sábado, 15 de octubre de 2011





SANTA TERESA DE JESÚS

SANTA TERESA DE JESÚS15 de octubre



SANTA TERESA DE JESÚS

(+ 1582)



¿Qué tiene esta mujer que, cuando nos vemos ante su obra, quedamos avasallados y rendidos? ¿Qué fuerza motriz, qué imán oculto se esconde en sus palabras, que roban los corazones? ¿Qué luz, qué sortilegio es éste, el de la historia de su vida, el del vuelo ascensional de su espíritu hacia las cumbres del amor divino? Con razon fundada pudo decir Herranz Estables que "a Santa Teresa no acaba de conocerla nadie, porque su grandeza excede de tal suerte nuestra capacidad que la desborda, y, como los centros excesivamente luminosos mirados de hito en hito, deslumbra y ciega".

Teresa de Cepeda nace en Avila, el 28 de marzo de 1515. En el admirable Libro de la Vida, escrito por ella misma, nos refiere cómo fueron sus primeros años en el seno de su hidalga familia. Sabemos, además, por testimonio de quienes la trataron, que Teresa de Cepeda era una joven agradable, bella, destinada a triunfar en los estrados del mundo, y, como ella confiesa, amiga de engalanarse y leer libros de caballería; y aún más, son sus palabras, "enemiguísima de ser monja" (Vida, II, 8). Pero el Señor, que la había creado para lumbrera de la cristiandad, no podía consentir que se adocenara con el roce de lo vulgar espíritu tan selecto, y así, la ayudó a forjarse a sí misma. Venciendo su natural repugnancia, Teresa se determinó, al fin, a tomar el hábito de carmelita en la Encarnación de Avila. "Cuando salí de casa de mi padre para ir al convento—nos dice ella—no creo será más el sentimiento cuando me muera" (Vida, IV, 1).

¡Qué emoción tiene, al llegar este punto, ese capítulo octavo del Libro de la Vida, en que ella relata los terminos por los que fue perdiendo las mercedes que el Señor le había hecho! Teresa de Jesús, ya monja, quería conciliar lo inconciliable, vida de regalo con vida de oración, afición de Dios y afición de criaturas, que, como más tarde diría San Juan de la Cruz, no pueden caber en una persona a la vez, porque son contrarios, y como contrarios se repelen.

Nuestro Señor, que vigilaba a esta alma, no había ya de tardar en rendirla por entero a su dominio. Y acaeciole a Teresa que, cierto día que entró en el oratorio, vió una imagen que habían traído a guardar allí. Era de Cristo, nos dice ella, muy llagado, un lastimoso y tierno Ecce Homo. Al verle Teresa se turbó en su ser, porque representaba muy a lo vivo todo lo que el Señor había padecido por nosotros. "Arrojéme cabe Él—nos cuenta—con grandísimo derramamiento de lágrimas" (Vida, IX, 1). ¿Cómo no había de ser así, si aquel corazón generoso, magnánimo de Teresa estaba destinado a encender en su fuego, a través de los siglos, a miles y miles de almas en el amor de Cristo?

Y ya, desde este trance, el espiritu de Teresa es un volcán en ebullición, desbordante de plenitud y de fuerza. Su alma, guiada por Jesucristo, entra a velas desplegadas por el cauce de la oración mental. ¿Qué es la oración para Teresa? ¿Será un alambicamiento de razones y conceptos, al estilo de los ingenios de aquel siglo? No; mucho más sencillo: "No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (Vida, VIII, 5 ). En ese "tratar de amistad" vendrán a resolverse todos los grados de oración que su alma y su pluma recorran, hasta las últimas "moradas", hasta el "convite perdurable" que San Juan de la Cruz pone en la cima del "Monte Carmelo". ¿Y quién no se siente con fuerzas para emprender el camino de la oración mental? Teresa esgrimirá el argumento definitivo para alentar a los irresolutos: "A los que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa, pues, por un poco de trabajo, da gusto para que con él se pasen los trabajos" (Vida, VIII, 8).

Esta es la oración de Santa Teresa, elevada, cordial, enderezada al amor, porque, son sus palabras, "el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho" (Fund., V, 2 ) . ¿Quién se imagina que el fruto de la oración son los gustos y consolaciones del espíritu? En otro lugar nos avisará Santa Teresa que "no está el amor de Dios en tener lágrimas..., sino en servir con juticia y fortaleza de ánima y humildad" (Vida, XI, 13).

Es el año 1562. Teresa de Jesús, monja de la Encarnación de Avila, siente dentro de si la primera sugestión del Señor que ha de impulsarla a la gran aventura de la reforma carmelitana. ¿Por qué no volver al fervor y rigor de la regla primitiva? Y, desde este punto, Teresa de Jesús pone a contribución todas sus fuerzas en la magna empresa. Ella ha comprendido muy bien el mandato del Señor y el sentido de aquellas palabras del salmista: "obra virilmente", y se lanza con denuedo a la lucha.

Una marea de contradicciones va a oponerre al tesón de su ánimo esforzarlo. No importa. Ella seguirá adelante, porque es el mismo Jesucristo quien le dirá en los mornentos críticos: "Ahora, Teresa, ten fuerte" (Fund.. XXXI, 26). No importa el parecer contrario de algunos letrados, la incomprensión de sus confesores, el aborrecimiento, incluso, de sus hermanas en religión, todo un mundo que se levanta para cerrarle el paso. No importa. Es Santa Teresa la que escribe para ejemplo de los siglos venideros esta sentencia bellísima: "Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran" (Conceptos, III, 7).

Espoleada por esta convicción, Teresa de Jesús vence todos los obstáculos y sale, por fin, de la Encarnación para fundar, en la misma Avila, el primer palomar de carmelitas descalzas. Se llamará "San José", pues de San José es ella rendida devota. ¿Sabéis cuál es el ajuar que de la Encarnación lleva a la nueva casa, y del que deja recibo firmado? Consiste en una esterilla de paja, un cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado.

"Andaban los tiempos recios" (Vida, XXXIII, 5), cuenta la fundadora. Las ofensas que de los luteranos recibía el Señor en el Santísimo Sacramento le impelían a levantar monasterios donde el Señor fuese servido con perfección. Y así, desprovista de recursos, "sin ninguna blanca" (Vida, XXXIII, 12: Fund., III, 2), como ella dice donosamente, fiada sólo en la Providencia y en el amor de Cristo que se le muestra en la oración, funda e irán surgiendo como llamaradas de fe que suben hasta el cielo los conventos de Medina del Campo. Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. "Para esto es la oración, hijas mías —apunta la madre Teresa a sus descalzas—: de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras" (Moradas, séptima, IV, 6). Paralelamente, su encuentro con San Juan de la Cruz, a quien gana para la reforma del Carmelo, señala un jalón trascendental en la historia de la espiritualidad. Estas dos almas gigantes se comprenden en seguida, las dos que, más tarde, habrán de ser los reyes de la teología mística, gloria de España.

Teresa de Jesús desarrolla una actividad enorme, asombrosa, tan asombrosa como lo variado de su personalidad. No hav más que asomarse a la fronda de su incomparable epistolario—-cuatrocientas treinta y siete cartas se conservan—para calibrar el talento y fortaleza excepcionales de esta mujer, que, en un milagro de diplomacia y de capacidad de trabajo, lleva sobre sus frágiles hombros el peso y la responsabilidad de un negocio tan vasto y dilatado como es el de la incipiente reforma del Carmelo.

Su diligencia se extiende a los detalles más nimios. A sí misma se llama "baratona y negociadora" (Epíst., I, p.52 ), porque llega hasta entender en contratos de compraventa y a discutir con oficiales y maestros de obras.

Por pura obediencia, sólo por pura obediencia, escribe libros capitales de oración, ella, que, de si misma, dice "cada día me espanta más el poco talento que tengo en todo" (Fund., XXIX, 24 ). Y, mientras escribe páginas inimitabies, confiesa—y no podemos por menos de leer estas palabras con honda emoción—: "me estorbo de hilar por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones" (Vida, X, 7). Sus obras quedan ya para siempre como monumentos de espiritualidad y bien decir. El castellano de Santa Teresa es unico. En opinión de Menéndez Pidal, "su lenguaje es todo amor; es un lenguaje emocional que se deleita en todo lo que contempla, sean las más altas cosas divinas, sean las más pequeñas humanas: su estilo no es más que el abrirse la flor de su alma con el calor amoroso y derramar su perfume femenino de encanto incomparable".

