viernes, 31 de agosto de 2012

Evangelio Seglar para el Domingo XXII del Tiempo Ordinario (2 de Septiembre de 2012) - Ciudad Redonda

Evangelio Seglar para el Domingo XXII del Tiempo Ordinario (2 de Septiembre de 2012) - Ciudad Redonda

Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la Fe | La Fe Católica

Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la Fe | La Fe Católica

Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la Fe

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Porta Fide Carta Apostólica del Papa Benedicto XVI donde se nos anuncia el Año de la FeLa Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a conocer la Carta Apostólica en forma motu proprio (propia iniciativa) Porta Fide (La puerta de la fe) en la que el Papa Benedicto XVI convoca a un Año de la Fe.
El Santo Padre anunció ayer el Año de la Fe que se iniciará el 11 de octubre de 2012, en el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II y concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE MOTU PROPRIO
PORTA FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE
1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,[3]con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis[4], realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»[5]. Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla»[6]. Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios[7], para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»[8], consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»[9]. Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»[10].
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»[11].
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).
7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»[12]. El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.[13]Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.
8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.
9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza»[14]. Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada[15], y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»[16].
10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”»[17].
Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor[18].
Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre»[19]. Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido[20]. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.
11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial… Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial»[21].
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad[22].
13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).
15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.

BENEDICTO XVI


[1] Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS97 (2005), 710.
[2] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
[3] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
[4] Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.
[5] Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
[6] Ibíd., 198.
[7] Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445.
[8] Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
[9] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.
[10] Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
[11] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
[12] De utilitate credendi, 1, 2.
[13] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1.
[14] Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
[15] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
[16] Sermo215, 1.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica, 167.
[18] Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5.
[19] Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722.
[20] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1.
[21] Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117.
[22] Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.

martes, 28 de agosto de 2012

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Las Estaciones y reflexiones

Primera Estación - AQUÍ Jesús es condenado a muerte Segunda Estación - Aquí Jesús se da a la Cruz Tercera Estación - AQUÍ Jesús cae por primera vez Cuarta Estación - AQUÍ Jesús encuentra a su Madre La Quinta Estación - AQUÍ Simón el Cirineo ayuda a llevar la Cruz Sexta Estación - AQUÍ cara Veronica wipes Jesús Séptima Estación - AQUÍ Jesús cae por segunda vez Octava Estación - Aquí Jesús habla a las mujeres de Jerusalén Novena Estación - Aquí Jesús cae por tercera vez









El Santo Sepulcro - Estaciones 10 a 14

La Iglesia del Santo Sepulcro - Información Décima Estación - AQUÍ Jesús es despojado de sus vestiduras Undécima Estación - AQUÍ Jesús es clavado en la cruz Duodécima Estación - AQUÍ Jesús muere en la Cruz La Decimotercera Estación - AQUÍ Jesús es bajado de la Cruz La Decimocuarta Estación - AQUÍ Jesús es colocado en el sepulcro






La estación 15a


La Estación XV - AQUÍ Jesús resucita de entre los muertos La procesión franciscana de las Estaciones de la Cruz

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Santuarios cristianos en Tierra Santa

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jueves, 23 de agosto de 2012

Santa Rosa de Lima

Santa Rosa de Lima
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Santa Rosa de Lima Nació en Lima (Perú), el 20 de abril de 1586. Sus padres fueron Gaspar de Flores y María de Oliva. La bautizaron con el nombre de Isabel Flores de Oliva, pero se la llamaba comúnmente Rosa, pues fue este el nombre con el que fue llamada por una persona de origen indio que estaba encargada de su crianza. Dicha sirvienta pudo percibir en ella no sólo su belleza exterior, sino la inmensa religiosidad que la convertiría en la primera santa de América Latina. Definitivamente, fue Rosa el nombre que le impuso en el sacramento de la Confirmación el arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo
I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la profecía de Ezequiel 36,23-28:

Así dice el Señor: «Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor –oráculo del Señor–, cuando les haga ver mi santidad al castigaros. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.»

