domingo, 31 de mayo de 2009

«El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad plena»


Primera Lectura: Lectura del libro de los Hechos de los
Apóstoles (2,1-11):                                                                                                                                              
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos
reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento
recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas
lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se
llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras,
cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en
Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido,
acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en
su propio idioma.                                                                                                                                                                                               Enormemente sorprendidos, preguntaban: «¿No son galileos
todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar
en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros
vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en
Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos
forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y
cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia
lengua.» Palabra de Dios.



Salmo:

 Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y
34
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la
tierra.

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!

Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.
R.
Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;

envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
R.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.

Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R.
Segunda Lectura:
 Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):

Nadie puede decir: «Jesús es
Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones,
pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y
hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En
cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el
cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar
de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos
y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para
formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Palabra de Dios.

SECUENCIA
Ven, Espíritu
divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en
tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor
consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que
enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del
alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le
faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu
aliento.
Riega la tierra en sequia,
sana el corazón enfermo,
lava
las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu
indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,

según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al
esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo
eterno.


Evangelio:

 Lectura del santo evangelio según san Juan
(20,19-23):

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a
vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho
esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.»Palabra del Señor.
uigo, el Cartujo, (?-1188), prior de la Gran Cartuja 
Meditación 10

«Este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo
estoy»
  Es necesario seguir a Cristo, es necesario
adherirse a él, y no se le debe abandonar hasta la muerte. Tal como Eliseo dijo
a su maestro: ««Vive el Señor y vive tu alma, que no te dejaré.» (2R 2,2)...
¡Sigamos, pues, a Cristo, y unámonos a él! «¡Qué bueno es Dios para el justo!»
dice el salmista (72,2). «Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene» (Sl
62,9). Y san Pablo añade: «El que se une al Señor se hace un espíritu con él»
(1C 6,17). No solamente un cuerpo, sino un solo espíritu. Del espíritu de Cristo
vive todo su cuerpo; a través del cuerpo de Cristo, se llega al espíritu de
Cristo. Permanece, pues, por la fe en el cuerpo de Cristo y un día serás un solo
espíritu con él. Ya por la fe estás unido a su cuerpo; por la visión estarás
también unido a su espíritu. No es que allá arriba le veremos sin cuerpo, sino
que son nuestros cuerpos los que serán espirituales (1C 15,44).
    
«Padre, dice Cristo, que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea»: esta es la unión que
se realiza por la fe. Y más adelante pide: «Que nuestra unidad sea perfecta  fin
que el mundo lo sepa»: esta es la unión para la visión.
     Esta es la
manera de alimentarse espiritualmente del cuerpo de Cristo: tener en él una fe
pura, buscar siempre el contenido de esta fe por la meditación asidua,
encontrar, a través de la inteligencia, eso que buscamos, amar ardientemente el
objeto de nuestra búsqueda; en la medida de lo posible, imitar al que amamos; e
imitándolo, adherirnos a él constantemente para llegar a la unión eterna.
San Cirilo de Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia 
Comentario
al evangelio de Juan, 11, 11; PG 74, 558


San Bruno de Segni (hacia 1045-1123), obispo
Comentario del Éxodo, c. 15

Del Pentecostés judío al Pentecostés
cristiano
     El monte Sinaí es símbolo del monte Sión...
Fijaos hasta que punto las dos alianzas son el eco una de la otra, con que
armonía la fiesta de Pentecostés es celebrada por cada una de ellas... El Señor
bajó, tanto sobre el monte Sión como sobre el monte Sinaí, el mismo día y de
modo semejante...
   Lucas ha escrito: «De pronto vino un ruido del
cielo, como de un viento recio. Los apóstoles vieron aparecer una lenguas, como
llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (Hch 2,2-3)... Sí,
aquí y allí el ruido de un viento recio se dejó oír, un fuego se dejó ver. Pero
en el Sinaí era una nube espesa, sobre el monte Sión el esplendor de una luz muy
brillante. En el primer caso se trataba «de la sombra y la figura» (Hb 8,5), en
el segundo, de la verdadera realidad. En otros momentos se escuchaba el ruido
del trueno, ahora de pueden discernir las voces de los apóstoles. Por un lado,
el resplandor del rayo; por el otro estallan prodigios por todas
partes...
     «Todos salieron del campamento para ir al encuentro del
Señor, al pie de la montaña» (Ex 19,17). Se lee en los Hechos de los Apóstoles:
«Al oír el ruido, acudieron en masa»... De todo Jerusalén el pueblo se reunió al
pie del monte Sión, es decir en el lugar en que Sión, figura de la santa
Iglesia, empezaba a edificarse, a poner sus fundamentos...
     «Todo el
monte Sinaí  humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en el fuego,
dice el Éxodo (v. 18)... ¿Podían no quemar los que estaban ardiendo con el gran
fuego del Espíritu Santo? Tal como el humo señala la presencia del fuego, así
también por la seguridad de sus palabras, por la diversidad de lenguas, el fuego
del Espíritu Santo manifestaba su presencia en el corazón de los apóstoles.
¡Dichosos los corazones llenos de este fuego! ¡Dichosos los hombres que ardían
con su calor! «El monte temblaba violentamente. El sonar de la trompeta se hacía
cada vez más fuerte» (v.19)... De la misma manera la voz de los apóstoles y su
predicación se hacían cada vez más fuertes; cada vez más lejos se hicieron
escuchar sus palabras hasta que «su mensaje alcanza a toda la tierra y su voz
llega hasta los límites del orbe» (Sl 18,5).
Para que ellos sean uno como lo somos
nosotros»
     Cuando Cristo se hizo semejante a nosotros,
es decir, se hizo hombre, el Espíritu lo ungió y consagró, aún siendo Dios por
naturaleza... Él mismo santifica su propio cuerpo y todo lo que en la creación
es digno de ser santificado. El misterio ocurrido en Cristo es el principio y el
itinerario de nuestra participación por el Espíritu.
     Para unirnos
también a nosotros, para fundirnos en una unidad con Dios y entre nosotros,
aunque separados por la diferencia de nuestras individualidades, de nuestras
almas y de nuestros cuerpos, el Hijo único inventó y preparó un medio para estar
unidos, gracias a su sabiduría y según el consejo de su Padre. A través de un
solo cuerpo, su propio cuerpo, bendice a los que creen en él en una comunión
mística y hace de todos nosotros un solo cuerpo con él y entre
nosotros.
     ¿Quién podrá separar, quién podrá  privar de su unión
física a los que, a través de este cuerpo sagrado y sólo a través de él, estén
unidos en la unidad de Cristo? Si compartimos un mismo pan, formamos todos un
solo cuerpo (1C 10,17). Porque Cristo no puede ser partido. Por esto también a
la Iglesia se la llama cuerpo de Cristo y a nosotros sus miembros, según la
doctrina de san Pablo (Ef 5,30). Todos unidos a un solo Cristo a través de su
santo cuerpo, le recibimos, único e indivisible, en nuestros propios cuerpos.
Debemos considerar nuestros propios cuerpos como que ya no nos pertenecen.Liturgia siríaca 

Comentario: P.
Joaquim Petit i Llimona LC (Barcelona, España)


«Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por
aquellos que creerán en mí»



Hoy,
encontramos en el Evangelio un sólido fundamento para la confianza: «Padre
santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en
mí...» (Jn 17,20). Es el Corazón de Jesús que, en la intimidad con los
suyos, les abre los tesoros inagotables de su Amor. Quiere afianzar sus
corazones apesadumbrados por el aire de despedida que tienen las palabras y
gestos del Maestro durante la Última Cena. Es la oración indefectible de Jesús
que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán
después en esta oración a lo largo de su misión apostólica! En medio de todas
las dificultades y peligros que tuvieron que afrontar, esa oración les
acompañará y será la fuente en la que encontrarán la fuerza y arrojo para dar
testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.


La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús
por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por
éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí...». Esas palabras
atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron
pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes.


En el recuerdo fresco de la última visita de Juan Pablo II a
España, encontramos en las palabras del Papa el eco de esa oración de Jesús por
los suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón -dijo el
Pontífice ante más de un millón de personas-. El recuerdo de estos días se hará
oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la
esperanza cristiana que no defrauda». Y ya no tan cercano, otro papa hacía una
exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: «No hay ningún
enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le
ayude la oración de Cristo. Ya que si ésta fue de provecho para los que se
ensañaron con Él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a Él?» (San
León Magno).


Comentario: Rev. D. Joaquim Monrós i Guitart (Tarragona,
España)


«‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero’. Le dice
Jesús: ‘Apacienta mis ovejas’»



Hoy hemos
de agradecer a san Juan que nos deje constancia de la íntima conversación entre
Jesús y Pedro: «‘Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor,
tú sabes que te quiero’. Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos’» (Jn
21,15). —Desde los más pequeños, recién nacidos a la Vida de la Gracia... has de
tener cuidado, como si fueras Yo mismo... Cuando por segunda vez... «le dice
Jesús: ‘Apacienta mis ovejas’», Él le está diciendo a Simón Pedro: —A todos los
que me sigan, tú los has de presidir en mi Amor, debes procurar que tengan la
caridad ordenada. Así, todos conocerán por ti que me siguen a Mí; que mi
voluntad es que pases por delante siempre, administrando los méritos que —para
cada uno— Yo he ganado.


«Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez:
‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero’»
(Jn 21,17). Le hace rectificar su triple negación y, solamente
recordarla, le entristece. —Te amo totalmente, aunque te he negado..., ya sabes
cómo he llorado mi traición, ya sabes cómo he encontrado consuelo solamente
estando con tu Madre y con los hermanos.


Encontramos consuelo al recordar que el Señor estableció el
poder de borrar el pecado que separa, mucho o poco, de su Amor y del amor a los
hermanos. —Encuentro consuelo al admitir la verdad de mi alejamiento respecto de
Ti y al sentir de tus labios sacerdotales el «Yo te absuelvo» “a modo de
juicio”.


