangelio, en su cuerpo sacrificado, en la sangre de su sacrificio. El es la víctima por nuestros pecados y "su debilidad -en la cruz- constituye nuestra fortaleza" (1). Al verlo, nuestra fe se aviva y el amor vuelve a tomar con alegría el peso de la vida. Sí; Cristo está aquí, está en nosotros por el santo sacrificio y el banquete eucarístico. ¿A quién temeremos? Nos eleva El del orden natural del ser, incapaz de redimirse a sí mismo, hasta el orden sobrenatural, puro y libre, de la gracia.
"No temas, dice a su Iglesia, de hoy en adelante serás pescador de hombres". No temas, por más que tus miembros sean hombres mortales, débiles e inclinados al pecado. ¡No temas! Mientras te parece que te esfuerzas en vano para santificar a tus hijos, Yo estoy contigo, como Salvador de mi propio cuerpo. Sano a mis miembros, vengo constantemente y me hago presente en ti por el misterio de la celebración del santo sacrificio. "Guía mar adentro"; echa tu red en las profundidades de la fe y de los misterios; reúne a tus hijos alrededor del altar. Cuando estén en mi presencia, llenos de amor y de abandono, vendré y los santificaré; realizaré en ellos lo que ellos no pueden verificar a pesar de sus redobles esfuerzos.
Debes esperarlo todo de mí. Si has trabajado en vano toda la noche, me presentaré ante ti a la madrugada y en un momento haré cuanto necesitas y te conseguiré la salvación tan ansiada. Bueno es que tengas conciencia de tu debilidad; así crece tu fe en mi poder. ¡No temas, Iglesia mía! ¡Pide sin cesar mi presencia! ¡Llámame! No te hace falta nada más; de lo demás me ocupo yo. Duc in altum, "guía mar adentro", penetra profundamente en la fe y busca tu salvación en el divino abismo del misterio. Incluso cuando creas trabajar sin ningún resultado durante todo el curso de tu existencia terrena, aun cuando veas a los tuyos sumidos en la flaqueza del pecado, por más que el mundo se levante contra ti y haga de ti mofa diciendo: "¿Dónde está tu Dios?", aunque te veas impotente para atraer a ti los que se han alejado... ¡no temas! ¡no temas en ningún caso! Me verás, es cosa cierta, en la aurora de la eternidad y tu red entonces estará llena hasta rebosar.
J/PEZ: Ya hoy, al finalizar la solemnidad litúrgica puedes hechar una mirada a tu red. ¿Está, quizá, vacía? No; está llena. Deo gratias!, respondemos nosotros. Nuestra red está llena, sí, pues dentro de ella se encuentra un gran pez, el Ichthys, Jesucristo (2). Le hemos recibido en el banquete eucarístico y se ha convertido en nuestro alimento. Alimenta la paciencia de su Iglesia, a fin de que bajo el yugo, pero esperando, pase por encima de los "dolores de este tiempo" al encuentro de la "gloria venidera".
..........
(1) San Agustín, a Jn 4, 6 (Tratado 15, 8)
(2) Estas palabra griega signifia "Pez". Las letras que la componen son las iniciales, en griego también, de la frase: Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Por esto entre los antiguos cristianos el pez era el símbolo de Cristo.
EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 252 s.

