lunes, 10 de septiembre de 2012

Lourdes TV - The Sanctuary directo sobre la vida de Nuestra Señora de Lourdes Lourdes |

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Novena de Schoenstatt

A la Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt

Plegaria Preparatoria
Primer Día
Segundo Día
Tercer Día
Cuarto Día
Quinto Día
Sexto Día
Séptimo Día
Octavo Día
Noveno Día
Conclusión


Plegaria Preparatoria

(para decirse en cada día de la Novena)
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, acudo a ti con ilimitada confianza a implorar tu ayuda para obtener de Dios lo que humildemente pido.
Tu Hijo Divino te entregó a mí como Madre. Sus palabras, “He ahí a tu Madre”, me las dijo a mi también, y a ti te dijo “He ahí a tu hijo”. ¡Heme aquí pues, tu hijo, arrodillado a tus pies! ¡Qué consuelo el tenerte como Madre! Por lo tanto, acudo a ti en mi angustia. Te ruego, Tres Veces Admirable Madre y Reina de Schoenstatt, pues ninguno de tus hijos que ha acudido a ti a quedado ha quedado sin protección o ayuda. Tú misma has llevado a cuestas grandes pruebas. Como Madre Dolorosa permaneciste al pie de la cruz. Ahora vengo a ti con mi dolor, ¿despreciarás ésta mi humilde y angustiosa súplica? ¡No, nunca! Tú eres la salud de los enfermos, el consuelo de los afligidos, la ayuda de los cristianos. Lo que me llena de especial consuelo, sin embargo, es el hecho de que a ti te llaman Madre Admirabilísima (tres veces admirable) y Reina de Schoenstatt, un título de honor que quiere decir que eres maravillosa en todo momento y en todo lugar.
Obtén para mí, pues, de tu Divino Hijo, la respuesta a mi plegaria… y yo repetiré tu Magnificat y pregonaré la piedad de Nuestro Señor por toda la eternidad. Amén.

Primer Día

Dios saluda a María
“El ángel del Señor anunció a María, y ella concibió del Espíritu Santo” ( Lucas 1, 28-38)
A través de los siglos, las campanas de todas nuestras iglesias y capillas han proclamado en voz alta este misterio. Tres veces al día nos quieren recordar el principio de nuestra redención.
Meditemos por un momento en la Anunciación. ¡Cuánta luz ha de haber rodeado a la Santísima Virgen! ¡Qué gran misterio confió el Señor a su cuidado! ¡La venida del Mesías se acercaba y aquella humilde doncella llegaría a ser su Madre! ¡Qué profunda emoción debe haber embargado a María cuando oyó lo increíble: que el Eterno Hijo de Dios quería hacerse uno de nosotros!
Preguntémonos, sin embargo, si acaso este acontecimiento trajo alegría y felicidad tan solo a la Virgen María. Claro que no, pues bien sabemos que la hora aguardada por tan largo tiempo traía consigo una profecía de mucho sufrimiento. Seguramente que en el momento de la Anunciación la Virgen Santísima no conocía en detalle todas las consecuencias que se disponía a aceptar. Por otro lado, ella estaba familiarizada con las Escrituras, especialmente con los pasajes referentes al Mesías quien, aún a costa de extremadamente dolorosos sufrimientos, quería redimir a un mundo tan profundamente sumergido en la culpa y el pecado. Entonces, ¿no tendría también su Santísima Madre que prepararse para un mar de sufrimientos?
María es saludada por Dios… ¿Dios nunca te ha enviado un ángel que te salude y te traiga sus mensajes? Entonces, ¿quién te trae tus mensajes? Tal vez sea el cartero quien te trae noticias que pueden destruir todos tus sueños y tu felicidad. Nuevas de que algunos de tus semejantes te calumnian y manchan tu honor; nuevas de que has perdido tu casa y todas tus posesiones o de que tus acreedores te amenazan con una demanda. Tal vez te han llegado noticias del fallecimiento o la gravedad de un ser querido, o esperas con ansias el oír cómo sigue el enfermo. O a lo mejor los problemas que te hacen la vida pesada son no solo exteriores sino también interiores.
¡Ah, no digas que Dios nunca te manda un mensajero o un mensaje! ¡Calla! Arrodíllate silenciosamente frente al Señor tu Dios, como la Virgen María se arrodilló ante el ángel, y reflexiona… Para aquellos que aman a Dios, nada es imposible.
¿Acaso tu cruz, cualquiera que esta sea, no es un saludo de Dios, un mensaje del Padre Celestial para ti, su hijo? ¿No es esto como si un ángel mensajero se parara frente a ti? Tal como sucedió a la Virgen María, Él espera también tu consentimiento.
Tu sufrimiento tiene un significado profundo. Desde que Cristo murió en el Gólgota, Él permite que aquellos a quienes Él ama participen de su muerte, para que así mismo se hagan participes de su gloria. Junto con Cristo debemos sufrir por nuestra propia redención y la de los demás.
Baja la cabeza, colócala bajo la mano de Dios y cree ciegamente que es Dios quien te saluda en tu dolor, y que este es un mensaje del cielo. Cree firmemente que ahora, más que nunca, no estás abandonado por Dios y confía implícitamente en que Él te escuchará a través de la intercesión de la Virgen María, Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt.
Oración
Madre Santísima, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, puesto que tú has caminado en la oscuridad de la fe ciega, sometida en todo tiempo a la voluntad del Todopoderoso, ayúdame en mi cruz y mi calvario a encontrar el amor de mi Padre Celestial. Intercede por mí para que Dios me escuche y, si mi súplica tiene cabida en su plan divino, concédeme lo que te pido… (menciónalo en silencio).
Ejercicio
Pon cuidadosa atención a todo lo que pasa a tu alrededor y tómalo como un saludo de Dios.