Sal 50,12-13.14-15.18-19 R/. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias

Oh Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,1-14:

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

II. Compartimos la Palabra

  • “Os daré un corazón de carne”

La verdad es que el amor de Yahvé por su pueblo no tiene límites. Nada ni nadie es capaz de apagarlo. Incluso los desplantes de su pueblo, sus idolatrías, su dejarle plantado e irse detrás de otros dioses… no serán capaces de cambiar el corazón de Dios, que seguirá queriendo a su pueblo haga lo que haga éste. Yahvé no se va a quedar quieto ante los devaneos de su pueblo. Les va a enviar un agua que le purifique de todas su inmundicias. Hará todavía más: les cambiará su corazón, convertirá su corazón de piedra en un corazón de carne, que sea capaz de cumplir los preceptos y mandatos que les ha enseñado y de amarle a Él con todas sus fuerzas, un corazón capaz de adorarle sólo a Él como lo que es: el único Dios y Señor de la tierra. “Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”.
  • Invitados al banquete de Cristo Jesús

Siempre hay que tener en cuenta a quién dirige Jesús sus parábolas. La de este fragmento del evangelio va dirigida a “los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo”. Es decir a personas que de manera clara le rechazaban. ¿Qué hizo Jesús ante esta actitud, que ciertamente iba más allá de los sacerdotes y senadores? Siguió ofreciéndoles el agua limpia y purificadora de sus enseñanza, de su buena noticia, les invitó al banquete de su amistad, todo ello en vistas a cambiar su corazón de piedra por uno de carne para que fuesen capaces de aceptarle a él y al mensaje de salvación que les ofrecía de parte de Dios. Lo mismo que hace con cualquiera de nosotros, los que vivimos en el siglo XXI. Hagamos lo que hagamos, nunca nos va a tachar de su lista, siempre tendrá abiertas las puertas de su corazón para recibirnos, nos seguirá ofreciendo cada día el banquete de su amistad a través de su cuerpo y de su sangre… Todo, no para que le rindamos pleitesía, sino para elijamos el camino que lleva a la vida y la vida en abundancia. En las manos de Díos está acogernos, en nuestra manos de nuestra libertad acogerlo o rechazarlo a Él.
Santa Rosa nació en Lima en 1586 y murió en 1617. Fue canonizada en 1668, siendo la primera santa del continente americano. Desde muy joven siguió a Cristo Jesús, como a su único Maestro y Señor, ante cierta oposición de sus padres. A los veinte años entró en la tercera Orden de Santo Domingo. Tuvo una intensa vida de oración. Principalmente, el pueblo peruano la tiene una gran devoción.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)

martes, 21 de agosto de 2012

Película y Biografía de San Maximiliano Kolbe

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SANTUARIO DE CZESTOCHOWA - MADRE FRANCISCA - goear.com

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El Salvador: embarcados en el desarrollo, Pueblo de Dios - RTVE.es A la Carta

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Pueblo de Dios - Especial 25 aniversario, Pueblo de Dios - RTVE.es A la Carta

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CARTEL EL PAN DE LA PALABRA

CARTEL EL PAN DE LA PALABRA
-Luego que se marchó el joven, Jesús dijo a sus discípulos: "Os aseguro que con dificultad entrará un rico en el Reino de Dios." Jesús está apenado.
Propuso a un joven que lo siguiera, pero ¡este prefirió su "bolsa"! ¿Cómo podemos sentir tales preferencias? Entre Tú, Señor, y el "dinero"... ¿Cómo es posible preferir el dinero? Lo repito: "Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios." Dura palabra, que no hay que suavizar, aun siendo una hipérbole típicamente oriental. Esta palabra quiere ciertamente, chocar, despertar, sacudir nuestras torpezas.
¡Atención! ¡Grave peligro! Y no es una palabra aislada, accidental, en el evangelio: veinte veces Jesús ha repetido cosas de este género. Para tener una idea equilibrada del pensamiento de Jesús sobre la "riqueza" es preciso recordar que:
1º Constantemente puso en guardia a los hombres contra el obstáculo que suponen las riquezas para el que quiere entrar en la "vida"...
2º Y sin embargo ha estimado y ha llamado a hombres ricos de rango social elevado, sin exigirles que abandonasen sus responsabilidades...
La riqueza en sí no es mala, sino "su origen", si esa riqueza ha sido adquirida injustamente... y "su empleo", si esa riqueza es malgastada egoístamente sin tener en cuenta a los más pobres... y sobre todo "su riesgo" de endurecimiento del corazón a los verdaderos valores espirituales -Ya no se necesita de Dios-
-Al oír aquello, los discípulos se quedaron enormemente desorientados y decían: "¿quién puede salvarse?" Jesús se los quedo mirando y les dijo: "Humanamente eso es imposible, pero para Dios todo es posible".
La cosa es seria. Es grave. Va en ello la salvación eterna.
Señor, bien sabes todas las habilidades que los hombres han desplegado para tratar de atenuar esa Palabra... o para aplicarla, a "los demás", pues hay siempre uno "más rico que uno mismo".
Señor, es verdad, la pobreza me espanta y la riqueza me atrae. Es preciso que te lo diga, porque es así. Ayúdame.
Convierte mi corazón.
-Intervino entonces Pedro: "Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido ¿qué nos va a tocar?
Después que el joven rico, apegado a sus bienes se marchó, una sombra de abatimiento planeó sobre el grupo. Pedro interviene, como para consolar al Maestro y le ofrece el homenaje de su fidelidad. "Nosotros te hemos seguido." Señor, da a tu Iglesia apóstoles... como ellos, capaces de dejarlo todo y de seguirte.
Concede, Señor, a todos los apóstoles que no piensen ante todo en las cosas que hay que hacer, ni en las empresas apostólicas que conviene activar... sino en ti, y en seguirte.
-Vosotros, los que me habéis seguido...
No, para Jesús el apostolado no es una empresa, es una amistad.
-Cuando llegue el mundo nuevo...
Tu pensamiento se dirige a menudo hacia "ese día", hacia ese porvenir. Tú eres un hombre que está en tensión hacia el fin del mundo, hacia el fin del hombre. ¡Que venga, Señor, ese tiempo! ¡Ese mundo en el que todo será renovado... y todo será hermoso!
-Os sentaréis con el Hijo del hombre... Recibiréis el céntuplo de lo que habéis dejado... Y heredaréis vida eterna...
El porvenir que prometes a los tuyos, a los que te han seguido, venciendo todos los obstáculos... es un porvenir alegre, es una abundancia de vida, una plenitud, es una expansión, un crecimiento divino.
Gracias, Señor. Condúceme hacia ese día.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 130 s.