Meditación para la Iglesia en tiempos de cambio
En tiempos de opiniones diversas, de cambios abundantes, de formas de pensar tan distintas y a veces distantes, parece oportuno acercarse a Jesucristo para ver qué nos dice. Se trata de ver de qué forma quiere que los discípulos nos comportemos en momentos como éstos, ya que en toda ocasión debemos hacer de nuestra vida entera una acción de gracias y de todos los latidos de nuestro corazón una alabanza a su nombre.
En momentos como los que estamos viviendo, tenemos que anunciar a Jesucristo. Como todos, son momentos con horas felices y horas de miedo en las que es preciso seguir pensando que El está a la orilla del lago de Genesaret, que nunca abandona a nadie, que está atento a las necesidades de cada hombre que viene a este mundo, que nunca se aparta de nadie, que mantiene la fidelidad a base de un amor que nunca disminuye, sino que, por el contrario, cuanto más atento está el hombre, más se percibe la cercanía, la atención y el cuidado del Señor.
Estaba a la orilla
Cuando los hombres nos empeñamos en negar que tenemos límites, nos creemos absolutos y nos olvidamos de Dios y precisamente por este olvido utilizamos a los demás según nuestro gusto y parecer; entonces se oscurece nuestra vida y sentimos la necesidad y la sed de Dios. Si estamos atentos, descubrimos al Señor presente en la orilla de nuestra vida que sale a nuestro encuentro para indicarnos el camino. En esos momentos viene a nuestra memoria el salmo 8 que tantas veces hemos repetido y que tanto olvidamos: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él cuides?» (Sal 8,5). Entonces ves la vida de un modo nuevo, diferente, distinto, y adviertes la grandeza de sentirte amado y querido por Dios. Apuestas una vez más por vivir la vida junto a El y desde El ya que la vida a su lado se parece al calor del sol que baña cada día, sin cansarse, la faz de nuestro mundo y da a la tierra un color alegre, nuevo, capaz de irradiar calor a todo lo que se posa en ella. Así es el hombre que pone su vida junto al Señor: se siente amado y querido por El en toda circunstancia y ocasión, observa cómo todo ha sido realizado para él.
Muchos encuentros de Jesús descritos en el Evangelio, nos ayudan a entender esto; por ejemplo, la curación del leproso. El leproso se siente impotente por sí solo, despreciado por los demás. No puede hacer una vida como la que hacen los hombres de su tiempo: ha tenido que marginarse, siente el abandono, la muerte. Vive horas de tristeza y soledad. Ahí es donde el Señor aparece en la orilla de su vida. Este encuentro con el Señor, le sana, le posibilita poder volver a la vida con la alegría del encuentro con los demás y sintiendo aquello del salmo: «¡Qué glorioso tu nombre por toda la tierra!» (Sal 8,10). Para el leproso la vida aparece con unas dimensiones nuevas que le ha dado el encuentro con Jesucristo. Se trata de que los hombres de nuestro tiempo nos demos cuenta de que el Señor está a la orilla, esperando cualquier momento o circunstancia para que nos encontremos con El. En ese encuentro se dan horizontes nuevos a nuestras vidas, donde tanto el gozo como el dolor cambia, donde el dolor, cuando existe, más que convertirse en causa desesperante de la vida, se convierte en motivo de encuentro más profundo con Cristo.
Estar a la orilla significa que uno está dispuesto a no guardar nada para sí, que lo da todo, que se pone al servicio permanente de los demás. Cristo en la orilla del camino, significa que no se ha hecho su casa, sino que quiere entrar en cada una de las casas que es cada hombre que viene a este mundo y pasa por esa orilla.
Jesús está en la orilla, pero solamente se encontrará con El, quien hace realidad aquellas palabras del Salmo: «¿Quién subirá al monte de Yahveh? ¿Quién podrá estar en su recinto santo? El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura» (Sal 24,3-4). Es decir, el que se abandona en Dios y sitúa su vida sabiéndola salvada junto a Dios, el que no se hace ídolos de ningún tipo y cree que todo depende del Señor y que no hay otro como El, que en medio de la duda e incertidumbre nacida de la búsqueda de nuestros sentidos, es capaz de encontrar y dar sentido a todo en última instancia, desde ese saberse, sentirse y querer ser hijo de Dios.
Dios ha querido hacer al hombre muy grande; tan grande que quiere identificarle con El. Pero no lo desea hacer a la fuerza sino desde la libertad del hombre mismo. Por eso, se pone a la orilla del camino en la misma vida e historia del hombre. El Señor quiere hacerse comprender desde la vida. Ahí es donde se nos presenta el Señor y donde quiere encontrarse con el hombre.
La libertad del hombre es grande, es total. Dios le hace ofertas de acompañamiento. Le dice y le da su Palabra que es de vida. No es como otras muchas palabras que parecen llenar de momento pero a la larga desecan y hacen infeliz al hombre. La Palabra de Dios llena al hombre, le compromete y sobre todo, le hace situarse a la orilla, para que dé luz a otro, para que le dé la mano y aliente a quien se encuentre pasando a su lado. Dar la mano, la luz o el aliento no es posible sin el encuentro con el Señor. El es quien da la capacidad y la hondura para la ayuda.
La gente se agolpaba junto a El
para oír la Palabra de Dios
Los hombres quieren escuchar y buscar sentido a sus vidas, por eso escuchan y se paran delante de quienes hablan o traen alguna noticia. Así ha sucedido con los hombres de todos los tiempos. Todos tienen necesidad de vivir de la noticia. Pero Cristo, a diferencia de los otros, trae la gran noticia jamás oída; una noticia distinta a las demás. En ella se habla de ser y no de tener. No solamente se dice, sino que quien lo dice, hace. Por eso se presenta como una noticia de una novedad inigualable.
Hoy estamos cansados de oír noticias aunque en su mayoría son noticias en las que se experimenta engaño, abandono o infelicidad; no llenan el corazón. Hoy como ayer tenemos necesidad de agolparnos alrededor de Jesucristo, y en su cercanía, como las de aquellas gentes del Evangelio, escuchar al Señor. Juan Pablo II definía la situación del hombre en el mundo contemporáneo así; «Si nos atrevemos a definir la situación del hombre en el mundo contemporáneo como distante de las exigencias objetivas del orden moral, distante de las exigencias de justicia y, más aún, del amor social, es porque esto está confirmado por hechos bien conocidos y confrontaciones que más de una vez han hallado eco en las páginas de las formulaciones pontificias, conciliares y sinodales. La situación del hombre en nuestra época no es ciertamente uniforme, sino diferenciada de múltiples modos. Estas diferencias tienen sus causas históricas, pero tienen también una resonancia ética propia.
En efecto, es bien conocido el cuadro de la civilización consumista. Asimismo se da entre algunos un cierto abuso de la libertad» («Redemptor Hominis», nº. 16). Esta situación proviene de no tener en el corazón la noticia que es Jesucristo ya que cuando se recibe esta noticia provoca en quien la acoge, ansias de amar, de dar y darse, de quitar todo tipo de egoísmos, de hacer que todo hombre llegue a la plenitud que tiene que llegar, de hacer posible y viable que el hombre descubra que es hijo de Dios y que, como tal, tiene que habitar esta tierra en la que Dios nos puso a todos.
¿Qué verían en Cristo las gentes para que se agolpasen junto a El? Siempre que he querido dar respuesta a este interrogante, he tenido que observar por qué la gente se agolpa alrededor de los hombres; los hombres nos agolpamos junto a otros cuando nos dan algo pero en la línea del tener. Nos ponemos alrededor de otro, cuando nos presentan unos proyectos de vida que nos atraen, pero que casi siempre va en la línea del hacer, no importa cómo sea el ser. Nos agolpamos cuando nos dan la razón. Nos juntamos a otro, cuando estamos en búsqueda, en la desesperanza, cuando necesitamos la felicidad, cuando queremos encontrar una seguridad; en general este juntarnos va en la línea de que el otro me ayude a tener, a hacer, a decir. Sin embargo, Jesucristo es muy distinto. Cristo me hace ser, me hace olvidarme de mi. Y lo hace porque con su vida no explica cómo se logra plenamente un hombre. Hay algo extraordinario en Jesucristo: que no hace diferencias con nadie; se puede agolpar junto a El quien quiera. Quien se junta a El, descubre lo que es la plenitud en la línea del ser. Los hombres de nuestro tiempo necesitan acercarse a Cristo y en esa cercanía descubrir quién es Jesucristo y, sobre todo, escuchar su palabra, que no engaña, sino que da vida y aliento, y que nos hace caminar siempre hacia adelante.
La cercanía de Cristo al hombre para darle su palabra, hay que leerla desde el misterio mismo de Dios. Este misterio de quien es origen de todo lo que existe y que tuvo a bien acercarse al hombre. Y lo quiso hacer identificándose con el hombre. «Mediante la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre» («Gaudium et Spes», nº. 22). Y quiere estar con todo hombre. A todo hombre quiere comunicarle sus palabras, que son verdad y vida.
Muchas de las palabras que recibimos en nuestra vida son destructoras de la vida del hombre porque le indican caminos de opresión, de mentira, de injusticia o porque le deshumanizan desde las bases más originales de su ser. Es aquí donde nosotros tenemos que agolparnos alrededor de Jesús para poder escuchar en el silencio de nuestro corazón: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). Hay muchos hombres en nuestro mundo que están esperando estas palabras de Cristo. Les pasa como a los leprosos del Evangelio (cfr. Lc 17,11-19), que quieren y tienen necesidad de quitar la lepra y por eso van al encuentro del Señor. También en nuestro mundo hay lepras: el paro, la injusticia, la falta de paz, la libertad mal entendida que se convierte en esclavitud cada día más honda para el hombre, la droga, etc. También las gentes que la padecen están deseando como los leprosos encontrar a alguien que los escuche, por lo menos, y pueda decirles una palabra de integración en la vida como las que dijo Cristo: «Id y presentaos a los sacerdotes». Cuanto más lepras padecen los hombres más necesitados están de palabras. Por ello, a veces se aprovechan esas necesidades y situaciones para hablar: hay muchas ofertas en momentos de enfermedad que los hombres atienden para salir de ella. Por eso es necesario que Cristo aparezca en las vidas de todos los hombres no como una oferta más, sino como la única que ofrece palabras de vida eterna; de esa vida que cuando el hombre la tiene, vive desde una anchura y hondura oxigenadora que nada ni nadie le puede quitar.
Tenemos necesidad de oír palabras que oxigenen la vida. Los hombres tienen necesidad de oír, de escuchar la Palabra de Dios que es la única palabra que hace al hombre más hombre, que le capacita para ayudar a los otros, que le abre plenamente a la acción misericordiosa de Dios y, por ello, al experimentar en su propia vida la misericordia, ver que esa misma misericordia tiene que darla y manifestarla a los demás.
Cuando vio dos barcas...
los pescadores habían bajado de ellas
Cristo se acerca al hombre en el lugar concreto donde está, en su historia concreta Las barcas son todo lo que acompaña al hombre y deja de hacerlo abstracto, para convertirlo en tal hombre que vive en un lugar, que tiene y hace una historia muy concreta.