Segundo Día

Respuesta de María al mensaje del ángel
“He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38)
¿Acaso fue fácil para María dar esta respuesta? ¿Respondió precipitadamente, casualmente o sin reflexionar, como nosotros a menudo lo hacemos al rezar el “Ángelus”?
María indudablemente estaba atemorizada ante lo que vio y oyó; atemorizada por el ángel; atemorizada seguramente ante la tarea sin precedente que Dios le asignaba, puesto que ella tan solo deseaba ser la sierva, no la Madre del Redentor. ¡Todo aquello era tan completamente imprevisto para María! Ella deseaba permanecer virgen y ahora esto sería diferente. Pero no había mucho tiempo para reflexionar. La decisión tenía que ser rápida. El ángel permaneció allí esperando la respuesta, esa respuesta que determinaría los futuros planes divinos. Era la respuesta de la que dependía la redención de todo el mundo.
María nunca se revistió de falsa humildad pretendiendo no poder hacerlo. Nunca luchó con el ángel como lo hizo Moisés cuando el Señor le ordenó ir ante el faraón y realizar actos milagrosos para que este permitiera a los hijos de Israel partir, Moisés, titubeante, respondió: “Yo soy torpe para expresarme, permite que Aarón hable por mí” (Éxodo 4, 10).
La humilde doncella de Nazareth actuó de otra manera. Cuando el Ángel le reveló que podía llegar a ser la Madre de Dios sin perder su virginidad, María no titubeó ni por un momento. Con una sencillez filial y depositando toda su confianza pronunció estas palabras: “He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38).
Ahora dime, ¿cuál es tu respuesta al dolor que te agobia? ¿Cómo vas a contestar al mensaje de tu Padre Celestial?
Seguramente estarás pensando: ¿Cómo voy a poder contestar a las injusticias, a la pérdida de mi honor, de mi hogar y mis posesiones? ¿Acaso hay quién pueda aceptar fácilmente la pérdida de sus seres queridos, o el tormento de alguna enfermedad que amenaza nuestra propia existencia?
¡Piénsalo detenidamente! Tu dolor, por profundo que sea, el amor paternal de Dios lo permite, y por lo tanto, Su mirada está continuamente puesta en ti. Él tan solo te desea el bien, quiere que te acerques a Él. ¡Esto lo debes creer con todo tu corazón!
Aún cuando Él permite que vivas con una debilidad moral seria y humillante, lo puede hacer para tu beneficio. Recuerda las palabras de San Pablo: “Para quienes aman a Dios, todas las cosas trabajan para su bien” (Romanos 8, 28).
Todo lo que necesitas es admitir con humildad tu miseria y elevar incesantemente tu corazón con tus plegarias a Él. Ofrécele toda tu voluntad y haz el propósito de aceptar, cuando menos el día de hoy, esa cruz que descansa tan pesadamente sobre tus hombros. “Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que Él hace.”
Cuando todo te parezca falto de vida o de razón, repite con humildad, junto a María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38). ¡Sí, Padre Celestial, hágase siempre tu voluntad, bien sea cuando me traiga dolor, pena o alegría!
Oración
Madre Santísima, Tres Veces Admirable y Reina de Schoenstatt, humilde doncella de Nazareth, obtén para mí la gracia de pronunciar un sincero, humilde y resignado “Sí” en mi gran sufrimiento. Enséñame a bajar la cabeza colocándola bajo la mano de Dios, consiente de las palabras: “Confía en el Señor, como tu Madre Celestial te enseñará; entre más confíes en el Señor, Él más bondad y piedad de ti tendrá. Amén”
Ejercicio
Hoy pronuncia un deseoso “Sí” a todo suceso imprevisto que te sorprenda.