Santa Teresa de Jesús, remontada a la última morada de la unión con Dios, posee, además, un agudisimo sentido de la realidad, el ángulo de visión castellano, certero, que taladra la corteza de las cosas y personas, calando en su íntimo trasfondo. En relación con el ejercicio de la presencia de Dios, adoctrina a sus monjas de esta guisa: 'Entended que, si es en la cocina. entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior" (Fund., V. 8).

¡Ay la gracia y donaire de la madre Teresa! En cierta ocasión, escribiendo al jesuita padre Ordóñez acerca de la fundación de Medina, dice estas palabras textuales: "Tengo experiencia de lo que son muchas mujeres juntas: ¡Dios nos libre!" (Epíst., I, p. 109). Otra vez, en carta a ia priora de Sevilla, refiriéndose al padre Gracián, oráculo de la Santa y puntal de la descalcez: "Viene bueno y gordo, bendito sea Dios" (Epist., Il, 87). Y en otro lugar, quejándose de algún padre visitador, cargante en demasía, escribe a Gracián: "Crea que no sufre nuestra regla personas pesadas, que ella lo es harto" (Epist., I, 358). Con sobrado motivo el salero de la fundadora ha quedado entre el pueblo español como algo proverbial e irrepetible.

Teresa de Jesús ya ha consumado su tarea. El 4 de octubre de 1582, en Alba de Tormes, le viene la hora del tránsito. Su organismo virginal, de por vida asendereado por múltiples padecimientos, ya no rinde más. "¡Oh Señor mío y Esposo mío—le oyen suspirar sus monjas—, ya es llegada la hora deseada, tiempo es ya que nos veamos. Señor mío, ya es tiempo de caminar!..." Muere, como los héroes, en olor de muchedumbre, porque muchedumbre fueron en España los testigos de sus proezas y bizarrías, desde Felipe II y el duque de Alba hasta mozos de mulas, posaderos y trajinantes. Asimismo la trataron, asegurando su alma, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara, San Juan de Avila y teólogos eminentes como Báñez.

"Yo no conocí, ni vi, a la madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra—escribiría años después la egregia pluma de fray Luis de León—, más agora, que vive en el cielo, la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros..." Cuatro siglos más tarde, sin perder un ápice de su vigencia, muy bien podemos hacer nuestras las palabras del in signe agustino.

El cuerpo de Santa Teresa y su corazón transverberado se guardan celosamente en Alba. No hay más que decir para entender que, por derecho propio e inalienable, señala Alba de Tormes una de las cimas más altas y fragantes de la geografía espiritual de España.

PABLO BILBAO ARÍSTEGUI



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2.


SANTA TERESA DE JESÚS
15 de Octubre
Los fragmentos del Libro de la Vida, están en el lenguaje original




Nota (Los fragmentos del Libro de la Vida, están en el lenguaje original)

1. El nombre Teresa

En el Diccionario Etimológico (de nombres propio de Gutierre Tibón, FCE), se lee: Teresa, Latín, Therasia, Terapia, Teresia, y que viene del griego cosechadora o segadora, y también de cazar, entonces, que Teresa sea conocida también como la cosechadora, cultivadora de las virtudes y cazadora de almas, es algo muy particular de ella reflejada en su nombre.

En efecto, ella es una buena cazadora, pues nos atrapa, nos cautiva.

Es sin lugar a dudas, una de las grandes mujeres santas, su vida y su literatura, Exclamaciones del Alma, Camino de Perfección, Cartas, Libro de la Vida, Los Conceptos del Amor de Dios, Escritos Menores, Las Fundaciones, Las Relaciones, entre otros, su poemas, su dicho, su forma de orar, la hace estar entre las mujeres más grandes y admirables de la historia, y ser una de las tres doctoras de la Iglesia como otra gran Santa, Teresita del Niño Jesús y Santa Catalina de Siena.

2. Sus Padres

Sus padres fueron Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada, de ellos Santa Teresa escribió:

“Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.”

“Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.”

Cuando su madre murió Santa Teresa escribió: “Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí”

3. Sus Hermanos

Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.

Su Padre enviudo con tres hijos, Juan, Pedro y María, luego se caso y tuvo nueve hijos, Rodrigo, Teresa, Lorenzo, Pedro, Jerónimo, Antonio, Agustín y Juana.

4. Su ciudad

Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, distante a 115 km de Madrid, allí nació ella el 28 de marzo de 1515. Su padre escribió en su diario al nacer:” Hoy 28 de marzo de 1515, nació Teresa mi hija, a las cinco de la mañana. Su mamacita Beatriz esta cumpliendo en este día sus veinte años. Gobierna el país el rey Fernando el Católico. Regente es el Cardenal Cisneros. Es el según año del Pontificado del Papa León X.

5. Los deseos martirio y vivir como ermitaños siendo niña

Santa Teresa nos cuenta que con uno de sus hermanos, Rodrigo tres años mayor que ella, leían la vida de los santos, llamándole mucho la atención, lo que decía: “Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo” y así fue como concertó con su hermano ir a tierra de los moros, “,pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen”. Pero no le fue posible ir a esa tierras, entonces luego ella escribe: “De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa”

6. Las devociones siendo niña

Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho.

7. Cosa juveniles

Santa Teresa, nos relata un pasaje juvenil, y nos deja a los padres una buena enseñanza, el cuidado con las amistades, algo que ella se dio cuenta a tiempo y sus cualidades la hicieron pasar muy bien por esta etapa.

“Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí”

“Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque aquí está

mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor.”

“Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud.”

Los santos, no dejan de ser personas humanas, pero hay algo especial en ellos que los hace diferentes, estar iluminados por la buena luz.

En todo caso, a don Alonso, padre de Teresa, no le parecía bien la influencia de una amistad de la juventud, auque como dice ella misma, “pues nunca era inclinada a mucho mal, porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía”, sin embargo su padre la envío a vivir a un monasterio, así lo relata Teresa “Porque no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo. Teresa tenía ya 15 años.

8. Retrato de Teresa

Según el Libro Semblanza de Santa Teresa de Jesús, del Padre Jesús Marti Ballester, este es el retrato físico y psíquico de Teresa.

Sus contemporáneos nos han dejado su retrato. Teresa era de estatura mediana, más bien grande que pequeña. Medía 1,68. Gruesa más que flaca, y en todo bien proporcionada. De color blanco y encarnado, especialmente en las mejillas. Cabello negro, limpio, reluciente y blandamente crespo. Frente ancha y muy hermosa. Cejas un poco gruesas, de color rubio oscuro. Los ojos negros, vivos y redondos, al reír mostraban alegría, y cuando mostraban gravedad eran muy graves. La nariz, más pequeña que grande. La boca, ni grande ni pequeña. Los dientes, iguales y muy blancos. La garganta ancha, blanca y no muy alta, sino un poco metida. Manos y pies, lindos y proporcionados. Y tenía tres lunares en la cara. Daba gran contento mirarla y oírla, porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y ademanes. Tenía particular aire y gracia en el andar, en el hablar, en el mirar y en cualquier ademán que hiciese. Los vestidos, aunque fuesen viejos y remendados, todos le caían muy bien. No ignoraba Teresa las cualidades que tenía. Anciana ya, manifestaba a un padre carmelita: «Sepa, padre, que me loaban de tres cosas temporales, que eran de discreta, de santa y de hermosa, y yo creía que era discreta y hermosa, que era harta vanidad, mas que era buena y santa, siempre entendía que se engañaban». Su psicología está marcada por una gran sensibilidad, que se manifestaba en la expresión de su rostro; sus profundos sentimientos fácilmente le bañaban en lágrimas los ojos de pena, de ternura, de alegría o de compasión. Lloraba con mucha frecuencia, aunque con más parsimonia, en su madurez. Tenía una gracia natural que se llevaba a la gente de calle, y un deseo de agradar fuera de lo común. Juan Rof Carballo ha estudiado su grafismo y ha escrito: «Trazos llenos, vibrantes, contradictorios, muestran el juego activísimo de las fuerzas del inconsciente. Pero todo ello aparece, y esto es lo asombroso, como enmarcado o dominado con suavidad infinita dentro de un yo de extraordinario poder y riqueza»

9. Un cambio en Teresa

Estando en el internado, Teresa conoció a una monja que le fue buena compañía, ella escribió de esta amistad “Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgaba me de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por El.

Un año y medio estuvo en ese monasterio, donde ella poco a poco fue experimentando un cambio en su vida, así escribía “Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había de servir.”

10. Regreso a casa

Teresa enfermo gravemente y su padre la regreso a su casa, donde se repuso totalmente, en el período de convalecencia fue a visitar a una hermana quien la quería mucho, en el camino pasaron por la casa de un tío, viudo y hermano de su padre llamado Pedro, que luego fue monje, allí donde su tío paso un corto tiempo, el influyó de alguna forma con sus libros religiosos y su conversación espiritual, y especialmente como lo declara ella, la causo una gran impresión las cartas de san Jerónimo.