Los hombres llegamos a este mundo con unos padres concretos, que tienen una historia muy definida. No nacemos en todo el universo, sino en un lugar muy concreto donde nuestra vida se desarrolla y adquiere validez. Y desde ahí, vivimos una serie de experiencias; muchas veces las que la historia concreta de cada uno nos posibilita Con todo esto tenemos que encontrarnos con Jesucristo.
Existe la tentación en momentos de cambio de querer olvidar la historia que pertenece a nuestro mundo personal, que me hace ser a mí mismo y que no me confunde con otro. Por eso es importante no «bajarse de las barcas» que somos nosotros y todo lo que acompaña y define nuestra vida. Cristo no solamente no quiere dejar las barcas, sino que las utiliza para hablar a las gentes.
Cuando dejamos las barcas en la orilla y olvidamos lo nuestro, estamos como perdidos en medio de este mundo. El hombre para vivir necesita de la tierra de los demás que viven junto a él, necesita crecer y vivir sin descuidar su geografía y la historia de esa geografía. Cuando los hombres no recordamos que nuestro origen está en Dios, estamos olvidando algo que es necesario para construir nuestra vida de una manera o de otra. Dejar las barcas en la orilla supone querer vivir desde uno mismo y olvidarse de algo que es esencial: «Y dijo Dios: hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra» (Gn 1,26). No podemos olvidar que Dios nos hizo y no debemos olvidar que quiso hacernos a semejanza suya. Cuando dejamos las barcas en la orilla, echamos en olvido que Dios quiso hacerse presente entre los hombres con el porte de un hombre, desde la historia de un pueblo, con unos padres concretos: «Y sucedió que, mientras estaban allí se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento» (Lc 2,6-7).
¡Qué tentación más grande es la de querer olvidar nuestra historia! Además hasta parece que encontramos razones para hacerlo. Pero Dios nos lo recuerda constantemente. El primer olvido suele ser el de nuestro origen y el otro, el de no querer encontrarnos con Dios en nuestra propia historia, cuando esto ha sido lo que El ha querido: se hizo hombre para encontrarse con el hombre. Y no se hizo hombre en abstracto, sino muy en concreto, en una geografía, en una historia, en una raza etc.
Para no olvidar nuestras barcas, tenemos que recurrir constantemente a la Palabra del Señor, que nos recuerda de quién somos, las tentaciones que tenemos, las ayudas que poseemos. Ver a un Dios ya en el inicio de nuestra vida y observarlo a través de ella cuidándose de nosotros y mirándonos y llamándonos cuando nosotros decimos que no, es una contemplación que todos los hombres deberíamos hacer constantemente. Y ver a este Dios en su máxima cercanía al hombre, tomando su propia carne para enseñar al hombre cómo serlo de verdad, es la maravilla más grande que se puede dar en la historia de cada uno. Cuando abandonamos las barcas, estamos abandonando lo mejor que tenemos, la explicación más maravillosa que de nosotros se puede dar. Estamos quitando de nuestras vidas aquello que nos hace reconocernos como hombres y nos da seguridad en medio de las inseguridades que puedan surgir.
Un modo de destruir al hombre, es borrar su historia o por lo menos hacer que la olvide. Por eso, Dios lo primero que hace cuando se acerca al hombre, es construirle su historia. Tenemos la tentación de considerarnos insuficientes. El hombre que quiere vivir así y se empeña en hacerlo, no puede hacer historia. Hace una historia sin raíces, sin profundidad, que al primer viento cambia. Es importante subir a las barcas de cada uno, ya que solamente así será posible lo que nos describe el Papa Juan Pablo II: «Se hace, pues, necesario recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores morales, que son los valores de la persona humana en cuanto tal. Volver a comprender el sentido último de la vida y de sus valores fundamentales es el gran e importante cometido que se impone hoy día para la renovación de la sociedad. Sólo la conciencia de la primacía de éstos permite un uso de las inmensas posibilidades, puestas en manos del hombre por la ciencia; un uso verdaderamente orientado como fin a la promoción de la persona humana en toda la verdad, en su libertad y dignidad» («Familiaris Consortio», nº. 8). Entonces no dejamos las barcas, sino que las recogemos, subimos a ellas y no explicamos nuestra vida sino desde ellas.
Es preciso descubrir cómo el Señor ve las barcas y a quiénes las han dejado. El encuentro con el Señor hace subir de nuevo a las barcas a quienes las habían dejado. Cuando muchos hombres tienen la tentación de abandonar a Dios porque les han contado que es una liberación hacerlo, ver a Dios ayuda a entenderse a sí mismo, nos hace descubrir y palpar que la gran liberación consiste en poner nuestras vidas a disposición de Dios, en construir nuestras vidas desde su acción y desde su poder. Cuando hago memoria del Señor, no puedo por menos de caer rendido en bendición y agradecimiento ya que junto a El he descubierto que no hay nada bueno en mi vida ni en las vidas de los que conozco, que no tenga su origen en Dios. Y no hay nada malo en mi vida ni en las vidas de los demás que no encuentre su limite y su destrucción en el Señor. Cuando estamos junto a El y, por tanto, asumimos todo lo que nos ha dado, agudizamos nuestra mirada y sabemos descubrir la gracia y la profundidad infinitas que nos liberan de la superficialidad.
Querer vivir desde lo superficial es la tentación de querer bajar de las barcas, de querer dejar la historia más verídica que existe, que es la historia que Dios desde siempre y en su infinita bondad ha construido para el hombre.
Los pescadores habían bajado...
y lavaban las redes
Bajar y ponerse a hacer otra cosa distinta que nos entretenga y no nos deje pensar, es algo que hacemos todos los hombres. Mientras estamos distraídos no tenemos tiempo para pensar en lo que es importante, en lo fundamental. Cuando bajamos de las barcas y nos ponemos a lavar las redes, es como si con una mirada fría y analítica sólo fuéramos el aliento de una hierba que se marchita o una gota de rocío que se evapora con el sol del mediodía. Es decir, no tenemos fuerza transformadora de ningún tipo. Dejar la historia en la que hemos nacido, la que da explicación coherente a nuestras vidas y ponernos a vivir sin ella es lavar las redes.
El hombre que vive así lavando las redes, es sólo cifra y estadística y no pasa de ser un número de necesidades a saciar y de metas temporales a cubrir. Sin embargo, el hombre que se deja encontrar por Dios es el que está en la sabiduría que se comunica en el silencio y la contemplación; en esa sabiduría que es un latido de amor de Dios, de felicidad infinita que llena y sacia el corazón del hombre. Es ese hombre que se rebela a ser un disco de datos acumulados y desea ser una criatura de Dios, descubierta y dada a luz desde ese ser.
Es una gran tentación bajarse de las barcas y entretenerse en hacer otras cosas. Entonces perdemos nuestra originalidad, la que nos hace ser quienes somos, definirnos e identificarnos. En estos momentos históricos es importante estar atentos para no dejar nuestras barcas. Es conveniente tener tiempo para el encuentro con nosotros mismos y con los demás. Estos encuentros son los que posibilitan el encuentro con Dios ya que el hombre que no los tiene, pasa entretenido sus días y no tiene capacidad de pensar. Y por ello, baja de su barca y se pone a lavar las redes. Es decir, pierde su historia, su identidad.
He descubierto lo que significa bajar de la barca y ponerse a lavar las redes al leer el pasaje de /Lc/05/27-33 en que se describe la vocación de Levi. Descubrimos a un hombre lavando las redes, es decir, entretenido en cosas pasajeras como es estar sentado en el despacho de impuestos; ha perdido su originalidad; está lleno de dinero, pero vacío de sentido. En esa misma persona, encontramos a alguien con necesidad de sentido, ya que una sola palabra «Sígueme» le hace salir de sí mismo, subir otra vez a la barca y reconocerse: «Leví le ofreció un gran banquete en su casa». Ofrecer en su casa un banquete significa el reencuentro con su originalidad, significa la felicidad sentida de este reencuentro, la salida de si mismo para encontrarse con los demás y con Dios. Y todo se hace desde la vida y en la vida que este hombre estaba realizando.
Las tentaciones para lavar redes son enormes: Es más cómodo, se complica uno menos la vida, no hay que pensar mucho. Sin embargo, dar la vida, entregarla, vivirla desde el gozo que supone aceptar en mi historia a Dios, significa que ya no soy yo quien indica el camino, sino que acepto el que Dios me marca, que acepto las llaves de una existencia que solamente sabe abrir puertas y nunca cerrarlas, abrir caminos de adoración y de canto que son los que dan la felicidad y la grandeza al hombre.
Subiendo a una de las barcas
que era de Simón
Es maravilloso pensar que Cristo eligiese a Simón y su barca, a Simón y su historia, para hablar a las gentes. Este gesto es de una profundidad muy grande y quisiera que a través de El, descubriéramos lo que el Señor nos quiere decir. Lo más grande que le puede ocurrir a un hombre, es que Dios le pida su vida entera, con todo lo que la constituye, para hacerse presente entre los hombres. Esta idea de prestar la vida nos hace recordar una vez más aquel gesto de María cuando Dios se acercó a su historia y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,27); y ella respondió entregando su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (/Lc/01/38). María nos hace descubrir que Dios se acerca a todo hombre que viene a este mundo para pedirle la vida que es de él. Las respuestas son muy diferentes. El Señor se acercó a todos los que somos sus discípulos en un momento de nuestra vida; las respuestas que le hemos dado para hacerle presente en el mundo, para prestarle la vida, han sido muy distintas: unos le entregaron la vida desde la originalidad más radical, otros desde una vida común con otra persona intentando hacer realidad la comunión de Dios. A todos se nos exige y se nos pide que prestemos la vida al Señor.
Cristo «ha subido» a nuestras vidas. Lo hizo un día cualquiera tal y como estábamos, sin pedirnos nada, sin ponernos ninguna condición. Sólo quiere que hagamos verdad este prestar la vida, que tengamos una capacidad de respuesta desde nuestro ser. Como antes, también ahora recordamos a Leví; a él, simplemente se le dijo: «Sígueme». Esta palabra que significaba la petición de dejar que Cristo entrase en su vida, tuvo una respuesta inmediata de seguimiento y de aceptación del Señor. Leví prestó lo mejor que tenía, su vida, lo que era de Dios, e inmediatamente dejó el mostrador en que engañaba y robaba a los demás; esto no pertenecía a su originalidad, no era de Dios, pertenecía al mal. Cuando uno deja entrar en la barca, que es la propia persona con lo que es y tiene y vive, entonces conoce la gran bondad de Dios, porque descubre lo que El ha puesto en nosotros de original y bueno.
Dejar entrar a Cristo en nuestras vidas significa aprender y saber lo que es ser criatura de Dios, lo que ha puesto en nosotros, lo que es su bondad, lo que de imagen de Dios tenemos y lo que implica vivir con los demás desde esta imagen. Impresiona pensar que Cristo haya querido nuestra vida para hacerse presente en esta historia. Y maravilla porque una vez más comprobamos cómo el Señor quiere servirse de lo débil, de lo pequeño, de lo sencillo, de lo que no tiene valor, de lo insignificante, para mostrar que es El quien tiene fuerza y poder.