Encontramos consuelo en este poder de las llaves que
Jesucristo otorga a todos sus sacerdotes-ministros, para volver a abrir las
puertas de su amistad. —Señor, veo que un desamor se arregla con un acto de amor
inmenso. Todo ello, nos conduce a valorar la joya inmensa del sacramento del
perdón para confesar nuestros pecados, que realmente son “des-amor”.
San Juan Crisóstomo (hacia 345-407), presbítero en Antioquia, después obispo de
Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 88 sobre el evangelio de Juan;
PG 59, 477

«El buen pastor da la vida por sus ovejas» (Jn
10,11)
     Lo que por encima de todo nos atrae el
beneplácito de lo alto es la solicitud hacia nuestro prójimo. Por esto Cristo
exige a Pedro esta disposición: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Él
le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y Jesús le dice: Apacienta mis
ovejas». ¿Por qué Jesús, dejando de lado a los demás apóstoles, se dirige a
Pedro para su propósito? Es porque Pedro era el primero de entre los apóstoles,
su  portavoz, la cabeza del colegio, de tal manera que un día el mismo Pablo le
consultó antes que a los demás (Ga 1,18). Para enseñar a Pedro que debía tener
confianza y que sus negaciones habían sido olvidadas, Jesús le da ahora la
primacía entre sus hermanos. No menciona su negación y no le avergüenza del
pasado. «Si me amas, le dice, sé el primero entre tus hermanos; y da prueba
ahora del amor ferviente que con tanto gozo siempre me has manifestado. La vida
que tú dijiste estabas dispuesto a dar por mí, dala por mis
ovejas»...
 Pero Pedro se turba ante el pensamiento que podía, él
mismo, tener la impresión de no ser auténtico su amor y, realmente, no serlo. De
la misma manera, se dice, que estaba seguro y afirmativo de mí mismo en el
pasado, ahora estoy confuso. Jesús le pregunta tres veces, y tres veces le
ordena lo mismo. Es así como le enseña qué precio él mismo concede al cuidado de
sus ovejas puesto que hace de ello la prueba más grande de amor hacia él.
¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido» (Lc
15,6)
     En el día de la Ascensión, oh Cristo Rey
los
ángeles y los hombres te aclaman:
«Tú eres santo, Señor, porque has
descendido y has salvado a Adán,
al hombre hecho de polvo (Gn 2,7),
del
abismo de la muerte y del pecado,
y por tu santa Ascensión, oh Hijo de Dios,

los cielos y la tierra entran a gozar de la paz.
¡Gloria a aquél que has
enviado!»
La Iglesia ha visto a su Esposo en la gloria,
y ha olvidado los
sufrimientos soportados en el Gólgota.
En lugar del peso de la cruz que
llevaba
es una nube luminosa la que lo lleva.
Y él se levanta, vestido de
esplendor y majestad.
   Un gran prodigio tiene lugar hoy en el monte
de los Olivos:
¿Quién es capaz de decirlo?...
Nuestro maestro había
descendido buscando a Adán
y después de haber encontrado al que estaba
perdido,
lo trae sobre sus espaldas
y glorioso lo introduce en el cielo
con él (cf Lc 15, 4s).
Vino y nos mostró que era Dios;
se revistió de un
cuerpo y nos mostró que era hombre;
descendió a los infiernos y mostró que
había muerto;
subió y ha sido exaltado y nos ha mostrado cuán grande
es.
¡Bendita sea su exaltación!
  En el día de su nacimiento, María
se alegra,
en el día de su muerte, la tierra tiembla,
en el día de su
resurrección, el infierno se aflige,
en el día de su ascensión, el cielo
exulta.
¡Bendita sea su Ascensión!
«El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad
plena»
     «¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, lo íntimo de Dios lo conoce
sólo el Espíritu de Dios» (1 C 2,11). Apresúrate, pues, a participar del
Espíritu Santo: cuando se le invoca, ya está presente; es más, si no hubiera
estado presente no se le habría podido invocar. Cuando se le llama, viene, y
llega con la abundancia de las bendiciones divinas. Él es aquella impetuosa
corriente que alegra la ciudad de Dios (sl 45, 5). Si al venir te encuentra
humilde, sin inquietud, lleno de temor ante la palabra divina, se posará sobre
ti y te revelará lo que Dios esconde a los sabios y entendidos de este mundo (Mt
11,25). Y, poco a poco, se irán esclareciendo ante tus ojos todos aquellos
misterios que la Sabiduría reveló a sus discípulos cuando convivía con ellos en
el mundo, pero que ellos no pudieron comprender antes de la venida del Espíritu
de verdad, que debía llevarlos hasta la verdad plena...

     Así como
aquellos que quieren adorarle deben hacerlo en espíritu y verdad, del mismo modo
los que desean conocerlo deben buscar en el Espíritu Santo la inteligencia de la
fe... En medio de las tinieblas de las ignorancias de esta vida, el Espíritu
Santo es, para los pobres de Espíritu (Mt 5,3), luz que ilumina, caridad que
atrae, dulzura que seduce, amor que ama, camino que conduce a Dios, devoción que
se entrega, piedad intensa. El Espíritu Santo, al hacernos crecer en la fe,
revela a los creyentes la justicia de Dios, da gracia tras gracia (Jn 1,16) y,
por la fe que nace del mensaje, hace que los hombres alcancen la plena
iluminación
Guillermo de san Teodorico
El Espejo de la fe 

Comentario: Rev. D. Joan Pere Pulido i Gutiérrez (Molins
de Rei-Barcelona, España)


«Vuestra tristeza se convertirá en gozo»



Hoy
contemplamos de nuevo la Palabra de Dios con la ayuda del evangelista Juan. En
estos últimos días de Pascua sentimos una inquietud especial por hacer nuestra
esta Palabra y entenderla. La misma inquietud de los primeros discípulos, que se
expresa profundamente en las palabras de Jesús —«Dentro de poco ya no me veréis,
y dentro de otro poco me volveréis a ver» (Jn 16,16)— concentra la
tensión de nuestras inquietudes de fe, de búsqueda de Dios en nuestra vida
cotidiana.


Los cristianos del siglo XXI sentimos la misma urgencia que
los cristianos del primer siglo. Queremos ver a Jesús, necesitamos experimentar
su presencia en medio de nosotros, para reforzar nuestra fe, esperanza y
caridad. Por esto, nos provoca tristeza pensar que Él no esté entre nosotros,
que no podamos sentir y tocar su presencia, sentir y escuchar su palabra. Pero
esta tristeza se transforma en alegría profunda cuando experimentamos su
presencia segura entre nosotros.


Esta presencia, así nos lo recordadaba Juan Pablo II en su
última Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, se concreta
—específicamente— en la Eucaristía: «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta
verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra
en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con
alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del
Señor: ‘He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’
(Mt 28,20). (...) La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo,
“misterio de luz”. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir
de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les
abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24,31)».


Pidamos a Dios una fe profunda, una inquietud constante que
se sacie en la fuente eucarística, escuchando y entendiendo la Palabra de Dios;
comiendo y saciando nuestra hambre en el Cuerpo de Cristo. Que el Espíritu Santo
llene de luz nuestra búsqueda de Dios.

Comentario: Rev. D. Pere Oliva i March (Sant Feliu de
Torelló-Barcelona, España)


«Padre, ha llegado la hora»



Hoy, el
Evangelio de san Juan -que hace días estamos leyendo- comienza hablándonos de la
"hora": «Padre, ha llegado la hora» (Jn 17,1). El momento culminante, la
glorificación de todas las cosas, la donación máxima de Cristo que se entrega
por todos... "La hora" es todavía una realidad escondida a los hombres; se
revelará a medida que la trama de la vida de Jesús nos abre la perspectiva de la
cruz.


¿Ha llegado la hora? ¿La hora de qué? Pues ha llegado la
hora en que los hombres conocemos el nombre de Dios, o sea, su acción, la manera
de dirigirse a la Humanidad, la manera de hablarnos en el Hijo, en Cristo que
ama.


Los hombres y las mujeres de hoy, conociendo a Dios por
Jesús («las palabras que tú me diste se las he dado a ellos»: Jn 17,8),
llegamos a ser testigos de la vida, de la vida divina que se desarrolla en
nosotros por el sacramento bautismal. En Él vivimos, nos movemos y somos; en Él
encontramos palabras que alimentan y que nos hacen crecer; en Él descubrimos qué
quiere Dios de nosotros: la plenitud, la realización humana, una existencia que
no vive de vanagloria personal sino de una actitud existencial que se apoya en
Dios mismo y en su gloria. Como nos recuerda san Ireneo, «la gloria de Dios es
que el hombre viva». ¡Alabemos a Dios y su gloria para que la persona humana
llegue a su plenitud!


Estamos marcados por el Evangelio de Jesucristo; trabajamos
para la gloria de Dios, tarea que se traduce en un mayor servicio a la vida de
los hombres y mujeres de hoy. Esto quiere decir: trabajar por la verdadera
comunicación humana, la felicidad verdadera de la persona, fomentar el gozo de
los tristes, ejercer la compasión con los débiles... En definitiva: abiertos a
la Vida (en mayúscula).


Por el espíritu, Dios trabaja en el interior de cada ser
humano y habita en lo más profundo de la persona y no deja de estimular a todos
a vivir de los valores del Evangelio. La Buena Nueva es expresión de la
felicidad liberadora que Él quiere darnos.

Comentario: Rev. D. Fidel Catalan i Catalan
(Terrassa-Barcelona, España)


«Lo ha escrito y nosotros sabemos que su testimonio es
verdadero»



Hoy leemos
el final del Evangelio de san Juan. Se trata propiamente del final del apéndice
que la comunidad joánica añadió al texto original. En este caso es un fragmento
voluntariamente significativo. El Señor Resucitado se aparece a sus discípulos y
los renueva en su seguimiento, particularmente a Pedro. Acto seguido se sitúa el
texto que hoy proclamamos en la liturgia.


La figura del discípulo amado es central en este fragmento y
aun en todo el Evangelio de san Juan. Puede referirse a una persona concreta —el
discípulo Juan— o bien puede ser la figura tras la cual puede situarse todo
discípulo amado por el Maestro. Sea cual sea su significación, el texto ayuda a
dar un elemento de continuidad a la experiencia de los Apóstoles. El Señor
Resucitado asegura su presencia en aquellos que quieran ser seguidores.


«Si quiero que se quede hasta que yo venga» (Jn
21,22) puede indicar más esta continuidad que un elemento cronológico en el
espacio y el tiempo. El discípulo amado se convierte en testigo de todo ello en
la medida en que es consciente de que el Señor permanece con él en toda ocasión.
Ésta es la razón por la que puede escribir y su palabra es verdadera, porque
glosa con su pluma la experiencia continuada de aquellos que viven su misión en
medio del mundo, experimentando la presencia de Jesucristo. Cada uno de nosotros
puede ser el discípulo amado en la medida en que nos dejemos guiar por el
Espíritu Santo, que nos ayuda a descubrir esta presencia.