Tercer Día

El Espíritu Santo alaba a María por medio de Isabel
“Bendita seas tú, porque has creído” (Lucas 1, 45)
En el primer día de esta novena aceptaste tu sufrimiento como un mensaje del Padre. En el segundo día trataste de someterte como un niño a Dios, tu Padre Celestial. Con María, la Bendita Madre de Dios, le has dado tu “Sí”, con la confianza ciega de que la voluntad de tu Padre ha planeado nada menos que lo mejor para ti, aún cuando Él mande penas amargas.
Hoy presenciamos el encuentro entre María e Isabel. Nos maravillamos ante las palabras del Espíritu Santo que pronunció Isabel: “¿Y cómo es que he merecido que la Madre de mi Señor venga a mí?” y “Bendita seas tú porque has creído” (Lucas 1, 41-45).
¿Qué fue lo que creyó María? Creyó en el poder supremo de Dios y nunca dudó que para lograr Sus planes, Él puede inclusive excluir las leyes de la naturaleza. Realmente, Él había hecho cosas grandes e incomprensibles en María. Ella podía cargar al Hijo de Dios bajo su corazón y llegar a ser Madre sin perder su virginidad. ¡Sí, bendita eres tú porque has creído!
Recuerda que estas palabras del Espíritu Santo, en labios de Isabel, fueron pronunciadas también para ti. Sí, como María, tú también puedes creer. El buen Dios es todopoderoso y está listo, a petición de María, a ayudarte también a ti, si es para tu salvación… ¡aún si se requiere de un milagro! ¿Acaso no es este un destello brillante de esperanza?
El que María sea tu madre es un hecho maravilloso. Su más hermoso privilegio de Madre consiste en obtener favores de Dios para ti. “La Virgen María ha hecho el milagro”, ha sido escrito miles de veces en los santuarios y basílicas de Nuestra Santísima Madre… La “Salud de los enfermos”, el “Consuelo de los que sufren”, la “Abogada de los cristianos”… ¿Acaso no todos los santuarios de la Gran Madre de Dios son testimonio de su gran amor maternal? ¿Acaso no son prueba viviente de su poder de intercesión? María puede y desea obtener milagros para ti. Y el número de milagros obtenidos por su intercesión es incalculable.
El mismo Cristo nos exhorta a creer firmemente en la ayuda milagrosa de Dios cuando nos dice: “Tened fe en Dios. Ciertamente yo os digo, que cualquiera que diga a esta montaña ‘Levántate y échate al mar’ sin dudar y creyendo firmemente en lo que dice, lo conseguirá. Por lo tanto, yo os digo, todo lo que pidiereis rezando, creedlo y lo recibiréis” (Marcos 11, 22-24).
Bendito eres tú si tienes fe en que Dios, por intercesión de María, te concederá lo que pidas, siempre y cuando sea para tu bien, o te dará fuerzas para cargar tu cruz si acaso Él, en su misericordia infinita, decide que no es para tu bien y no te lo concede.
Oración
“En tu poder y en tu bondad confía
con sencillez filial el alma mía.
En ti y en tu Hijo, en cada situación,
confía ciego, Oh Madre, el corazón.”
Ejercicio
Practica la confianza de un niño todo el día.