La fuerza de Dios se muestra incluso donde parece que ya ha desaparecido. Recordemos el texto de la viuda de Naín, Lc 7,11-17: una mujer que ha perdido lo que más quería, su hijo, y la muchedumbre que acompaña a esta pobre mujer; y el Señor que quiere hacerse presente en aquel muerto para que los que lo acompañan vean las maravillas de Dios. A las palabras de Jesús: «Joven, a ti te lo digo: levántate, el muerto se incorporó y se puso a hablar, y El se lo dio a su madre». Todos vieron tan patente la presencia de Dios que decían «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo». El poder de Dios aparece así incluso en un muerto, para demostrarnos lo que es su fuerza, indicarnos que el único que de la nada puede hacer algo es El, para decirnos que allí donde nosotros no podemos hacer más, donde no sirven ya nuestras fuerzas, está El para mostrarnos que su fuerza y su amor son las que sirven, las que hacen nacer y crecer.
Si vemos que Dios se hace presente incluso a través de un muerto, ¿cómo no vamos a creer y a esperar que quiera hacerlo a través de nuestras vidas que aunque pobres, el Señor las hace ricas en favor de los demás? El Señor eligió a Simón que había dejado su historia, que había renunciado a asumir todo lo que era; le invitó a entrar en la barca a asumir la historia con todas las consecuencias. Y además lo quiso para hacerse presente entre los hombres. Esto nos hace pensar en nuestra propia lección y vislumbrar la responsabilidad que tenemos: hacer presente a Dios entre los hombres, realizarlo en el mundo concreto que nos toca vivir.
Enseñaba desde la barca
a la muchedumbre
Cristo enseña valiéndose de Simón. La barca de Simón es figura de la Iglesia, del grupo de discípulos de Jesús, de todos esos hombres que han decidido prestar sus vidas, con sus historias, para hacer presente al Señor. Cristo quiso enseñar desde la barca, desde la de Simón, Pablo, Andrés..., que juntas forman la Iglesia; una gran barca que no se mide por el número de quienes lo forman, sino por la calidad de quien la hace que es el Señor. Porque quien enseña desde la barca es Jesús, no Pedro o Pablo o Andrés, aunque se valga de ellos para hacerlo.
Esta es la gran paradoja y a veces el gran escándalo: que Dios se haga presente desde esta pobreza. Lo importante no es la manifestación externa, sino lo que se dice desde ella. Y lo que desde ella se indica, son las mismas palabras de Jesús, son los mismos gestos del Señor. Así nos lo recuerda el Papa Juan Pablo II: «La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia—el atributo más estupendo del Creador y del Redentor—y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora» («Dives in misericordia», nº. 13). Los judíos no entendieron que Dios se hiciese hombre; por eso cuando Cristo afirmó que era Dios, dijeron que era un blasfemo. Dios en su cercanía al hombre, pasa desapercibido para él. La Iglesia es esa presencia querida y construida por el Señor, que pasa también desapercibida o no entendida por muchos hombres.
Lo importante es que contemplemos a la Iglesia enseñando en nombre de Cristo. Enseñar desde la barca significa precisamente esto: que la Iglesia está enseñando. Ver así a la Iglesia, supone que la vemos en la realidad honda de su misión, que es la misma de Jesucristo. La vemos no mirando para sí misma, sino para el Señor y haciendo lo que El hizo. No mira para si, sino las necesidades de todos los hombres y como el Señor, sale al encuentro de ellas. Mirando a los demás intenta ser fermento de vida allá donde los hombres quieren ser o implantar la muerte.
Dios no ha querido sustraerse a la historia y, por ello, asume su presencia desde la misma vida de los hombres. Pero lo que hace grande a la Iglesia es el hecho de ser realidad de Dios, impronta de su amor, fidelidad de amor a los hombres. Por ello, lo importante es ver cómo Dios está con nosotros en nuestras tareas, luchas y caminos; cómo nuestros pecados no nos hunden en el polvo o nuestros trabajos no quedan infecundos, porque la Iglesia es la pancarta de la gloria de Dios. Pancarta que constantemente tenemos que mirar para percibir si nuestro modo de llevarla hace que se reconozca la presencia de Dios entre los hombres. Tenemos que contemplarla para ver si la estamos viviendo tal y como la hizo el Señor o si la estamos haciendo a nuestra medida y estropeando la obra de Dios.
Boga mar adentro
y echa las redes para pescar
La historia que estamos viviendo requiere hondura. Por ello, es conveniente que el Señor nos mande ir a la profundidad, más allá de lo visto, de lo conocido. Precisamente en esos lugares desconocidos por nosotros es donde nos encontramos con la realidad de Dios. Tenemos que ir mar adentro, es decir, tenemos que ser profundos e ir a la profundidad. Nuestra época lleva al hombre a vivir desde la superficie pero requiere hombres que vayan a lo profundo, hombres de Dios, contemplativos de la vida y de la historia desde Dios. Bogar mar adentro significa vivir desde quien es origen de todo lo que existe; significa que lo que sucede y acontece lo vivimos desde Dios. Si queremos alguna explicación la tenemos que buscar en la hondura. El Señor pidió a Simón que bogase mar adentro, que fuese a la profundidad a buscar explicaciones a lo que acontecía. Solamente así, se pueden echar las redes y coger algo.
Cuando el hombre de hoy y, por tanto, cuando cada uno de nosotros queremos explicarnos tantas cosas y no podemos, cuando los hombres de nuestro tiempo entran en la angustia o la desesperanza, sería conveniente oír la voz del Señor que nos dice: boga mar adentro y echa las redes, es decir, entra en la profundidad que tiene la vida y que la adquiere desde mi y verás entonces cómo encuentras explicación a lo que sucede a tu alrededor. Recordemos el encuentro del Señor con la Samaritana: cfr. Jn 4,5-42. Lo que le pide a la mujer es que vaya a la profundidad, que lea desde dentro, que no se quede simplemente en la superficie, en el agua que saca del pozo de Jacob o en la enemistad que tienen los judíos y los samaritanos. Cuando el Señor le ha deshecho sus posiciones personales y ya no puede agarrarse a posturas superficiales, la invita y la provoca a echar las redes, es decir, a ver y descubrir dónde está ese agua que quita la sed. Ella misma es la que responde: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla».
Una de las tareas más grandes de la Iglesia en estos momentos entre los hombres de nuestro tiempo quizás sea enseñarles a bogar mar adentro y desde ahí tirar las redes. Al hombre de hoy le cuesta vivir en profundidad. Por ello insiste la Iglesia en una vida profunda, contemplativa, serena, capaz de sacar incluso de los lugares más inhóspitos e inútiles, algo útil y con capacidad de ser alimento abundante para el hombre. Bogar mar adentro y echar redes, significa quitar trabas y obstáculos para que el hombre pueda encontrar a Dios a su lado; saber que Dios está en sus destinos y que en tiempos de hambre es El quien la quita. ¡Qué tarea más bonita para la Iglesia enseñar a los hombres a vivir desde la profundidad! ¡Y qué tarea para los que formamos parte de la Iglesia, sabernos viviendo y enseñando a vivir desde la profundidad! Tenemos que ser maestros de la hondura, buceadores del sentido último, de la última y más importante explicación. Para ir hacia adentro, a la profundidad, es necesario conversar con Cristo; es El quien te lleva. Lo vemos con Simón; tira mar adentro, porque se lo manda Jesús; se fía del Señor, está con el Señor. No se puede hacer profundidad, si no se vive en amistad continua con Cristo. El Señor nos da serenidad. Su amistad, la conversación con El, nos da hondura Esta amistad es la que nos da capacidad para buscar la última explicación, la más importante, la que no nos deja vacíos. Urge pasar tiempo y tiempo con el Señor para buscar la explicación oportuna, la que es profunda, la que llena a los hombres, la que hace sentir seguridad porque procede de Dios. El diálogo con el Señor, la conversación serena y amistosa con El, se impone como modo seguro de ir a la profundidad.
Sentirme yo dueño y señor de la Iglesia para buscar todo tipo de explicaciones, me hace por una parte no encontrar ninguna y por otra situarme en el vacío. Vivir así, nos hace exclamar: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra echaré las redes». Cuando se va en nombre propio y se quieren hacer las cosas desde las fuerzas personales, no se encuentra ninguna explicación. Entre los muchos ejemplos que podríamos recoger, tenemos el de aquella mujer que padecía flujos de sangre. Sabía que no se bastaba a si misma y creyendo que podía ser curada por Jesús, tocó la orla de su manto y al punto fue curada. Necesitaba de alguien más grande que ella para curarse y por eso se acercó a Cristo. Tuvo que salir de sí misma e ir a Cristo para curarse.
Cuando los hombres estamos más seguros de nosotros mismos, cuando parece que nos bastamos con nuestras propias fuerzas, aparece Cristo en la historia para decirnos que la profundidad de la vida y de la historia no podemos alcanzarla por nosotros mismos; que es necesario bogar mar adentro y allí tirar las redes para encontrar explicaciones hondas; que los hombres necesitamos cada día más de esa hondura que procede de Dios y que, por ello, son necesarios maestros no teóricos, sino maestros que, desde una praxis vivida junto al Señor enseñen a sus compañeros de la historia a vivir tirando hacia adentro siempre, buscando la explicación desde quien es Creador y Señor de todo lo que existe.
Llenaron tanto las barcas
que casi se hundían
Alguna vez nos hemos encontrado con hombres llenos de alegría y de gozo, plenos de sentido para todo, que ofrecían una única explicación a su manera de ser y servir: habían llenado su vida de Dios y desde ahí vivían los acontecimientos y la historia. Cuando queremos buscar alguna explicación al hecho de que Simón llenó la barca de peces, hay que decir que fue porque comenzó a vivir de la Palabra del Señor, comenzó a fiarse de El. Llenar las barcas supone llenar de sentido todas las cosas y estar desbordados de gozo por la posibilidad de tener explicación de todo desde la fuerza y la hondura que nos da el Señor.
Llenar las barcas que casi se hunden, significa que el hombre ha entrado por la senda de los pasos de Dios y que se rinde ante la evidencia de su presencia y de su amor. Significa que se toma conciencia de que sin la presencia del Señor andamos sin destino, errados.
Llenar las barcas supone que lo mismo da vivir desde la aurora que en el ocaso, ya que es el Señor quien hace que todo tiempo se torne en gozo. En tiempos de cambio es necesario vivir la profundidad nacida de Dios que nos hace sentir su caricia, que da forma y valor a los días, minutos y segundos del hombre. Una hondura que se adquiere viviendo la presencia siempre permanente y penetrante de quien es Señor de todo lo que existe.
En la profundidad que me da estar junto al Señor, reconozco mi verdad de criatura y descubro que solamente soy una nota en esa multitud que llena el universo. Al mismo tiempo percibo que solamente desde la profundidad del Señor, seré capaz de dar esa nota mía, original, distinta a todas las demás.
Llenar las barcas significa que viviendo desde la profundidad que da el Señor, somos capaces de eliminar cualquier negrura o tormenta, cualquier situación de angustia o desesperanza. La vida vivida desde la hondura quiebra los espacios que se llenan de confusión y abre pasos a una vida oxigenada por el aire que procede de Aquél que da capacidad para tener horizontes siempre nuevos.
CARLOS OSORO
A LA IGLESIA QUE AMO
NARCEA. MADRID 1989. Págs. 77-94
OFRECIMIENTO