CARTEL EL PAN DE LA PALABRA

CARTEL EL PAN DE LA PALABRA
-Luego que se marchó el joven, Jesús dijo a sus discípulos: "Os aseguro que con dificultad entrará un rico en el Reino de Dios." Jesús está apenado.
Propuso a un joven que lo siguiera, pero ¡este prefirió su "bolsa"! ¿Cómo podemos sentir tales preferencias? Entre Tú, Señor, y el "dinero"... ¿Cómo es posible preferir el dinero? Lo repito: "Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios." Dura palabra, que no hay que suavizar, aun siendo una hipérbole típicamente oriental. Esta palabra quiere ciertamente, chocar, despertar, sacudir nuestras torpezas.
¡Atención! ¡Grave peligro! Y no es una palabra aislada, accidental, en el evangelio: veinte veces Jesús ha repetido cosas de este género. Para tener una idea equilibrada del pensamiento de Jesús sobre la "riqueza" es preciso recordar que:
1º Constantemente puso en guardia a los hombres contra el obstáculo que suponen las riquezas para el que quiere entrar en la "vida"...
2º Y sin embargo ha estimado y ha llamado a hombres ricos de rango social elevado, sin exigirles que abandonasen sus responsabilidades...
La riqueza en sí no es mala, sino "su origen", si esa riqueza ha sido adquirida injustamente... y "su empleo", si esa riqueza es malgastada egoístamente sin tener en cuenta a los más pobres... y sobre todo "su riesgo" de endurecimiento del corazón a los verdaderos valores espirituales -Ya no se necesita de Dios-
-Al oír aquello, los discípulos se quedaron enormemente desorientados y decían: "¿quién puede salvarse?" Jesús se los quedo mirando y les dijo: "Humanamente eso es imposible, pero para Dios todo es posible".
La cosa es seria. Es grave. Va en ello la salvación eterna.
Señor, bien sabes todas las habilidades que los hombres han desplegado para tratar de atenuar esa Palabra... o para aplicarla, a "los demás", pues hay siempre uno "más rico que uno mismo".
Señor, es verdad, la pobreza me espanta y la riqueza me atrae. Es preciso que te lo diga, porque es así. Ayúdame.
Convierte mi corazón.
-Intervino entonces Pedro: "Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido ¿qué nos va a tocar?
Después que el joven rico, apegado a sus bienes se marchó, una sombra de abatimiento planeó sobre el grupo. Pedro interviene, como para consolar al Maestro y le ofrece el homenaje de su fidelidad. "Nosotros te hemos seguido." Señor, da a tu Iglesia apóstoles... como ellos, capaces de dejarlo todo y de seguirte.
Concede, Señor, a todos los apóstoles que no piensen ante todo en las cosas que hay que hacer, ni en las empresas apostólicas que conviene activar... sino en ti, y en seguirte.
-Vosotros, los que me habéis seguido...
No, para Jesús el apostolado no es una empresa, es una amistad.
-Cuando llegue el mundo nuevo...
Tu pensamiento se dirige a menudo hacia "ese día", hacia ese porvenir. Tú eres un hombre que está en tensión hacia el fin del mundo, hacia el fin del hombre. ¡Que venga, Señor, ese tiempo! ¡Ese mundo en el que todo será renovado... y todo será hermoso!
-Os sentaréis con el Hijo del hombre... Recibiréis el céntuplo de lo que habéis dejado... Y heredaréis vida eterna...
El porvenir que prometes a los tuyos, a los que te han seguido, venciendo todos los obstáculos... es un porvenir alegre, es una abundancia de vida, una plenitud, es una expansión, un crecimiento divino.
Gracias, Señor. Condúceme hacia ese día.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 130 s.