Cuarto Día

Respuesta jubilosa de María en su Magnificat
“Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1, 46-47)
¿Qué tiene que ver el himno de alabanza de María con tu novena y el grito suplicante de tu corazón en busca de una respuesta a tu gran súplica? Ciertamente tú te entregarás en un fervoroso “Magnificat” tan pronto obtengas lo que has pedido, pero… ¿y ahora? ¿¡No!? Es mucho pedir… ¿Es así cómo piensas?
Con el corazón henchido de alegría María proclamó las grandes obras de Dios. Ella no pensaba que era la favorita del Señor. Su alegría se desbordaba al mundo entero, cuya redención había llegado: “Su Misericordia alcanza de generación en generación… Él ha exaltado a los humildes… ha saciado a los hambrientos con buenas cosas…” (Lucas 1, 50-54). Ella estaba jubilosa por el bien que vendría a otros.
En la vida práctica también, María revelaba en su totalidad una actitud de ansiedad para ayudar a los necesitados. Tan pronto como el milagro de milagros sucedió y el Hijo de Dios había asumido forma carnal en su vientre, ella no permaneció recluida para adorar al Dios de su corazón, al Niño de su vientre, sino que rápidamente se fue a casa de Isabel, donde puso manos a la obra.
¡En que forma tan humana se reveló la Santísima Virgen! Fue ahí, al servicio de otra persona, que cantó su glorioso Magnificat.
Tú te acercas ahora con una gran súplica. Tal vez estés decepcionado de Dios y de los hombres, o te encuentras atormentado por un profundo conflicto interno. O tal vez haya muchos obstáculos frente a ti. ¿Cómo vas a tener tiempo de preocuparte por alguien más? Tienes bastantes problemas propios, demasiadas preocupaciones, nadie se va a ocupar de resolver tus problemas. ¿No es esta tu manera de pensar? Tal vez en ocasiones te has indignado, entristecido, encelado o has envidiado la buena fortuna de otros y ahora te encuentras enojado con tu Dios.
Tal vez la Santísima Virgen te pueda dar alguna enseñanza en su Magnificat. ¿Acaso no te habla de servir y ayudar desinteresadamente? ¿Por qué no tratar, a pesar de tus propias penas y preocupaciones, de llevar un poquito de felicidad a otros y de ser verdaderamente amable y caritativo con la mirada, con las palabras y con los hechos? Ruega por otros. Haciendo esto pronto descubrirás que tu propia pena pierde mucha de su amargura. Aprende a olvidarte de ti mismo más y más, y encontrarás felicidad profunda en medio de tu sufrimiento, tal como lo ha escrito San Pablo: “Yo reboso de alegría en mis tribulaciones” (II Corintios 7, 4).
Oración
Madre Santísima, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, tú has cantado tu Magnificat porque el Señor te eligió como Madre y porque, por medio de tu maternidad, te convertiste en sierva de todos. Obtén para mí la gracia de llevar mi sufrimiento con alegría y de servir siempre a otros con la esperanza de que Dios me conceda mi petición a través de tu poderosa intercesión. ¡Oh, Madre Tres Veces Admirable y Amantísima Reina! Amén.
Ejercicio
Trata hoy de ser alegre y amigable en tu trabajo, y usa todas las oportunidades para servir a otros.