11. El deseo de ser Monja

Dice Teresa “en esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio”, esto es significa que al forma de pensar era que las penas del purgatorio ere menores que las que merecía fuera del convento.

Animada por las Epístolas de San Jerónimo, ella le comento a su padre la intención de ser monja, pero se opuso y le respondió, una vez que acabará su vida, esto es cuando muriese, en ese momento ella podía tomar esa decisión.

El 2 de noviembre de 1535, siendo de madrugada, ayudada por uno de sus hermanos, Teresa tomo la decisión de ir a visitar a una amiga religiosa a un convento de las carmelitas, ella estaba resuelta en su determinación, y así lo dijo “puesto que ya en esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él.” Con todo ella manifestaba su gran dolor y angustia por la separación de su familia, especialmente su padre.

Dijo Teresa que una vez tomado el hábito, luego le dio el Señor a entender cómo se favorece a los que se hacen fuerza para servirle y que a la hora después fue tan grande su felicidad, que por siempre estuvo feliz de haberlo llevado.

Su padre, luego de ingresar al convento le retiro la negativa.

12. La toma del hábito y la profesión religiosa

El 2 de noviembre de 1536, después de un año de postulación, le impusieron el hábito de religiosa, y el 3 de noviembre de 1537, hizo su profesión religiosa, esto es los tres votos de pobreza, castidad y obediencia.

13. Teresa cae gravemente enferma

El cambio de vida, entre su hogar y el monasterio, le provoco un problema de salud, que al no ser al principio bien tratado, le comenzó a provocar una enfermedad que se fue agravando, Teresa lo relata así: “La mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a crecer los desmayos y dióme un mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto a quien le veía, y otros muchos males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud”

Así fue como su padre la retiro del convento, a fin de buscar mejores médicos y al no encontrarlos, ella se quedo por nueve mese en casa de una hermana casada. Teresa estuvo enferma por casi tres años.

14. Lectura espiritual

En el camino a la casa de su hermana, paso nuevamente donde su tío Pedro, quien le regalo un libro titulado Tercer Abecedario, que trataba de enseñar oración de recogimiento espiritual, (escrito por Francisco Osuna), con el aprendió la oración mental y la contemplación, y lo tuvo por libro maestro, y guiada por aquella buena lectura, experimento un cambio espiritual. “Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración”, escribiría Teresa.

15. El peligro de los confesores mal preparados

Teresa nos comenta sobre el peligro de los confesores que no están bien preparados, y aconseja que para ser director espiritual, deben ser personas bien instruidas, es así como ella escribió: “Estaba una persona de la iglesia, que residía en aquel lugar adonde me fui a curar, de harto buena calidad y entendimiento. Tenía letras, aunque no muchas. Yo comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera”. Esto lo advierte para que las personas que buscan dirección le den debida importancia a la calidad del elegido para esta tarea.

16. Teresa ayuda a un sacerdote a corregir sus faltas

Nos narra Teresa que mientras ella se sanaba de su enfermedad, conoció a un sacerdote el cual fue su confesor, ella le tomo gran estimación, y le hizo su comentarios en su fervor de joven religiosa, de su gran alegría de hablar de Dios, es así como este sacerdote, viendo la gran calidad moral que le mostraba Teresa, le llego a contar que por durante siete años, llevaba una amistad pecaminosa y así con esa falta, el celebraba misa, a pesar de que no creía en hechicería, el se sentía así, por esa costumbre de las mujeres de mala fama de utilizar este argumento para atraer a los hombres. Cuando supo de esto Teresa, comenzó con mucho cariño a hablarle de Dios y a motivarlo a abandonar esta situación, lo que logro con éxito, porque finalmente el sacerdote lo hizo. Luego hasta su muerte, un año y medio después el con mucho arrepentimiento y con buenas obras, salvo su alma.

17. Teresa es dada por muerta y la confesión.

A fin de completar su tratamiento, Teresa se traslado donde un curandera, donde paso dos meses de gran sufrimiento y no se sanó, entonces su padre la regresó a Avila.

Un comentario de San Gregorio sobre el libro de Job, que ella repetía a menudo en el pensamiento de daba mucha fuerza, “Si aceptamos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no aceptar también de El los males?

En la fiesta de la Asunción pidió Teresa confesarse, su padre no le permitió hacerlo, y eso que era un buen católico, pero lo hizo por temor a que fuera como algo último en su vida, y en ese entonces le vino una parálisis y luego un estado de inconciencia, la creyeron en estado moribundo y le pusieron hasta cera en los ojos para que le quedaran abiertos, la amortajaron y comenzaron a preparar el velorio, pero su padre se resistió a aceptarlo, aún más cuando un hermano de ella la cuidaba haciendo turno, se durmió y una de la velas del velorio provoco un amago de incendio con tal humareda que Casio se asfixió, con todo después de cuatro días de delirio, despertó, pidiendo un confesor, a lo que su padre feliz accedió. Teresa, después de este suceso nunca dejo falta, aunque se venial, sin confesar.

18. San José, abogado de Teresa

Después de volver a su conciencia, Teresa estuvo 8 meses tullida, privada de todo movimiento, con paciencia admirables soporto grandes dolores hasta su 25 años, aceptado todo lo que le había venido, tuvo que aprender a caminar de nuevo, igual que de pequeña, “gateando”, pero en su soledad, recibió mucho amor de Dios, una gran fuerza, se confesaba y comulgaba con frecuencia, leía libros espirituales, y viendo que lo médicos no la sanaban, se encomendó a San José, así lo relata ella: “Tome por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, (padre adoptivo) le podía mandar-, así en el cielo hace cuanto le pide.” Teresa nos quiere decir que así como Jesús le fue obediente en la tierra durante años, que como padre adoptivo podía mandar, así ahora Jesucristo en el Cielo, le concede cuanto pide.

19. Un poco de relajación, no hace bien

Luego de recuperada Teresa, se relajo un poco, y dejo a un lado la oración mental y se dedico a la oración de la comunidad, ella culpaba un poco esta situación a que el monasterio no era de clausura y entraba y salía visitas continuamente, causando distracción, incluso con visitas de personas pecaminosas, pero pronto comprendió que ese no era el camino, es así como ella explica el mal que hace cuando en los convento no se practica la estricta observancia religiosa. Ella misma se dio cuenta mientras estaba en una conversación mundana que no le parecía dañosas a la vida espiritual, tuvo una visión con los ojos del alma, en la cual Jesús le hizo saber que esto a El le disgustaba.

20. Regreso a la oración contemplativa

El padre de Teresa expiro en la vigilia de la navidad de 1543, ella tenía 28 años, un sacerdote dominico, confesor de su padre, le hizo un gran bien espiritual, al darle el consejo que no abandonara la oración contemplativa, el comulgar con frecuencia, a partir de ese minuto no la abandono jamás.

Según su propia experiencia ella nos enseña acerca de la oración mental, que aunque al principio es imperfecta, nunca se debe dejar de hacer, ya que poco a poco se perfecciona, y agrega Teresa “Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo”

Esa es la infinita bondad de Dios, que le da mucha importancia al tiempo que a El le damos. Y que cuando nos ve arrepentido de nuestras faltas, olvida las ofensas que le hemos hecho.

21. El Señor despierta su alma y le da luz

Dice Teresa, que andaba su alma cansada, y auque ella lo quería, no cambiaba un modo de vida que no degustaba, entonces le sucedió, que entrando a un oratorio (Capilla), vio una imagen, que había traído allá a guardar, y que se había utilizado para una cierta fiesta del convento, era Cristo, con todas sus heridas, y se impresiono mucho, así lo relata: “Vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle” Entonces se arrodilló y suplico que Jesús la fortaleciera de una vez y nunca mas ofenderlo.

22. Todo es dado por Dios

Nos narra que con frecuencia le sucedía que presentía muy cerca la presencia del Señor, y de que ninguna manera podía dudar que estaba dentro de ella, pero esto no era una visión, mas bien un sentimiento de mística teológica.

Todo es dado de Dios no dice Tersa, y no le parece bien que seamos tan bajo e ingrato con Dios, por todo lo que hizo por nosotros, como la Pasión de Jesucristo, sus dolores, y su calvario, y por todo los que nos ama, sus obras y su grandeza para sus hijos.

