jueves, 26 de enero de 2012

El Dios en el que creo
Autor: José L. Caravias,
S.J.



Así como los gobernantes deben hacer declaración de sus
bienes antes de asumir sus cargos, así yo también, de una forma semejante,
quiero confesar mi fe personal, sin pudor ni formalismos, como quien no tiene
nada que ocultar. Quizás a alguien le sirva en esta Semana Santa para
replantearse también él en qué clase de Dios cree.
Ciertamente me duele que se dude y se difame mi fe y mi
buena voluntad. Yo soy pecador, como todo el mundo, y muchas veces mi orgullo me
ha llevado a ser infiel a Dios y al pueblo. Pero, a partir de mi fragilidad, la
fe en Dios ha sido siempre lo más íntimo y definitivo de mi ser. Sin fe no se
entiende mi vida. La fe me ha dado luz y fuerzas para superar y trascender los
muchos problemas de mi ya larga vida. La búsqueda y la experiencia de Dios han
estructurado y dirigido mi vida. Me esfuerzo con tesón en distinguir entre el
verdadero rostro de Dios y los muchos engañosos rostros idolátricos que se nos
presentan por doquier.

Experimentar vivencialmente a Dios y la dignidad sublime de
todo ser humano es el horizonte hacia el que siempre he querido rumbear mi vida.
Y esa vivencia me lleva a comprometerme con seriedad en la defensa y desarrollo
de la vida de mis hermanos, especialmente cuando esa vida está disminuida y
amenazada.
Pero pasemos ya a compartir la confesión de mi fe
personal e íntima en Dios. No se trata de nada original, sino de un don de Dios
que, puesto que viene de él, no tengo problemas en compartirlo con otros hijos
de Dios, aun a riesgo de que algunos me malinterpreten. Espero que a la mayoría
de mis lectores les sirva de estímulo Y ello sin dejar de respetar el derecho
que tiene cada uno de creer en lo que quiera y como quiera.
Creo en un Dios Papá bueno, siempre enteramente bueno
(“ore Taita juky ete asy”), que nos quiere a todos por igual y que lo ha hecho
todo para todos sus hijos. No creo en esos dioses “argeles” que premian a los
buenos y castigan a los malos, que siempre tienen el palo alzado, que mandan el
dolor para probarnos, que prefieren más a unos hijos que a otros, que hacen
ricos a los ricos y pobres a los pobres…
Creo en el Dios que está presente y activo en todo lugar
donde se busca y se realiza la justicia, la verdad y el amor verdadero. No creo,
en cambio, en dioses que favorecen y blanquean cualquier tipo de injusticias,
mentiras, desprecios y odios. No creo en el dios del dinero acumulado y del
poder opresor.
Creo en el Dios que siempre respeta la dignidad y la
libertad humana. Ofrece sus dones a todos, pero a nadie se los impone. Y ha
puesto responsablemente la marcha de la historia en nuestras manos. Pero no creo
en dioses que lo tienen todo fijamente previsto y predeterminado o que favorecen
a sus devotos con milagritos que evitan el compromiso responsable de construir
comunitariamente un mundo justo.
Creo en el Dios que ha creado un universo maravilloso,
capaz de desarrollarse autónoma y evolutivamente, según las propias leyes que él
mismo le dio al ponerlo en marcha. No creo en esos dioses que tienen que estar
dando permiso cada momento para que llueva o no llueva, para que alguien se
enferme o se cure, para que un terremoto destruya esta casa y salve a la
otra…
Creo en el Dios que es misterio, al que se va conociendo
poco a poco cada vez más de cerca, pero al que nunca podremos comprender del
todo durante esta vida. Creo en el Dios que es enteramente libre, al que jamás
se le puede encasillar ni encerrar en ideologías, guetos o santuarios. Nadie es
dueño de él, ni se deja manejar por nadie.
Creo en el Dios que históricamente se encarnó en Jesús,
a través de María, mostrando así su radical solidaridad con la raza humana. Se
hizo en todo semejante a nosotros, compartiendo nuestros dolores y nuestras
esperanzas. En Jesús nos dejó Dios una imagen viva de su amor solidario y
respetuoso para con todos, pero especialmente para con los despreciados y
empobrecidos.Creo en Jesús, que es Dios y es hombre, imagen visible del
Padre, nuestro único y auténtico Salvador, luz y fuerza de Dios. El es Señor del
Universo y hacia él corre la Historia.
Creo que Jesús no sólo perdona nuestros pecados, sino
que además nos posibilita crecer cada vez más en humanidad y conocer cada vez
más de cerca al Padre; nos convierte en hijos legítimos de Dios, constructores y
herederos de su Reino.Creo que Jesús está hoy presente en todo ser humano,
pero especialmente en los que sufren desprecio, marginación o cualquier tipo de
miseria. Cuanto más y mejor ayudamos a los hermanos a crecer en humanidad más
cerca estamos de Jesús y su Reino.
No creo en esas imágenes de un Jesús dulzón y afeminado,
lujosamente ataviado, al que se le puede comprar su ayuda con cualquier tipo de
práctica religiosa piadosa. No creo en el Jesús al que se le quite algo de
humano o algo de divino.
Conocer, amar y seguir al Jesús histórico, plenamente
Dios y hombre, triunfador de la muerte, presente activamente en la Historia, es
la cumbre de mis ideales.Creo en el Espíritu Santo como sabiduría y fuerza
transformadora del amor del Padre y del Hijo.
Creo en las Iglesias donde se vive el perdón y la
fraternidad que pide la fe en Jesús.
Creo en los sacramentos como signos visibles de la
presencia consoladora y fuerte de Jesús.
Creo en las inmensas posibilidades de desarrollo de todo
ser humano; creo en las capacidades de la inteligencia y el amor humanos; creo
en la potencialidad del pueblo consciente y organizado; creo en el proceso de
dignificación de la mujer; creo en la presencia de Dios en toda cultura humana,
en la belleza, en el arte, en la expansión del universo… Todo ello es imagen
creciente de Dios.
Creo en la amistad; amistades complementarias,
multiplicadoras, fieles, sacrificadas, profundas y sinceras. Creo que en la
amistad vive Dios… Creo en Dios amigo, siempre fiel, respetuoso y dispuesto a
dar una mano.
Creo en la lucha contra todo dolor humano y al mismo
tiempo creo que el dolor humaniza, sensibiliza ante el dolor ajeno y acerca a
Dios.
Creo en la fuerza del Resucitado, pero consciente de que
la resurrección es para los crucificados.
Creo que la muerte no es sino el paso a la plenitud de
la vida, en la que, como regalo de Dios, podremos desarrollar todas nuestras
potencialidades, conoceremos a Dios tal cual es y construiremos una perfectas
fraternidad.

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