Quinto Día

El lamento de María
“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lucas 2, 48)
Tú llevas a cuesta una carga pesada. Apenas ayer, a pesar de todas tus preocupaciones, hiciste un gran esfuerzo para ser alegre y agradable. Tal vez trabajaste para otro hasta estar rendido y ahora vuelves a ser el mismo con tus problemas. Hay algo muy dentro de ti que quisiera levantarse y exigir una respuesta a la eterna pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué he de ser yo?
Esto es simplemente humano, pero no debes amargarte en tu duda. Además, debe servirte de consuelo el saber que la misma Virgen María tuvo la misma duda: “¿Por qué nos has hecho esto?” (Lucas 2, 48). Dime, ¿hay alguna cosa que pueda hacernos sentir más cercanos a María que esta manifestación humana de preocupación maternal, o en todo caso, todos los otros acontecimientos incomprensibles de su vida, aún al pie de la Cruz? Silenciosamente ella estuvo allí de pie, sin quejarse.
Ahora tú te preguntas, ¿por qué todo el terribles sufrimiento, las decepciones, el dolor? ¿Hay algún propósito en todo esto? Hay un verso que dice, “Cuando el dolor y el sufrimiento tus compañero son, el Padre Celestial te está diciendo: ‘Ven acércate a mi Corazón’.”
Es que el amor de Dios hacia a ti es aún mayor ahora que ha permitido que sufras. Por medio de ese dolor Él ha querido purificarte, apartarte de las cosas mundanas y acercarte a Él. Sé que has de decir: “Dios me esta castigando”, y has de creer que ya no está de tu parte. Sin embargo, Él te ama, especialmente cuando sufres pacientemente, por que entonces es como si cargaras su propia cruz.
Sin embargo, deberías aceptar tu sufrimiento con verdadero espíritu de penitencia, pues cada uno de nosotros tiene muchas razones para expiar por sus propios pecados y por los de sus semejantes. Por medio del sufrimiento y del dolor puedes borrar, aquí en la tierra, parte del castigo temporal que te espera por tus pecados. Esto también es prueba del amor de Dios. Por lo tanto, el sufrimiento y el dolor se convierten en peldaños de la escalera de tu salvación y santificación.
Pero hay aún un significado más profundo en tu dolor. El dolor, cuando se sufre resignadamente, moldea tu alma a la imagen y semejanza de tu Salvador Crucificado. Amando a Jesús, como seguramente tú lo haces, ¿no quisieras asemejarte un poquito más a Él?
Más aún, a través del dolor y las penas de esta vida tienes una oportunidad maravillosa para adquirir méritos valiosos para la eternidad. Algún día, a la hora de morir, te regocijarás por las ocasiones en que, como el oro, fuiste purificado con el fuego del sufrimiento, y por los momentos en que, como Cristo, caíste al suelo bajo el peso de la cruz. Los momentos de placer y de prosperidad no te darán consuelo alguno en ese momento. Pero bendito tres veces eres, si has soportado en unión con Dios las pruebas que la vida te ha puesto.
Tu sufrimiento también te ofrece la oportunidad de ser un apóstol y ayudar en la salvación de muchas almas. Podríamos decir que la Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt te sale al encuentro y te dice: “Dame todos tus sacrificios, dolores y penas para poder ofrecérselos a Dios. Ellos serán fructíferos en la salvación de almas y en la reconstrucción del mundo de acuerdo con los planes de Cristo”. ¿Acaso puedes negarle esto a la Madre de Gracia de Schoenstatt? ¿No te gustaría llegar a ser una víctima de amor, a través de tus esfuerzos y sacrificios, con objeto de ganar muchas gracias para las conversiones? Mira dentro de ti y fíjate si Dios y nuestra Madre no están tratando de despertar en ti un espíritu de sacrificio y acción heroica.
Tal vez el significado del dolor te sea un poco más claro ahora. Sin embargo, puedes acudir a María con absoluta confianza. Puede ser que Dios haya permitido tu dolor para que conozcas el poder y la bondad de María ¡Confía en ella como un niño! Mientras más confíes, más lograrás, como dice este rezo: “Ofrécele tu dolor y tus penas a María. Ella dará consuelo a quien en su amor confía”.
Oración
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, en tu sufrimiento has buscado a tu Hijo y lo has encontrado. Todo tu dolor lo has resumido en la frase: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?”. A ti traigo todas mis preocupaciones y te ruego, con todo el fervor de mi corazón, que obtengas para mí las gracias que te pido. Que la Divina Voluntad de Dios se haga sobre todas las cosas. Amén.
Ejercicio
Repite hoy esta frase: “Mi sufrimiento tiene un significado profundo y Dios hará lo que sea mejor”.