Aquí estoy, Señor.
Quiero ir en tu nombre adonde tú quieras.

Me pongo en tus manos
como el barro en las manos del alfarero.

Haz de mí un testigo de la fe,
para iluminar a los que andan en tinieblas;
un testigo de esperanza,
para devolver la ilusión a los desencantados;
un testigo de amor,
para llenar el mundo de solidaridad.

Aquí estoy, Señor, mándame.

Pon tu palabra en mis labios,
pon en mis pies tu diligencia
y en mis manos tu tarea.

Pon tu Espíritu en mi espíritu,
pon en mi pecho tu amor,
pon tu fuerza en mi debilidad
y en mi duda tu voluntad.

Aquí estoy, Señor, mándame
para que ponga respeto entre los seres,
justicia entre los hombres,
paz entre los pueblos,
alegría en la vida,
ilusión en la Iglesia,
gozo y esperanza en la misión.
 
33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO(1-9)
1.
A veces, con el correr de la vida, cuando alguien nos pregunta o nosotros mismo, en nuestra reflexión, nos interrogamos sobre quiénes somos, en cuanto que nos definimos y declaramos cristianos, parece ser que la respuesta no aflora en seguida, tan rápida como el gemido tras el golpe, la sangre inmediata al tajo de la herida.
¿Nos cuesta decirnos porque nos cuesta reconocernos? ¿Tardamos en formular lo específico de nuestro ser cristiano porque anda extraviado en ese cajón de sastre que son nuestros conceptos sobre nosotros mismos, en los que todo anda revuelto: humano, cristiano, revelación, religión, moral, costumbre, justicia, verdad, sumisión, tradición, memoria que repite fórmulas no verificadas, experiencias que son recuerdos de pasado que no mueven nuestro presente...? Digámoslo claro: la duda, la trabajosa respuesta, denuncian muchas veces nuestra falta de fe, o nuestro cristianismo poco coherente, o la ausencia de hechos que expresen lo que decimos que creemos, o la irreflexión que confunde fines y medios, razones para vivir con opiniones que hacen confortable nuestra existencia.
-El Evangelio de hoy -la pesca milagrosa-, al presentarnos la relación que existe entre Pedro y Jesús, nos quiere ofrecer una imagen elemental de lo que es y caracteriza a un discípulo de Jesús.
El evangelista Lucas traza en este pasaje con rasgos certeros lo que es seguir a Jesús. Tres componentes que entran en la experiencia de todo cristiano. ¿Queremos dejarnos enseñar por esta catequesis evangélica? ¿Estamos dispuestos a enfrentarnos con este test?
-El primer rasgo del discípulo que nos presenta el Evangelio que comentamos nos dice: el discípulo es el hombre que ha puesto una confianza absoluta en Jesús. Es alguien que se ha fiado plenamente de su mensaje.
Habiéndolo encontrado, siguiéndolo poco a poco y sin reticencias, reflexionado sobre su modo de ser y obrar, confrontando las palabras de Jesús y su vida, poniéndose a hacer lo mismo que El y como El, el discípulo comienza a verificar que sí, que el hombre de Nazaret dice una verdad que le posee y que su verdad es digna de crédito.
El hombre que confía en el Señor entra entonces en una aventura peligrosa y, a primera vista, ridícula. Algo que contradice el buen sentido común, lo que las más elementales leyes de la prudencia pueden indicar. ¿A quién, con sentido común, se le puede ocurrir decirle a un pescador, que sabe bien su oficio y que conoce bien las horas y el lugar de la pesca, que lance las redes en pleno mediodía? ¿Dónde estamos? Maestro, nos hemos pasado la noche bregando -el tiempo propio y único para pescar en estos parajes- y no hemos cogido nada... -¿de veras pides esto?, ¿no sabes que desde la orilla los pescadores expertos se van a morir de risa con nuestra loca temeridad...?-, pero ya que lo dices tú, echaré las redes.
La plenitud que sigue a la confianza otorgada no pide más comentario. Lucas sabe a qué nos exhorta: es bueno confiarse al Señor.
-Esa entrada de Jesús en nuestro propio terreno, allá donde nos creíamos competentes y seguros -esta vida, nuestra buena vida, esta barca, nuestro oficio y nuestro amor, nuestros amigos y nuestros dineros, nuestro partido y nuestra ideología, nuestro catecismo bien aprendido asegurando nuestros sueños de salud, éxito, reconocimiento social, etc.- nos pone necesariamente en crisis. Como Pedro, estábamos hechos para nuestro mar familiar y para nuestros aparejos bien dominados y El viene a sacarnos de ellos. Viene a criticarlos con su verdad definitiva y comenzamos a darnos cuenta de que sabemos poco, muy poco de aquello en que nos considerábamos peritos. Y así... el partido es criticable: ofrece mucho futuro, pero olvida zonas básicas o no sabe cómo llegar a ellas. El cariño al propio terruño y país nos hace egoístas y descubrimos que para salvarnos a nosotros negamos la vida a los demás o al contrario. Lo que llamamos progreso y libertad está acompañado de una oculta carcoma: el yo y el nosotros excluyen y enfrentan al tú y al vosotros, porque "no sois de los nuestros". El sentimiento de bienestar que nace del cumplimiento generoso de unas leyes y del hacer bien a tantos con nuestros desvelos y nuestros capitales en rendimiento, no pueden ocultar la más candente verdad de que el acaparar y acumular es injusto y, a última hora, es acumular sangre y sudor de otros...
Sí, con Jesús se rompen nuestras redes y nuestra sólida barca de razonamientos correctos, es incapaz de aguantar tanta pesca de verdad que se nos ofrece. Cuando bajo ese sol implacable todo se nos cae, como Pedro, el discípulo exclama desde su yo más profundo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Ahí, en esa frase, está el tercer y último criterio que nos brinda Lucas a los que nos llamamos seguidores de Jesús. Ir a los demás, salir a su encuentro, llevarles algo de ese descubrimiento personal, sacarlos con nuestra propia vida de sus limitados horizontes, ampliar su esperanza y acompañarlos en su tarea de hacer un mundo más reconciliado, será la piedra de toque para el verdadero discípulo.
Lo que hacemos, y por qué lo hacemos, brota de nuestro ser de seguidores de Jesús. Hace años lo decía certeramente Heri de Lubac: "¿Cómo presentar -decís- el cristianismo?" Una única respuesta: tal como lo véis.
"¿Cómo presentar a Cristo?" Como lo amáis. "¿Cómo hablar de la fe?" Según ella es para vosotros. Según esto, ¿estamos en disposición de llamarnos seguidores de Jesús?
DABAR 1977, 15

-"¿Quién irá por mí?". En el año 738 a. C., el profeta Isaías siente la llamada de Dios y queda consternado ante la voz del Señor, preguntando: ¿Quién irá por mí? ¿A quién mandaré? El profeta nos ha descrito dramáticamente sus temores ante la enorme responsabilidad de ser el enviado de Dios. También Pedro y sus compañeros en la pesca quedan asombrados ante las palabras de Jesús, que promete hacerles pescadores de hombres. Y en parecidos términos se expresa Pablo, que se duele de haber sido perseguidor de los cristianos y se considera indigno de ser llamado al apostolado. Como todos ellos, también nosotros hemos sido llamados y enviados por Dios. El bautismo y la confirmación nos han constituido en apóstoles del evangelio. El Señor que creó al hombre y quiso asociarlo a su obra creadora para que dominase el mundo, quiere ahora asociar a los cristianos, a los bautizados, para llevar a cabo sus planes de salvación de los hombres. Diríase que Dios tiene necesidad de los hombres para realizar su obra salvadora entre los hombres. O como poéticamente dice Isaías, el Señor se pregunta "quién querrá ir en su lugar".
-"Aquí estoy, mándame". Como Isaías, como Pedro y los demás apóstoles, nosotros hemos respondido al Señor que estamos dispuestos a ir a donde nos quiera enviar. Nosotros tenemos que ser su voz, su brazo, sus pies, para hacer llegar el evangelio a todos los extremos del mundo. Tarea excesiva para la debilidad de nuestra condición humana. Pero el Señor no nos envía con las manos vacías. El está con nosotros. Por la gracia de Dios, reconoce Pablo, soy lo que soy. Ser cristiano, estar llamado al apostolado es una gracia de Dios, pero no es una gracia para nosotros solos, sino para compartirla con los demás. Somos cristianos para los demás. Anunciar el evangelio es hacer al mundo entero partícipe de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Trabajar por el evangelio, evangelizar, es ante todo vivir como cristianos para los demás y de cara a los demás. Así como nadie enciende una vela para esconderla bajo la mesa, así nadie se hace cristiano para quedarse en casa, en el estrecho recinto de lo privado, sino para salir por las plazas y caminos con la buena noticia por adelante.
-La vocación apostólica. El apostolado es algo consustancial con la Iglesia, que se reconoce como apostólica y se confiesa católica. La dimensión apostólica se refiere, en primer término, a su fundamentación en el testimonio de los apóstoles. Pero apunta también a su ineludible proyección católica a través del apostolado de todo el pueblo de Dios. La Iglesia es misionera, apostólica, evangelizadora... tres palabras para expresar lo mismo: la misión recibida de Jesús de anunciar el evangelio a todas las gentes. Y este evangelio, que nos recuerda y resume Pablo, no es otra cosa que el anuncio de que Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto y ha resucitado, y que lo han contado los que lo vieron.
La jerarquización en la Iglesia, como ministerio para el mantenimiento de la fe y de la unidad, no debe ser un obstáculo ni un pretexto de discriminación a la hora del apostolado, esencial a la fe. Pues, porque creemos, por eso tenemos que dar razón de nuestra fe. Y si es verdad que un excesivo clericalismo ha podido agostar la iniciativa y participación de los seglares, también es verdad que la Iglesia jerárquica, recuperada en el Concilio Vaticano II, quiere reparar esa marginación, devolviendo a los seglares su papel imprescindible en el apostolado.
APOSTOLADO/PROMOCION
-Pescadores de hombres. Jesús, haciendo un amable juego de palabras con el oficio de sus discípulos, les llama para que sigan siendo pescadores, pero de hombres. No para que utilicen cebos y engaños para que piquen los desprevenidos. El proselitismo tiene muy poco que ver con el apostolado; hay que hacer uso de la razón y del ingenio que Dios nos ha dado. No podemos ser más serios y rigurosos en el afán por ganarnos el sustento, que en el de realizar la misión que implica ser cristianos. No podemos dejar el apostolado a la improvisación del momento o a la buena de Dios. Porque Dios nos ha elegido a nosotros, dotados de razón y de imaginación, para que seamos sus testigos en el mundo.
-Apostolado seglar. En este sentido, es preciso que veamos en el creciente movimiento asociacionista un medio indispensable para nuestra misión cristiana. Las asociaciones de apostolado son indispensables hoy, más que nunca, para mantenernos firmes y actualizados en la fe y en la doctrina y para multiplicar nuestro tiempo y nuestros esfuerzos al servicio del evangelio y de los pobres. A nuestro alcance están los medios de comunicación, para que sirvan también de heraldos de la buena noticia. Y en nuestras manos están la organización y la eficacia en el estudio de los problemas sociales y en la puesta a punto de cauces de solución de tantas situaciones de marginación, discriminación y pobreza. A nuestro alcance están también las grandes asociaciones políticas y sindicales para que fragüen las grandes decisiones que afectan a la justicia, la igualdad, la solidaridad y la paz en el mundo.
No sería bueno hacer de la fe cristiana un pretexto para distanciarnos del prójimo, o para retirar nuestro apoyo a los que trabajan por el evangelio desde otras ópticas. Al contrario, la dimensión apostólica de la fe cristiana tiene que impulsarnos hacia todos para construir con todos la gran familia humana, la familia de Dios.
EUCARISTÍA 1989, 7

3. /2Co/04/13: CRISTIANO. APÓSTOL. MISIÓN: EL MENSAJE CONVIERTE EN MENSAJERO A TODO EL QUE LO ESCUCHA.
-Los testigos y enviados del Señor: La revelación de Dios en Jesucristo irrumpe con fuerza en la vida cotidiana de unos pescadores y la cambia radicalmente. Pedro, uno de ellos y el que irá en cabeza, descubre su pecado al ver con sus ojos el poder y la santidad de Dios en el milagro. Su reacción espontánea es comprensible: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (es la misma que tuvo Isaías; cfr. primera lectura); pero es equivocada: el Señor no se acerca para que el hombre huya de su presencia, y si al manifestar su santidad revela al hombre su pecado, no es para dejarlo abatido, sino para perdonarle y comunicarle un nuevo impulso. Por eso, Jesús dice a Pedro: "No temas", y le invita a que le siga y a que siga confiando en su palabra para hacer obras mayores. "De ahora en adelante -le dice- serás pescador de hombres". La pesca milagrosa es, de una parte, un signo o manifestación del Señor a Pedro y a sus compañeros y, de otra, el presagio de la tarea que habrán de realizar un día en el mundo como testigos de lo que han visto y oído.
La misión apostólica, como la profética, es la consecuencia insoslayable de la revelación de Dios y del encuentro del hombre con Dios. Así lo vemos en el caso de Isaías, así también en el caso de Pedro y en el de los otros discípulos de Jesús. La verdad de Dios, revelada a los hombres, es un mensaje que convierte en mensajero a todo el que lo escuchaba. En este mismo sentido hay que decir con Pablo: "Porque creemos, por eso hablamos". La misma fe que nos une con Dios en Jesucristo, es la que nos lleva a predicar el evangelio en el mundo y a reunirnos con todos los hombres que lo escuchan. Si somos fieles, somos por ello mismo también apóstoles y enviados.
EUCARISTÍA 1977, 8