Este texto nos prepara ya para celebrar mañana domingo la
Solemnidad de Pentecostés, el Don del Espíritu: «Y el Paráclito vino del cielo:
el custodio y santificador de la Iglesia, el administrador de las almas, el
piloto de quienes naufragan, el faro de los errantes, el árbitro de quienes
luchan y quien corona a los vencedores» (San Cirilo de Jerusalén)

Lunes de la novena semana del tiempo ordinario - (1 - Junio - 2009)  Marcos 12,1-12: : Lo
cogieron, lo mataron y arrojaron su cuerpo fuera de
la viña  Descarga MP3 Jesús comenzó a hablarles por medio de parábolas. Les dijo: "Un
hom­bre plantó una viña, le puso una cerca, construyó un lagar y levantó una
to­rre para vigilarlo todo. Luego la arrendó a unos labradores y se fue de
via­je. A su debido tiempo mandó un criado a pedir a los labradores la parte de
cosecha que le correspondía. Pero ellos le echaron mano, le golpearon y lo
enviaron con las manos vacías. Entonces el dueño mandó otro criado, pe­ro a este
lo hirieron en la cabeza y lo insultaron. Mandó otro, y a este lo ma­taron.
Después mandó otros muchos, pero a unos los golpearon y a otros los mataron.
Todavía le quedaba uno: su propio hijo, a quien quería mucho. A él lo mandó el
último, pensando: ’Sin duda, respetarán a mi hijo.’ Pero los labradores se
dijeron unos a otros: ’Este es el heredero; matémoslo y la viña será nuestra.’
Así que lo cogieron, lo mataron y arrojaron su cuerpo fuera de la viña. ¿Qué
hará el dueño de la viña? Pues irá, matará a aquellos labradores y dará la viña
a otros. ¿No habéis leído lo que dicen las Escritu­ras?: La piedra que
despreciaron los constructores es ahora la piedra prin­cipal. Esto lo ha hecho
el Señor y nosotros estamos maravillados."’ Qui­sieron entonces apresar a Jesús,
porque sabían que la parábola iba contra ellos. Pero como tenían miedo de la
gente, le dejaron y se fueron.

Solemnidad de Pentecostés (31 - Mayo - 2009) Jn 20,19-23 : Como el
Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros Descarga MP3

Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los
discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas por miedo a los
judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó
diciendo: “¡Paz a vosotros!” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y
ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo: “¡Paz a vosotros!
Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros.” Dicho esto, sopló
sobre ellos y añadió: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán
sin perdonar.

Sábado de la séptima semana de Pascua (30 - Mayo - 2009) Jn 21,20-25 : Éste es el
mismo discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito Descarga MP3 Cuando Pedro le vio, preguntó a Jesús: “Señor, ¿y qué hay de
éste?” Jesús le contestó: “Si yo quiero que permanezca hasta mi regreso, ¿qué te
importa a ti? Tú sígueme.” Por esto corrió entre los hermanos el rumor de que
aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho que no moriría, sino: “Si
yo quiero que permanezca hasta mi regreso, ¿qué te importa a ti?” Éste es el
mismo discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito. Y sabemos que
dice la verdad. Jesús hizo otras muchas cosas. Tantas que, si se escribieran una
por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse.  

Viernes de la séptima semana de Pascua (29 - Mayo - 2009)  Jn 21,15-19 : Apacienta
mis ovejas
 Descarga MP3  Cuando ya habían comido, Jesús preguntó a Simón Pedro: “Simón,
hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes
que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos.” Volvió a preguntarle: “
Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te
quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.” Por tercera vez le preguntó:
“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro, entristecido porque Jesús le
preguntaba por tercera vez si le quería, le contestó: “Señor, tú lo sabes todo:
tú sabes que te quiero.” Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que
cuando eras más joven te vestías para ir a donde querías; pero cuando seas
viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras
ir.” Al decir esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro había de
morir, y cómo iba a glorificar a Dios con su muerte. Después le dijo:
“¡Sígueme!

Jueves de la séptima semana de Pascua (28 - Mayo - 2009) Jn 17,20-26 : Que
lleguen a ser perfectamente uno  Descarga MP3

En aquel tiempo dijo Jesús: “No te ruego solamente por éstos, sino
también por los que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos. Te pido que
todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también
ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado
la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola, cosa como tú y yo somos
una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno
y así el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí. Padre,
tú me los confiaste, y quiero que estén conmigo donde yo voy a estar, para que
vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la
creación del mundo. Padre justo, los que son del mundo no te conocen; pero yo te
conozco, y estos también saben que tú me enviaste. Les he dado a conocer quién
eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos, y yo
mismo esté en ellos.”                                                                                           Miercoles de la séptima semana de Pascua (27 - Mayo - 2009)  Jn 17,11b-19 : Padre
santo, guárdalos en tu nombre  Descarga MP3

En aquel tiempo dijo Jesús: “Padre santo, cuídalos con el poder de
tu nombre, el nombre que me has dado, para que estén completamente unidos, como
tú y yo. Cuando estaba con ellos en este mundo, los cuidaba y los protegía con
el poder de tu nombre, el nombre que me has dado. Y ninguno de ellos se perdió,
sino aquel que ya estaba perdido, para que se cumpliera lo que dice la
Escritura. Ahora voy a ti; pero digo estas cosas mientras estoy en el mundo,
para que ellos se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo. Yo les he
comunicado tu palabra; pero el mundo los odia porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los
protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, tampoco ellos son del mundo.
Conságralos a ti por medio de la verdad: tu palabra es la verdad. Como me
enviaste a mí al mundo, así yo los envío. Y por causa de ellos me consagro a mí
mismo, para que también ellos sean consagrados por medio de la verdad.

Martes de la séptima semana de Pascua (26 - Mayo - 2009)



Jn 17,1-11a : Padre, la
hora ha llegado. Glorifica a tu Hijo Descarga MP3


Habiendo dicho estas cosas, Jesús miró al cielo y dijo: “Padre, la
hora ha llegado. Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a
ti. Pues tú has dado a tu Hijo autoridad sobre todos los hombres, para que dé
vida eterna a los que le confiaste. Y la vida eterna consiste en que te conozcan
a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste. Yo te he
glorificado aquí en el mundo, pues he terminado lo que me encargaste que
hiciera. Ahora pues, Padre, dame en tu presencia la misma gloria que yo tenía
contigo desde antes que existiera el mundo. A los que del mundo escogiste para
confiármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los confiaste y
han hecho caso a tu palabra. Ahora saben que todo lo que me confiaste viene de
ti, pues les he dado el mensaje que me diste y lo han aceptado. Han comprendido
que en verdad he venido de ti, y han creído que tú me enviaste. Te ruego por
ellos. No ruego por los que son del mundo, sino por los que me confiaste, porque
son tuyos. Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío; y mi gloria se hace visible en
ellos. Yo no voy a seguir en el mundo, pero ellos sí van a seguir en el mundo,
mientras que yo voy para estar contigo.”

Lunes de la séptima semana de Pascua (25 - Mayo - 2009) Jn 16,29-33 : Tened
valor, yo he vencido al mundo Descarga MP3

Entonces dijeron sus discípulos: “Ahora estás hablando con
claridad, sin usar comparaciones. Ahora vemos que sabes todas las cosas y que no
es necesario que nadie te haga preguntas. Por esto creemos que has venido de
Dios.” Jesús les contestó: “¿Así que ahora creéis? Pues llega la hora, y ya es
ahora mismo, cuando os dispersaréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo.
Aunque no estoy solo, puesto que el Padre está conmigo. Os digo todo esto para
que encontréis paz en vuestra unión conmigo. En el mundo habréis de sufrir, pero
tened valor, yo he vencido al mundo.”
Solemnidad de la Ascensión - Ciclo B (24 - Mayo - 2009) Descarga MP3 Marcos 16,15-20


Jesús les dijo: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena
noticia. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea será
condenado. Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán
demonios; hablarán nuevas lenguas; cogerán serpientes con las manos; si beben
algún veneno, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y los
sanarán.” Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a
la derecha de Dios. Los discípulos salieron por todas partes a anunciar el
mensaje, y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo con
señales milagrosas.

Sábado de sexta semana de Pascua (23 - Mayo - 2009) Descarga MP3 Juan 16,23b-28                                                                                                                                         En aquel tiempo dijo Jesús: “Os aseguro que el Padre os dará todo
lo que le pidáis en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre:
pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he dicho estas
cosas por medio de comparaciones, pero viene la hora en que ya no usaré de
comparaciones, sino que os hablaré claramente acerca del Padre. Aquel día le
pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré por vosotros al Padre, porque
el Padre mismo os ama. Os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que
he venido de Dios. Salí del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo
para volver al Padre.

Viernes de la sexta semana de Pascua (22 - Mayo - 2009)



Jn 16,20-23a : Una
alegría que nadie os podrá quitarDescarga MP3


En aquel tiempo dijo Jesús: “Os aseguro que vosotros lloraréis y
estaréis tristes, mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo,
aunque estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en alegría. Cuando una
mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero cuando ya
ha nacido la criatura, la madre se olvida del dolor a causa de la alegría de que
un niño haya venido al mundo. Así también, vosotros os angustiáis ahora, pero yo
volveré a veros y entonces vuestro corazón se llenará de alegría, de una alegría
que nadie os podrá quitar. Aquel día ya no me preguntaréis nada.”

Mateo 5,13-16 Descarga
MP3
Mateo 5,13-16:"Vosotros sois la sal de este mundo. Pero si la sal deja de ser
salada, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la
ca­lle y la gente la pisotea. "Vosotros sois la luz de este mundo. Una ciudad
situada en lo alto de un monte no puede ocultarse; y una lámpara no se enciende
para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a
todos los que están en la casa. Del mismo modo, procu­rad que vuestra luz brille
delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro
Padre que está en el cielo.                                                                                                                                                                                                                                
Marcos 12,1-12Descarga
MP3
Marcos 12,1-12: Jesús comenzó a hablarles por medio de parábolas. Les dijo: "Un
hom­bre plantó una viña, le puso una cerca, construyó un lagar y levantó una
to­rre para vigilarlo todo. Luego la arrendó a unos labradores y se fue de
via­je. A su debido tiempo mandó un criado a pedir a los labradores la parte de
cosecha que le correspondía. Pero ellos le echaron mano, le golpearon y lo
enviaron con las manos vacías. Entonces el dueño mandó otro criado, pe­ro a este
lo hirieron en la cabeza y lo insultaron. Mandó otro, y a este lo ma­taron.
Después mandó otros muchos, pero a unos los golpearon y a otros los mataron.
Todavía le quedaba uno: su propio hijo, a quien quería mucho. A él lo mandó el
último, pensando: ’Sin duda, respetarán a mi hijo.’ Pero los labradores se
dijeron unos a otros: ’Este es el heredero; matémoslo y la viña será nuestra.’
Así que lo cogieron, lo mataron y arrojaron su cuerpo fuera de la viña. ¿Qué
hará el dueño de la viña? Pues irá, matará a aquellos labradores y dará la viña
a otros. ¿No habéis leído lo que dicen las Escritu­ras?: La piedra que
despreciaron los constructores es ahora la piedra prin­cipal. Esto lo ha hecho
el Señor y nosotros estamos maravillados."’ Qui­sieron entonces apresar a Jesús,
porque sabían que la parábola iba contra ellos. Pero como tenían miedo de la
gente, le dejaron y se fueron.

 Aristóteles  Sobre la amistad  Descarga
MP3


Así pues los que aman por la utilidad buscan lo que les conviene.
Los que aman por el placer [buscan] lo que les es agradable. No aman al amigo
porque es él, sino en la medida en que les es útil o agradable. Estas amistades
nacen accidentalmente; no aman a su amigo por lo que es, sino porque es capaz de
procurarles alguna ventaja o algún placer. Estas amistades son muy frágiles,
porque los amigos no siempre permanecen iguales; cuando ya no son útiles ni
agradables, dejan de amarse. [...]


