jueves, 26 de enero de 2012

Encarnacion, Padre Jose L. Caravias

Encarnacion, Padre Jose L. Caravias
Encarnación
Autor: José L. Caravias,
S.J.



El misterio de la encarnación es el misterio clave de la fe
cristiana, resumen y plenitud de la revelación de Dios. "El Verbo se hizo carne"
(Jn 1,14). "Verbo" en la filosofía griega significaba todo lo divino, lo
sublime, lo eterno, la perfección sin límites; "carne", en cambio, era el
símbolo de lo despreciable, lo corruptible, lo pasajero, lo imperfecto. Las dos
realidades eran irreconciliables entre sí: una negaba a la otra. Pero Juan
afirma que lo eterno se convierte en temporal, que lo infinito se hace limitado,
que el todopoderoso se queda débil... ¡Blasfemia para los piadosos e insensatez
para los sabios! Pero maravillosa esperanza para los que creemos en el
Amor...
Hasta que no aceptamos el misterio amoroso de la
encarnación, persiste en nosotros la tendencia pagana de rechazar lo más
profundo del mensaje de Navidad. Nos gusta romantizar el pesebre y presentar al
Niño Dios rubito y gordito, ricamente ataviado. Así es más cómodo seguir
viviendo egoístamente aislados. Pues acarrea serias consecuencias creer en una
persona divina que nació y vivió pobremente y se comprometió hasta la muerte por
defender la dignidad d e los pobres. Él “trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”
(Vaticano II, GS. 22). Cuesta creer que Jesús fue, al mismo tiempo, plenamente
Dios y plenamente hombre.
Algunos teólogos sostienen que el pecado de los ángeles
habría sido la no aceptación de la encarnación: ellos, que conocían
perfectamente a Dios, se negaron a aceptar la encarnación, como cosa
disparatada. Y es que esta "locura de Dios" (1Cor 1,25) sólo puede entenderse
desde la perspectiva de la humildad del amor.
¿Para qué y por qué se hizo Dios ser humano? Hombre
completo, pleno, con todos los pasos normales de crecimiento y las vivencias
propias de un humano. Se podría haber encarnado sabiéndolo todo, ya crecido, en
la era de las comunicaciones masivas, con poderes extraordinarios… Pero no, "se
hizo en todo semejante a nosotros", con nuestra mismas tentaciones, nuestros
sufrimientos y nuestros problemas. Se hizo "carne y sangre", dolorosa, frágil y
enfermiza. Mordió a plenitud la dureza de esta vida.
¿Por qué lo hizo así? Porque "no vino a ayudar a los
ángeles", sino a la raza humana. Por eso "tuvo que hacerse semejante en todo a
sus hermanos" (Heb 2,17).
Antiguamente Dios se había mostrado misericordioso, pero
siempre desde arriba hacia abajo. Él podía vivir tan tranquilo en su cielo, y
desde allá derramar sus dones a estos pobres mortales, pero sin tocarle a él el
dolor ni la muerte. Por eso protestaron con rebeldía Jeremías, Habacuc y
Job.
Pero Dios es amor, y el amor acerca a los amados. Dios,
desde su grandiosidad, se acercaba todo lo que podía a sus criaturas humanas.
Pero los humanos le echaban en cara a Dios su lejanía y dudaban de la
efectividad de su amor.Por eso, en reunión de familia, como dice San Ignacio
en sus Ejercicios, decidieron que uno de los tres viniera a hacerse de veras
hombre para poder sentir en carne propia las experiencias de los humanos. Así la
familia divina llegaría a comprenderlos mejor, y los humanos, a su vez,
sentirían a la divinidad más cercana y comprensiva. Pero era necesario que la
experiencia fuera en serio: el Hijo tenía que hacerse realmente hombre, con
todas sus consecuencias. Sin dejar de ser Dios, tenía que ser plenamente
hombre.
La Carta a los Hebreos, primer tratado de Cristología,
escrito alrededor del año 90, poco antes del Apocalipsis, aclara las razones de
la encarnación en 2,14-18 y 4,15-16. Afirma que "tuvo que hacerse carne y
sangre" (2,14) para poder hacer de puente entre lo divino y lo humano. Fue
"probado por medio del sufrimiento"; y por eso "es capaz de ayudar a los que son
puestos a prueba" (2,18). Él "no se queda indiferente ante nuestras debilidades,
por haber sido sometido a las mismas pruebas que nosotros"
(4,15).
"Por lo tanto, acerquémonos con confianza a Dios,
dispensador de la gracia; conseguiremos su misericordia y, por su favor,
recibiremos ayuda en el momento oportuno" (4,16).
Con toda seguridad podemos ya entrar en la intimidad de
Dios, porque Jesús, a través de su carne, "inauguró para nosotros un camino
nuevo y vivo" (10,19), "digno de toda confianza" (10,23).
Antes era difícil y tortuoso llegar a Dios. Desde la
concepción y nacimiento de Jesús, el nuevo puente construido por él nos puede
llevar a Dios de forma directa y segura.
No podemos quejarnos ya de la lejanía de Dios. Él es
amigo íntimo, que nos quiere y nos comprende porque ha pasado las mismas pruebas
que nosotros. Y, si él las superó, sabrá ayudarnos también a nosotros a
superarlas. Con toda confianza le podemos echar el brazo sobre el hombro y
llamarlo compañero, chera'a, chamigo. Ésta es la gran noticia, siempre nueva y
fresca, que trae el Niño Dios.
Lástima que a muchos esta " buena nueva" todavía no les
ha llegado al corazón. "Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios" (Jn
1,11-12).
Celebremos en estas próximas Navidades la cercanía de
Dios. Su amistad está llamando a nuestras puertas (Ap 3,20). Su perdón está al
alcance de la mano. Y toda su respetuosa ayuda. Basta con decirle que sí. Pero
un sí encarnado en la realidad de nuestras vidas, las propias y las del
prójimo...

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