La primera y la segunda lectura de este domingo contienen elementos comunes que vamos a destacar. En primer lugar, en ambas se trata de la manifestación a los hombres de la santidad de Dios; es decir, de la trascendencia de Dios. Dios es el Otro, el separado de todo y por encima de todo, inasequible a los hombres, intocable e impensable. Dios es el Misterio, el Santo. Por eso Dios no puede ser alcanzado por ninguna torre de Babel ni por ningún tinglado ideológico. Todo lo que el hombre pueda decir sobre Dios, está siempre muy por debajo de lo que Dios es. Si el hombre ha de conocer a Dios, será preciso que Dios pronuncie su palabra en el silencio del hombre y que el hombre escuche la Palabra de Dios con temor y temblor, obedientemente. Dios, el Santo, se manifiesta al hombre, y es entonces cuando el hombre descubre a la par la santidad de Dios y su propia imperfección.
Isaías se siente sobrecogido ante esta manifestación de Dios. El profeta siente en especial la impureza de sus labios para tomar la Palabra de Dios y pronunciarla en el mundo, pues la Palabra de Dios es santa y él no es más que un hombre. También Pedro experimenta la dignidad excelsa del Señor que irrumpe en la vida cotidiana y se entromete en las faenas de una pesca para acontecer lo insólito y extraordinario. Pedro conoce igualmente su indignidad y su pecado. Pero el hombre que ha escuchado y ha visto al Señor es ya, por ello mismo, un enviado al mundo, por indigno que él sea. La Palabra de Dios es palabra para todo el mundo, es palabra pública, y sigue su curso arrastrando consigo al mensajero. No es el profeta quien tiene la palabra, sino la palabra la que tiene al Profeta y le lleva donde ella quiere.
Isaías será el enviado una vez el Señor purifique sus labios, Pedro será pescador de hombres. Isaías dejará el templo, Pedro dejará un oficio. El camino del profeta va del templo al mundo, el camino del apóstol es también un camino hacia el mundo.
El milagro de la pesca sucede en un momento psicológicamente importante en el proceso de maduración de los apóstoles. Supone una culminación de la revelación de Dios en Cristo a los Doce. Y es también el momento en que se perfila y se anticipa la vocación para la que han sido llamados los apóstoles. La pesca milagrosa tiene por ello las características de una palabra visible en la que los discípulos de Jesús pueden comprender la tarea que habrán de realizar en el mundo como Heraldos del Evangelio.
El milagro tiene lugar después de remar mar adentro, en alta mar, donde está el riesgo y donde están los peces. Allí donde Jesús, en otra ocasión impone silencio a los vientos y serena las aguas.
De la misma manera los pescadores de hombres, los que proclamen el Evangelio, deberán hacerlo en medio del mundo, donde están los hombres y donde únicamente el poder de Dios puede dar confianza y serenidad. La Iglesia debe predicar el Evangelio ahí. El mundo no es un lugar geográfico, no es el lugar profano en contraposición a los recintos sagrados, sino el ámbito en el que se debaten las cuestiones decisivas y verdaderamente importantes para la marcha de todos los hombres. Y así, uno puede predicar el Evangelio dentro de un templo y, sin embargo, hacerlo en medio del mundo, y otro puede predicar el Evangelio desde la pantalla de televisión o desde la columna de un periódico, en la plaza y desde las azoteas y, no obstante, estar predicando el Evangelio en la tranquilidad del templo. Predicar el Evangelio en el mundo, en medio de los conflictos, es predicar siempre un mensaje conflictivo que ha de comprometer al mensajero.
El Evangelio es para los hombres responsables; y los hombres responsables están en los problemas. Predicar el Evangelio al margen de los problemas es anunciar la Palabra a los que no pueden o no quieren responder: a los irresponsables. Pero si el Evangelio ha de anunciarse en medio de los conflictos, donde están los riesgos y donde están los peces, entonces el Evangelio habrá de predicarse contra viento y marea, oportuna e inoportunamente. Y no podrá decirse nunca cualquier cosa por muy verdadera que sea, sino la verdad del momento y para el momento, la que hay que decir. Hablar de "otra cosa" es silenciar la Palabra de Dios. No sólo la predicación angelista e intimista traiciona el Evangelio como palabra pública, sino también se traiciona al Evangelio cuando, eludiendo los problemas más compartidos y cercanos, se habla de aquellos otros que no son tan urgentes y universales.
EUCARISTÍA 1974, 14

5.
LA DIFÍCIL VOCACIÓN DE LOS ELEGIDOS DE DIOS.
Isaías, se le ha seleccionado a él esta vez, de entre los llamados del A.T., para prepararnos a interpretar la llamada de los apóstoles- tiene la gran experiencia de la trascendencia de Dios.
El Todo Santo le llama. En la visión los ángeles cantan la gloria de Dios. El llamado tiene miedo. Como tantos otros del A.T. y del N.T. y de nuestro tiempo. La misión que encomienda Dios a los que llama no suele ser fácil. El encontrarse con el Dios que te elige para enviarte a un mundo distraído o incluso hostil, no es algo que deja indiferentes nuestros planes y programas. Además, todos nos sentimos débiles y pecadores.
Pero Isaías respondió que sí: aquí estoy, mándame. Retrato de tantos y tantos que a lo largo de los siglos han dicho y siguen diciendo sí a Dios, para colaborar con El en la salvación de la humanidad.
JESÚS BUSCA COLABORADORES. Jesús es el que más ejemplarmente ha dicho "si" a la voluntad de Dios y ha cumplido su vocación hasta las últimas consecuencias, superando toda clase de tentaciones.
Los domingos pasados centrábamos nuestra homilía en su calidad de Profeta. Hoy aparece buscando colaboradores y llamando a los primeros apóstoles. Apóstol, "enviado". Luego, después de la Pascua, esos mismos enviados van a continuar la obra evangelizadora y salvadora de Cristo por todos los confines de la tierra.
También los apóstoles, como Isaías, se sienten pecadores y débiles. Pedro lo dice como portavoz de todos. Y además, se sienten fracasados: no han pescado nada en toda la noche.
Pero la vocación de Dios siempre comporta su ayuda y su fuerza. En nombre de Jesús sí tienen éxito: el lago parecía vacío, pero resulta que estaba lleno. Cristo no se sirve para continuar y visibilizar su obra sólo de ángeles o de santos: busca a personas sencillas, débiles, pecadoras. Pero dispuestas a seguirle con generosidad y a entregar sus energías y sus años para el bien de los demás.
Gracias a esos apóstoles -y a estos cristianos, hombres y mujeres, de siempre y de hoy, jóvenes o mayores, que creen en El y que dan testimonio de El- la Buena Noticia llega a muchos otros.
Todos, cada uno en su ambiente, nos deberíamos sentir llamados. Vocacionados. No sólo para "salvarnos" nosotros mismo, sino para ayudar a otros a liberarse de tantas ataduras, a conocer mejor la verdad, a gozarse en la salvación de Dios y acogerla. Eso no se refiere sólo a la vocación sacerdotal o para la vida religiosa. Todo cristiano es testigo y colaborador de Cristo en este mundo, para con las personas que están bajo su círculo de relación: un niño puede ayudar a sus compañeros, una joven puede ejercitar una influencia benéfica y constructiva en su ámbito de amistad y de trabajo, los hijos para con los padres, y los padres para con los hijos, pueden ser testigos elocuentes de fidelidad y autenticidad humana y cristiana. Los varios servicios y ministerios en una parroquia o comunidad son una vocación para ayudar a los demás.
También puede aparecer en la vida de los llamados de hoy la tentación del desánimo, porque somos débiles.
Con una actitud de humildad y de generosidad, la reacción debería ser la de Isaías: aquí estoy, mándame: y la de Pedro: soy un pecador; y la de los discípulos: dejaron todo y le siguieron.
Y Cristo seguirá manteniendo su llamada, asegurándonos su ayuda: no temas, desde ahora serás pescador de hombres.
Y la pesca puede ser que llegue a prodigiosa. También en un mundo que no parece tener muchos oídos para el anuncio de la salvación de Cristo.
En la Eucaristía tenemos ante todo la experiencia del encuentro con Cristo, que se nos da ya en su Palabra, y con la grandeza de Dios, lo que nos hace cantar, imitando a los ángeles de la visión de Isaías, nuestro "Santo" de admiración y alabanza.
Pero también nos deberemos sentir todos "enviados" desde la Eucaristía a la vida: a dar testimonio, o sea, a mostrar con nuestro estilo de vida, cuál es nuestra fe y dónde estamos convencidos que radica nuestra salvación y la del mundo entero.
J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 3