La amistad
perfecta es la de los hombres buenos y la de los que se unen por la virtud. En
efecto, éstos se desean mutuamente un bien semejante en la medida en que son
buenos, y son buenos en sí mismos. Pero la cima de la amistad es querer el bien
de los amigos por sí mismos, porque esta disposición es esencial, no accidental.
Una amistad de esta clase se mantiene en tanto que los amigos son buenos, y la
virtud es estable. Además, cada uno de los amigos es bueno a la vez de una
manera absoluta y en relación con su amigo, porque los buenos lo son
absolutamente hablando, y además útiles para sus amigos. Lo mismo sucede con el
placer: los buenos son agradables de un modo absoluto y agradables los unos a
los otros. Como cada uno halla su placer en los actos que le convienen, o actos
semejantes, los buenos [realizan actos] idénticos o semejantes.


Por consiguiente, esta amistad es duradera. Contiene en sí misma
todas las condiciones de la amistad, ya que toda amistad se funda sobre el bien
o sobre el placer, ya absolutamente, ya con relación al amigo y según una cierta
semejanza. Todas estas condiciones existen en la amistad tal como la acabamos de
describir, y se deben a la naturaleza misma de los amigos, semejantes en este
punto como en los otros, porque lo que es bueno absolutamente es también
agradable absolutamente. Esto es pues lo más amable, y la amistad entre tales
amigos es la más elevada y la mejor. Es natural que estas amistades sean raras,
porque los hombres así son poco numerosos. Además es necesario [consagrarle]
tiempo y tener una vida en común: según el proverbio, no es posible conocerse
los unos a los otros antes de haber consumido en común muchas medidas de sal.
Por consiguiente, no hay que aceptar a uno [como amigo] ni unirse a él antes de
haber comprobado por ambas partes que es digno de confianza y de amistad. Los
que precipitadamente se dan muestras de amistad, quieren ser amigos, pero no lo
son realmente, a menos que sean también amables y que lo sepan. El deseo de
amistad nace en seguida, pero no ocurre lo mismo con la amistad. Esta, para ser
perfecta, necesita tiempo y otras condiciones, nace de todo esto y de las
cualidades semejantes que deben poseer los amigos.





Ética a Nicómaco, Vlll, 2 y 3. (R. Verneaux, Textos de los grandes
filósofos: edad antigua, Herder, Barcelona 1982, 5ª. ed., p.90-92).                                         Dietrich BONHOEFFERDescarga
MP3 
La union con Jesucristo                                                                                                                                                         Probablemente no
exista ningún cristiano a quien Dios no conceda, al menos una vez en la vida, la
gracia de experimentar la felicidad que proporciona una verdadera comunidad
cristiana. Sin embargo, tal experiencia constituye un acontecimiento excepcional
añadido gratuitamente al pan diario de la vida cristiana en común. No tenemos
derecho a exigir tales experiencias, ni convivimos con otros cristianos gracias
a ellas. Más que la experiencia de la fraternidad cristiana, lo que mantiene
unidos es la fe firme y segura que tenemos en esa fraternidad. El hecho de que
Dios haya actuado y siga quenendo obrar en todos nosotros es to que aceptamos
por la fe como su mayor regalo; to que nos llena de alegría y gozo; to que nos
permite poder renunciar a todas las experiencias a las que él quiere que
renunciemos.


“¡Qué dulce y agradable es para los hermanos vivir juntos y en
armonía!”. Así celebra la sagrada Escritura la gracia de poder vivir unidos bajo
la autoridad de la palabra. Interpretando más exactamente la expresión « en
armoma», podemos decir ahora: es dulce para los hermanos vivir juntos por
Cristo, porque únicamente Jesucristo es el vínculo que nos une. «Él es nuestra
paz». Sólo por él tenemos acceso los unos a los otros y nos regocijamos unidos
en el gozo de la comunidad reencontrada.


Dietrich BONHOEFFER Vida en
comunidad,
Salamanca, Sígueme 1982, 9.27.


sábado, 30 de mayo de 2009

Pentecostés

El Imparable Espíritu de Dios                                                                                                                                                                                                                                   Estamos celebrando la tercera gran fiesta del año litúrgico. La
tercera Pascua, el tercer momento en que Dios pasa cerca de su pueblo y recrea
la vida. La tercera y definitiva. De la encarnación (primera pascua) a la
resurrección de Jesús (segunda pascua) hay un camino que llega a su plenitud en
Pentecostés (tercera pascua). 

     
Pentecostés es el viento y el fuego del Espíritu que quema y destruye, que
calienta y transforma, que abre las ventanas y envía a los discípulos al mundo,
a predicar la buena nueva de que Dios no está contra nosotros sino a favor
nuestro, de nuestra vida, de nuestra esperanza. El viento del Espíritu crea la
Iglesia, guía a la Iglesia, da fuerza, sostiene, cura, reconcilia, da vida.
Llenos del Espíritu, aquellos primeros discípulos salieron de Jesús y, con el
tiempo, llegaron a las tierras más lejanas. Portaban un mensaje de esperanza:
Dios nos ha salvado en Cristo, su Hijo, su testigo, la encarnación de su amor.
En él nos ha manifestado su inmenso amor para con nosotros. Ese amor es tan
grande que es capaz de vencer la muerte. Hoy, aquí y ahora, hay que comenzar a
construir un reino de fraternidad donde nadie puede ni debe ser excluido. Esa es
la voluntad de Dios y no otra.
El
Espíritu ha creado la Iglesia

      El Espíritu fue suscitando
comunidades aquí y allá. Pequeños signos de esperanza en medio del mundo,
lugares de acogida para los que estaban cansados por el peso de la vida. Eran
comunidades locales, que hablaban el idioma de la gente de cada lugar, que se
adaptaban a su cultura, a sus necesidades, a sus preocupaciones. Esas
comunidades son las que están representadas en la primera lectura.
     
El milagro no es que los discípulos fueran capaces de hablar todas las lenguas
de repente. El milagro, recogido de alguna manera en la lectura, fue que los
discípulos fueron a todos esos lugares y supieron hablar el lenguaje de las
personas de allí, supieron “encarnar” el mensaje del Reino, de la buena nueva de
la salvación. Partos, medos, elamitas, cretenses y árabes, romanos y de todas
las partes escucharon el mensaje de Jesús en su propia lengua y sintieron que se
pegaba a sus carnes, que les resucitaba para una vida de esperanza. Y así nació
la Iglesia.
      El Espíritu animaba la vida de las comunidades. Les hacía
confesar que “Jesús es Señor” (nadie lo puede hacer sino es animado por el único
Espíritu de Dios). A pesar de las diferencias de idioma, de cultura, de
tradiciones, de costumbres, de forma de expresar la fe, a todas las comunidades
cristianas nos une esa confesión sencilla, básica, accesible a todos y en todas
las lenguas.
      Hoy somos muchos en todos los continentes los que
confesamos que “Jesús es Señor”. Más allá del hecho de que pertenezcamos a
diferentes tradiciones, a diferentes confesiones, a diferentes comunidades, de
que hablemos diferentes lenguas o tengamos diferentes formas de expresar nuestra
fe, todos confesamos que “Jesús es Señor” y que en su nombre se nos ha devuelto
la esperanza y la vida, la alegría y el gozo de vivir.
¿Quién puede apagar el Espíritu?
      El
Evangelio no está amenazado. Algunos parece que piensan que o la defienden ellos
o la fe va a desaparecer de la faz de la tierra. Algunos
se sienten los protectores del Espíritu, los portadores de la verdad, los
defensores de la fe. Piensan que sin ellos, sin su acción, vamos al desastre.
Amenazan con el infierno a los que no sigan sus indicaciones y normas. Parece
que tienen comunicación directa con el Espíritu y que éste les ha nombrado sus
alféreces y les ha puesto al frente de sus batallones. No es así. El Espíritu
con su viento y su fuego fue el que propagó por este mundo la buena nueva del
Reino, de la salvación. Él seguirá haciendo lo mismo. Nada que hagamos los
hombres podrá atemorizar al Espíritu de Dios.
      Dejar al Espíritu libre
(¿es que alguien le puede encerrar o poner cadenas al Espíritu?) es dejar que
brote en nuestros campos la esperanza, la paz, la reconciliación, la vida. Esos
son los frutos del Espíritu.
      ¿Quieren una sugerencia para terminar?
Sería bueno imprimir en pequeñas hojas la secuencia que se lee antes del
Evangelio y hacer que la comunidad la lea, todos juntos, como oración de acción
de gracias, en el momento posterior a la comunión. E invitar a todos a llevarse
la hoja a casa y seguirla usando durante la semana. Para que todos aprendamos de
memoria y de corazón cuáles son los verdaderos frutos del Espíritu. 
Fernando Torres Pérez cmf
¡Ven Espíritu, Vida!

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por Ciudad Redonda
3 de julio de 2005



Cuando pedimos la venida del Espíritu no queremos volar al cielo,
ni ser trasladados al mundo que vendrá, sólo Implica una afirmación de la
vida.


Lo mejor que nos puede suceder es vernos agraciados con el don y
la presencia del Espíritu Santo. No es un espíritu entre otros, buenos o malos;
es el Espíritu de Dios. Y donde está el Espíritu allí está Dios de una manera
especial. El Espíritu es mucho más que un don de Dios en medio de otros. El
Espíritu es la presencia de Dios sin ningún tipo de restricción.


Donde está presente el Espíritu se experimenta la vida en toda su
integridad, totalidad, fuerza; como vida sanada y redimida. Nuestros sentidos
quedan potenciados por su presencia. Sentimos, gustamos, tocamos y vemos nuestra
vida en Dios y a Dios en nuestra vida. Es la mejor experiencia de uno mismo.
¿Qué de extraño tiene que llamemos al Espíritu Consolador (Paráclito) o Fuente
de la Vida?


Cuando pedimos la venida del Espíritu (Veni Creator Spiritus) no
queremos volar al cielo, ni ser trasladados al mundo que vendrá suplicamos que
venga aquí, a la tierra, a nuestra historia. El Veni Creator implica una
afirmación fuerte de la vida, de esta vida. Y cuando Dios escucha nuestra
petición, el Espíritu se derrama sobre toda carne (Joel 2,28; Hech 2,17ss). Se
trata de una metáfora pasmosa, sorprendente. Toda carne es ciertamente el ser
humano, pero también todos los seres vivientes, como plantas, árboles y animales
(cf. Gen 9,10ss). Carne significaba para el profeta Joel «el débil, la gente sin
poder y sin esperanza» (H.W. Wolff), el joven y el anciano. Nadie es demasiado
joven, ni demasiado viejo para recibir el Espíritu.