El dedicarse a amar a Dios, en un gran honor, no existe otro que se le parezca, especialmente cuando se ama de verdad, y más por agradarle que por temor a los castigos, “El mejor tesoro que podríamos adquirir es amar a Dios”

23. Nuestra disposición física al orar

Teresa nos recomienda la disposición física que tenemos que tener para nuestros momentos de oración, esto es no hacerla cuando estamos cansados, pero si darse un descanso para orar, y nos recuerda que Jesús dijo: “Suave es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada, como dicen, sino llevarla con suavidad para su mayor aprovechamiento.”, esto es su yugo es suave, por eso no hay que atormentar al alma, y no llevarla como rastra hacia la perfección, sino suavemente.

24. Los grados de la oración

A pesar de algunas arideces en la oración, Teresa, nos dice que al recordar todo lo que sufrió por nosotros Jesucristo, puede llevarnos a un grado de compasión que le hace mucho bien a nuestra alma, y al pensar en gloria que esperamos y el amor que el Señor nos tuvo y su resurrección, no mueve a un gozo virtuoso, y muy provechoso. Estas son las cosas, que causan devoción y nos invitan a la oración.

El primer grado de oración, es hacer muchos actos o propósitos, de dedicarse a servir a Dios, y hacer mucho por Dios, y a despertar el amor, para ayudar a aumentar las virtudes conforme a un libro que se llama “Arte de servir a Dios”, que es muy bueno y apropiado para los que están en este grado, porque obra el entendimiento, dice Teresa: “Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad.”

Es bueno andar alegres y con libertad en este grado de oración, y no andar pensando que por eso se les ira el entusiasmo por la devoción, si hay que huir de las ocasiones donde se puede ofender a Dios, no hay que descuidarse y se debe se humilde en reconocer nuestra débil naturaleza, es necesario distraerse sanamente, recrearse, así estaremos mejor para la oración.

Dice Teresa “Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor.”

Para el segundo grado de oración Teresa nos explica con este ejemplo: “Pues ya queda dicho con el trabajo que se riega este vergel y cuán a fuerza de brazos sacando el agua del pozo, digamos ahora el segundo modo de sacar el agua que el Señor del huerto ordenó para que con artificio de con un torno y arcaduces sacase el hortelano más agua y a menos trabajo, y pudiese descansar sin estar continuo trabajando. Pues este modo, aplicado a la oración que llaman de quietud, es lo que yo ahora quiero tratar”

Esto es el primero es hacer las cosas fatigadamente, “a fuerza de brazos”, que son las dificultades del primer grado, el segundo con la ayuda de una maquina, (un torno), esto es sacamos más, y nos cansa menos, aunque dure mucho rato el orar.

Entonces en ese minuto, parece que el alma empezara a gozar ya de lo que será la alegría de la gloria eterna, y a perder el interés o la codicia por los bienes terrenales.

En el tercer grado de oración, dice Teresa “Vengamos ahora a hablar de la tercera agua con que se riega esta huerta, que es agua corriente de río o de fuente, que se riega muy a menos trabajo, aunque alguno da el encaminar el agua. Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi El es el hortelano y el que lo hace todo.”

En este grado, el alma solo quiere ocuparse de Dios, es como un sueño, da mucho gusto, es un suave deleite sin comparación, como el que da el agua en una garganta que estuvo seca, de un alma en gracia que aun no puede ir más adelante, pero tampoco puede volver atrás, o como un cirio o candela que le falta poco para finalizar, esto es morir de las cosas del mundo y estar gozando de Dios, Teresa dice con sus palabras: “Yo no sé otros términos cómo lo decir ni cómo lo declarar, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable ni si calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma.”

El cuarto grado de oración. Escribe Teresa: “El Señor me enseñe palabras cómo se pueda decir algo de la cuarta agua. Bien es menester su favor, aun más que para la pasada; porque en ella aún siente el alma no está muerta del todo, que así lo podemos decir, pues lo está al mundo; mas, como dije, tiene sentido para entender que está en él y sentir su soledad, y aprovéchase de lo exterior para dar a entender lo que siente, siquiera por señas. “

Teresa hace toda una declaración de la gran dignidad que adquiere el alma en este estado, es para que muchos pedan animarse, para entusiasmar a muchos a la oración, porque es un estado de divinidad que el Señor aprecia, por tanto nos exhorta a esforzarnos a llegar a esta grado, ya que se puede alcanzar en nuestra vida, no por merecerlo si no por la bondad de Dios.

Teresa nos escribe en libro de su vida “En toda la oración y modos de ella que queda dicho, alguna cosa trabaja el hortelano; aunque en estas postreras va el trabajo acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querría salir de él, y así no se siente por trabajo, sino por gloria. Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza. Entiéndese que se goza un bien, adonde juntos se encierran todos los bienes, mas no se comprende este bien. Ocúpanse todos los sentidos en este gozo, de manera que no queda ninguno desocupado para poder en otra cosa, exterior ni interiormente.”

25. El modo de llevar la oración y el consejero espiritual

En una momento sucedió que alguna mujeres se sentía muy iluminadas por Dios en su grado de oración, pero descubrió que estaba engañadas por el demonio, entonces temió de ella misma, al creer que por gran deleite y suavidad que sentía, algo de lo cual no podía excusarse, puesto que veía en ella una gran seguridad de que era Dios que la hacia sentir así cuando estaba en oración.

Para disipar los temores decidió consultar a una persona espiritual para consultarle sobre su modo de oración, a fin de la iluminara si estaba errada o no, consulto con un hombre ejemplar que la derivó a un clérigo, el que no le dio importancia al modo de orar de Teresa y además no la quiso confesar, aún mas, ambos luego de analizar el modo de oración de Teresa, le insinuaron que lo que le sucedía era cosa del demonio, pero al verla tan angustiada por esto, le consiguieron un guía espiritual Jesuita. Con todo, este jesuita luego le aclaró, que lo que estaba sintiendo venía de Dios y no del Diablo. Consolada y animada comenzó una vida nueva, contenta e iniciada en un nuevo modo de Ejercicios Espirituales, como lo hacían los Jesuitas.

26. La transverberación.

Se denomina así a la experiencia mística de ser traspasado en el corazón causando una gran herida.

Narración de Teresa: Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe (junto a) mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. (encendidos de amor). Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale (observo) en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento. Los días que duraba esto andaba como embobada. No quisiera ver ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mí era mayor gloria que cuantas hay en todo lo criado.

27. El encuentro con San Pedro Alcántara

En Avila, se oían murmuraciones en contra Teresa, incluso su confesor la trataba con dureza, le suspendió temporalmente de comulgar, le pidió suspender la meditación y la contemplación, por ese entonces estaba en un casa fuera del convento, donde a solas le sucedían éxtasis, esto es un estado en el que el alma alcanza una unión mística con Dios por medio de la contemplación y del amor, es un estado de la persona cautivada por visiones o sensaciones extremadamente bellas, agradables o placenteras.

Entonces se le ordenó regresar al convento, y esto la asustaba, por que allí no estaría sola ante estos éxtasis, por lo cual había pensado emigrar a otro convento, pero sucedió que llego por aquel lugar el ya famoso fraile Pedro de Alcántara, un religioso que por cuarenta años dormía una hora y media, que incluso cuando dormía lo hacia sentado, vestía con telas ordinarias, y caminaba descalzo, ayunaba día por medio, o más, nunca levantaba la vista, ni siquiera conocía la cara de otros frailes de su convento. Cuando se encontró con Teresa él tenía como sesenta años. El encuentro con él le dio gran tranquilidad, ya que le aseguró que siguiera tranquila, en la vida de oración, tal como lo estaba haciendo, y le confirmó que lo que le sucedía venía de Dios.

28. Visión de demonio

Relato de Teresa en el Libro la Vida: Estaba una vez en un oratorio, (capilla) y aparecióme hacia el lado izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra. Díjome espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo hacia aquella parte, y nunca más tornó.

29. La Reforma de la comunidad

Habiendo cierto día comulgado, sintió que el Señor le pidió que se esforzara por fundar un nuevo convento, algo que ya había planeado, asegurándole que recibiría su ayuda y que el proyecto saldría adelante, y que debería llamarse san José, y que además que guardarían sus puertas El y la Virgen, y que Cristo andaría siempre entre ellas.

Ella le rogó a su confesor su ayuda quien en no se opuso, pero tampoco se arriesgó, a aprobar la idea, siguiendo el orden, le consulto a Padre Provincial a través de una buena señora amiga, contándole que sería un monasterio de clausura.

Pero como esto se supo en el convento de la Encarnación, entre los celos, y burlas, oposiciones del clero y parte de la comunidad se rechazo la idea.