Sexto Día

Respuesta de Dios a María
Al lamento de María en el templo, “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?”, su Hijo respondió: “¿No sabes que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lucas 2, 49)
María no estaba preparada para tal respuesta. ¡Ah, cómo la debe haber afligido! No sabía ni que pensar. Todo el pesar de los últimos tres días volvió a reflejarse en su corazón: las noches de insomnio, la angustia, la incertidumbre de su hijo extraviado. Y luego Él, con la cabeza en alto, lleno de esplendor y hermosura divina, parado frente a ella, dio la respuesta que profundamente lastimó el fondo de su maternal corazón.
María había encontrado a su Hijo, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que lo había perdido. Desde el momento en que su Padre Celestial tenía prioridad en el corazón del Hijo, su corazón maternal tenía que tomar un lugar secundario. Ella, al unísono con Jesús diría “Sí” a la voluntad del Padre. María no pudo comprender de inmediato lo que Jesús dijo, pero guardó cuidadosamente aquellas palabras en su corazón.
¿Acaso tú te encuentras en una situación semejante? Tal vez tú también has perdido un hijo, o la incertidumbre acerca de uno de tus seres queridos ha traído pesar a tu corazón. O tal vez has perdido hogar y posesiones, o has visto el sol de tu felicidad ponerse tras de la tumba. ¿Has perdido tu salud, o a lo mejor, paz en tu corazón? ¡Quién sabe, tal vez a Dios mismo!
Pero… ¿no sabes que tú también debes ocuparte de las cosas de tu Padre? ¿Te das cuenta de que has perdido a Dios mismo a través del pecado mortal? Si es así, entonces ponte en marcha, busca a Dios en el templo. Recupera tu paz de conciencia por medio de una buena confesión. Pero si lo que has perdido son bienes terrenales, entonces entrégate completamente a la voluntad de tu Padre Celestial.
Tal vez no hayas entendido la lección que Dios te quiere enseñar por medio de este sufrimiento. Sin embargo, estás consiente de la presencia de tu Padre Celestial por encima de ti y en todo tu alrededor, cuidándote. Así pues, no te enojes con Dios. Haz lo mismo que María: medita, reza y aguarda… confiando en la Divina Providencia. Los planes divinos son planes de amor y sabiduría.
María también te comprende, especialmente ahora que te hallas rodeado de dificultades. Mantente cerca de Dios y agárrate fuertemente de la mano de tu Madre Celestial. En cualquier incertidumbre, ruégale a María: “Yo no conozco el camino, tú lo conoces bien. Eso me da paz y tranquilidad más allá de lo que yo puedo expresar; nada en el mundo ha sido tan claro: el que confía en María, no confía en vano.”
Oración
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, obtén para mí la virtud de una confianza profunda en Dios y la gracia de aceptar la voluntad de Dios siempre como la mejor y más exalta. Yo coloco toda mi confianza en ti y te ruego fervientemente que nunca me abandones, y que obtengas de Dios lo que yo humildemente pido. Amén. (Menciónalo aquí en silencio)
Ejercicio
Hoy no te quejes de los sacrificios, al contrario, recuerda que tú también debes ocuparte de las cosas de tu Padre, haciendo su sabia y divina voluntad.

Séptimo Día

La oración de María
“Ya no tienen vino” (Juan 2, 3)
En una forma natural, sencilla e infinitamente confiada, la Madre del Señor dijo: “Ya no tienen vino…” Estas palabras las pronuncio María durante las bodas de Caná. Por 30 años, el Hijo de Dios había vivido en el anonimato en Nazareth, siguiendo el oficio de San José. Ahora Él empezó a enseñar, “a hablar como alguien quien tiene poder”. Hasta aquí Él no había hecho ningún milagro.
Un día el Salvador y su Madre María fueron invitados a unas bodas y ellos aceptaron. Cuando, durante la celebración, se agotó el vino, María se dio cuenta y se levantó. ¿Acaso se iba a despedir para evitar que los anfitriones se sintieran apenados? No, ésa no era la razón. Sencillamente se dirigió a su Hijo y le dijo al oído: “Ya no tienen vino…” (Juan 2, 3).
Estas palabras implicaban algo más que la simple comunicación de una noticia. María esperaba un milagro del Señor, un milagro de agua y vino. Algo sin precedente a nuestra manera de ver. ¿No hubiera sido mejor decir: “vamos a casa”? Sin embargo, ella no pensó así; al contrario, pidió ayuda para los recién casados. Esta sería la hora, de acuerdo con sus deseos, en que su Hijo haría su primer milagro, no en el templo o la sinagoga como hubiera sido de esperar, sino en la ocasión de la celebración de unas bodas. ¡Ah, que típicamente humana era María!
Sus palabras, “Ya no tienen vino”, deben darte tremenda confianza. Tú no estás pidiendo vino. No, tú necesitas algo más… Te encuentras en una situación no solo desagradable sino dolorosamente embarazosa. Un peso insoportable agobia tu alma. Tal vez toda tu existencia, o el bienestar de tus seres queridos, o la salvación de tu alma están en peligro.
No dudes ni por un momento que María, tal como lo hizo en Caná, se encuentra en este preciso momento al lado de Nuestro Señor, murmurándole al oído para ti: “Están en dificultades y necesitan de Tu ayuda. Tienen un problema que solo Tú puedes resolver.”
Si Cristo, a petición de María, convirtió el agua en vino para ayudar a los novios en su apuro, ¿crees que Él no va a escucharla cuando María interceda por ti, siendo tu problema mucho más grande?
Oración
Madre amantísima, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, ruega e intercede por mí con el mismo fervor con que pediste por la pareja nupcial de Caná: “Señor, ya no tienen vino”. Lleva mi gran petición ante el Señor y será escuchada. Él me librará de mi dolor o me dará fuerzas para soportarlo. Amén.
Ejercicio
Repite hoy con nuestra Madre Santísima: “Señor, ya no tienen vino” e incluye aquí tus peticiones. Practica la confianza y persevera en tus oraciones.