CARTEL EL PAN DE LA PALABRA

CARTEL EL PAN DE LA PALABRA
-Luego que se marchó el joven, Jesús dijo a sus discípulos: "Os aseguro que con dificultad entrará un rico en el Reino de Dios." Jesús está apenado.
Propuso a un joven que lo siguiera, pero ¡este prefirió su "bolsa"! ¿Cómo podemos sentir tales preferencias? Entre Tú, Señor, y el "dinero"... ¿Cómo es posible preferir el dinero? Lo repito: "Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios." Dura palabra, que no hay que suavizar, aun siendo una hipérbole típicamente oriental. Esta palabra quiere ciertamente, chocar, despertar, sacudir nuestras torpezas.
¡Atención! ¡Grave peligro! Y no es una palabra aislada, accidental, en el evangelio: veinte veces Jesús ha repetido cosas de este género. Para tener una idea equilibrada del pensamiento de Jesús sobre la "riqueza" es preciso recordar que:
1º Constantemente puso en guardia a los hombres contra el obstáculo que suponen las riquezas para el que quiere entrar en la "vida"...
2º Y sin embargo ha estimado y ha llamado a hombres ricos de rango social elevado, sin exigirles que abandonasen sus responsabilidades...
La riqueza en sí no es mala, sino "su origen", si esa riqueza ha sido adquirida injustamente... y "su empleo", si esa riqueza es malgastada egoístamente sin tener en cuenta a los más pobres... y sobre todo "su riesgo" de endurecimiento del corazón a los verdaderos valores espirituales -Ya no se necesita de Dios-
-Al oír aquello, los discípulos se quedaron enormemente desorientados y decían: "¿quién puede salvarse?" Jesús se los quedo mirando y les dijo: "Humanamente eso es imposible, pero para Dios todo es posible".
La cosa es seria. Es grave. Va en ello la salvación eterna.
Señor, bien sabes todas las habilidades que los hombres han desplegado para tratar de atenuar esa Palabra... o para aplicarla, a "los demás", pues hay siempre uno "más rico que uno mismo".
Señor, es verdad, la pobreza me espanta y la riqueza me atrae. Es preciso que te lo diga, porque es así. Ayúdame.
Convierte mi corazón.
-Intervino entonces Pedro: "Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido ¿qué nos va a tocar?
Después que el joven rico, apegado a sus bienes se marchó, una sombra de abatimiento planeó sobre el grupo. Pedro interviene, como para consolar al Maestro y le ofrece el homenaje de su fidelidad. "Nosotros te hemos seguido." Señor, da a tu Iglesia apóstoles... como ellos, capaces de dejarlo todo y de seguirte.
Concede, Señor, a todos los apóstoles que no piensen ante todo en las cosas que hay que hacer, ni en las empresas apostólicas que conviene activar... sino en ti, y en seguirte.
-Vosotros, los que me habéis seguido...
No, para Jesús el apostolado no es una empresa, es una amistad.
-Cuando llegue el mundo nuevo...
Tu pensamiento se dirige a menudo hacia "ese día", hacia ese porvenir. Tú eres un hombre que está en tensión hacia el fin del mundo, hacia el fin del hombre. ¡Que venga, Señor, ese tiempo! ¡Ese mundo en el que todo será renovado... y todo será hermoso!
-Os sentaréis con el Hijo del hombre... Recibiréis el céntuplo de lo que habéis dejado... Y heredaréis vida eterna...
El porvenir que prometes a los tuyos, a los que te han seguido, venciendo todos los obstáculos... es un porvenir alegre, es una abundancia de vida, una plenitud, es una expansión, un crecimiento divino.
Gracias, Señor. Condúceme hacia ese día.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 130 s.

rezandovoy

rezandovoyI. Contemplamos la Palabra

Lectura de la profecía de Ezequiel 28,1-10:

Me vino esta palabra del Señor: «Hijo de Adán, di al príncipe de Tiro: "Así dice el Señor: Se hinchó tu corazón, y dijiste: 'Soy Dios, entronizado en solio de dioses en el corazón del mar', tú que eres hombre y no dios; te creías listo como los dioses. ¡Si eres más sabio que Daniel!; ningún enigma se te resiste. Con tu talento, con tu habilidad, te hiciste una fortuna; acumulaste oro y plata en tus tesoros. Con agudo talento de mercader ibas acrecentando tu fortuna, y tu fortuna te llenó de presunción. Por eso, así dice el Señor: Por haberte creído sabio como los dioses, por eso traigo contra ti bárbaros pueblos feroces; desenvainarán la espada contra tu belleza y tu sabiduría, profanando tu esplendor. Te hundirán en la fosa, morirás con muerte ignominiosa en el corazón del mar. Tú, que eres hombre y no dios, ¿osarás decir: 'Soy Dios', delante de tus asesinos, en poder de los que te apuñalen? Morirás con muerte de incircunciso, a manos de bárbaros. Yo lo he dicho."» Oráculo del Señor.

Dt 32,26-27ab.27cd-28.30.35cd-36ab R/. Yo doy la muerte y la vida

Yo pensaba: «Voy a dispersarlos
y a borrar su memoria entre los hombres.»
Pero no; que temo la jactancia del enemigo
y la mala interpretación del adversario. R/.
Que diría: «Nuestra mano ha vencido,
no es el Señor quien lo ha hecho.»
Porque son una nación que ha perdido el juicio. R/.
¿Cómo es que uno persigue a mil,
y dos ponen en fuga a diez mil?
¿No es porque su Roca los ha vendido,
porque el Señor los ha entregado? R/.
El día de su perdición se acerca,
y su suerte se apresura.
Porque el Señor defenderá a su pueblo
y tendrá compasión de sus siervos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 19,23-30:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.» Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.»
Entonces le dijo Pedro: «Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?» Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.»

II. Compartimos la Palabra

  • “Eres hombre y no Dios”

La justicia de Dios está por encima de todo. Así se lo anuncia el profeta al rey Itobaal III rey de Tiro, cuando se jacta de su grandeza creyéndose superior a todos, no solo por su riqueza y su belleza, sino también por su inteligencia comparándola y creyéndose que es superior a la inteligencia de Daniel. Había conseguido una riqueza desorbitada para su pueblo atribuyéndolo a su sagacidad y prudencia.
A tal grado llegó su insolencia que le llevó a presentarse como un dios afirmando que habitaba en la morada de Dios. Decir que habita en la morada de Dios, para un israelita, era hacerse igual a Dios, por tanto una blasfemia, por eso, pronto tendrá que venir el castigo. Así lo anuncia Ezequiel, como enviado de Yahveh: «Vendrán pueblos más feroces y acabarán con Itobaal III, porque “eres hombre y no Dios” ».
El pecado del primer hombre fue querer ser como Dios. También habita en nuestros corazones, cuando nos dejamos dominar por la soberbia creyéndonos superiores a los demás.
Pidamos al Señor un corazón pobre y humilde porque: “un corazón humillado, Dios, nunca lo deshecha”.
  • “Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tiene y dalo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo”

La riqueza, en si misma, no es ningún mal, lo malo es tener nuestro corazón pegado a ella, la cual nos aleja de Dios.
Es este el motivo por el que el joven rico de esta escena evangélica se fue triste, no tuvo valor para dejarlo todo.
Al afirmar Jesús la dificultad de entrar en el reino de los cielos cuando se tiene riqueza, quiere expresar que nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero, nadie pueda amar a Dios sobre todo si su corazón está apegado a los bienes materiales.
Jesús afirma que es más difícil entrar en el reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja. Tal vez nos resulte extraña esta afirmación pero hemos de entenderlo en el contexto. No olvidemos que Jesús habla en Cesárea, en la playa donde muchas rocas, por la erosión, tienen grandes concavidades y les llaman ojos de aguja, por las que un camello, podría pasar la cabeza pero no el cuerpo, por el tamaño del mismo.
Jesús afirma la dificultad que supone dejarlo todo, pero que si lo hacemos por El recibiremos el ciento por uno y la vida eterna.
Dejarlo todo por Cristo es saber compartir con los demás lo que tenemos. En estos tiempos de crisis, seamos generosos con los necesitados, compartiendo los bienes y nuestro tiempo. Él, no nos dejará sin recompensa.
Hna. María Pilar Garrúes El Cid
Misionera Dominica del Rosario

TV Lourdes - Le direct avec la vie des Sanctuaires Notre-Dame de Lourdes | Lourdes

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