Cuando el Espíritu Santo es enviado, viene como una tempestad; se
derrama sobre todos los seres vivientes, como aguas de riada, invadiéndole todo.
Si el Espíritu es realmente el Espíritu de Dios, toda la realidad invadida por
el Espíritu, queda entonces deificada, divinizada. El Espíritu llega a nosotros
y asume diversas formas. Es como el agua que primero es fuente, luego río y
finalmente lago. Una misma es el agua, pero las formas de su flujo son
diferentes y graduales. El Espíritu es la Gracia por excelencia; después asume
las formas de los carismas o energías del Espíritu. Los carismas son como flujos
o emanaciones del Espíritu.


Pero, ¿de dónde nos viene el Espíritu? ¡Del semblante esplendoroso
de Dios! Cuando Dios hace brillar su rostro sobre nosotros, nos concede su
gracia, su bendición, su Espíritu. El rostro de Dios, resplandeciente de
alegría, es la fuente luminosa del Espíritu Santo (J. Moltmann).


Dios hizo brillar su rostro sobre Jesús; por eso los
acontecimientos de su vida estaban envueltos en el Espíritu que el Padre le
transmitía. (concepción, bautismo y resurrección).


Al irse Jesús de este mundo, rogó al Padre que nos concediera otro
Consolador (Jn 14,16). Irse de este mundo, es lo mismo que morir. Mientras Jesús
muere, el Espíritu está junto al Padre y Jesús le ruega que no nos deje
huérfanos, que nos envíe al Consolador. Pero Jesús también añade que también Él
mismo enviará al Consolador «desde el Padre», pues «es el Espíritu de la verdad
que procede del Padre» (Jn 14,26). Jesús muere para interceder por nosotros,
para pedirle al Abbá que nos envíe su Espíritu. Pero Jesús muere también para
enviarnos Él mismo el Espíritu que procede del Padre.


¿Cómo discernir dónde se encuentra el Espíritu Santo? El exorcismo
dice en negativo, lo que la eplíciesis dice en positivo. Allí donde puede ser
pronunciado de corazón el nombre de Jesús, allí está el Espíritu. Todo aquello
que pueda ser contemplado a través del rostro de Jesús crucificado es espíritu
de Dios. No puede ser pronunciado el nombre de Jesús para justificar la
violencia, el desamor, la envidia. No encaja con el rostro del Señor crucificado
la falta de amor, la venganza, la autojustificación, el autoritarismo.


La experiencia del Espíritu conlleva una experiencia
extraordinaria de uno mismo. El Espíritu invade su vida de tal manera que se
puede hablar de morir y renacer.


José Cristo Rey García

Nuevos carismas del Espíritu en la Iglesia


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por Carlos García Andrade cmf
12 de mayo de 2006



Aunque se hable tanto del "silencio de Dios" en nuestro tiempo,
los dones del Espíritu siguen actuando. Es posible que la invasión de
secularismo nos haya vuelto mas duros de oído y mas cegatos para captar Sus
iniciativas, o, simplemente, que el Espíritu, siempre creativo, haya elegido
cauces diversos a los habituales para fecundar el camino de la Iglesia. En todo
caso, no cabe duda de que el pulular de grupos, comunidades y movimientos que
desde la mitad del siglo XX se han multiplicado como setas en el seno de la
Iglesia, constituye un signo de los tiempos. Un signo inequívoco de vitalidad.
Mas, como suele suceder cuando se produce una explosión vital, los marcos, los
cauces, las estructuras que desde siglos se había convertido en el camino
trillado y ordenado del transcurrir de la vida cristiana se ven desbordados y
superados. No dan de sí ante las nuevas realidades. Y esto produce desconcierto
y cierto temor en la autoridad eclesial. Temor ante lo que podría entenderse
como la ceremonia de la confusión. No faltan motivos. La aparición de las
comunidades eclesíales de base que traen un modo alternativo de ser iglesia, no
necesariamente en contra de la estructura parroquial, pero muchas veces al
margen de ella. 0 la superación de las clásicas fronteras entre las vocaciones
eclesíales que se da en muchos movimientos de renovación: laicos que se entregan
a la directa evangelización itinerante; curas seculares, o laicos, o incluso
matrimonios que viven en comunidad; casados que aspiran vivir un tipo de
consagración adecuado a su estado; consagrados que se entregan a tareas
plenamente seculares; seglares dedicados a la contemplación; familias enteras
que se lanzan a la aventura de la missio ad gentes...


(JPG) Ya no
sólo hay laicos que se vinculan a familias religiosas para beber del espíritu de
los grandes Fundadores/as, también hay presbíteros diocesanos, religiosos o
incluso obispos que se adhieren a la espiritualidad de movimientos de origen
laical, hallando una luz para vivir su propia vocación. Hay agrupaciones
eclesíales que desbordan las fronteras de la Iglesia católica en que han nacido
y se difunden entre las Iglesias cristianas hermanas (o viceversa), pero también
llegan a alcanzar a miembros de otras religiones o incluso a personas sin fe
religiosa. Difusión que no exige como condición previa ni la conversión al
catolicismo o al cristianismo o a la fe en Dios. No es de extrañar que muchos,
en particular los canonistas, se sientan desbordados y que la integración de
estos nuevos carismas en la estructura eclesial esté resultando complicada. Se
arbitran fórmulas novedosas -prelaturas personales- o se buscan vínculos mínimos
para acoger realidades tan universales. Tampoco extraña que haya reacciones
restrictivas, como la problemática exclusión de los casados del ámbito de la
consagración realizada por el documento «Vita Consecrata».


¿NUEVOS CARISMAS?


¿Qué significa todo esto? ¿Se trata de genuinos carismas del
Espíritu que, esta vez, se ha volcado sobre todo con los laicos? ¿0 es más bien
la irrupción en el seno de la Iglesia de una especie de «democratismo», reflejo
de la sociedad civil?. ¿Aportan algo valioso en el plano teológico? ¿O son sólo
el eco eclesial del marasmo pluralista que crece exponencialmente en la sociedad
occidental y que genera la multiplicación de los particularismos, de los
«tribalis-mos». Pueden parecer preguntas contradictorias y, sin embargo, tienen
mucho que ver entre sí.


Aunque sean cansinas del Espíritu no tiene nada de extraño que
varias de sus coordenadas coincidan con dinamismos y problemáticas de la
actualidad. Es típico de los carismas del Espíritu el estar bien ubicados
cultural e históricamente. Son dones que buscan afrontar problemas eclesiales o
de la humanidad en un determinado contexto. ¿Quién puede dudar que Francisco y
Clara de Asís fueron la respuesta a la problemática sobre la pobreza que
desataron los grupos pauperistas de su tiempo? Se impone discernir y comprender.
Hay que discernir, porque puede haber ganga junto a la veta. En no pocos de
estos nuevos carismas, un poco por el radicalismo inicial y un mucho por la
bisoñez y falta de perspectiva, se peca por exceso: exceso de protagonismo, de
celo poco ordenado, de exclusivismo respecto del resto de la Iglesia. Se peca
por defecto: defecto de sentido eclesial, de universalidad, de formación, de una
teología que sepa unlversalizar su aportación carismática. Aunque tampoco es que
las añejas realidades eclesiales se estén comportando con la madurez que cabría
esperar de ellas respecto de estos nuevos retoños: actitudes arrogantes,
condenas precipitadas, hasta celotipias.


Hay que discernir porque, al venir muchos de los miembros de estos
nuevos grupos del mundo de la increencia, es posible que se hayan infiltrado
estilos o prácticas incompatibles, por exceso o por defecto, con la tradición y
vida eclesial. En alguno de estos grupos hay un control de las personas, sin
duda bienintencionado, pero incompatible con la libertad de conciencia que la
Iglesia atesora; o se proponen para todos los fieles estilos de conducta que no
son universalizabas sino para una minoría llamada a un radicalismo carismático.
Pero también hay que discernir, para evitar que la resistencia al cambio, que
toda institución multisecular arrastra consigo, llegue a bloquear los caminos
del Espíritu, por inercia o por miedo a perder el control. Y para evitar que el
talante dócil o crítico hacia la autoridad se convierta en criterio decisivo
para promover unos grupos y marginar otros. Este, aunque comprensible, es
criterio mundano, no evangélico. Y ya contamos con la lección de los profetas
del A.T.


COMPRENDER


No obstante, además de discernir es preciso comprender. Hay que
interpretar el significado de esta «movida» eclesial pues el Espíritu Santo no
suele hablar en vano. Y si los dones del Espíritu son como la cara visible,
perceptible de la Providencia y el Espíritu es el que lleva la historia hacia su
consumación, cabe colegir que tras este aluvión de carismas el Espíritu nos está
indicando un camino.


En mi opinión, como ya pasó en la historia de la Iglesia con otros
concilios, estos carismas están encarnando, dando cuerpo y vida a muchas de las
líneas teológicas que el Vaticano II supo vislumbrar y proponer a la Iglesia.
Hay muchos ejemplos. Probablemte, donde mejor se está gustando y palpando la
realidad de la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del
Espíritu sea en estas comunidades en que, más allá de la fe sociológica, se
experimenta el articularse de las vocaciones en reciprocidad; en que se sienten,
no sólo se saben, Cuerpo de Cristo, y hacen la experiencia concreta de la
presencia del Espíritu, no sólo la creen o la suponen. Lo mismo para la Palabra
de Dios. Uno de los mejores frutos del Concilio fue devolver a la Palabra el
puesto central que nunca debió perder en la fe o la teología. Pues quizá donde
mejor se estén explotando las posibilidades de la Palabra como fuente de vida
cristiana y de espiritualidad sea en estos grupos que han nacido desde el
principio en torno a la Palabra. Lo mismo para el ecumenismo, la promoción del
laicado, etc.


No obstante, en el esfuerzo por comprender, ¿habría alguna clave
común, capaz de aglutinar estas diversas realidades?, ¿algo de lo que extraer la
llamada del Espíritu que en ellas se manifiesta? Creo que sí. Es la comunión
eclesial. Y aquí hay que hilar fino porque aunque la Iglesia se autodefina de un
tiempo a esta parte como «Misterio de comunión», como repite el Magisterio, no
vale cualquier comunión.


El peor fruto de la marginación del Espíritu en la tradición
católica de este segundo milenio -lo que se ha dado en llamar el cristomonismo
católico- fue una especie de deformidad unidireccional a la hora de entender y
vivir la comunión eclesial. Durante siglos se vivió una comunión vertical,
estructural, que se reducía a obedecer a la autoridad jerárquica. La comunión
entre las diversas realidades eclesiales se reducía casi exclusivamente a su
conexión con la cabeza de la Iglesia, mientras que en el plano horizontal, de
las relaciones recíprocas, lo que reinaba era indiferencia y desconocimiento,
cuando no recelos, rencillas o verdaderas peleas. Este modelo clásico ya no goza
de credibilidad en una sociedad que se rige por modelos democráticos. No se
percibe ni como realidad salvada ni salvadora. Por eso subrayaba al comienzo esa
especie de ruptura de fronteras entre las vocaciones. Parece como si el Espíritu
quisiera lanzar a toda la Iglesia a vivir una dinámica de comunión modelada
según la reciprocidad trinitaria, perijorétíca. Comunión anunciada ya por el
Concilio pero lejos aún de ser vivida por la Iglesia. Por otro lado, desde el
punto de vista extraeclesíal, también la coordinadas sociales hacen del diálogo
y la comunión el reto del futuro ante la necesidad de articular la emergente
unidad de la sociedad planetaria, y su inevitable interdependencia, con el
respeto de lo particular en una pluralidad de difícil composición.