Octavo Día

La perseverancia de María
“Mi hora aún no ha llegado” (Juan 2, 4)
No sería raro que tu corazón todavía se halle cautivado por la bella imagen de la Virgen María en su papel de madre verdaderamente humana y comprensiva. Su actitud fue arriesgada cuando pidió un milagro: “Señor ya no tienen vino”. La respuesta de su Hijo, ahora ya investido de Su dignidad divida: “¿Qué quiere que haga, Mujer? Mi hora aún no ha llegado” (Juan 2, 3-4).
Tal vez su corazón se haya contraído momentáneamente ante la respuesta aparentemente un tanto ruda de su Hijo. Sin embargo, María no se da por ofendida ni se esconde en el silencio del resentimiento, como tal vez nosotros lo hubiéramos hecho. No, ella es firme en su manera de pensar. Él vendrá al rescate de todas maneras. Ella no duda ni por un momento.
¿Cuál es la lección que la Santísima Virgen quiere enseñarte en tu angustia? Sencillamente que tú debes moldear tu actitud a la manera de la de ella. Persevera en oración ferviente. No te des por ofendido ni te escondas en el silencio del resentimiento por que rezaste una vez y tu plegaria aún no ha sido contestada.
¿Acaso no es sorprendente ver a María, a pesar de la respuesta, empezar inmediatamente a dar instrucciones a los sirvientes? ¡Claro, su confianza no tenía limites! Así también tú, como María, debes esperarlo todo de Nuestro Señor. “Da tus instrucciones a los sirvientes”, es decir, confía implícitamente hasta que llegue la respuesta de tu súplica.
Cristo mismo nos ha enseñado esta actitud: “Un hombre fue a casa de su amigo a media noche tocando la puerta, y pidiendo con insistencia que por favor le abriera y le prestara un poco de pan. Gracias a su insistencia, el amigo se levantó abrió y le dio pan, no tanto por la amistad sino por que no estuviera molestando” (Lucas 11, 5-8).
Por medio de esta parábola Nuestro Señor quiere comunicarte este pensamiento: que tú debes actuar como aquel amigo que perseveró en su súplica. No pierdas la fe, reza sin cesar, siempre esperando ayuda en tus necesidades, aunque tengas que esperar la respuesta…
“Tú sabes el camino que debo seguir. Tú conoces la hora. En tus manos yo confiadamente pongo las mías. Tu plan es perfecto, nacido de amor perfecto. Tú sabes el camino que debo seguir y eso es bastante para mí.”
Oración
Madre querida, Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, en las bodas de Caná tú hiciste tuya la angustia de los novios. No dejes de interceder con tu Divino Hijo también por mí. Yo pongo toda mi fe y mi confianza en ti y en la fuerza irresistible de tu intercesión. ¡Oh, Amantísima Madre de Nuestro Señor! Amén.
Ejercicio
Hoy practica la paciencia.