Entonces a través de una de sus hermanas y en secreto hizo comprar la propiedad, para hacer la construcción del nuevo convento. En una ocasión se encontró sin dinero para el pago de los jornaleros, (oficiales), entonces Teresa relata lo siguiente: “Me apareció San José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían, que los concertase. Y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que se espantaban los que lo oían, me proveyó.

Así fue como tiempo después, y con ausencia de Teresa, porque se le encomendó acompañar a una dama viuda en Toledo, se término la construcción en el momento que llega la autorización desde Roma para fundar el convento. Con todo, aún faltaba convencer al Señor Obispo, asunto del que se encargó el fray Pedro Alcántara, quien lo llego a convencer. Así en agosto de 1562 ingresaron al nuevo convento, colocando como guardianes las imágenes de la Virgen en la puerta principal y la de san José en la Capilla.
Sin embargo, a Teresa se le ordeno regresar al convento de la Encarnación, y después de largo juicios que llegaron a resolverse con participación de todos los personajes de importancia de la ciudad, entre clérigos y autoridades civiles. Estos duraron casi una año, antes de resolver finalmente favorable. Tenía ya 47 años cunado ingreso por fin al monasterio de San José. A partir de esa instancia Teresa se comenzó a llamar Teresa de Jesús.

30. Nuevos conventos

En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el convento de Avila y quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.

Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".

La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.

En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundo un convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".

Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto para faltar en humildad.

31. La reforma de los religiosos carmelitas

La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.

Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.

32. Nuevas fundaciones, dificultades y gracias extraordinarias

La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.

En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".

En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.

33. Nombrada superiora de La Encarnación

Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora.

Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es serviros . . . No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Avila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana.

34. Sevilla

En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.

Fuera de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.

35. La persecución lleva a la separación entre calzados y descalzos

Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos.

La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.

En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios".

36. Aguila y paloma

Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".

37. Ingenio y franqueza

El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.

Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición".

38. Selección de novicias

La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"

39. Últimos años

En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.

Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: "Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".

En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó donde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: "¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.

Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.

Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.

Su canonización tuvo lugar en 1622.

El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció el título de Doctora de la Iglesia.

En la actualidad, las carmelitas descalzas son aprox. 14.000 en 835 conventos en el mundo. Los carmelitas descalzos son 3.800 en 490 conventos.

Bibliografía
El Libro de la Vida
www.corazones.org
Caminando con Jesús




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3. Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia

(1515-1583) "Mujer de inteligencia peregrina y corazón sublime de cristiana, fue más divina cuanto más humana, y más humana cuanto más divina". Así cantó de ella Gabriel y Galán.

Nació Teresa de Cepeda y Ahumada el año de 1515, en el seno de una familia patricia de doce hijos, siendo educada muy cristianamente. A la edad de 12 años construyó una cabaña como la de los padres del desierto en el jardín de sus progenitores; y también deseó ponerse en camino, junto con su hermano Rodrigo, para ir con los moros a buscar las palmas del martirio, para ser decapitada por Cristo, pero su tío se lo impidió y la hizo volver a la casa paterna. Es internada. Muere su madre y atraviesa una temporada un tanto desviada de sus fervores anteriores. De adolescente fue soñadora y novelera, con gran afición a los libros de caballería, coqueta, y "enemiguísima de ser monja". A los veinte años ingresa, sin permiso de su padre, al Convento de la Encarnación. Viste el hábito carmelitano y hace sus Votos Religiosos en 1537.

Cae muy enferma y sale del convento, y después de sanar prosigue un penoso camino de arideces, tentaciones e incomprensiones que van edificando su alma.

Su vida está todavía muy lejos de dar ese "Sí" definitivo o de que sea la tercera conversión al Señor. Esta no llegará hasta la Cuaresma de 1554, cuando ella tenga ya 39 años. Hasta antes de esa edad Teresa vivirá en un ambiente religioso muy mediocre. Se entrega de lleno al Señor y... para siempre. Su vida tuvo un cambio profundo. Sintió un llamado especial de Dios a la santidad y respondió con DECISION y GENEROSIDAD.

Ella acostumbraba decir:

"Ntro. Señor quiere y ama a las almas animosas y humildes. En la vida espiritual hace falta emprender grandes cosas".

Su existencia fue desde entonces un milagro contínuo lleno de visiones, éxtasis, persecuciones demoníacas y apariciones de Ntro. Señor. Felizmente para liberarla de los teólogos que la asediaban y la inducían al error, Dios le envió al gran místico, Pedro de Alcántara. Este continuó guiándola

apareciéndosele después de muerto.

A partir de 1562 llevó a cabo grandes obras como fueron las fundaciones de numerosos centros de vida contemplativa y logró, tras difíciles oposiciones, la reforma del Carmelo, y sin embargo pudo gozar de la quietud que reclama la más alta contemplación, escalando siempre las más elevadas cumbres. En 1568 funda el primer convento de Padres reformados, yendo a la cabeza San Juan de la Cruz.

Herida de una pierna, se quejó un día con el Señor, diciéndole:

"Señor, después de tantos problemas, ¿hacía falta también éste? A lo que el Señor le contestó: "Teresa, yo así trato a mis amigos" y ella Concluyó

diciendo: "¡Ah, Dios mío! Ahora entiendo por qué tienes tan pocos amigos".

Escribe libros prodigiosos llenos de sabiduría y experiencia mística: su autobiografía, camino de perfección, las moradas, cartas , poesías, modo de visitar conventos, constituciones... libros que son un prodigio de gracia personal, simpatía y elevación. Teresa fue la admiración de propios y extraños. En éxtasis o entre pucheros, es la SANTA DE LA NATURALIDAD SOBRENATURAL, de una sencillez altísima que parece inasequible a los humanos sin la ayuda de Dios. Muere en Alba de Tormes, España en 1582. Es canonizada en 1622 y el 27 de septiembre de 1970 es declarada Doctora de la Iglesia por el Papa Paulo VI.

Algo sobre la meditación II - Ciudad Redonda

Conrado Bueno, cmf
Teresa, sencilla y doctora

Hemos abandonado la lectura continua para recalar en la lectura propia de Santa Teresa. Maliciosamente, he comprobado que otras mujeres, “Doctoras de la Iglesia”, tienen en su fiesta este mismo texto evangélico. Texto que, curiosamente, no aparece ni siquiera en la lista de evangelios para el “Común de doctores”. ¿Es que sólo las mujeres son las “sencillas”? ¿Por qué no decir de ellas, como de los doctores varones, que son “luz del mundo y sal de la tierra”? Esta observación parece dar la razón al que afirmó: “Fémina inquieta y andariega… enseñando, como maestra, contra lo que San Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen” (El nuncio Felipe Sega, 1577). Quede sólo en anécdota curiosa. Menos mal que en su estatua de la Basílica de San Pedro se lee esta inscripción: “Madre de espirituales”. Por eso, un hombre bueno e inteligente, en 1970, la declaró doctora de la Iglesia.

Esta observación nada quita a este texto evangélico tan bello. Podemos distinguir tres tiempos. Comienza en tono de oración al Padre, igual que en el momento sublime de la Última Cena. Jesús se arranca con una acción de gracias al Padre por la actitud de los sencillos de corazón, capaces de abrirse y comprender el don de Dios. Y Dios se revela a los humildes; nos descubre su misterio, su intimidad: El Padre ama y conoce al Hijo, y el Hijo conoce y ama al Padre. Y Jesús, el Hijo, nos descubre al Padre del cielo. Cómo resuena aquí el evangelio de San Juan: “El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas”. Desde esta intimidad queda clara la invitación de Jesús: “Venid a mí”. Pongamos rostro y voz a esta invitación del Señor: “Venid a mí”. No hacía falta, pero nos explica la razón: seguir a Jesús es exigente, pero no agobiante; su yugo es suave y su carga ligera. Qué lejos y diferente de los fariseos que echaban fardos pesados, llenos de preceptos inútiles, sobre las espaldas de la gente.

Que el Señor nos haga sencillos de corazón. Así, vacíos de nosotros mismos, nos llenará de la intimidad de su misterio divino. “Quien a Dios tiene nada le falta”, nos recuerda Teresa, la religiosa carmelita. Seguir a Jesús resulta grato, porque a las exigencias del Reino las dulcifica el amor. Y, si alguna vez nos despistamos, pronto sentiremos la voz suave del Maestro: “Venid a mí”.