MEDIACIÓN HORIZONTAL


Pero ¿qué es lo que está en juego desde el punto de vista
teológico? Algo decisivo: recuperar una mediación del encuentro con Dios
especialmente adecuada para el hoy de la sociedad y de la iglesia que el
diluirse de la dimensión comunitaria en la tradición eclesial había dejado en la
penumbra. Una mediación horizontal, que no excluye la vertical (la jerárquica)
sino que la supone, pero que es distinta de ella y no depende directamente de
ella. La comunión vivida desde la reciprocidad del amor modelada trinitariamente
no es sólo la armonía, la fraternidad o la colaboración apostólica. Su fruto es
algo más, es Dios mismo. Es la presencia viva de Jesús en la comunidad por obra
del Espíritu (Mt 18,20). Una mediación más vinculada a la vida que a la
estructura, más expresión del principio mariano que del principio petrino, en la
que Dios emerge como fruto precioso de la comunión entre todos los creyentes:
clérigos, laicos, consagrados.


Ante la falta de credibilidad que sufren las vocaciones e
instituciones eclesiales por la avalancha de la secularización, al hacer que
dimensiones que antes eran signo inequívoco de Dios para una mayoría, hayan
perdido ese valor de significación; si las clásicas mediaciones de la gracia
(sacramentos, oración...) cada día son menos frecuentadas y comprendidas por una
sociedad que parece perder a toda velocidad el sentido de lo sobrenatural, es
posible que la comunión tal como la proponemos sea el único medio de ser signo
inequívoco de Dios ante el mundo secularizado. Se entiende el por qué el
Espíritu ha hecho florecer por toda la Iglesia un mar de comunidades. Es cierto
que en no pocos de estos nuevos grupos, aunque se viva una comunión intensa
hacía dentro, la comunión hacia fuera, con los otros ca-rismas, es aún un reto a
superar. No obstante, creo que la semilla está lanzada y no me parece utópico
pronosticar un futuro de progresiva comunión, no sólo entre comunidades, o entre
diócesis, sino entre Iglesias nacionales o continentales. Entre otras cosas,
porque el gran reto para el próximo siglo será pasar de un cristianismo
culturalmente dependiente de Occidente y geográficamente eurocéntrico a un
cristianismo pluricultural y pericéntrico, conforme se desarrollen las Iglesias
jóvenes. Transición que no debe dañar la unidad de fe y de estructura eclesial.
Eso sí que me parece una utopía si no se abre paso una comunión como la que
hemos querido esbozar y que el Espíritu parece tener prisa en desarrollar. El
futuro lo confirmará.


El espíritu vivifica nuestra
iglesia


Una conceptualización, por sencilla que sea, de lo que es o lo que
significa el Espíritu Santo en nuestras vidas, inciuso desde un prisma muy
personal y experiencial, es una de las tareas más difíciles para un cristiano
formado en nuestra tradición occidental, en la que el Espíritu (y es más que un
tópico) ha sido un tanto olvidado. De mi experiencia personal yo destacaría dos
notas en lo que a la presencia del Espíritu se refiere:


En primer lugar, como presencia sutil de Dios en la historia, en
la gran historia y en la pequeña historia de cada día (que, a fin de cuentas,
para cada uno, es más grande que la otra). En nuestra tradición carmelitana
hemos sentido siempre una especial devoción a ia figura del profeta Elias, al
que durante siglos consideramos nuestro «fundador». Cuando Elias en el Horeb
busca al Señor, sólo descubre la presencia de Dios en la brisa suave (1 Re 19,
12-13). Esa brisa sigue soplando hoy, muchas veces tenemos nuestra sensibilidad
algo atrofiada, pero la brisa sutil, tenue, vivificante y libre, sigue pasando
entre nuestros dedos, acariciando nuestros oídos, a veces despeinándonos y a
veces curando delicadamente nuestras heridas y secando con ternura nuestras
lágrimas. En segundo lugar el Espíritu vivifica nuestra Iglesia. Hace que las
estructuras no sean andamiajes oxidados; que nuestras celebraciones no sean
meros recuerdos de un lejano fundador (por muy bueno que fuese); hace que
creamos con gozo lo que es difícil de creer; hace que la ausencia sea presencia;
hace más que todas las campañas vocacionales juntas; nos conoce a cada uno con
nombres y apellidos, como si fuésemos únicos para él y tuviese todo el tiempo
del mundo para nosotros, pero a solas nos trata de forma familiar y cariñosa...
y, a veces con nosotros y a veces a pesar de nosotros, va construyendo
lentamente el Reino.


Fernando Millán Romera, O.Carm.,
es
profesor de teología en la Universidad Pontificia Comillas en Madrid.

 Origen de la fiesta tengoseddeti

Los judíos celebraban una fiesta para  dar gracias por las cosechas, 50 días después de la  pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el  sentido de la celebración cambió por el dar gracias por  la Ley entregada a Moisés.
En esta fiesta recordaban el día  en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las  tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de  Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la  alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios:  ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios  se comprometió a estar con ellos siempre.

La gente venía de  muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta  de Pentecostés. En el marco de esta fiesta judía es
donde  surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

La Promesa
del  Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a
sus  apóstoles:
“Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con  vosotros
para siempre: el espíritu de Verdad”
(San Juan 14,  16-17).
Más
adelante les dice:
“Les he dicho estas cosas mientras  estoy con ustedes;
pero el Abogado, El Espíritu Santo, que  el Padre enviará en mi nombre, ése les
enseñará todo  y traerá a la memoria todo lo que yo les  he dicho.”
(San
Juan 14, 25-26).
Al terminar la cena, les  vuelve a hacer la misma
promesa:
“Les conviene que yo  me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,...
muchas cosas  tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora.  Cuando
venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta  la verdad completa,... y os
comunicará las cosas que están  por venir”
(San Juan 16, 7-14).
En
el calendario del  Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a  los
cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la  fiesta de
Pentecostés.
Explicación de la fiesta:
Después
de la Ascensión  de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la
Madre  de Jesús.  Era el día de la fiesta de  Pentecostés. Tenían miedo de salir
a predicar. Repentinamente, se escuchó  un fuerte viento y pequeñas lenguas de
fuego se posaron  sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu
Santo  y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días,
había  muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas  partes
del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía.  Cada uno oía hablar a los
apóstoles en su propio  idioma y entendían a la perfección lo que ellos
hablaban.
Todos  ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron  a
predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús.  El Espíritu Santo les dio
fuerzas para la gran misión  que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús
a  todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en  el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
Es  este día cuando comenzó a existir la
Iglesia como tal.  
¿Quién es el Espírtu
Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es  la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad. La Iglesia nos  enseña que el Espíritu Santo es el amor que
existe  entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan  grande y tan perfecto que
forma una tercera persona.   El Espíritu Santo llena nuestras almas en el
Bautismo y  después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor  divino
de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar  a Dios y al prójimo. El
Espíritu Santo nos ayuda  a cumplir nuestro compromiso de vida con
Jesús.


Señales del
Espíritu  Santo:

El viento, el fuego, la paloma.
Estos
símbolos nos  revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El  viento es
una fuerza invisible pero real. Así es el  Espíritu Santo. El fuego es un
elemento que limpia. Por  ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las
malas  hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios
médicos  para purificar a los instrumentos se les prende fuego.
El
Espíritu  Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en  nosotros y nos
purifica de nuestro egoísmo para dejar paso  al amor.
Nombres
del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo ha recibido  varios
nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu  de verdad, el Abogado, el
Paráclito, el Consolador, el Santificador.  
Misión del Espíritu
Santo:


  1. El Espíritu Santo es santificador: Para
    que  el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos
    entregarnos  totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus
    inspiraciones  para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en  la
    santidad.

  2. El Espíritu Santo mora en nosotros: En San
    Juan  14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre  y les dará
    otro abogado que estará con ustedes para  siempre”.  También, en I Corintios 3.
    16 dice: “¿No  saben que son templo de Dios y que el Espíritu  Santo habita en
    ustedes?”.  Es por esta razón que  debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra
    alma. Está en   nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es  el amor.
    Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y  libre colaboración. Si
    nos entregamos a su acción amorosa y  santificadora, hará maravillas en
    nosotros.

  3. El Espíritu Santo ora en
    nosotros:  Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda  pobreza
    espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu  Santo. Dejar que Dios ore
    en nosotros siendo dóciles al  Espíritu. Dios interviene para bien de los que le
    aman.  

  4. El Espíritu Santo nos lleva a la verdad
    plena, nos  fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra  la
    maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor,  de paz, de gozo,
    de fe y de creciente esperanza.

El Espíritu Santo y
la Iglesia:

Desde la fundación de la  Iglesia el día de
Pentecostés, el Espíritu Santo es quien  la construye, anima y santifica, le da
vida y unidad  y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo
sigue  trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando,
motivando  e impulsando a los cristianos, en forma individual o como  Iglesia
entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo,  puede inspirar al
Papa a dar un mensaje importante a  la humanidad; inspirar al obispo de una
diócesis para promover  un apostolado; etc.
El Espíritu Santo asiste
especialmente al representante de  Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe
rectamente  a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del  rebaño de
Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida  y unidad a la
Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el  poder de animarnos y santificarnos y
lograr en nosotros actos  que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a
través  de sus siete dones.
Los siete dones del Espíritu  Santo:
Estos dones son regalos de Dios y sólo con  nuestro esfuerzo no
podemos hacer que crezcan o se desarrollen.  Necesitan de la acción directa del
Espíritu Santo para poder  actuar con ellos.


  1. SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar
    y saborear las  cosas divinas,  para poder juzgarlas
    rectamente.

  2. ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra  inteligencia
    se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas  y las
    naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen.  Nos ayuda a entender el
    por qué de las cosas  que nos manda Dios.

  3. CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia
    de  juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin  sobrenatural. Nos
    ayuda a pensar bien y a entender con  fe las cosas del
    mundo.

  4. CONSEJO: Permite que el alma
    intuya  rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada.  Nos
    ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos  por el camino del
    bien.

  5. FORTALEZA: Fortalece al alma para
    practicar  toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en
    superar  los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda  a no
    caer en las tentaciones que nos ponga el  demonio.

  6. PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al
    alma  para ayudarle a amar a Dios como Padre y a  los hombres como hermanos,
    ayudándolos y respetándolos.

  7. TEMOR DE DIOS: Le  da al alma la docilidad
    para apartarse del pecado por  temor a disgustar a Dios que es su supremo
    bien.  Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar  como la persona más
    importante y buena del mundo, a  nunca decir nada contra Él.