-PESCADORES DE HOMBRES. De la vocación primera de los apóstoles, según Lucas, subrayemos estos puntos principales:
a) Jesús llama porque quiere, tiene la iniciativa (como en la 1a. lectura, la vocación de Isaías).
b) La fuerza viene de Jesús, no de los discípulos, que habían pasado toda la noche bregando para pescar.
c) Jesús llama a hombres pecadores (como Pedro, como también Isaías, que es purificado).
d) El pescador de hombres lo deja todo para irse con Jesús.
-UNA IGLESIA DE PECADORES Y DE PESCADORES. Somos cristianos, somos discípulos de Jesús porque él nos ha llamado y porque nosotros hemos respondido: "Aquí estoy, mándame" (1a.lectura).
Somos un pueblo de labios impuros, tenemos necesidad de una purificación constante (¡la continua reforma de la Iglesia!), pero hemos recibido y hemos aceptado la misión de continuar la tarea que Jesús encomendó a los apóstoles: ser pescadores de hombres. ¿Cómo debemos entenderlo? Según la exégesis actual, pescar significa liberar de las aguas del mal. La Iglesia debe ser en nuestro mundo signo de liberación: para sacar del mal a los que viven inmersos en él. Hoy podría hablarse del sentido exacto de la liberación que la Iglesia debe ofrecer al hombre: de hecho Cristo nos ha llamado a vivir en la libertad. El hombre cristiano es libre porque ha sido liberado -por Cristo- de todo lo que le mantiene prisionero, oprimido, que le impide vivir plenamente como hombre y como hijo de Dios. Se trata, por tanto, de una liberación integral, espiritual ciertamente -la liberación del pecado- pero también mundana, porque muchos condicionamientos mundanos, terrenos, degradan al hombre, le oprimen, y contra esta opresión debe luchar proféticamente la Iglesia si quiere continuar la misión de los apóstoles: ser pescadores de hombres.
-LA BUENA NUEVA QUE LIBERA. La segunda lectura nos presenta una verdadera imagen del misionero cristiano, del apóstol, del pescador de hombres, Pablo. Llamado por Jesús Resucitado, pecador, sólo por la gracia de Dios es lo que es; en él la gracia no resultó infructuosa y difundió por todas partes la Buena Nueva de la salvación, de la liberación: Cristo, muerto por nuestros pecados, que resucitó. Este es el Evangelio -Noticia gozosa, que trae gozo y liberación- que todos los cristianos predicamos, en el que creemos y nos mantenemos firmes para obtener la salvación.
Efectivamente, la muerte de Jesús destruye nuestra muerte, su resurrección nos retorna la vida. Por eso nuestra fe, la fe que predica la Iglesia, se centra en la Muerte-Resurrección del Cristo: "y ahora, esta gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal" (2 Tm 1,10).
Cada domingo, en cada eucaristía, celebramos nuestra liberación para comunicarla al mundo; para liberar a los hombres.
P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1980, 4

Como 1ª lectura se nos ofrece hoy un grandioso y bellísimo pasaje del Antiguo Testamento. Es una pena que el pueblo cristiano nunca tenga ocasión de escuchar un texto como este, recorrido lenta y tal vez íntegramente, y meditado con sosiego. ¡Qué sentido de Dios se desprende de él! Un sentido de Dios que en nada menoscaba al sentido del hombre y de sus solidaridades.
Curiosamente, el autor encuentra completamente natural unir estos dos temas que nosotros tememos a veces se excluyan entre sí. En el momento en que experimenta la aguda sensación de la trascendencia divina es cuando se acuerda Isaías de que es miembro de un pueblo y que él no se sitúa realmente ante Dios más que en función de esa pertenencia: "Yo soy pecador, miembro de un pueblo pecador, y mis ojos han visto..." Señalemos algunas palabras sugestivas en este fragmento isaiano del que es imposible ahora hacer un largo comentario.
"Yo he visto al Señor Yahvé... Mis ojos han visto al Rey, Yahvé Sabaot" (al Rey y Señor de los Ejércitos). Es inútil preocuparnos por el tipo de visión al que alude el profeta, que no se preocupa de darnos precisión alguna. El marco de la visión es litúrgico; todo habla del culto, tanto el lugar y los objetos -el humo del incienso, el altar de los perfumes-, como los cantos -el de los serafines está cerca de un salmo como el 94, himno a la santidad divina mencionada tres veces- y el vocabulario -"impuro" es lo que es radicalmente inepto para el culto divino.
La visión de Isaías tiene el aire de ser fruto de una experiencia cultual en la que los elementos, de alguna manera sublimados, dejan señal de pronto en el espíritu del profeta con una fuerza, una intensidad y una profundidad desacostumbradas.
El objeto visto por Isaías es definido primeramente con términos que expresan plenitud: la orla de su manto llenaba el templo, la tierra está llena de su Gloria, el Templo se llenó de humo. Esta plenitud forma un doloroso contraste con el vacío que se describía, al final del capítulo, en el país del pueblo pecador... ¡Vacío del hombre, plenitud de Dios!.
Este tema de la plenitud, expresión del Ser divino, proviene de la prerrogativa esencial de este Ser: la santidad. Dios es santo; es "tres veces santo"; "santo a la tercera potencia", dice un comentarista con lenguaje sugestivo. Santo, es decir, otro, distante, separado, anonadante; pero también en comunicación, muy cercano; tan cercano que "llena la tierra", el Templo, el santuario. Diríamos que la trascendencia de Dios, el hecho de que sea distante, de que sea otro, El Otro, El Completamente Otro, nunca se demuestra tanto como en su aptitud para hacerse próximo.
El, el Santo, cuya Gloria se extiende por toda la tierra, se hace "el Santo de Israel" (5,24): ¡el Santo, el Incomunicable se ha comunicado a Israel! Pero "viendo" a Yahvé, oyendo su voz, experimentando el contacto del fuego tomado del altar -el altar, que es signo de Dios-, el profeta entra en estrecha relación con Dios. Siendo como es pecador y miembro de una comunidad de hombres pecadores, ¿no quedará el profeta reducido a la nada por la ardiente proximidad del Dios Santo? ¡No! El Dios Santo no se acerca al hombre para suprimirlo; aunque su proximidad hace que resalte el pecado de los humanos, él no se ha hecho visible a sus ojos para aniquilarlos, sino para purificarlos. Así, Isaías, él el primero, quedará transformado; el fuego tomado del altar, el fuego divino, viene a purificarle; a purificar sus labios para que el profeta pueda decir una palabra que, prolongando la que proclaman los seres celestes en alabanza a Dios, será dirigida al pueblo al que esa palabra revelará el proyecto divino.
VOCA-PROFETICA: El texto isaiano que se lee este domingo queda cortado, porque así debía serlo, en un buen sitio. A la pregunta hecha por Dios a su entorno celeste -"¿A quién mandaré...?"-, Isaías responde: "Aquí estoy". La mayoría de los relatos de vocación profética están construidos sobre un esquema que pone de relieve las vacilaciones del hombre ante la llamada de Dios; la negativa de Moisés (Ex 3, 1-4,17) y la de Jeremías (Jer 1,6) son sus más célebres ejemplos. Hay algunos relatos del mismo género, dos o tres sólo, que siguen un patrón diferente: el candidato es voluntario ante la misión indicada. Así es en la vocación de Isaías. ¿Hay que ver en ello la huella de un temperamento más audaz, más dispuesto a misiones peligrosas? Quizá, pero en este capítulo concreto hay que interpretar esta impetuosidad isaiana como el fruto de la "experiencia" que acaba de vivir. Es una constante en la mentalidad bíblica el que el encuentro con Dios, la sensación de su obra -como aquí: vista, oída, tocada- no pueden ser calladas. Es imposible que el beneficiario no hable alto. Así piensan Amós (3,8b), Jeremías (20,9), los Apóstoles (Hech 4,20), etc. Y así pensaba ya Isaías, que reacciona en consecuencia; diríase que está ansioso por proclamar lo que acaba de entender.
También los versículos de san Lucas que se leen hoy como evangelio constituyen un bellísimo pasaje. Compuesto muy hábilmente, redactados con un arte al que en seguida es sensible el lector, dejan entrever a un autor que pone todas las riquezas de su talento al servicio de una meditación sobre Jesucristo: "Cabeza, Señor", origen trascendente de la misión de la Iglesia.
La semejanza entre ambas lecturas de hoy es sorprendente, y su elección, digámoslo bien alto, muy feliz. En el relato isaiano, lo mismo que en el de Lucas, todo empieza por una especie de "apartamiento" del héroe. Isaías se encuentra sólo en el santuario, en el Templo. De multitud circundante, si alguna hubiere, el relato no dice nada; parece "volatizada". De igual modo Lucas, que comenzó presentando a Jesús como inmerso en la "multitud que se agolpa en torno a él", le hace separarse un poco de la ribera; de esta forma, Jesús aparece mejor como el maestro que enseña, diferente -¿no ha tomado sus distancias?- del pueblo al que instruye. Nuevamente Lucas aleja a Jesús más aún, pero esta vez con Simón. Todo sucede como si se tratara en último término de llevar a "Simón y a todos los que estaban con él, especialmente a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo", aparte, para hacerles vivir una experiencia decisiva.
Porque es de una experiencia de lo que se trata. Algo es "visto, oído, tocado" por Isaías; algo es visto por Pedro: "Al ver esto...".
El objeto de estas visiones es diferente, como también los marcos respectivos en los que se desarrollan. Para Isaías, el marco es cultual, y especifica el tipo de experiencia que se lleva a cabo. Para Pedro, el marco es el de la vida cotidiana, el mismo que el del trabajo realizado durante la noche. Para el profeta, el acto cultual le hace "ver" al Dios al que celebra la liturgia, su trascendencia; y le hace comprender al mismo tiempo la naturaleza del hombre pecador, incapaz de realizar válidamente esta celebración. Y a la inversa: para Pedro, la realidad profana se toma como "a contrapelo"; en la medida en que él acepte actuar a la inversa de su comportamiento cotidiano, vivirá una experiencia decisiva. Al final, Pedro capta la proximidad de un misterio. El que hasta entonces era el "Jefe" (v.5; trad. Osty) es descubierto como el "Señor" (v.8). Este misterio es aplastante: Pedro "se arrojó a los pies de Jesús... El espanto se había apoderado de él". Este espanto no es un miedo banal; es el del hombre que entrevé un gesto de Dios, una presencia divina, y que se descubre indigno de esa maravilla. La revelación del Dios-Santo recuerda a Isaías su situación de pecador; la proximidad del Señor -"Apártate de mí"- produce en Pedro la misma consciencia: "Que soy un pecador".
Notemos finalmente que las consecuencias de la visión son las mismas. Isaías, pecador, "hombre de labios impuro", será purificado y "enviado". Por su parte, Pedro, que ha confesado su pecado, no por ello será rechazado; también él será encargado de una misión; la misión de "recoger" a los hombres que encuentre, después de haber sido momentáneamente "conducido aparte" de la gente, igual que Isaías irá a predicar al pueblo del que había sido como separado durante el tiempo vivido en el interior del santuario. Concluyamos: ¿Qué nos relata en definitiva el relato evangélico? Ciertamente, este relato está impregnado del recuerdo, del asombro y de la fe también que los gestos de Jesús hacían nacer en el espíritu de sus compañeros. Pero este relato no puede ser bien entendido si no se lo sitúa temporalmente, si no se lo coloca en las perspectivas propias de su autor.
El autor, hemos dicho ya, mira a Jesús. Y le mira desde el sitio que ocupa él, el evangelista, en la historia de la salvación, es decir, desde la Iglesia, ahora viva, grupo de hombres incontables a los que Pedro, el pescador del lago de Genesaret, ha "recogido" en sus redes. Los verbos del relato están todos en pasado narrativo y se refieren a aquel tiempo ya transcurrido que fue el tiempo de Jesús; todos, menos uno que está en futuro: "Tú recogerás". Refiriéndolo al pasado de Jesús, tomado en los labios de Jesús, ese futuro designaba el tiempo futuro, el de la Iglesia. Ahora ese futuro se ha hecho presente, el presente de los cristianos que, desde su propio tiempo miran a Jesús, contemplan sus actos, reconociendo su sentido profundo a la luz de la misión cristiana.
La experiencia referida en el relato, experiencia de Pedro ante todo, es ahora experiencia de la Iglesia. Es su propia historia la que la comunidad percibe en la aventura del Apóstol fundador. Así es como contempla el autor a Jesús, hombre entre los hombres, deseoso de hablar a todos los hombres para hacer que llegue a todos su enseñanza. Le ve dirigiéndose a algunos individuos que no son ya Simón-Pedro y sus compañeros, los hijos de Zebedeo, sino "discípulos" tomados de entre la multitud, a los que Jesús "lleva con él, aparte". A partir de tal o cual fracaso, inevitable en la historia de toda comunidad humana muestra a sus discípulos que con él es posible otra cosa. A quienes hasta entonces le veían como el "Jefe", se le revela como el Señor capaz de llamar a hombres pecadores y de hacerles eficaces allí mismo donde han fracasado y utilizarlos para "recoger hombres".
LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 142