Noveno Día

Un consejo de María
“Hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2, 5)
María aún se encuentra al lado del Señor. Nunca se ha desanimado ante su palabra, al contrario, su fe y confianza siguen firmes como roca. ¡Él puede ayudar! Ella reúne a los sirvientes y en una forma muy natural les dice, “Hagan todo lo que Él les diga”, y en verdad que su fe fue recompensada con una victoria completa… ¡Cristo hace su primer milagro!
“Hagan todo lo que Él les diga.” ¡Qué magnífico consejo de labios de María, bueno y válido para todos los tiempos y para todas las generaciones! Tal como hizo en Caná, así hoy y siempre le prepara el camino a Cristo. ¿Y cuál fue la respuesta del Señor? María y los sirvientes se regocijan al oír sus palabras: “Llenen las jarras con agua” (Juan 2, 7) y precipitadamente obedecen Su orden.
Asimismo tú, ¿acaso quieres que haya respuesta a tu súplica? Entonces debes limpiar tu corazón de todo pecado por medio de una buena confesión. Debes alejarte de todas tus relaciones ilícitas y deshacerte de la envidia y los celos. Ofréceles la mano en señal de reconciliación a tus enemigos. Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Ama a tu prójimo como a ti mismo, a aquellos que trabajan contigo en el mismo piso, en la misma oficina o taller… y llena las jarras de tu corazón con agua. Éstas simbolizan tus buenas obras y la pureza de tus intenciones. Pero sobre todo, llena tu alma hasta desbordarse con infinita confianza, así como con la disposición de cargar tu cruz mientras Dios disponga que así lo hagas.
¿Acaso no es esta ya parte de la respuesta a tus plegarias? Ciertamente que sí, pues el Señor espera que la ofrezcamos con la mejor disposición de nuestro corazón. Por lo tanto, sigue el consejo de la Virgen María, “Has todo lo que Él te diga…” Hazlo hoy, hazlo ahora mismo y sin titubear y ten confianza que por intercesión de la Virgen María, Madre Tres Veces Admirable y Reina de Schoenstatt, el Señor atenderá tu súplica.
Oración
¡Oh María!, Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt, obtén para mí la gracia de la conversión y ayúdame a seguir fielmente los mandamientos de Dios y a hacer su divina voluntad. No permitas que mi vida sea un obstáculo para el cumplimiento de mi oración y los milagros de gracia que tú desees obtener de mí. ¡Oh, clemente! ¡Oh, amantísima! ¡Oh, dulce siempre Virgen María! Amén.
Ejercicio
Hoy prepárate para una buena confesión.

Conclusión

Has llegado al final de tu novena. ¡No ha sido fácil perseverar! Si tus plegarias han sido escuchadas, no olvides expresar tu gratitud. Si aún tienes que esperar, no pierdas la fe. Haz tu novena una segunda o una tercera vez, hasta que tu súplica sea concedida. Puedes también comunicar tu petición a las Hermanas Marianas de Schoenstatt, quienes hacen guardia en el Santuario. Ellas, con gusto, incluirán tus intenciones en sus plegarias.
Si tú estas pidiéndole a Nuestra Madre Tres Veces Admirable un gran favor, puedes estar seguro de que lo tiene guardado muy junto a su amantísimo corazón. Ella contestará tu súplica en el momento más apropiado para ti, y si acaso no alivia tu dolor, ella te dará fuerzas para soportarlo valientemente y en resignación silenciosa. Ella transformará tu vida interior, te dará nueva valentía para seguir adelante y una disposición de humildad para someterte completamente a la Santa Voluntad de Dios.
De esta manera, tu alma inquieta y torturada sentirá el “milagro de la gracia”. Dime, ¿no sería esa razón suficiente para vaciar tu corazón en una ferviente acción de gracias a la Madre de Gracia de Schoenstatt?
Ella quisiera acercarte más a ella y hacer de ti un apóstol para que tú también puedas guiar a otros con más certeza a la felicidad eterna. Ella quisiera hacer una “alianza de amor” contigo. Entrégate pues a ella. Preséntale todas tus buenas obras, tus oraciones, tus trabajos, tus preocupaciones, tus sacrificios, tus ansiedades, tu dolor y todos tus sufrimientos.
Mira, Nuestra Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt te presenta con todo lo que eres y lo que tienes al Dios Eterno como una oración, para que Él renueve al mundo entero y retorne nuevamente a Su Amor a la humanidad separada del Padre Celestial.
¿No te gustaría ayudar a lograr ese gran deseo de tu Madre Celestial? Entra pues, en esta “alianza de amor” con ella. Ciertamente que ella te colmará con su amor y generosidad.
Oración
¡Oh, Señora mía! ¡Oh, Madre mía!
Yo me ofrezco por completo a ti
y en prueba de mi filial afecto
te consagro en este día:
mis ojos, mis oídos,
mi lengua, mi corazón;
en una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo tuyo,
¡Oh, Madre de bondad!,
guárdame, defiéndeme
y utilízame como instrumento
y posesión tuya.
Amén.
¡Un hijo de María, nunca perecerá!

La Novena en honor de la Virgen María, Madre Tres Veces Admirable, Reina y Vencedora de Schoenstatt puede conseguirse en:
Santuario de las Hermanas Marianas de Schoenstatt
Apartado 744
Cabo Rojo, PR 00623

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