Oración al Espíritu Santo
Ven  Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende  en ellos el fuego de tu amor;
envía Señor tu  Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
OH  Dios,
que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con  la luz del Espíritu
Santo, concédenos que, guiados por este  mismo Espíritu, obremos rectamente y
gocemos de tu consuelo.
Por Jesucristo,  nuestro Señor
Amén.


lunes, 25 de mayo de 2009

«¡Ánimo!: yo he vencido al mundo»

Lunes de la Séptima semana de Pascua : Jn 16,29-33 
San Juan de la Cruz (1542-1591),
carmelita descalzo, doctor de la Iglesia
Dichos de luz y amor


«Lloraréis y os lamentaréis, y
el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
gozo»


     Procure conservar el corazón
en paz; no le desasosiegue ningún suceso del mundo; mire que todo se ha de
acabar.
No apaciente el espíritu en otra cosa que en Dios. Deseche las
advertencias de las cosas y traiga paz y recogimiento en el corazón.
     Si
quieres que en tu espíritu nazca la devoción y que crezca el amor de Dios y
apetito de las cosas divinas, limpia el alma de todo apetito y asentimiento y
pretensión, de manera que no se te dé nada por nada. Porque así como el enfermo,
echado fuera el mal humor, luego siente el bien de la salud y le nace gana de
comer, así tú convalecerás en Dios si en lo dicho te curas; y sin ello, aunque
más hagas, no aprovecharás.
     Entra en cuenta con tu razón para hacer
lo que ella te dice en el camino de Dios, y te valdrá más  para con tu Dios que
todas las obras que sin esta advertencia haces y que todos los sabores
espirituales que pretendes.

El cielo es firme y no está sujeto a generación,
y las almas que son de naturaleza celestial son firmes, no están sujetas a
engendrar apetitos ni otra cualquier cosa, porque se parecen a Dios en su
manera, que no se mueven para siempre.© evangeli.net


Día litúrgico: Lunes VII de
Pascua



Texto del Evangelio (Jn 16,29-33):  
En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y
no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que
nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les
respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os
dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo,
porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en
mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al
mundo».


Comentario: Rev. D. Jordi Castellet i Sala (Sant Hipòlit
de Voltregà-Barcelona, España)


«¡Ánimo!: yo he vencido al mundo»



Hoy
podemos tener la sensación de que el mundo de la fe en Cristo se debilita. Hay
muchas noticias que van en contra de la fortaleza que querríamos recibir de la
vida fundamentada íntegramente en el Evangelio. Los valores del consumismo, del
capitalismo, de la sensualidad y del materialismo están en boga y en contra de
todo lo que suponga ponerse en sintonía con las exigencias evangélicas. No
obstante, este conjunto de valores y de maneras de entender la vida no dan ni la
plenitud personal ni la paz, sino que sólo traen más malestar e inquietud
interior. ¿No será por esto que, hoy, las personas van por la calle
enfurruñadas, cerradas y preocupadas por un futuro que no ven nada claro,
precisamente porque se lo han hipotecado al precio de un coche, de un piso o de
unas vacaciones que, de hecho, no se pueden permitir?


Las palabras de Jesús nos invitan a la confianza: «¡Ánimo!:
yo he vencido al mundo» (Jn 16,33), es decir, por su Pasión, Muerte y
Resurrección ha alcanzado la vida eterna, aquella que no tiene obstáculos,
aquella que no tiene límite porque ha vencido todos los límites y ha superado
todas las dificultades.


Los de Cristo vencemos las dificultades tal y como Él las ha
vencido, a pesar de que en nuestra vida también hayamos de pasar por sucesivas
muertes y resurrecciones, nunca deseadas pero sí asumidas por el mismo Misterio
Pascual de Cristo. ¿Acaso no son “muertes” la pérdida de un amigo, la separación
de la persona amada, el fracaso de un proyecto o las limitaciones que
experimentamos a causa de nuestra fragilidad humana?


Pero «sobre todas estas cosas triunfamos por Aquel que nos
amó» (Rom 8,37). Seamos testigos del amor de Dios, porque Él en nosotros
«ha hecho (...) cosas grandes» (Lc 1,49) y nos ha dado su ayuda para
superar toda dificultad, incluso la muerte, porque Cristo nos comunica su
Espíritu Santo.Domingo de la 7ª semana de Pascua. La Ascensión del Señor


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Primera Lectura:

 Lectura del libro de los Hechos de los
Apóstoles (1,1-11):


En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de
todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones
a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al
cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que
estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de
Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén;
aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan
bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu
Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer
los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el
Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del
mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de
la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo
volverá como le habéis visto marcharse.»

Palabra de Dios


Salmo:

 Sal 46, 2-3. 6-7. 8-9

R. Dios asciende
entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas


Pueblos todos
batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es
sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R.

Dios
asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para
Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R.

Porque Dios es
el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las
naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R.


Segunda Lectura:

 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Efesios (1,17-23):


Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.
Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a
la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y
cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos,
según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo
de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido,
no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies, y lo
dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo
acaba todo en todos.

Palabra de Dios


Evangelio:

 Conclusión del santo evangelio según san
Marcos (16,15-20):


En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y
les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El
que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A
los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre,
hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno
mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán
sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la
derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y
el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los
acompañaban.

Palabra del Señor.

Enviados a todo el Mundo





      Dice un dicho que generalmente, cuando los hombres buscan un salvador,
terminan encontrando un dueño. Así ha sido muchos veces a lo largo de la
historia. De modo que los líderes terminan por anular a los que se definen como
sus seguidores. Reúnen en sus manos todo el poder. Y terminan por abusar de él. Y todo con la aquiescencia y
conformidad de sus súbditos. Porque lo que dice el líder se convierte
automáticamente en una especie de Palabra de Dios que no puede ni debe ser
discutida. Sólo puede ser obedecida, asimilada, cumplida.  La actitud del
seguidor es totalmente pasiva.
      La imagen tradicional con que se ha
solido representar la escena de la fiesta que hoy celebramos tiene,
desgraciadamente, algo de parecido con lo dicho más arriba. Representa a los
discípulos mirando al cielo en donde se ve desaparecer a Jesús en una nube. Es
el momento de la despedida, del adiós final. El líder se va, desaparece. Y, como
consecuencia, los discípulos quedan desamparados, solos, abandonados. Las
miradas se dirigen hacia arriba. Es como si les fuese su única conexión con la
realidad, como si perdiesen el nexo vital que daba sentido a su vida.


¿Qué hacéis ahí
plantados?

      Nada que ver esa imagen con lo que cuenta el
Evangelio y la primera lectura del libro de los Hechos. La pregunta de los dos
hombres vestidos de blanco a los discípulos es la crítica a esa actitud devota y
sumisa, que anula la libertad y la iniciativa de las personas: “Galileos, ¿qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo?” Tampoco el Evangelio nos habla de una
actitud pasiva por parte de los apóstoles. Exactamente lo contrario. Jesús los invita a ponerse en
movimiento: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.”
Hay mucho que hacer. Hay una buena nueva que anunciar a todos, hombres y
mujeres. Es urgente.
      La fiesta de la Ascensión marca prácticamente el
final de las celebraciones de la Pascua. Ese tiempo privilegiado en el que los
discípulos vivieron con claridad meridiana la experiencia de la resurrección del
Señor, de que no todo había terminado en el Calvario. De que lo que había podido
parecer un fracaso no lo fue porque Dios había resucitado a Jesús. Porque de
nuevo, con brazo extendido y mano poderosa, como había rescatado a los
israelitas de la opresión en Egipto, había actuado en favor de su hijo Jesús. Y
así había marcado el comienzo de una nueva era, el tiempo del Reino, el tiempo
en el que Dios va a actuar definitivamente en favor de sus hijos, en favor de la
vida y en contra de los poderes de la muerte, el odio y el pecado.

Anunciar el Evangelio
      Pero el final de
las celebraciones pascuales no es tal sino el comienzo de una nueva etapa que
lleva consigo una tarea. Los discípulos son enviados. Van a pregonar el
Evangelio por todas partes. Es un Evangelio de liberación, es una buena nueva
que crea esperanza en los que la acogen, que salva y reconcilia, que crea
fraternidad y destruye el odio y la violencia.
      La actitud de los
discípulos no es la de los súbditos que quedan desconcertados ante la ausencia
del líder. Ahora son ellos los que pasan a la primera línea del
anuncio. Ahora son ellos los que deben asumir la responsabilidad de anunciar la
buena nueva a todos y en todas partes. Son libres y libremente han de tomar sus
decisiones, han de crear comunidades, han de comunicar la salvación. Son libres
y responsables.
      Lo suyo no es quedarse mirando al cielo sino ponerse
manos a la obra, caminar los caminos de este mundo, mancharse con el barro de la
vida, tocar con la misericordia de Dios las vidas de todos aquellos con los que
se encuentren. Con la confianza de que el Señor cooperará siempre confirmando la
palabra con sus señales, como termina el Evangelio de este domingo.
     
Que el Señor nos dé espíritu de sabiduría para conocerlo, que ilumine los ojos
de nuestro corazón y comprendamos la esperanza a la que nos llama, la misión a
la que nos envía, la libertad que nos ha regalado. Que asumamos nuestra
responsabilidad como evangelizadores, como anunciadores de la buena nueva de la
salvación. Que, como una comunidad de iguales, siempre en diálogo, pongamos
todos –laicos, religiosos, sacerdotes, obispos– todas nuestras fuerzas al
servicio del Evangelio, porque eso y no otra cosa debería ser la Iglesia.
Sábado de la 6ª semana de Pascua

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Primera Lectura:

 Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles 18,23-28


Pasado algún tiempo en Antioquía, emprendió Pablo
otro viaje y recorrió Galacia y Frigia, animando a los discípulos.
Llegó
a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy
versado en la Escritura. Lo habían instruido en el camino del Señor, y era muy
entusiasta; aunque no conocía más que el bautismo de Juan, exponía la vida de
Jesús con mucha exactitud.
Apolo se puso a hablar públicamente en la
sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron por su cuenta y le
explicaron con más detalle el camino de Dios. Decidió pasar a Acaya, y los
hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos de allí que lo recibieran
bien. Su presencia, con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de
los creyentes, pues rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando
con la Escritura que Jesús es el Mesías.

Palabra de Dios.


Salmo:

 Sal 46,2-18-9.10

R. Dios es el rey del
mundo.


Pueblos todos,
batid palmas,
aclamad a Dios con gritos
de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la
tierra. R.

Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con
maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono
sagrado. R.

Los príncipes de los entiles se reúnen con el pueblo
del Ros de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es
excelso. R.