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Algo sobre la meditación II - Ciudad RedondaAlgo sobre la meditación II
Nicolás de Ma. Caballero, cmf. - Miércoles 27 de Octubre del 2010
‘El poder espiritual de todo santo y sabio es sentido por sus contemporáneos de modo sumamente vívido y directo. Con el paso del tiempo lo que era una revelación se convierte tan solo en un dogma muerto. Y cuando la gente canoniza al santo y le construye templos, lo en­cierran en sus estrechas paredes, en las cuales su espíritu es sofocado y deja de ser una fuerza vivificante e inspira­dora. Los seguidores de sucesivas generaciones disputan acerca de todas y cada una de las palabras atribuidas al maestro. Compiten por «la autenticidad de los textos». Hacen de todo menos la única cosa importante enseñada por aquel gran ser, a saber: «Volverse semejantes a El’ (Mouni Sadhu).


Creo que ni siquiera representa un ideal el tratar de volverse semejantes a él. Sólo es una idea, una formulación, una de tantos enunciados solemnes, tal vez, pero que, cuando aplicamos a ellas nuestro oído y las golpeamos con los nudillos para medir su densidad, suenan a ‘hueco’. Y es que, en el fondo, muchas personas de hoy no tienen fe en los valores espirituales. Para ellas la mente humana lo es todo absolutamente. Y la mente es una perfecta taxidermista. Formas de esta momificación es que algunas [personas] se declaran escépticas, agnósticas, otras, y algunas se vanaglorían de materialistas puras. La verdad es velada por nuestra propia ignorancia [la idolatría de las palabras]. Frecuentemente no llevamos lo suficientemente lejos nuestra búsqueda de la verdad. Habiendo ejercitado nuestro intelecto hasta un cierto límite, creemos que no hay esperanza de posterio­res descubrimientos o investigaciones. Esta actitud … es, desde el punto de vista oriental, estéril e incapaz de conducimos a lugar alguno más allá de especulaciones y conjeturas sobre la verdad (M. Hafiz Syed).

Podemos reparar ese vacío ineficaz por una recomendación de poderosa eficacia: ‘Tú, en cambio [aquí pongo la fuerza] cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto (Mt 6,6).
En esta muerte de la ostentación ocurre una gran ‘des habilitación’ del cuerpo, de la mente que facilitan el descanso del alma. Ahí la meditación ocurre. En la penumbra de la propia habitación, con la puerta cerrada, en una calculada ausencia del corazón de lo que distrae y puesto en la paz de lo secreto, meditar, y más aún, orar, es reducir la persona a lo esencial…

Me encanta el título ‘La impalpable levedad del ser’ de Milán Kundera. Lo duro tiene que hacerse leve; el molde tiene que quebrarse como el vaso de alabastro. Y eso no puede ocurrir mientras uno trate de jugar un papel. ‘Jugar un papel’ siempre requiere espectadores o un espejo que nunca atraviesa el esclerotizado ni el narcisista. Sólo Alicia1 y los santos... Por eso creo que un buen comienzo es: ‘Cerrar la puerta; ocultarse a presencias impertinentes y dejar que de la ‘oscuridad’ emerja la presencia que restaura, en la que cada uno puede construirse y, sencillamente ‘ser’…, y fluir dentro del silencio.

Aun sin ser, infelizmente, una experiencia personal, pienso con quien lo experimentó que ‘un poco de locura puede ser el comienzo de la cordura’.

Ahora mismo pienso en la inteligente formulación de un buscador que ‘miró’ a su maestro, al que yo solamente puedo admirar a través de escritos. Reinventó el ámbito evangélico, a su modo, un día y en una circunstancia que cuenta:
‘Hay tanto silencio en mi habitación. El vigilante se ha retirado tras cumplir con su tarea: traerme agua para beber. También la muchacha sirviente ha desapare­cido, usando las pocas horas libres de antes de la comida para su propio solaz… Eché el cerrojo de mi puerta y, sentado en una postura apropiada para la meditación, me sumergí con todos mis pensamientos, preocupaciones y sentimientos en el silencio, el dominio del verdadero Ser. Qué impresión tan extraña: la desaparición gradual del mundo exterior basta para traer la felicidad. Incluso si esta etapa preliminar no fuera seguida por grados superiores, constituiría en sí misma una especie de Paraí­so. Pero es sólo el patio exterior’ (Mouni Sadhu2).

La mente no está de acuerdo con esto; está inquieta. ¡Tantas cosas que hacer! ¡Esto es perder el tiempo! ¡El mundo es una urgencia permanente y esto es, en el mejor de los casos, un lujo para gente desocupada a la que le sobran horas! Ignoran que el ‘tiempo’ se fabrica aquí, en este aparente ‘no tiempo’ o en esta aparente y engañosa ‘pérdida de tiempo’. En este punto menciono a un autor, con el que simpatizo: Emmanuel Mounier. Lo traduzco con alguna libertad: ‘Retirarse es parte de nuestra conversión íntima’.

He leído cosas ‘divertidas’ que dicen algunos filósofos-hacedores de palabras-, para reflejar nuestra ausencia fundamental, ya ‘clásica’, por su dimensión en años… ‘El hombre-dice Mounier- puede vivir como si fuera una cosa. Pero como él no es una cosa, y, por otra parte, la vida interior le parece una claudicación a la que no puede ceder, para evitar la sensación de fracaso, habla [los filósofos de turno lo hacen] de ‘distracción’, ‘estadio estético’, ‘vida auténtica’, ‘alienación’ como de títulos para rotular la vida y su propósito fundamental… ¿Y, qué?-digo yo. ‘Una sociedad de sonámbulos satisfechos’ fue, en su momento, uno de mis libros. Hoy, volvería a escribirlo; modestamente, tal vez a reescribirlo.
La vida personal-dice Emmanuel- comienza con la capacidad de romper el contacto con el medio, con la capacidad de corregirse, de recuperarse con vistas a recogerse en un centro y unificarse. Aparentemente es un repliegue-en el que algunos, equivocadamente o mal aconsejados, se pueden quedar-pero, cuando está bien conducido es un repliegue para ‘saltar’. Sobre esta experiencia vital del repliegue se ‘fundan los valores del silencio y del retiro’.

Este ejercicio de ‘repliegue y de meditación es la respuesta de la persona a su ‘infinito interior’. Es una contra-hipnosis, frente al hipnotismo que el mundo nos produce’ (Roy Masters). Meditar nos vuelve a casa. Vivimos de la ficción; se nos escapa la realidad. Y la hipnosis reina.
Me parece oportuno para finalizar una como anécdota de las que refieren los calendarios de hoja diaria. Al levantar una de ellas leo:
‘Un tren cruzaba a gran velocidad un valle rodeado de suaves colina. Era el momento de la puesta del sol; el espectáculo impresionante. Las nubes se teñían de variados colores. Las masas de pinos se recortaban contra el cielo; las colinas adquirían matices violáceos; bandadas de pájaros cruzaban el cielo. Dentro del tren proyectaban una película. Todos los pasajeros la contemplaban hechizados. Sólo uno, vuelto hacia el cristal de la ventana, permanecía absorto viendo el paisaje…’.
Sé que es una mala descripción, aunque una buena lección para quien aún tenga capacidad de aprender algo ‘de verdad’ sobre su verdad; a no ser que prefiera ver los paisajes de la pantalla y olvide mirar por la ventanilla…
1 Alusión al cuento de Lewis Carroll (1832-1898).
2 Discípulo del santo Ramana Maharshi (1879-1950). Sabio y santo indio, nacido en 1879 en Turukuli (en el distrito sur de Madurai) y muerto en 1950.

Orden de Predicadores

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rezandovoy

rezandovoyMeditación del día de Hablar con Dios
15 de octubre

SANTA TERESA DE JESÚS,
DOCTORA DE LA IGLESIA*

Memoria

— Necesidad de la oración. Su importancia capital en la vida cristiana.

— Trato con la Humanidad Santísima de Jesús.

— Dificultades en la oración.

I. Santa Teresa nos ha dejado constancia de cómo con la oración salen adelante los «imposibles», aquello que humanamente parecía insuperable, y que el Señor a veces nos pide.

Más de una vez a lo largo de su vida escuchó estas palabras del Señor: ¿Qué temes? Y aquella mujer mayor, enferma, cansada recibía ánimos para sus empresas y volvía a la brecha superando todos los obstáculos. Un día, después de la Comunión, cuando su cuerpo parecía resistirse a nuevas fundaciones, oyó en su interior a Jesús, que le decía: «¿Qué temes? ¿Cuándo te he faltado Yo? El mismo que he sido, soy ahora; no dejes de llevar a cabo esas dos fundaciones» se refería el Señor a Palencia y Burgos. La Madre Teresa exclamó: «¡Oh, gran Dios, cómo son diferentes vuestras palabras a las de los hombres!». Y «así -prosigue la Santa quedé determinada y animada que todo el mundo no bastara a ponerme contradicción»1. Años más tarde escribirá de la fundación hecha en Palencia, que se presentaba llena de dificultades: «En esta fundación nos va todo tan bien, que no sé en qué ha de parar»2. Y en otro lugar: «Cada día se entiende más cuán acertado fue hacer aquí esta fundación»3. Y lo mismo diría de la otra ciudad: «También en Burgos hay tantas que quieren entrar, que es lástima no haber dónde»4. Esto la llenaba de gozo y alegría, a pesar de lo mucho que le costó: «Porque ir yo a Burgos con tantas enfermedades (...), siendo tan frío, parecióme que no se sufriría»5. Nunca la dejó sola el Señor.