8.
-Tu serás pescador de hombres.
¿A quienes elige Dios para anunciadores? ¿Ángeles celestiales...? No entenderían al hombre de carne. ¿Intelectuales y sabios de doctrinas exquisitas...? "No el mucho saber harta y satisface el alma" ¿Hombres cumplidores, nacidos para perfectos y coherentes...? No entenderían la común pobreza del alma pecadora, y serían más exigentes y moralizadores que anunciadores de Evangelio.
Hombres corrientes: con sus miedos, ignorancias, torpezas y pecados. El los elige y los va preparando deliciosamente a través de la historia: "Estoy perdido, yo, hombre de labios impuros", dice Isaías.
"Indigno de ser llamado apóstol", se proclama Pablo. Y Pedro, testigo de su limitación y de la grandeza de Jesús: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador". Algo básico une a los tres: han conocido su debilidad. Isaías perdonado, es un hombre dispuesto al Anuncio. Sabedor Pablo de que todo su perfeccionismo le ha llevado a la violencia y la persecución, será testigo de cómo Dios le abre los ojos a la nueva Luz de Jesús. Y Pedro, que seguirá carrera de pecador hasta el doctorado del Viernes Santo -"Yo no conozco a ese hombre"- será testigo del perdón, de la paz y de la fidelidad que permanece: "Apacienta mis ovejas".
Bregar toda la noche sin una triste anchoa que llevarse a la boca, es un claro fracaso profesional; pero es la ocasión de reconocer que Jesús es el Señor. Negar al Maestro ante la criada del Pontífice, es indicio de pobreza en una voluntad que se sobrevaloraba; pero la presencia de Jesús tornó esto en acontecimiento salvador; lágrimas primero y humildad después: "Tú sabes que te amo". Ser fariseo observante acercó la vida de Pablo al asesinato; pero el encuentro con Jesús lo derriba, creando un testigo de la gratuidad de Dios y de la justificación por la Fe.
Proclamar la propia debilidad y la grandeza de Dios (Francisco de Asís, Teresa de Jesús) es propio de los elegidos: "Por la gracia de Dios soy lo que soy". Son hombres que Dios se va preparando para anunciar al mundo la originalidad divina: el amor gratuito; la conversión con el perdón de los pecados. Nuestro mundo, frío y violento, necesita de ellos para impregnar las relaciones humanas del Espíritu de Jesús: "Misericordia quiero, que no sacrificios; Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". ¿Quién se excluye de la llamada? La Cuaresma, tiempo fuerte de convertirse a El, está a las puertas.
MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 47

-Jesús dijo a Simón: "No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres". Sin embargo, en los vocabularios bíblicos de uso corriente no se encuentra la palabra "pesca" o sus derivados. Es verdad que el ambiente pesquero se situaba solamente en una parte de Galilea y, por lo tanto, era limitada la vivencia directa de su simbolismo. No obstante, los principales apóstoles fueron pescadores y la predicación de Jesús tuvo en bastantes ocasiones ese ambiente como escenario. Ambos hechos parecen ser motivos suficientes para que los exégetas concedan mayor atención a estos términos.
Por nuestra parte, rastrearemos desde la palabra "mar" el significado religioso de la pesca. El mar es la criatura que simboliza los poderes adversos a los que Yavé debe vencer para que triunfe su designio. El mar es el lugar demoníaco adonde van a tirar los puercos hechizados (/Mc/05/13). Jesús lo trata como a Satán, lo domina con su palabra e incluso camina sin daño sobre él. El Apocalipsis anuncia como final feliz que "el mar ya no existe" (/Ap/21/01). El mar es la representación del mal. Sacar a alguien del mar es sacarlo del mal. "Pescadores de hombres" expresa la función del discípulo que debe salvar de los poderes del desamor y la explotación del hermano para que descubra al Dios que ama a fondo perdido.
-En las práctica, para designar las tareas llamadas apostólicas, se emplea profusamente la palabra "pastoral" (de resonancias un tanto sinfónicas). A pesar de todo, la figura del pescador se presenta como más activa. El pastor se ve más relacionado con tareas de cuidado y conservación de lo existente.
Por supuesto que el símbolo de la pesca nada tiene que ver con un anzuelo engañoso, con proselitismo a toda costa o con propaganda marketinizada. Aquí no vale que los peces "piquen", no sirve que "caigan" en la red. Ser evangelizado supone descubrir la persona de Jesús desde la libertad y la consciencia. Los lavados de cerebro son exactamente lo contrario. No se trata de captar clientes o de promover alumnos sino de sembrar discípulos.
PESCA/EVANGELIZACION: -La función del discípulo como pescador de hombres entronca bien con la necesidad de una nueva evangelización. Numerosos documentos de todos los niveles hablan de ello aunque, quizá, abunden más las palabras que las realidades. En principio cabe preguntarse si se puede hablar de "segunda evangelización" para los viejos países cristianos. El Evangelio es la buena noticia, y lo esencial de la noticia es precisamente que sea nueva, que no se conozca ya. Desde luego, nunca abarcaremos totalmente la novedad que supone Jesús y, en este sentido, la Iglesia misma tendrá que estar en continua evangelización.
Pero, no nos referimos a este aspecto de profundización constante ni a los casos -minoritarios en nuestra sociedad- de personas que desconocen la fe cristiana. El objetivo es la gran masa que, si bien tiene una tradición socio-cultural cristiana, no ha experimentado una vivencia personal de Jesús. Las situaciones son para todos los gustos. Unos se han alejado de la fe cristiana y han dejado de sentirse vinculados a ella. Otros la han reducido a una práctica rutinaria de escasa personalización y motivada por inercias sociales. No faltan los que tuvieron una formación religiosa buena para tiempos pasados pero poco adecuada para hoy. Lo cierto es que siempre es posible haber oído la materialidad de un mensaje sin haber comprendido de forma razonablemente suficiente su contenido en cuanto a consecuencias, compromiso, etc. Cuando se trata de algo no palpable como el sentido de la vida o la acción de Dios, este supuesto será todavía más fácil. Por todo ello, aunque una gran mayoría se declare católica, es preciso "evangelizar" nuestro cristianismo real. Como en casos similares, la mayor dificultad para que se escuche una noticia es que todos crean que se la saben.
-El maestro nos llama en estas circunstancias a ser "pescadores" desde la barca de la iglesia. Sin embargo, propiamente no se trata de llevar más gente a misa o darles a conocer una doctrina, sino de acercarlos a Jesús. Saldrá una Iglesia más evangélica si la militancia en ella se debe al previo encuentro con el Maestro. No obstante, los caminos son muy variados. En esta línea, nuestras parroquias deben transformarse de centros de servicios religiosos en comunidades vivas de creyentes y la liturgia misma habrá de ser más evangelizadora aunque, en principio, no sea ésa su finalidad principal. Asisten a nuestras misas bastantes personas incluidas en las situaciones de fe débil antes descritas. Una celebración comprensible y vivida vale en estos casos más que muchas palabras.
-Cuando intentemos animar a otros hermanos al descubrimiento de Jesús, nuestras conversaciones u homilías no serán "palabra de Dios" por mucha sinceridad que haya en nuestros labios, pero Dios puede hablar en este ambiente con palabras vivas al corazón del oyente. Siempre será verdad la afirmación de Pablo: "No he sido yo, sino la gracia de Dios".
EUCARISTÍA 1992, 8

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