Evangelio:

 Lectura del santo evangelio según san Juan
16, 23b-28


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Yo
os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.
Hasta ahora
no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra
alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en
que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre
claramente.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré
al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis
y creéis que yo salí de Dios.
Salí del Padre y he venido al mundo, otra
vez dejo el mundo y me voy al Padre.»
Palabra del Señor.
San Anselmo (1033-1109), monje, obispo, doctor de la Iglesia
Proslogion, 26

«Os llenaréis de gozo»
     Señor Dios mío, mi
esperanza y gozo de mi corazón, di a mi alma si su gozo es el mismo que nos has
dicho por medio de tu Hijo: «Pedid y recibiréis y vuestro gozo será completo».
En efecto, he encontrado un gozo completo y más que completo, porque el corazón,
el espíritu, el alma, todo mi ser se ha llenado de este gozo y veo que todavía
crecerá sin medida. No es que sea él el que va a entrar en los que se alegran,
sino que más bien serán ellos los que entrarán en él con todo su
ser.
     ¡Habla, Señor! Di a tu servidor, en el fondo de su corazón, si
el gozo que experimento es el mismo gozo en el que entrarán los que gustarán el
mismo gozo que su maestro (Mt 25,21). Mas, si este gozo que experimentarán tus
siervos «ningún ojo vio, ningún oído escuchó, ni el corazón del hombre puede
pensarlo» (1C 2,9), te pido, Dios mío, me concedas conocerte, amarte, para que
mi gozo sea estar en ti.
     Y si en esta vida no lo puedo obtener
plenamente, hazme adelantar de manera que un día entre plenamente en este tu
gozo. Que crezca aquí abajo mi conocimiento de ti para que pueda llegar a la
plenitud donde tú estás. Que mi amor aquí, crezca a fin de ser total allá
arriba. Que ahora mi gozo sea inmenso en esperanza, para ser entonces total en
realidad. Señor, tú quieres que por tu Hijo te pidamos, y nos prometes recibir
lo que pedimos a fin de que nuestro gozo sea completo... ¡Haz crecer en mí el
hambre de este gozo, para que entre en él!

Comentario: Rev. D. Xavier Romero i Galdeano
(Cervera-Lleida, España)


«Salí del Padre (...) y voy al Padre»



Hoy, en
vigilias de la fiesta de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas
palabras de despedida entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más
preciado; Dios Padre es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y
he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn
16,28).


No debiera dejar de resonar en nosotros esta gran verdad de
la segunda Persona de la Santísima Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de
Dios; el Padre divino es su origen y, al mismo tiempo, su destino.


Para aquellos que creen saberlo todo de Dios, pero dudan de
la filiación divina de Jesús, el Evangelio de hoy tiene una cosa importante a
recordar: “aquel” a quien los judíos denominan Dios es el que nos ha enviado a
Jesús; es, por tanto, el Padre de los creyentes. Con esto se nos dice claramente
que sólo puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este Dios es el Padre
de Jesús.


Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro aspecto
fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en Cristo por
el Espíritu Santo. Esto esconde un misterio bellísimo para nosotros: esta
paternidad divina adoptiva de Dios hacia cada hombre se distingue de la adopción
humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un
nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran Familia
divina ya no es un extraño.


Por esto, en el día de la Ascensión se nos recordará en la
Oración Colecta de la Misa que todos los hijos hemos seguido los pasos del Hijo:
«Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia
de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria,
y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también
nosotros como miembros de su cuerpo». En fin, ningún cristiano debiera
“descolgarse”, pues todo esto es más importante que participar en cualquier
carrera o maratón, ya que la meta es el cielo, ¡Dios mismo!
Viernes de la 6ª semana de Pascua.

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Primera Lectura:

 Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles 18, 9-18


Estando Pablo en Corinto, una noche le dijo el
Señor en una visión:
- «No temas, sigue hablando y no te calles, que yo
estoy contigo, y nadie se atreverá a hacerte daño; muchos de esta ciudad son
pueblo mío.»
Pablo se quedó allí un año y medio, explicándoles la palabra
de Dios.
Pero, siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos se
abalanzaron en masa contra Pablo, lo condujeron al tribunal y lo
acusaron:
- «Éste induce a la gente a dar a Dios un culto contrario a la
Ley.»
Iba Pablo a tomar la palabra, cuando Galión dijo a los
judíos:
- «Judíos, si se tratara de un crimen o de un delito grave, sería
razón escucharos con paciencia; pero, si discutís de palabras, de nombres y de
vuestra ley, arreglaos vosotros. Yo no quiero meterme a juez de esos
asuntos.»
Y ordenó despejar el tribunal.
Entonces agarraron a
Sostenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza delante del tribunal.
Galión no hizo caso.
Pablo se quedó allí algún tiempo; luego se despidió
de los hermanos y se embarcó para Siria con Priscila y Aquila. En Cencreas se
afeitó la cabeza, porque había hecho un voto.
Palabra de
Dios


Salmo:

 Sal 46, 2-3, 4-5. 6-7

R. Dios es el
rey del mundo


Pueblos todos,
batid palmas,
aclamad a Dios con
gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda
la tierra. R.

Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las
naciones;
él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob,
su amado.
R.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor,
al son de
trompetas:
tocad para Dios,
tocad,
tocad para nuestro Rey,
tocad.
R.


Evangelio:

 Lectura del santo evangelio según san Juan
16, 20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-
«Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará
alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en
alegría.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha
llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por
la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís
tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os
quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»
Palabra del
Señor






22 Mayo                    



image Saber
más cosas a propósito de los Santos del día


Santa Rita de Casia


Santa Rita nació en 1381 junto a Casia, su
segunda patria, en la hermosa Umbría, tierra de Santos: Benito, Escolástica,
Francisco, Clara, Angela, Gabriel... Santa Rita pertenece a esa insigne pléyade
de mujeres que pasaron por todos los estados: fue un modelo extraordinario de
esposa, de madre, de viuda y de monja.


Por otra parte, pocos santos han gozado de
tanta devoción como Santa Rita, Abogada de los imposibles. Su pasión favorita
era meditar la Pasión de Jesús.   Se casa con Pablo Fernando, de su aldea natal.
Fue un verdadero martirio, Rita acepta su papel: callar, sufrir, rezar. Su
bondad y paciencia logran la conversión de su esposo.


Nacen dos gemelos que les llenan de alegría. A
la paz sigue la tragedia. Su esposo cae asesinado, como secuela de su antigua
vida. Rita perdona y eso mismo inculca a sus hijos. Y sucede ahora una escena
incomprensible desde un punto de vista natural.


Al ver que no puede conseguir que abandonen la
idea de venganza, pide al Señor se los lleve, por evitar un nuevo crimen, y el
Señor atiende su súplica.    Tres veces desea entrar en las Agustinas de Casia,
y las tres veces es rechazada.


Por fin, con un prodigio que parece arrancado
de las Florecillas, se le aparecen San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás
de Tolentino y en voladas es introducida en el monasterio. Es admitida, hace la
profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, sólo para Dios.   Recorrió
con ahínco el camino de la perfección, las tres vías de la vida espiritual,
purgativa, iluminativa y unitiva. Ascetismo exigente, humildad, pobreza,
caridad, ayunos, cilicio, vigilias.


Las religiosas refieren una hermosa
Florecilla. La Priora le manda regar un sarmiento seco. Rita cumple la orden
rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece.   Jesús no ahorra a
las almas escogidas la prueba del amor por el dolor. Rita, como Francisco de
Asís, se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina muy
dolorosa en la frente.


Hay solicitaciones del demonio y de la carne,
que ella calmaba aplicando una candela encendida en la mano o en el pie. Pruebas
purificadoras, miradas desconfiadas, sonrisas burlonas. Rita mira al Crucifijo y
en aquella escuela aprende su lección.   La hora de su muerte nos la relatan
también llena de deliciosos prodigios.


En el jardín del convento nacen una rosa y dos
higos en pleno invierno para satisfacer sus antojos de enferma. Al morir, la
celda se ilumina y las campanas tañen solas a gloria. Su cuerpo sigue
incorrupto.   Cuando Rita murió, la llaga de su frente resplandecía en su rostro
como una estrella en un rosal. Era el año 1457.   León XIII la canonizó el
1900.




  Oremos

Te pedimos, Dios nuestro, que nos muestres el
camino de la sabiduría y nos concedas con generosidad la fortaleza que
caracterizó a Santa Rita  para que, unidos en Cristo, seamos pacientes en los
sufrimientos, y así podamos participar también del misterio de su Pascua. Por el
mismo Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que contigo y el Espíritu Santo vive y
reina en unidad, y es Dios, por los siglos de los
siglos.

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la
Iglesia
Sermones sobre el evangelio de san Juan

«Volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón»
     El Señor dijo: «Dentro de poco ya no me
veréis; dentro de otro poco, me veréis» (Jn 16,16). Eso que él llama un poco, es
todo el espacio de nuestro tiempo actual, eso que el evangelista Juan dice en su
carta: «Es la última hora» (1Jn 2,18). Esta promesa... va dirigida a toda la
Iglesia, como también esta otra promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). El Señor no podía retrasar su
promesa: dentro de poco tiempo y le veremos y ya no tendremos nada que pedirle,
ninguna pregunta para hacerle porque ya todos nuestros deseos se verán
satisfechos, y yo no buscaremos más.
     Este poco tiempo nos parece
largo porque todavía está discurriendo; cuando habrá terminado, entonces nos
daremos cuenta de cuán corto ha sido. Que nuestro gozo sea diferente del que
tiene el mundo de quien se dice: «El mundo se alegrará». En este tiempo en que
crece nuestro deseo, no estemos sin gozo, sino tal como dice el apóstol Pablo:
«Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación» (Rm 12,12).
Porque la mujer, cuando va a dar a luz, a la cual el Señor nos compara, siente
tanto gozo por el hijo que va a parir que no se entristece por su sufrimiento.

Comentario: Rev. D. Joaquim Font i Gassol
(Igualada-Barcelona, España)


«Vuestra tristeza se convertirá en gozo»



Hoy
comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el Cenáculo, vemos
a la Madre de Jesús, Madre del Buen Consejo, conversando con los Apóstoles. ¡Qué
conversación tan cordial y llena! El repaso de todas las alegrías que habían
tenido al lado del Maestro. Los días pascuales, la Ascensión y las promesas de
Jesús. Los sufrimientos de los días de la Pasión se han tornado alegrías. ¡Qué
ambiente tan bonito en el Cenáculo! Y el que se está preparando, como Jesús les
ha dicho.


Nosotros sabemos que María, Reina de los Apóstoles, Esposa
del Espíritu Santo, Madre de la Iglesia naciente, nos guía para recibir los
dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una
embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va
a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!


El Señor nos promete también en nuestra ruta convertir las
fatigas en alegría: «Vuestra alegría nadie os la tomará» (Jn 16,22) y
«vuestra alegría será completa» (Jn 16,24). Y en el Salmo 126,6:
«Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo
sus gavillas».


Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de
rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna.
Todo nos lleva a vivir de oración. Como nos dice san Josemaría: «Quiero que
estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino.
—Pide esa misma alegría sobrenatural para todos».


El ser humano necesita reír para la salud física y
espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas
las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He
aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»; «Omnia in
bonum!»
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