Es en la oración donde sacamos fuerzas para ir adelante, para llevar a cabo lo que el Señor nos pide. Y esto se cumple igualmente en la vida del sacerdote, de la madre de familia, de la religiosa, del estudiante... Por eso es grande el empeño del demonio en que dejemos nuestra oración diaria, o en que la hagamos de cualquier manera, mal, pues «sabe el traidor que tiene perdida al alma que persevere en la oración y que todas las caídas que pueda tener la ayudan después, por la bondad de Dios, a dar un salto mayor en su servicio al Señor: algo le va en ello»6. Las almas que han estado cerca de Dios siempre nos han hablado de la importancia capital de la oración en la vida cristiana. «No nos extrañe, pues -enseñaba el Santo Cura de Ars, que el demonio haga todo lo posible para movernos a dejar la oración o a practicarla mal»7.

La oración es el fundamento firme de la perseverancia, pues «el que no deja de andar e ir adelante -enseña la Santa, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración»8. Por eso hemos de prepararla con tanto esmero: sabiendo que estamos delante de Cristo vivo y glorioso, que nos ve y que nos oye como a aquellos que se le acercaban en los años en que permaneció en la tierra visiblemente. ¡Qué distinto es el día en el que, con quietud, con amor, hemos cuidado bien ese rato diario que dedicamos a hablar con el Señor, que nos escucha atentísimo! ¡Qué alegría poder estar ahora junto a Cristo! «Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” cuando lo estás perdiendo continuamente; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”...

»La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada»9.

Hagamos el propósito de no dejarla nunca, de dedicarle el mejor tiempo que nos sea posible, en el mejor lugar, delante del Sagrario cuando nuestros quehaceres lo permitan.

II. Nuestra oración se hará más fácil si, junto al decidido empeño de no consentir distracciones voluntarias en ella, procuramos tratar a la Humanidad Santísima de Jesús, fuente inagotable de amor, que facilita tanto el cumplimiento de la voluntad divina.

La propia Santa nos cuenta la importancia decisiva que tuvo en su vida un pequeño acontecimiento, que dejó una huella indeleble en su alma: «Entrando un día en el oratorio escribe, vi una imagen que habían traído allí a guardar (...). Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese de una vez para no ofenderle»10. No era sensiblería lo que la hacía llorar, sino amor a Cristo, que tanto nos ama y tanto padeció por nosotros en prueba de amor. ¡Y resulta tan natural buscar en una imagen, en un retrato, el rostro que se ama! Por eso, añadirá más adelante: «¡Desventurados de los que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si le amaran, holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento ver el de quien se quiere bien»11.

Nos ayudará en muchas ocasiones servirnos también de la imaginación para representarnos con imágenes claras a Jesús que nace en Belén, que anda en compañía de María y de José, que aprende a trabajar... las zozobras del Corazón de María en la huida a Egipto... su dolor en el Calvario. Otras veces nos acercaremos al grupo de los íntimos, a quienes Jesús les explica, a solas, una parábola; le acompañaremos en aquellas largas caminatas de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo...; entraremos con Él en casa de sus amigos de Betania y contemplaremos el cariño con que le reciben aquellos hermanos, y aprenderemos nosotros a tratarle mejor en el Sagrario. No podemos tener una figura desdibujada y lejana de Jesús. Él es el Amigo siempre cercano y atento.

En la oración mental vamos a encontrarnos con Cristo vivo, que nos espera. «Teresa reaccionó contra los libros que proponían la contemplación como un vago engolfarse en la divinidad (cfr. Vida, 22, 1) o como un “no pensar en nada” (cfr. Castillo interior, 4, 3, 6), viendo en ello un peligro de replegarse sobre uno mismo, de apartarse de Jesús, del cual nos “vienen todos los bienes” (cfr. Vida, 22, 4). De aquí su grito: “apartarse de Cristo... no lo puedo sufrir” (Vida, 22, 1). Este grito vale también en nuestros días contra algunas técnicas de oración que no se inspiran en el Evangelio y que prácticamente tienden a prescindir de Cristo, en favor de un vacío mental que dentro del cristianismo no tiene sentido»12.

Muchas dificultades desaparecen cuando nos ponemos en su presencia, cuidando muy bien la oración preparatoria que acostumbremos a hacer: Creo, Señor, firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, te adoro con profunda reverencia... Y si estamos en su presencia, como aquellos que le escuchaban en Nazareth o en Betania, ya estamos haciendo oración. Le miramos, nos mira...; le formulamos una petición..., hacemos nuestro lo que quizá estamos leyendo, deteniéndonos en un párrafo, o sacando un propósito para nuestra vida ordinaria: atender mejor a la familia, sonreír aunque estemos cansados o con dificultades, trabajar con más intensidad y presencia de Dios, hablar con un amigo para que se confiese... Nos ocurrirá como a Santa Teresa, y como a todos aquellos que han hecho oración verdadera: «Siempre salía consolada de la oración y con nuevas fuerzas»13, nos confiesa.

III. No nos desanimemos si, a pesar de todo, nos cuesta la oración, si tenemos distracciones, si nos parece que no obtenemos mucho fruto. El desaliento es en muchas ocasiones la mayor dificultad para perseverar en la oración. Santa Teresa también nos relata sus luchas y sus dificultades: «Muy muchas veces, algunos años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar y escuchar cuando daba el reloj, que no en otras cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración»14.

Si procuramos rechazar las distracciones y nos empeñamos en buscar más al Señor de los consuelos, que los consuelos de Dios, como han señalado tantos autores espirituales, nuestra oración terminará siempre llena de frutos. En muchas ocasiones será un gran bien incluso carecer de consuelos sensibles, para así buscar con más rectitud de intención a Jesús y unirnos más íntimamente a Él. A veces, esta aridez que se experimenta en la oración no es una prueba de Dios, sino el resultado de la falta de interés verdadero en hablar con Él, de no haber preparado el ánimo, de falta de generosidad en sujetar la imaginación... Hemos de saber rectificar con generosidad y con prontitud. «En todo caso, para quien se empeña seriamente vendrán tiempos en los que le parecerá vagar en un desierto y, a pesar de todos sus esfuerzos, no “sentir” nada de Dios. Debe saber que estas pruebas no se le ahorran a ninguno que tome en serio la oración. Pero no debe identificar inmediatamente esta experiencia, común a todos los cristianos que rezan, con la noche oscura de tipo místico. De todas maneras, en aquellos períodos debe esforzarse firmemente por mantener la oración que, aunque podrá darle la impresión de una cierta “artificiosidad”, se trata en realidad de algo completamente diverso: es precisamente entonces cuando la oración constituye una expresión de su fidelidad a Dios, en presencia del cual quiere permanecer incluso a pesar de no ser recompensado por ninguna consolación subjetiva»15.

Ahora, como en los tiempos revueltos de Santa Teresa, es «menester mucha oración», pues «su necesidad es grande»16. La necesita la Iglesia, la sociedad, las familias... y nuestra alma. La oración nos permitirá salir adelante en todas las dificultades y nos unirá a Jesús, que cada día nos espera en el trabajo, en nuestros deberes familiares..., pero de una manera particular en ese tiempo que le dedicamos solo a Él.

1 Santa Teresa, Fundaciones, 29, 6. — 2 ídem, Carta 348, 3. — 3 ídem, Carta 354, 4. — 4 ídem, Carta 145, 8. — 5 ídem, Fundaciones, 28, 11. — 6 ídem, Vida 19, 2. — 7 Santo Cura de Ars, Sermón sobre la oración. — 8 Santa Teresa, Vida, 19, 5. — 9 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 646. — 10 Santa Teresa, Vida, 9, 1. — 11 Ibídem, 9, 6. — 12 Juan Pablo II, Homilía en Ávila, 1-XI-1982. — 13 Santa Teresa, Vida, 29, 4. — 14 Ibídem, 8, 3. — 15 C. Para la Doctrina de la Fe, Carta Sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 15-X-1989, n. 30. — 16 Cfr. Santa Teresa, Carta 184, 6.

* Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. Ingresó en el Carmelo a los 18 años. A los cuarenta y cinco, respondiendo a las gracias extraordinarias que recibía del Señor, emprendió la reforma de la Orden, ayudada por San Juan de la Cruz. Sufrió con entereza muchas dificultades y contradicciones. Sus escritos son un modelo seguro para alcanzar a Dios. Murió en Alba de Tormes el 4 de abril de 1582, Pablo VI la declaró Doctora de la Iglesia el 17 de septiembre de 1970.

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sábado, 1 de octubre de 2011

PARROQUIA SAN JORDI Y SAN FRANCISCO

PARROQUIA SAN JORDI Y SAN FRANCISCO
Meditación del día de Hablar con Dios
Vigésimo séptimo Domingo
ciclo a

EN LA VIÑA DEL AMADO

— Parábola de la viña.

— Los frutos agrios.

— Los frutos que Dios espera.

I. La liturgia de la Misa, a través de una de las más bellas alegorías, nos habla del amor de Dios por su pueblo y de la falta de correspondencia de este. La Primera lectura1 recoge la llamada canción de la viña y describe a Israel como una plantación de Dios, llena de todos los cuidados posibles. Voy a cantar a mi amado el canto de la viña de sus amores. Tenía mi amado una viña en un fértil collado. La cavó, la descantó y la plantó de vides selectas. Edificó en medio de ella una torre, e hizo en ella un lagar, esperando que le daría uvas, pero le dio agrazones. Puesta en el mejor lugar, con los mejores cuidados, lo normal era que diera buenos frutos, pero la viña produjo uvas agrias. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá -continúa el Profeta-, juzgad entre mi viña y yo. ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo hiciera? ¿Cómo esperando que diera uvas, dio agrazones?

Palestina era un lugar rico en viñedos, y los profetas del Antiguo Testamento recurrieron con frecuencia a esta imagen, tan conocida por todos, para hablar del pueblo elegido. Israel es la viña de Dios, la obra del Señor, la alegría de su corazón2: Yo te había plantado de la cepa selecta3; Tu madre era como una vid plantada a orillas de las aguas4... El mismo Señor, como se lee en el Evangelio de la Misa5, refiriéndose al texto de Isaías, nos revela la paciencia de Dios, que manda uno tras otro en busca de frutos a sus mensajeros, los profetas del Antiguo Testamento, para terminar enviando a su Hijo amado, al mismo Jesús, al que matarían los viñadores: Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Es una referencia clara a la crucifixión, que tuvo lugar fuera de los muros de Jerusalén.

La viña es ciertamente Israel, que no correspondió a los cuidados divinos, y también lo somos la Iglesia y cada uno de nosotros: «Cristo es la verdadera vid, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos hacer (Jn 15, 1-5)»6.

Meditemos hoy junto al Señor si encuentra frutos abundantes en nuestra vida; abundantes, porque es mucho lo que se nos ha dado. Frutos de caridad, de trabajo bien hecho, de apostolado con amigos y familiares, jaculatorias, actos de amor a Dios y de desagravio a lo largo del día, contradicciones bien aceptadas, pequeños servicios a quienes comparten el mismo trabajo o el mismo hogar. Examinemos también si, a la vez, somos origen de esas uvas agrias que son los pecados, la tibieza, la mediocridad espiritual aceptada, las faltas de las que no hemos pedido perdón al Señor...

II. Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar... «La cercó de vallado, esto es –comenta San Ambrosio–, la defendió con la muralla de la protección divina, para que no sufriera fácilmente por las incursiones de las alimañas espirituales..., y cavó un lagar donde fluyera, espiritualmente, el fruto de la uva divina»7. Han sido muchos los cuidados divinos que hemos recibido. La cerca, el lagar y la torre significan que Dios no ha escatimado nada para cultivar y embellecer su viña. ¿Cómo esperando que diera uvas produjo agrazones?

El pecado es el fruto agrio de nuestras vidas. La experiencia de las propias flaquezas está patente en la historia de la humanidad y en la de cada hombre. «Nadie se ve enteramente libre de su debilidad, de su soledad y de su servidumbre, sino que todos tienen necesidad de Cristo, modelo, maestro, salvador y vivificador»8. Nuestros pecados están íntimamente relacionados con esa muerte del Hijo amado, de Jesús: Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron.

Para producir los frutos de vida que Dios espera todos los días de cada uno (frutos de la caridad, del apostolado, del trabajo bien hecho...), necesitamos, en primer lugar, pedir al Señor y fomentar un santo aborrecimiento a todas las faltas, incluso las veniales, que ofenden a Dios. Los descuidos en la caridad, los juicios negativos sobre los demás, las impaciencias, los agravios guardados, la dispersión de los sentidos internos y externos, el trabajo mal hecho..., «hacen mucho daño al alma. —Por eso, “capite nobis vulpes parvulas, quae demolluntur vineas”, dice el Señor en el “Cantar de los Cantares”: cazad las pequeñas raposas que destruyen la viña»9. Es necesario que una y otra vez nos empeñemos en rechazar todo aquello que no es grato al Señor. El alma que aborrece el pecado venial deliberado, poco a poco va ganando en delicadeza y en finura en el trato con el Maestro.

Las flaquezas han de ayudarnos a fomentar los actos de reparación y de desagravio, y la contrición sincera por esas faltas. Así como pedimos perdón por una ofensa a una persona querida y procuramos compensarla con algún acto bueno, mucho mayor debe ser nuestro deseo de reparación cuando el ofendido es Jesús, el Amigo de verdad. Entonces Él nos sonríe y devuelve la paz a nuestras almas. Convertimos así en frutos espléndidos lo que estaba perdido. «Pide al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y a tu Madre, que te hagan conocerte y llorar por ese montón de cosas sucias que han pasado por ti, dejando –¡ay!– tanto poso... —Y a la vez, sin querer apartarte de esa consideración, dile: dame, Jesús, un Amor como hoguera de purificación, donde mi pobre carne, mi pobre corazón, mi pobre alma, mi pobre cuerpo se consuman, limpiándose de todas las miserias terrenas... Y, ya vacío todo mi yo, llénalo de Ti: que no me apegue a nada de aquí abajo; que siempre me sostenga el Amor»10.

III. En la Segunda lectura11 leemos estas palabras de San Pablo a los cristianos de Filipos: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta.

Las realidades terrenas y las cosas nobles de este mundo son buenas y pueden llegar a tener un valor divino. Pues, como escribía San lreneo, «por el Verbo de Dios, todo está bajo la influencia de la obra redentora, y el Hijo de Dios ha sido crucificado por todos, y ha trazado el signo de la Cruz sobre todas las cosas»12. Son los asuntos que cada día tenemos entre manos (el trabajo, la familia, la amistad, las preocupaciones que la vida lleva consigo, las pequeñas alegrías diarias...) lo que hemos de convertir en frutos para Dios, pues «no se puede decir que haya realidades –buenas, nobles, y aun indiferentes– que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y la muerte»13. Todo lo humano noble puede ser santificado y ofrecido a Dios.

Cada jornada se nos presenta con incontables posibilidades de ofrecer frutos agradables al Señor: desde el vencimiento primero de la mañana –el minuto heroico– al levantarnos, hasta esa pequeña mortificación que supone el llevar con buen ánimo el excesivo tráfico o un ligero malestar que nos mantiene indispuestos. Son muchas, en este día irrepetible, las ocasiones de sonreír a los demás, de tener una palabra amable, de disculpar un error... En el trabajo, el Señor espera esos pequeños frutos que nacen cuando nos esforzamos en hacerlo bien: la puntualidad, el orden, la intensidad... Para producir estos frutos hemos de empeñarnos en mantener la presencia de Dios a lo largo del día, con jaculatorias, actos de amor..., una mirada a una imagen de la Virgen o al crucifijo..., acordándonos del Sagrario más cercano al lugar donde nos encontramos... El que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada... En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos Míos14.

Nuestra Madre Santa María nos enseñará a vivir cada día con la urgencia de dar muchos frutos a Dios, y a evitar decididamente que en nuestra vida se den frutos agrios.

1 Is 5, 1-7. — 2 Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988, 8. — 3 Jer 2, 21. — 4 Ez 19, 10. — 5 Mt 21, 33-43. — 6 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 6. — 7 San Ambrosio, Comentario al Evangelio de San Lucas, 20, 9. — 8 Conc. Vat. II, Decr. Ad gentes, 8. — 9 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 329. — 10 ídem, Forja, n. 41. — 11 Flp 4, 6-9. — 12 San Ireneo, Demostración de la predicación apostólica. — 13 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 112. — 14 Jn 15, 5-8.



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